sábado, 26 de julio de 2025

La campana ... ¿está sonando o no suena?

 Sonaba una campana para acallar el murmullo, antes de un discurso, para que arrancase un combate, para mantener el silencio en el momento del ofrecimiento del pan y el vino, para solicitar un servicio o para anunciar la buena costumbre de quien ofreció un bote a quienes despachan en la barra del bar.

 Sonaba la campana del monaguillo, cuando acompañaba al sacerdote en la peregrinación, a la hora del recreo en las aulas de algún colegio, al abrir una subasta o  al inicio de alguna prueba para aspirantes a un puesto de trabajo.

 Sonaba la campana en los funerales, o en la ceremonia del intercambio de anillos en las bodas. 

 Sonaba la campaña para marcar el inicio de la jornada laboral, en el campo, para indicar la hora del descanso o para remarcar el final de una jornada.

 Sonaba la campana en los aniversarios o eventos, para dar comienzo a un partido o para señalar que podía comenzar un discurso, con tiempos asignados en los debates o para presentar la llegada a la meta.

 Sonaba en los  incendios de difícil control, en la convocatoria a sesiones extraordinarias, ante los aciertos o fracasos en los diferentes retos.

 Sonaba ante la negativa, aceptada, de seguir desarrollando una preparación física y abandonar por cansancio, hastío o incapacidad de superarse a sí mismo. 

 Sonaba en los hospitales, si se superaba una enfermedad crítica o si se lograba superar un cáncer, al momento del alta  y ante una calle de profesionales de la salud que no querían perderse ese eco que sonaba a agradecimiento por cada esfuerzo descargado con ilusión y empeño. 

 Sonaba para señalar la hora de silencio acostumbrado, para ahuyentar animales peligrosos, para anunciar la entrada de un extraño, o invitado, a una casa o para invitar a que lasa miradas se dirijan al animal que lleva un cascabel a su cuello y desea presumir de amistad libre o dependencia aceptada.

 Sonaba para llamar a quien no fuese visible en los desastres naturales  y estuviese bajo los escombros, para señalar el tiempo que se dispuso para preparar una comida o el empeño del despertador por levantarte a toda prisa.

 Sonaba para informar sobre los galardones a entregar o para abrir una bolsa con expectativa de depredadores. 

 Pero no hay una campana que suene por cada vida que sucumbe en la guerra ni por cada estómago hambriento, por cada alimento que se desecha ni por las miradas que desvían su atención, por una firma de guerra, para que todos nos enteremos ni por una falsa noticia que confunde y marca.


Tu amigo, que nunca te falla



Juan 

jueves, 17 de julio de 2025

Las muchas caras del hambre

 El hambre es una sensación que inquieta hasta que consigues saciarla llevándote alimento a tu boca  y encuentras la satisfacción de que tu cuerpo sigue funcionando al obtener la energía necesaria para mantenerte en funcionamiento.

Es, por tanto, una sensación que transmite nuestro deseo de vivir con un aporte constante de nutrientes para sostener un equilibrio interno.

Y, en un mundo en constante contradicción, se oponen los extremos:

Quien tiene hambre, aun disponiendo de alimentos, por una satisfacción interior o por un deseo inexplicado de infligirse un daño.

Quien tiene hambre, por necesidad de llamar la atención sobre las injusticias que quiere denunciar y mantiene su huelga constante, o sostenida, por evitar una ingesta de alimentos con la pretensión de que en el desgaste nutricional al que imprime a su organismo vean escrito el mensaje que quiere transmitir de repulsa, crítica o apego a reclamos sociales justos, necesarios y muy pronto olvidados.

Quien tiene hambre por una necesidad provocada por otros que han saqueado las alacenas de solidaridad a las que todos tenemos derecho, negándoles el alimento al que sólo tendrán la oportunidad de acceder si las bombas no llegaron primero o estallaron en un encuentro compartido.

Quien tiene hambre por agotamiento en su lucha diaria por sobrevivir, mientras otros talaron sus bosques, procuraron la miseria de sus mercados o desgastaron el subsuelo que mantenía su subsistencia diaria.

Quien tiene hambre por vivir en terrenos neutrales, donde dos aparentes enemigos se escupen, frente a frente, provocando el silencio de las semillas y el despertar de las plagas de miedo y arranques de rabia, mochila improvisada al hombro, con la que se emprenden caminos de huida, a la desesperada, en caminos que, muchas veces, no llevan a ninguna parte.

Quien tiene hambre porque no tiene quien le alimente, vive en el desamparo que no puede darle de comer o espera a que alguien subaste su desesperanza al mejor postor y se convierta en aprendiz del reparto de papeles en la escena de la vida que denosta el hambre y lo pretende superar con con actitudes aprendidas para provocar más hambre.

Quien tiene hambre sin esperanza de saciarla y con el dolor del olvido, esperando morir en la espera sin despertar una pizca de cordura en los comentarios o un golpe de algún zapato solidario que emprendió el viaje para acompañarle en su duelo.

Quien ya olvidó la sensación del hambre porque se acostumbró a satisfacer sus requerimientos con polvo, tierra o barro, una energía menos limpia y más humillante, más cobarde y menos solidaria.

¿De qué nos sirve tener hambre si no existe un reclamo democrático? 

El hambre no es un condicionante virtual ni un click de sobremesa. El hambre es una verdad para quien el mundo lo señala y  una propuesta para quien ha aprendido a señalar al hambre.

¿Tenemos que aprender a sobrevivir con hambre? 

¿Por qué no hay hambre de acabar con el hambre?

Tu amigo, que nunca te falla



Juan 


domingo, 30 de marzo de 2025

¿A CUÁNTO ESTÁ EL LITRO DE HUMILDAD?

 No hay eso que llaman "humildad" en todos los centros comerciales, porque no todo el mundo come una ensalada de humildad si está cansado de degustar hipocresía en el menú del día.

Hay muy poca "humildad" en las cartas de los grandes restaurantes, porque las papas aliñadas con rabia o la carne con salsa de ironía están sobresaliendo entre los platos calientes.

Casi no queda "humildad" en las pescaderías, porque los mariscos que se alimentaron de algas sólo conocieron la pedantería en las aguas profundas.

Nadie conoce la "humildad" en la frutería, porque sólo se puede saborear la acidez y la aspereza de la vida, el dulzor amargo y la incertidumbre de lo desconocido.

Es muy raro encontrar la "humildad" en la panadería, porque la levadura es egoísta y la harina espolvorea las noches de un carnaval de desenfreno mentiroso.

Y nunca pude encontrar "humildad" en la licorería, porque cada trago está cargado de desaire, rencor y odio.

Y, entonces.... ¿dónde puedo comprar un litro de humildad?

En la mirada sincera que busca otra mirada amiga

En el dolor del desencuentro que busca un reencuentro

En el día distante que espera acercarse para saludad y escuchar.

En la postura que espera llamar la atención de quien no puede caminar

En los primeros pasos de quien lucha de verdad por un proyecto para los demás.


Hoy he comprado medio litro de humildad. ....¿y tú?


Tu amigo, que nunca te falla





Juan 

lunes, 10 de marzo de 2025

Si las paredes fuesen transparentes...

 

Si las paredes fuesen transparentes, se podría ver la pérdida de tiempo como un gasto innecesario y el trato entre iguales como una condición soterrada que invita al silencio más sepulcral.

Si las paredes fuesen transparentes, se haría visible el doble sentido de los gestos y los colores tenues y apagados de las voces de esperanza, una vez reposada la euforia de los discursos.

Si las paredes fuesen transparentes, sentiríamos el perdón de las miradas y en el suelo podríamos descubrir las huellas desandadas.

Si las paredes fuesen transparentes, se delataría la injusticia de no discutir sobre el desacuerdo de una orden y el valor imperativo de una mirada de consenso.

Si las paredes fuesen transparentes, comprobaríamos el efecto analgésico de un rato de compañía y el alivio, reflejado en las lágrimas que se regalan, por ser aceptado en un mundo de iguales.

Si las paredes fuesen transparentes, descubriríamos el poco interés que genera el calendario y la mentira que cubre los ratings de pacotilla  que tanto amedrentan y preocupan.

Si las paredes fuesen transparentes, estaríamos descubriendo el color de la sangre, sin palpitar, de la inteligencia artificial y el sentido ambiguo que algunos otorgan a los escudos sociales.

Si las paredes fuesen transparentes, nos impactaría el dolor provocado por el menosprecio y el acoso al que se somete al liderazgo.

Si las paredes fuesen transparentes, veríamos donde revolotean las moscas y por dónde corretean las cucarachas.

Si las paredes fuesen transparentes, se leería la letra pequeña de los acuerdos y las diferencias notables en los resultados, según el color de las pisadas.

Si las paredes fuesen transparentes, se verían pasar los cohetes dirigidos y las balas, con nombres y apellidos.

Si las paredes fuesen transparentes, se podría mirar a los comités independientes y a las comisiones de investigación

Si las paredes fuesen transparentes, veríamos cuánto alimento se pierde y desecha, a la vista  y paciencia de tanto niño hambriento. 

Si las paredes fuesen transparentes, saludaríamos a las caries de tanta gestión inexperta y los eructos de tanta bandera cuestionada.

Si las paredes fuesen transparentes, seríamos tristes espectadores de tanta tragedia desapercibida y enemigos de las cordiales bienvenidas...

Ay¡ si las paredes fuesen transparentes...


Tu amigo, que nunca te falla




Juan 

  

martes, 4 de marzo de 2025

El lenguaje gestual se ha hecho mayor

 

Las palabras, como casi siempre, han perdido su sentido diplomático y han dado paso a los ex-abruptos de los gestos. Y son estos los que se han ido incorporando en el lenguaje coloquial, intra-familiar, o incluso paterno-filiar.

Se señala más, porque faltan palabras para detallar lo que se tiene que transmitir en algún momento  concreto. Y es por eso que los gritos estén de actualidad, que el negacionismo inaceptable esté de moda o que acorralar a alguien y señalarlo sea una estrategia "de quita y pon".

Si cualquier avance hacia la normalidad debe incluir un lenguaje gestual de odio y menosprecio, con cortes de manga que no aceptan ortografía alguna, lo normal que nos espera es lo peor de la espera.

El mundo no plantea ni lanza sugerencias para que hablemos, con templanza,  al referirnos a un enemigo. Hay que transmitir una rivalidad de contrastes que es poco edificante  y, si se acompaña de gestos amenazantes, parece que va más acorde con los propósitos.

Se debiera planificar el interrogatorio con el ánimo de extraer respuestas convincentes, aún con la posibilidad de rebatir los argumentos en el transcurso de un diálogo "al uso".

Sin embargo, es notorio que se estudian los gestos que pretenden amedrentar, ya que así se hace presente el salvajismo de la condición humana. Se ha aprendido a interpretar las ofertas, en este teatro donde se plantean dudas y medias verdades, con la sombra del miedo y e sin pizca de compresión alguna.

Y de tanto usar el lenguaje gestual que obliga, condiciona o tergiversa, se ha hecho mayor una conducta imperativa que no deja espacio para una discusión serena, sensata y propositiva.

Los niños no tienen paciencia para escuchar y aprender de los relatos, porque se ha aprendido que lo impuesto debe visualizar el poder aprendido.

El padre está para enseñar y del que se debe tomar el ejemplo, acompañándose de un lenguaje de gestos que enfatizan la verticalidad en la transmisión de hábitos, e incluso de caracteres.

El lenguaje gestual transmite la picardía del momento, así como también podría relatar la aceptación de las diferencias, aunque sigue definiendo los escalones de la incomprensión y no el horizonte que nos debe unir a todos.

La única bandera que nos unirá, en el futuro, debiera ser la de los gestos normalizados que no aceptan interpretación tergiversada y el único acuerdo de paz que debiera ser aceptado, por todos, tendría que incorporar, por imperativo legal, un lenguaje gestual cargado de compromiso y comprensión mutua.

Tu amigo, que nunca te falla



Juan 

  

lunes, 24 de febrero de 2025

Pónte, nuevamente, al día

 

Nos quedamos dormidos un rato y necesitamos actualizar nuestra visión. Regresamos de practicar algún deporte y precisamos actualizar nuestro ideario. O, incluso, estornudamos y ya es hora de cambiar nuestras apreciaciones sobre el cambio que está por ocurrir.

Los contrarios se están aliando, porque en la puesta en común consiguen despistar a quienes creían conocer las entrañas de algunos actores en el escenario global.

Las voces altisonantes, con una pizca de miedo singular y cuatro gotas de malhumor, aplicadas mientras hierven los acontecimientos, va aderezando un potaje que terminará sabiendo a olla y así nadie sabrá si hubo picante entre los ingredientes, porque se hará referencia a la comida de la abuela y pasaremos el rato intentando perfilar nuestro gusto con los años de nuestra infancia, ajenos a lo que sucederá, mientras tanto, a nuestro alrededor.

Alguien que renuncia se volverá crítico y tendrá una audiencia ejemplar, pero cuando hay oportunidad de dar un salto de gigantes, olvidándose de los demás, empiezas a criticar las mismas renuncias para aliarte con la otra mitad de la audiencia, la que aplaudirá tu contoneo para salvar las regulaciones y ahí aprenderás a  manejar, a tu antojo, el estado de derecho.

Los gestos crean alarma y ésta promoverá la huída a ninguna parte, donde la desinformación te aceptará como víctima y tu voz será un grano de arena en el desierto y las dunas tendrán el color que quieras darle y los cielos de media noche serán rojos, si así lo deseas, de ahora en adelante. 

Se presume de lo que no se tiene porque así se puede llegar a tener algo de lo que presumir. No sé si aprender a hablar te obliga a comprar la nueva chaqueta que te diferencie del resto o si crees que hablas mejor que los demás, en una auto-evaluación, y por eso necesitas comprarte una chaqueta que confunda al espejo y pueda verte diferente.

Se ven alianzas cuando hay dos que buscan pelea y estos nunca se aliarán si se pelea el resto. Se ponen nombres a situaciones que estuvieron en el olvido, pretendiendo generar nuevos derechos, cuando aún están en el olvido aquellos que nunca se respetaron.

Creamos puestos de trabajo par luego crear carreras que precisen un pénsum coherente y después de unos años las bolsas de paro están llenas de especialistas en carreras que luego no serán viables, en lugar de buscar perfiles para generar carreras que respondan a necesidades reales, mientras que así lo sean.

Los pájaros nos miran, atentos, porque no entienden nuestro piar y nosotros, mientras tanto, los criticamos por no poder hablar. Al nido acuden los padres a alimentar y proteger, mirar y arropar, para que nunca olviden, en un mañana muy cercano, de donde vienen y a dónde deben ir.

Insistimos que el mundo es una barca común, pero no hablamos de la primera y la tercera clase. Acostumbramos a ver películas que destaquen nuestra alma solidaria y luego paseamos por sus calles, repletas de una solidaridad sin alma.  

Aprendemos caligrafía con frases como esta: "El mundo es mío" y así luego nos cuesta trabajo compartirlo. O "Mi papá es bueno", para que la posesión llegue a ser, mucho después,parte de cualquier lema de campaña, esa que busca olvidarse de quienes no tienen propiedad, más allá del aire que respiran.

Te invito a que decididamente no te despistes, no estornudes, no cierres los ojos o no practiques deporte con auriculares, porque cuando al cabo de un rato vuelvas a mirar al frente necesitarás ponerte, nuevamente, al día.

Tu amigo, que nunca te falla



Juan 



lunes, 17 de febrero de 2025

De ocurrencia en ocurrencia, a precio de saldo

 

Cada día nos despierta una ocurrencia brillante, sin un diseño lógico ni un trasfondo humanitario, pero aprendemos a digerirla porque somos parte de la audiencia y, poco a poco, vamos acostumbrándonos a la impunidad que acompaña a un impulso, aupado por una posición de liderazgo, que se transformó en un desacierto y terminó salpicando la esperanza.

He escuchado que alguien quiere comprar países, o renombrar la geografía, como si ese alguien quisiera competir, en fuerza y ocurrencias, con el oso polar, como el mayor depredador terrestre o se atreviese a susurrar a Anaximandro de Mileto, como el primer cartógrafo, para que rectificase nombres ante de publicar su primer trabajo.

Hay intentos por reescribir el obituario de Jimmy Carter, pretendiendo adueñarse del "Canal de Panamá", como si un geo tactismo inhumano estuviera desplazándose en el ideario de la ambición humana, muy por encima de los Tratados y los Acuerdos internacionales.

Un arrebato incoherente, aunque luego se intentara matizar la ignorancia puntual, como tropiezo verbal, condicionó que otra ocurrencia arrastrara la esperanza desmedida de lo fácil a un descalabro financiero, por lo que ahora se reclama y todo quedará, de nuevo, "a precio de saldo".

Se propone acordar sobre lo que ya está acordado y surge una movilización en base a una nueva ocurrencia, pretendiendo generar un acuerdo para manifestar el desacuerdo global, cuando la ocurrencia primaria va camino de cristalizarse "a precio de saldo".

Alguien es señalado y acepta el señalamiento, pero se le tuerce el dedo para que este señale en otra dirección, a la que todos miramos, aún a sabiendas que es otra ocurrencia, quedando expectantes ante una resolución que nos despistó y seguimos absortos porque cada vez es más difícil resolver lo que tuvo respuesta, para que "a posteriori" algunos terminen frotándose las manos "a precio de saldo".

Todo salpica porque la gran mayoría siempre está cerca y la mejor estrategia es llevar en el maletín un impermeable, de quita y pon, para aparentar pulcritud en las formas y, al final, las palabras y las acusaciones saldrán "a precio de saldo".

A  alguien se le ocurre establecer una ruta de doble sentido, como un eco migratorio, enseñándote a aceptar el regreso del bumerang y abriéndole paso para que golpee tu propuesta, por la que recibirás un escudo social, sólo acordado entre las partes y los Tratados seguirán ilesos "a precio de saldo".

Un entusiasta reúne a ingenuos para hablar de las ocurrencias de un pseudo-estratega y nadie acierta a ponerle el cascabel al gato, aunque las diferentes ponencias depositarán la confianza en una portavocía que pretenderá convencer a todos que la estrategia está en marcha, aunque al final se acordará que se estuvo de acuerdo con que todo se solucionara "a precio de saldo".

Nadie debe menos de lo que gana, porque hemos aprendido a tener más de lo que necesitamos y siempre habrá quien te regale por encima de lo que te mereces y luego te robará lo que no era tuyo, con la ocurrencia de que le proyección  social es un despilfarro que sirvió para que otros ganasen el pan con el  sudor del de enfrente y la honestidad verá que, poco  a poco, del accidente salió todo el mundo ileso "a precio de saldo".

Tu amigo, que nunca te falla, te invita a prepararte para descubrir un verdadero ocurrenciómetro, que sea capaz de medir la ocurrencia que permita que todo salga "a precio de saldo".




Juan 


jueves, 13 de febrero de 2025

¿De qué se debe hablar el 14 de febrero?

 

Se habla del amor por destacar el vínculo tan especial que se genera, en un momento dado, perdurando luego en el alma viva de una relación eterna, aunque siempre esconda el simplismo de una mirada sin trastoques ni contratiempos, regada de una ternura sin igual y una complicidad irrepetible.

Se habla de la hipótesis de una amistad de marca blanca, donde no cabe el pudor contenido por encima de la franqueza, a fin de construir la belleza de una comunión perfecta, donde siempre hay espacio para el diálogo y la versatilidad, al mismo tiempo.

Se habla de rompecorazones, creyendo y haciendo creer que te hipnotizan con el brebaje que impregna la punta de flecha de un tal "Cupido" que debe estar atento a las señales para clavarse, con puntería milimétrica, en cada ventrículo que considere un receptor único de algún despertar muy especial.

Se habla de esperar que te sorprendan, que el destino te señale y te destaque, por encima del promedio, para que los demás entiendan tu suerte de un día y que los mensajes, diseñados por anónimos, sepan clavarse y provocar un sangrado constante de exclamaciones al sentirte especialmente especial.

Se habla, muy por encima, de esa persona que fue capaz de demostrarte el valor de la superación, en la distancia de un suspiro o en la cercanía del mejor estímulo, pero siempre después de matizar con un "te quiero" al abrazo que le extiendes a la persona más cercana para que el almanaque te vea que cumples con el día tan señalado.

Se habla, desde muy lejos, de la persona que duerme en la cama de un hospital y le lanzas un mensaje de apoyo sin detener tus pasos, pensando en la cena a la que te han invitado.

Se habla del hambre, mientras estás comiendo o de las balas, mientras el primer vecino te invita a entrar a su casa para que puedas ver el mueble que acaba de comprar. Aplaudes los buenos gestos, mientras que otros gesticulan para determinar el futuro de los demás, con amenazas que tiznan las incoherencias verbales que adornan su impertinente y constante diarrea oral.

Sin embargo, no se habla de la necesidad de amigos para defender una propuesta humanitaria ni del humanismo que debe aromatizar el derecho a permanecer en tu propia tierra.

No se habla de la amistad que debe subyacer en la relación de pareja ni del respeto que debiera acompañar a todo beso.

No se habla del amor en cada empeño que descarguemos por los demás ni del calor que debe abrigar el alma de un roce. 

Tampoco se habla del movimiento de las manos cuando pretendemos educar en sexualidad ni de los piropos que intentar levantar el ánimo, despertando una pizca de atención.

No se habla, casi nunca, de los potenciales amigos que viven escondiendo su amistad, del amor por los padres a cualquier edad ni de las lágrimas que despierta la amistad eterna de una abuela o un abuelo que aún nos pasea en nuestros sueños.

Y ni se habla del enemigo que quiere ser amigo, del crítico que te quiere ver crecer, del perseverante que quiere servirte de ejemplo, del acompañante que está ahí para que llores, te quejes  y sigas seguro en tu apuesta de vida.

Y nunca se habla de lo bueno de los amigos ni de la humildad del comportamiento silencioso de la pareja, que te hace grande sólo con su presencia, del interés de un hijo porque sigas siendo su modelo ni del coraje encerrado en  un aplauso, que quiere motivarte a que sigas cumpliendo lo que prometes y que prometas siempre lo que puedes hacer y nada más.

Y no se habla de los apretones de manos que sellan amistades de por vida, de las arrugas que traducen la dedicación de una vida entera, de los cuerpos jorobados que empeñaron su vida por ti ni de los balanceos de las miradas que soportaron tu constante imprudencia.

Creo que es hora que compremos menos rosas y hablemos más del otro, que estemos menos pendientes de las flechas y más de las manifestaciones de amistad que andan escondidas en el mundo, entre balas, pasos perdidos y pueblos desheredados.

Tu amigo, que nunca te falla, te desea un 14 de febrero lleno de voces dispuestas a compartir su eco.




Juan 

   

 

martes, 11 de febrero de 2025

Cada olvido tiene su sinsentido

 

Hay quien se olvida porque le faltó planificación en sus buenas intenciones y todos entienden, al fin y al cabo, que el contenido de aquel olvido no cambió el sentido del discurso ni el éxito de la propuesta.

Hay quien se olvida porque se lo aprendió todo de memoria  y cualquier ruido o voz altisonante, un  gesto perdido o la caída de algún objeto, interrumpió la secuencia y todo el mundo se percató que aquel aprendizaje sin el apoyo del alma era un compromiso a medias que no merecía el aplauso de quienes esperaban más entrega en las palabras.

Hay  quien se olvida adrede, esperando que nadie se de cuenta del lapsus, porque la falta de diálogo sobre ese punto giró el verdadero sentido humanitario de alguna propuesta y, cuando se quiso anotar, ya fue tarde para introducir ese condicionante que hubiese sido la sazón perfecta para un buen gesto, previamente tratado y horneado a fuego lento.

Hay quien se olvida porque nunca imaginó que el detalle es lo que hace la diferencia y acostumbró a lanzar un piropo "al uso", no queriendo ser pedante cuando se mira y se habla desde el corazón, al mismo tiempo, por lo que las emociones se sintieron a medias y sin ese toque especial que hará especial algún beso o abrazo que vendrá desde algún rincón del alma.

Hay quien se olvida porque no había dedicado un tiempo a saborear el encanto de algún momento pasado y el recuerdo quiso pasarlo por alto, con lo que la añoranza suena a duda inoportuna y  el compromiso a una carta de restaurante mal redactada.

Hay quien se olvida cuando la espera sigue contenida y en los pasos que van acercando se escucha el lamento de un corazón por una respuesta con algunas faltas de ortografía, por lo que el abrazo se habrá quedado sin matices que puedan rellenar los segundos perdidos en tanta ensoñación vana.

Hay quien se olvida de mirar a los lados, creyendo que el norte es el único punto cardinal y peca de desconocer por dónde sale el sol y por dónde se pone, de contrastar las diferencias no resueltas  y de analizar el origen y el final del camino, de dibujar los contratiempos que nos permitieron crecer y de entender lo que nos contempla e interpela, convirtiéndonos en protagonistas, a medias, de nuestro caminar.

Hay quien se olvida por necesidad y todos necesitamos estar ahí para que le recordemos que hay una posibilidad por hoy, y siempre todavía, de que su vida cambie, también por necesidad.

Hay quien se olvida por miedo y ese espacio se convierte en un tormento que cargará hasta que alguien, o algo, le insinúe el valor de la verdad para entrar en paz consigo mismo.

Hay quien se olvida porque la monotonía entró en su vida y no dedica un tiempo a ventilar los sueños y airear lo que nos marcó y necesita humedecer la noria que le balancea para que el arco le permita disfrutar de una libertad que le saque de su encierro.

Hay quien se olvida porque olvidar está hilado en el chaleco con el que se viste cada día y hay que plancharlo y perfumarlo de presencia, que despierte al instante que detenga lo más pasajero de su vida y lo instale en el momento que le devuelva la conciencia de su propio ser y estar.

Hay quien se olvida porque le han robado sus derechos y cree que hay que seguir pidiendo en un mundo de sordos, acostumbrado a la ignorancia de los esfuerzos que deberíamos descargar por los demás.

Hay quien se olvida porque le cuesta llorar al pasar delante de la puerta de los cementerios y hay quien se olvida porque no se explica quién llegó a ser en una sociedad que esperaba mucho más de él o de ella.

Hay quien se olvida porque escuchó, pero nunca conoció  o quizás nunca le permitieron conocer.


Tu amigo, que nunca te falla, quisiera que no hubiera tantos olvidos y, si fuese necesario que los hubiese, que se explicasen los motivos para que los demás le autorizásemos, o no, a olvidar.



Juan

sábado, 8 de febrero de 2025

Aquí se propone y también aquí se dispone

 

Hemos escuchado, transmitido de generación en generación, para convencernos que debemos resignarnos ante la adversidad y culpabilizarnos si no todo sigue un curso ideal, que "el hombre propone y Dios dispone".

Cualquier fuerza sobrenatural podría, con esa cosmovisión, modular nuestras intenciones y redireccionar nuestros esfuerzos, aspirando a buscar el bien común guiados por una ética social constantemente supervisada.

Cualquier acto moral requiere, únicamente, ser libre y actuar acorde a un código de valores, pero no se puede incluir en la predisposición a un filtro que disponga, a posteriori, si es oportuno, justo o necesario tal iniciativa, sin darle voz a quienes son, o serán, receptores sociales de nuestro empuje.

Y no es sólo el hombre, quien propone, sino el ser humano en su conjunto y así restamos los pigmentos de machismo de cualquier aforismo.

A partir de una propuesta de vida, será también el ser humano quien disponga, aunque a veces sea coherente la respuesta o alienante y represiva, en otros, dependiendo si la conducta es evitativa, intimidante, condicionada o propositiva.  

Me imagino en el cielo un árbitro de escenarios terrenales posibles, que intentará ponderar los esfuerzos y dejará en libertad que se desarrolle el juego, pero nunca se manifestará con un sesgo por alguna de las partes aunque siempre busque el equilibrio de los consensos.

Creo que en la búsqueda del ejemplo a transmitir, en nuestra constante pastoral de la vida diaria, a fin de remodelar iniciativas que puedan prosperar y respuestas más acordes al bien común, está la clave para asumir que hay propuestas que aplaudir, por el esfuerzo empeñado y  la lucha cabal, a pesar de las incomprensiones y limitantes que interpongan quienes intenten disponer su inviabilidad y , por el contrario, habrá recorridos que estigmatizar, aunque se le faciliten los espacios para que pueda desarrollarse en ambientes cargados de una libertad cuestionada.

"Aquí se propone y también aquí se dispone", aunque se acepte que alguien o algo deba modular la caja de resonancia de este mundo para que las voces se escuchen mejor y las palabras puedan seguir sirviendo a una comunicación más humana y eficiente, apelando al alfabeto del alma como el mejor abecedario posible en las relaciones interpersonales.

Por tanto, no es sólo el hombre quien propone y tampoco Dios quien siempre dispone.


Tu amigo, que nunca te falla




Juan 

viernes, 31 de enero de 2025

La vida busca el complemento

 

Da la impresión que no nos conformamos con lo que nacemos o con la suerte que nos ha tocado vivir y pasamos días y años intentando buscar el complemento para equilibrar nuestras emociones o buscarle el sentido a las angustias.

Tenemos momentos de carcajadas, sin un motivo claro y, a continuación, se suceden instantes cargados de preocupación y lamento, como si necesitásemos valorar el precio de una sonrisa y pagarlo con  el presupuesto de unas lágrimas.

Metemos un gol y aplaudimos el esfuerzo, pero hay que tener la suficiente deportividad manifiesta para aceptar un gol en contra, sin menospreciar la actitud del contrincante.

Vivimos momentos de salud, que casi nunca apreciamos, pero el dolor y la pena de un contratiempo nos alarma, porque en ese instante algún otro caminante de esta vida necesitó una mínima alegría para equilibrar el sufrimiento prolongado que ya le preocupaba y lo nuestro pasó a ser suyo.

Las personas bajitas necesitan acoplarse con parejas más altas, quizás para poder disponer de un punto de mira intermedio entre las dos estaturas.

El crítico, que abusa de sus arrebatos, necesita de un tolerante que acepte y entre los dos construyen una actitud oportuna y resiliente, moderada y más acorde, buscando que la sociedad no te rechace y esperando que los demás te acepten de mejor manera.

El melancólico precisa que le escuche un entusiasta, así como el hipocondriaco desearía tener a su lado a un indolente o el hambriento a un fanático de tanta dieta, quizás porque el equilibrio los acerca en una propuesta más coherente de vida. 

El estoico, en su afán por la racionalidad, se enfrenta a la búsqueda del placer del epicúreo y así se alcanza un término medio entre lo objetivo y lo subjetivo, a fin de entender mejor tu realidad, en relación con lo que te rodea.

El extrovertido se aferra a una personalidad introvertida, que le frene en sus impulsos y sedimente mejor sus pasiones. Mientras tanto, un profano puede pasear con un beato, en un intercambio de parpadeos por su apreciación por el culto, alcanzando un consenso sobre el verdadero sentido de los extremos.

El lego buscará a una persona versada para enriquecer sus contenidos y mejorar el sentido del diálogo emprendido en cualquier esquina. Y el avaro tenderá a buscar un generoso, porque hay que cuidar lo propio sin despilfarrar y así, la economía, en su punto medio, permitirá un balance más adecuado. 

El charlatán se enamorará de un lacónico, porque hay que medir el desgaste del vocabulario, ya que el eco puede acarrear un gasto innecesario.

Tu amigo, que nunca te falla, te invita a reflexionar sobre los diferentes complementos que se suceden en el día a día  y a encontrarle el verdadero sentido a los contrapuestos.



Juan  

 

sábado, 18 de enero de 2025

¿Se arruga el alma?

 Cuando se habla de una tregua, en un conflicto armado, es porque se vive la paz con esperanza y, si en medio de tanto diálogo se siguen lanzando bombas para humedecer más aún de lágrimas los corazones desvalidos, se me arruga el alma. 

Cuando alguien habla, en medio de una aparente estabilidad, que quiere comprar o invadir Groenlandia, porque los intereses despiertan la avaricia de poder de sus bolsillos, en espera de que el mundo cambie a su antojo, porque su sensibilidad aún no ha alcanzado la mayoría de edad, se me arruga el alma.

Cuando un ser humano, en algún rincón del planeta, dice que no recibe la atención primaria que tanto se propugna, por falta de una iniciativa global, soporte económico o conciencia global de que la salud es un derecho para todos, se me arruga el alma.

Cuando alguien, embebido en odio, contrata a un niño para hacer daño a otro, copiando las guerras entre potencias, aprovechando territorios fuera de sus propias fronteras, sin importar las consecuencias y derivadas de la ejecución de tanto arrebato que sale desde el lado más obscuro de la conciencia, se me arruga el alma.

Cuando se habla en nombre de personas a las que se olvida cuando ya no representan la bandera que tanto dinero genera a quien arma su discurso desde la misma hipocresía, se me arruga el alma.

Cuando los padres se olvidan de los hijos con problemas o los hijos, adultos con futuro asegurado, se olvidan de los padres, sentados en una esquina de la casa para que no molesten, se me arruga el alma.

Cuando escucho que hay miles de medicamentos huérfanos, sin una indicación adecuada por falta de investigación oportuna y mueren personas que podrían haber sido receptores de un beneficio potencial de estos fármacos, se me arruga el alma.

Cuando se cobra, en exceso, por la patente de un medicamento y hay quien no lo puede tener accesible en años, quizás cuando ya no lo necesite y nadie se preocupa de acercárselo para apoyar en el tratamiento de su problema de salud, se me arruga el alma.

Cuando un ciudadano se queda más de una hora esperando, en la esquina de enfrente, a que alguien le coja de la mano para pasar la calle y ese alguien no llega, se me arruga el alma.

Cuando compruebo que cualquier paso que damos tenemos que mancharlo con un interés económico, a pesar de que la sociedad nos permitió formarnos, se me arruga el alma. 

Cuando acostumbramos a decir lo que nunca haremos y a hacer lo que nunca dijimos, se me arruga el alma.

Cuando empieza a flotar una esperanza de llegar a tierra firme, albergada en un cuerpo muerto que el océano tragó en sus intentos de apoyar a su familia a encontrar nuevos horizontes, se me arruga el alma.

Cuando el oro está presente en los altares y los portales, mientras la tierra es el material preciado de tanto niño abandonado y tanto abuelo de la calle, se me arruga el alma.

Cuando los aplausos y vítores son olvidados por grandes comensales que estuvieron vociferando en campaña y pronto dejaron atrás sus promesas de hojalata, aún encima de tanta esperanza muerta, se me arruga el alma.

Cuando tengo que despedir a alguien que se merecía vivir y tengo que dar la bienvenida a alguien que tenía que haber muerto, en alguno de sus desaires, se me arruga el alma.

Cuando mucha gente está pendiente del almanaque para felicitar, de las redes sociales para no olvidarse y no recuerda las lágrimas de quien vive esperando, se me arruga el alma.

Cuando sigue habiendo mendrugos de pan duro en medio de tanto alimento procesado y seguimos despilfarrando bolsas que cargan contenedores, en medio del hambre de muchos, se me arruga el alma.

Cuando las alianzas van buscando conquistas, las asesorías solo buscan el éxito, los documentos propician la segregación humana, las decisiones sólo engendran más distanciamiento y los discursos se olvidan de las necesidades más elementales, se me arruga el alma.

Tu amigo, que nunca te falla, quisiera saber si a ti, también, se te arruga el alma.



Juan 

sábado, 11 de enero de 2025

¿Tiene apellido la soledad?

 Un buen amigo me dijo, hace muy poco, que la soledad le ha enseñado a vivir acompañado y eso me despertó el interés por saber algo más de sus apellidos.

Para tener apellidos hay que conocer a los progenitores y creo que para cada momento de soledad se entrelazan dos momentos determinantes, a veces hasta contrapuestos, como el abandono y las miradas esquivas, o la marginación y el olvido, la incomprensión y el castigo, la pérdida y el maltrato, el dolor y la necesidad más elemental, la verguenza y el fracaso o la miseria y el ninguneo, la enfermedad crónica y la falsa esperanza, o el dolor incomprendido y la reflexión más existencial. 

Hay soledades de necesidad, porque el cerrar los ojos te arrastra a extraer mensajes de vivencias, tan necesarios para reorientar tu vida. 

Hay soledades por exclusión, porque todo el mundo encontró un momento de acomodo o emparejamiento, con seres humanos o circunstancias, pero hubo alguien que quedó sólo, por olvido, abandono, menosprecio o incapacidad de ajustarse a otras realidades.

Hay soledades de costumbres, pues es difícil encontrar a alguien que siga tus hábitos hasta el extremo de reorganizar su propia vida para hacerte dependiente de una manera de comportarse o de un estilo de gesticular y todos te abandonan en tus retahílas y tus protocolos tan medidos.

Hay soledades de ratos muertos, pues se suceden los minutos sin encontrarles sentido y al conjunto aprendemos a llamarle soledad, porque a pesar de acompañarte las rabietas con la vida, las lágrimas de la lentitud del paso del tiempo o la pesadumbre de un tormento de autoestima, a la que crees fielmente responsable de tu situación actual, piensas que puedes leer en los renglones vacíos de la soledad más inquietante. 

Hay soledades de despedida, las que suenan a nido vacío y, entonces, precisas reordenar tus argumentos de vida.

Hay soledades de reinicio, como la de quien sale de un infarto, en la antesala de la muerte y presupone que la vida tiene otras metas a alcanzar, o la de quien abandona la cárcel y tiene miedo de entrecruzar miradas por miedo a dejarse llevar, de nuevo.

Hay soledades de compra-venta, pues alguien viene a preguntarte cómo estás y a llevarse un poco de la soledad a la que no te acostumbras, para al cabo de un tiempo regresar queriendo venderTe parte de la soledad que, ahora, es él quien no puede manejar. 

Hay soledades competitivas, pues aceptamos nuestra suerte porque otros la viven gritando, aunque no pueda rellenarla ni la mejor estrategia del mismo psiquiatra.

Hay soledades de manifiesto, pues se parecen a la misma soledad que otros comentan, verbalizan o narran, en sus ratos de liderazgo o consejería a alguna generación venidera. 

Hay soledades económicas, pues ante tu queja de vivir sólo recibiste más compañía que si nunca hubieses atravesado por una etapa solitaria y te salió rentable el aislamiento aceptado.

Y hay soledades constructivas, de las que te aportan para construir relatos y rellenar momentos de pastoral, porque también es importante el mensaje que nació solo para generar un aplauso acompañado de otros muchos y un ejemplo del que acordarte algunos años más tarde.

No hay que temerle a la soledad, sino a sentirse sólo en la misma soledad. La soledad está llena de oportunidades y lo único que se te permitirá es callar, escuchar y sentir,lo necesario para sentirte en paz consigo mismo.

Parte de la curación, o sanación, empieza por encontrar el elixir más apropiado en momentos de relleno sanitario en la soledad.

Tu amigo, que nunca te falla, está seguro que tiene muchos apellidos la soledad y hay que vivirlos con orgullo, porque aprenderemos a abrillantarlos para encontrarle el verdadero sentido a la metamorfosis constante de la vida. 


Juan  






jueves, 9 de enero de 2025

¿Quién conoce a un Rey Mago?

 Sabemos que deben existir los Reyes Magos porque todos recibimos regalos el 6 de enero de cada año, con lo que iniciamos la tarea que nos espera, saboreando el contenido y aplicándolo en nuestra vida diaria.

No todos probaron caramelos, pues algunos tuvieron sinsabores y, la gran mayoría, ni pudieron salir a la calle a recibir nada, porque para ellos no hubo esa "Estrella de Oriente", ya que se encuentran entre los más olvidados y no hay carreteras por donde se pueda guiar el trote de ningún camello ni las pisadas de ningún caminante. 

Si pudiese leer las cartas, que realmente fueron redactadas por los más pequeños y no por sus padres, estoy seguro que encontraría una solicitud muy repetida de medio kilo de esperanza, porque hay quien espera por una reconciliación de sus progenitores, por el regreso de un familiar que dió el último adiós a los suyos, el distanciamiento de una mascota enferma, la soledad de la cama de un hospital, sin esperanza de curación plena, el abandono o la adopción, la guerra que le arrebató todo y no se vislumbra una paz, ni incluso acordada entre muchos, porque también son muchos los que esperan que sigan los combates para seguir ingresando fondos con la vida de terceros.

Y muchas horas estarían los camellos buscando un pesebre, porque una minoría espera su regalo sin conocer al burro ni la paja, en medio de la opulencia, donde no hay espacio en la cuadra para el perdón ni para la comprensión del significado de la necesidad más elemental.

Yo sustituiría a los Reyes por políticos que diesen un mensaje de compromiso, por padres que se comprometiesen más en recuperar la relación paterno-filial, en nietos que prometieran a sus abuelo más ratos escuchándoles, en vecinos compartiendo apoyos, en hogueras que diesen calor donde el frío está presente día y noche, en pedagogos que se transformasen en verdaderos maestros de oportunidades y líderes de andamio, de los que están encima esperando que la pared del educando siga construyendo lo que será en un futuro cercano.

Pienso que los regalos habría que darlos en mano, frente a frente y no en los balcones, aunque se pierda ilusión, porque ahí se generaría un compromiso, aunque no estuviese escrito en la carta retórica y anual que se lee en las rodillas de algún ser humano, con buena predisposición y con disfraz.

Pidamos un regalo en la pila bautismal, ante las rejas de una celda con alguien que quiere cambiar, en una esquina, mientras se acurruca quien fue desahuciado por los que aplaudieron su mala suerte, ante la pantalla de televisión cuando veamos un niño desnutrido, preguntando al mundo si pudieran dedicarle unas palabras para que entendiera el por qué de su suerte y su abandono.

Y no quisiera que los Reyes Magos tuviesen careta de político, que dijesen la verdad, que no esperasen aplausos, que viviesen sólo de repartir y se alimentaran de miradas, que pudiesen entrar en los sueños y que parasen las balas, que ondearan todas las banderas por igual y que también llegasen nadando,que empujasen a quien no puede caminar y que repartieran migajas para que todos ingiriésemos las mismas calorías, que se pudiesen meter en los lugares más remotos para convertir el agua en coladas, los panes en carne y los guijarros en caramelos.

No se necesitan juguetes de segunda mano sino presencia y de eso cabe mucho en una talega. No se necesitan incienso ni mirra, sino capacidad para juntar manos entre diferentes y lágrimas para aprender a llorar por los demás, agua para deshacer títulos entre quienes no tuvieron oportunidades y coladores para filtrar tanto virus oportunista .

Es cierto que no conozco a los Reyes Magos, pero si sé lo que haría si lo fuera.


Tu amigo, que nunca te falla



Juan 

  

sábado, 4 de enero de 2025

Lo que nos espera

 

Empezamos a caminar por la ruta de siempre, con los mismos zapatos y el mismo estado de ánimo que, al fin y al cabo, son los errores que siempre se cometen.

Pensamos que es lógico proponerse cambios y estructurar la vida del año que comienza, pero ni los planes teóricos ni los rituales de cronogramas planificados nos llevarán a ninguna meta.

No nos detenemos para echar una ojeada a nuestro interior y solo pasamos pendientes de ese mundo que queremos construir de cara a la galería, porque pretender un cambio interior no te hace más popular, no te genera más votos ni  te aporta más ingresos, no te atrae más suerte ni va a  cambiar tu propia aura.

Hay que encontrar el motivo para mirarte en tus adentros y se encuentra en el lamento de una pérdida inesperada, en un trastoque importante en tu salud, en algún comentario que te llegó  al alma, en las pocas oportunidades que le diste al destino y en los pocos avances que tuviste el año anterior, en la soledad asumida o en la distancia balanceada, en el grito  desenamorado o en el embuste que quisiste mantener disfrazado y todo el mundo notó su tinte verdadero, en la catástrofe que te dejó  solo y desnudo de amigos o en tu alma de migrante sin retorno.

No hay libros para aprender a cambiar, al igual que tampoco hay guías para desarrollar a plenitud la maternidad, pero está  en el subconsciente la metodología a seguir y nunca sacamos esa herramienta de la biblioteca que tenemos escondida en esa habitación  tan olvidada de nuestra mente.

Alguien nos mira con recelo, porque nuestra actitud quedó grabada en sus actitudes y se queda doblada en el baúl del alma, como el diagnóstico que nos dieron y no queremos  aceptarlo, la invitación que nunca nos llegó y nos preguntamos  el por qué, el reclamo  que no hicimos por respeto a las normas de convivencia y que nos ahoga con el paso del tiempo, el viaje que no se hizo, el cambio de aspecto que se nota en nuestra cara, los gastos imprevistos que no supimos afrontar o la herencia que sólo convenció a unos pocos y los demás se quedaron atascados en el reclamo constante a la vida.

No nos satisface comer en el mejor restaurante porque la atención se desvía hacia los que no tienen oportunidades de hacer 3 comidas al día. No nos llena  pasear con un coche automático porque se le da más valor a quien maneja un trozo de tabla, desde su imaginación de niño, creyendo que está en un circuito de carreras y no hay lástima en  el mercado, porque antes que escuchar a quien padece una enfermedad crónica o degenerativa, aplaudimos a quien sigue un comportamiento preventivo.

Seguimos leyendo los poemas buscando la rima, pero no el sentido de las palabras. Comemos sin saborear el cariño que puso quien preparó el almuerzo ni el dolor del sacrificio de quien lavó los platos, porque hay que insinuar que faltó un poco de sal para llamar la atención sobre tu buen gusto aparente. 

Miramos el clima por si es buena temporada para viajar o para sacar el último trapo que has comprado e ir acomodando el atuendo a los rayos de sol o a las gotas de lluvia, cuando interesa saber si van a llenarse los pantanos para que otros puedan tener agua potable o energía eléctrica disponible las 24 horas del día.

Nos preocupamos de nuevos hallazgos para descubrir quiénes somos y de dónde venimos, descuidando aprender a ser una nueva propuesta de cambio, dejar firmado quiénes queremos ser y proponernos un cambio real.

Buscamos discursos que nadie entienda para que la novedad los haga dependientes de nosotros. Abrimos caminos para aprovecharnos de los descansos del otro  y  no promovemos el descanso para construir nuevos caminos que aprovechar. 

Nos educamos para desempeñarnos en los espacios que están diseñados, pero no nos formamos para diseñar nuevos espacios que precisen otros modelos de educación.

Nos despreocupamos de encontrarle el sentido a las piedras del camino y pasamos la vida como cuentacuentos, intentando inculcar que lo correcto es darles patadas para retirarlas de nuestra ruta y evitar así las caídas. 

Buscamos atropellar al otro para evitar su progreso, cuando lo interesante sería aprender de esas otras actitudes que hicieron grandes a los demás, porque tenemos miedo a la competencia, en democracia.

No le encontramos la verdad a un gateo, a una arruga, a una expresión o a un vocabulario que destaque lo mejor de los demás, porque solo vamos persiguiendo el aplauso de miradas que alimenten nuestro ombligo.

Descuidamos ser andamios para que otros crezcan en libertad, convirtiéndonos en albañiles que no cumplen su tarea y luego nos quejamos de los vaivenes de la vida.

Hemos aprendido, con mucha frecuencia,  a mirar para otro lado y, al final, siempre nos quejamos del sentido del voto de los demás, como si nosotros no estuviésemos en edad de sufragar. 

Tu amigo, que nunca te falla, te anima a que  te quedes en silencio, te des la vuelta como un calcetín y te propongas cambios , en silencio, para que otros también te lo copien  en silencio. Esta es la mejor  forma de cambiar un mundo estancado en sus propuestas y al que tendríamos que quitarle muchos de los aplausos que algún día le dimos o que aún hoy seguimos dándole.



Juan