domingo, 28 de septiembre de 2014

NO ESCUCHO TU SILENCIO

Cuando salimos y conversamos, hablamos en voz baja o gritamos, reconocemos la voz del otro y estamos acostumbrados a identificar al amigo o al familiar por su voz o sus quejidos. 

No es raro acudir a la Iglesia y escuchar la voz de quienes se sientan cerca de nosotros, porque creemos que los conocemos tan bien que sabemos cuándo acentúan la voz y cuando callan prudentemente.

En las manifestaciones identificamos la voz de los líderes porque ya los escuchamos previamente y no es complejo saber si se trata de quien apoyamos o del contrincante.

En una disputa familiar, al despertarnos mientras dormimos profundamente, nos imaginamos los acontecimientos porque reconocemos la voz que sobresalta en la madrugada o el lamento de quien entra a toda prisa en el salón, con el propósito de transmitir una nota de pesar.

Si alguien en la escuela hace una pregunta enseguida le identificamos por el tono de su voz, su perspicacia o su interés, pues es ese amigo -o enemigo- al que hemos estado escuchando hablar durante todo el año.

Alguien descubre algo inaudito en el trabajo y sabemos, en ese mismo instante, si es Pedro o María, pues su exclamación suena a voz conocida y ya estuvimos enterados que estaban trabajando en algún particular, con lo que sólo faltaba el momento del mismo descubrimiento y el sobresalto subsiguiente.

Si estamos visitando a los enfermos de una sala y alguno llora o se queja, camina hablando o habla caminando, podemos imaginar de quién se trata si ya dio motivos para que todos pensemos en Daniel o en Sebastiana, ya que son los más extrovertidos, desorientados o desconectados, desadaptados o inconformes.

Si en el cine de un pueblo se interrumpe la película por una tos persistente o un murmullo propio de quien no ha aprendido aún a estar entre los demás, todos los vecinos lo identifican con rapidez y pueden afirmar que se trata de Sigfrido "el mismo de siempre".

Sin embargo, si en una iglesia o una escuela habla todo el mundo y, de repente, alguien se calla, somos incapaces de acertar a saber quién fue, porque no escuchamos ese silencio tan oportuno o inverosímil.

La verdad, es que estamos prestos para identificar por la voz pero somos incapaces de reconocer el silencio, simple y llanamente porque no nos hemos detenido algún minuto a reconocer los silencios de los demás.

Todos tenemos silencios cuando nos impresionamos o nos derrumbamos, cuando estamos solos o cuando estamos enfrentados a un destino cruel, cuando nos dejamos llevar y desconocemos el destino o cuando sabemos que se avecina lo peor.

Otros mantienen el silencio cuando se recuperan de algún trastorno muy grave, cuando hablaron más de la cuenta o cuando enmudecieron de pena, al perder su hilo de conexión con el mundo o cuando saben que nunca más hallarán a su lado a la persona que tanto quisieron.

Hay personas que ya saben lo que padecen y no tienen palabras para decir cómo se sientes, que se les fue el vecino o que se sienten incapaces de seguir adelante, que la vida les dio un duro golpe o que otros le hicieron callar a la fuerza.

Y como no estamos acostumbrados a escuchar el silencio de los demás, para compartirlo y romperlo con nuestro apoyo constante, es imposible que lo reconozcamos.

Y sin embargo, si alguien me dijera "he sido capaz de reconocer tu silencio", le diría "me alegro que compartas mis dudas y mis silencios, porque sólo así sé, a ciencia cierta, que nunca más estaré sólo".

Tu amigo, que nunca te falla.


JUAN

jueves, 25 de septiembre de 2014

¿DE QUÉ MATERIALES SE FABRICA EL APLAUSO?

Cuando miramos y aplaudimos estamos agradeciendo a la vida que se nos presentase ese hecho o hubiésemos tenido la oportunidad de estar ahí, en el momento preciso, cuando ocurrieron los acontecimientos y nos permitieron ser vigilantes de lo sucedido.

En ese instante, sin mediar palabras, nos encontramos aplaudiendo de emoción porque consideramos que no hubiésemos podido hacerlo mejor y nos brota una sonrisa que acompaña a esas palmas de entusiasmo por lo que aprendimos de los demás y, desde el corazón, escribimos ese aplauso para reconocimiento de algún gesto que brotó de alguno de los intérpretes de la vida, ciudadanos que nos dieron una lección con su comportamiento o su actitud.

También hay momentos en que aplaudimos a actores y cantantes, por no desentonar con el resto, ya que no reconocemos el éxito y queremos pasar desapercibidos, pero ahí el aplauso va cargado de desinterés y menosprecio.

Algunos días nos levantamos cansinos y no somos capaces de aplaudir ni a los nuestros, por lo que demostraron cariño por los demás, lo que fueron capaces de construir o destruir, e incluso por lo que se levantaron y fueron valientes para seguir trotando por los caminos de la vida, muy a pesar de las circunstancias que le rodearon.

En algunos ámbitos hay que aprender a aplaudir porque si no lo hiciésemos aparentaríamos que somos ingenuos o legos en la temática que escuchamos o la representación que vemos y nuestro bagaje cultural puede quedar en evidencia.

En determinadas etapas de nuestras vida aplaudimos con entusiasmo diferente y enfoques distintos, pues un niño puede aplaudir un gesto caricaturesco de la madre y un anciano puede aplaudir que un eructo haya interrumpido un silencio de ultratumba.

Hay aplausos grabados porque los organizadores de los eventos no confían en que la gente reconozca el esfuerzo de los que participarán en el evento planificado y, de vez en cuando, encienden el aparato y suena un estruendo de aplausos para cargar de ánimo la sala y extraer algún tímido aplauso adicional a los indecisos del momento o a quienes no llegó el tema, la letra o la música que se lanzó al viento.

Hay aplausos con ritmo que se castigan cuando se descompasan o aplausos sin rima que parecen agonizar por la lentitud de los movimientos, aplausos efusivos porque los quieren sustituir por el beso que le darían a quien los estaba mereciendo en ese preciso momento, aplausos respetuosos porque el ambiente lo permite y aplausos con eco, ya que no acaban nunca, como queriendo perpetuar el agradecimiento a quien nos llenó de palabras y motivos para seguir luchando.

Hay aplausos insonoros porque se quedan en el intento y aplausos cobardes, porque no están compenetrados con la expresión facial, aplausos con picardía por cuanto se lanzan oportunamente ante un desliz o equivocación manifiesta, aplausos de liderazgo cuando nos ponemos de pie y llevamos las manos hacia la cabeza de quien se los merece sin menoscabo y con mucha razón.

Hay aplausos resignados, como los de quienes reconocen que han sido superados y no quieren aceptarlos, aplausos famélicos por el sigilo del contacto de las manos y aplausos húmedos por el estrés que viven unas manos sudorosas.

Hay aplausos rotos porque se interrumpen con facilidad, aplausos enfocados, como los de quienes quieren hablar de otros y los aplauden por lo poco que manifiestan, destacándolos con ironía y sin pudor. 

Hay aplausos egoístas al reconocernos lo poco que hacemos y aplausos falsos por el vacío de una palmas que no suenas a nada, en medio de la nada.

Por tanto, es mejor aplaudir lo que sentimos y lo que lloramos, lo que reconocemos y lo que manifestamos, lo que vivimos y lo que aprendemos. Lo demás no tiene los materiales ni ingredientes necesarios para fabricar un aplauso.

Tu amigo, que nunca te falla.


Juan

martes, 16 de septiembre de 2014

¿POR QUÉ HACEMOS SIEMPRE LO MISMO?

Nos acostumbramos a comer e ingerimos siempre lo mismo, nos ponemos a trabajar y sudamos el mismo sudor, bailamos y damos los mismos pasos, lloramos y usamos el mismo pañuelo, nos callamos y siempre suena igual el mismo silencio.

No sé por qué nos da tanto miedo ser diferentes y hacer algo que no nos identifique ni que afecte a nadie, por que así vamos a aprender de una experiencia sencilla, al alcance de cualquiera e inesperada en el aprendizaje que vamos a interiorizar, eliminando la monotonía de nuestras vidas.

Procuremos comer con la mano izquierda o caminar por la acera de enfrente, cortemos el pelo un poco más de lo normal o aprendamos a cepillarnos los dientes antes de cada comida y no después, para que encontremos la diferencia entre lo que pensamos y lo que realmente sucede cuando estas cosas ocurren.

Procura besar a tu hijo en un momento inesperado o dale una palabra de aliento a quien está feliz, deja que los demás te critiquen sin protestar o acude a una reunión de amigos, de aquellos a los que siempre criticaste.

Intenta rezar en serio o respirar por necesidad, cierra los ojos para ver más allá de lo que puedes divisar y camina para ir al servicio higiénico público que está en la otra calle, sin necesidad de encender el carro, abraza a tus padres el día en que no cumplan años y levántate temprano para prepararle el almuerzo a los tuyos.

Prepárate para hablar con tus hijos del tema que se les ocurra, acepta todo lo que te ocurra ese día y espera que la vida le de la razón a los que te regalaron algo desde el corazón, porque en la aceptación está la etiqueta del verdadero regalo.

Llama a todos los que conozcas y pregunta el nombre a quienes no hayas visto jamás, detente a leer algún epitafio y reconoce las estatuas del lugar donde vives, acude a alguna institución pública y mira cómo funciona todo antes de hablar con desconocimiento y juega el partido de fútbol que nunca te atreviste, para que entiendas el esfuerzo que supone jugar y el menosprecio de haber fallado un penalty.

Escucha durante horas a las personas mayores y hazles preguntas para que te noten el interés, tómate una cerveza junto al que tiene un cólico renal para que sepas el por qué la toman ellos y ve a una sala de espera para que aprendas a echar paciencia.

No tengas miedo de sacar la basura sin taparte la nariz y limpia al niño pequeño, porque tú también eres su padre, corre al encuentro del vecino que tiene un problema y ayúdale sin esperar nada a cambio, acude a las reuniones de padres y convéncete del papel que te toca en la construcción de una educación de calidad para el futuro de tus hijos.

Aconseja a tu hijo sin gritarle y vístete como él, peínate diferente y disfrázate para que no te reconozcan en la casa, juega a esconderte para que descubras la iniciativa de tus hijos y mándale muchos besos a tu madre, que siempre los está esperando impaciente.

Procura dar sólo buenas noticias, a pesar de las circunstancias y no hables de lo que rinde dinero para los demás, rompe tu propio diario y aconseja que los demás hagan lo mismo para que no sufran por lo realizado, no limpies la suela de tus zapatos que tanta historia de recorrido albergan y ve a comprar al mercado, aunque desconozcas lo que le gusta a los tuyos.

Escucha música y camina abrazando a los tuyos, no des propinas sino consejos y hazte presente en el interior del colegio donde estudiaste, porque eso rejuvenece tu madurez y revive tus esperanzas, opina de lo que pasa en el mundo y pídele a tus nietos que emitan su propio criterio para que valores más la calidad humana de tu propia sangre.

Manda un mensaje virtual y luego comprueba qué sintió la persona que lo recibió y compleméntalo con un piropo, repártete al final la comida y sal a la calle si llueve.

Antes de acostarte ve a un ancianato y pregunta a alguien qué hora es y todo el mundo estará contento porque alguien entró inesperadamente en sus vidas y les darás ilusión por el mañana. No grites en un campo de fútbol y saluda a todos en la distancia, no maldigas antes de escuchar y procura ser feliz sólo por no hacer siempre lo mismo.

Tu amigo, que nunca te falla.

JUAN

lunes, 1 de septiembre de 2014

HACE SOLO UN PASO QUE DI EL PRIMER PASO

Muchas personas se piensan si deben, o no, dar el paso que se han propuesto y para lo cual analizan todos los posibles inconvenientes y se plantean desde los más tristes y negros hasta los más promisorios, como si de una cuestión de estado se tratase.

Otros, sin embargo, se proponen avanzar para dar envidia y lo anuncian por todos los medios de comunicación social habidos y por haber, como si se tratase de una oferta pública de empleo a la que todos deben tener acceso.

Al momento de pensar queremos compartirlo, porque parece que la moda es manifestarte como el propietario único de la motivación que te va a impulsar a poner algo en marcha y por lo que te consideras único e intransferible.

Ya está todo el mundo enterado de los detalles y ahora quieres tardar un siglo para avanzar, porque la gloria está en que recibas todos los aplausos disponibles y estés en la primera página de todas las revistas y semanarios.

Te preparas para no recibir golpes, aún habiendo recibido elogios, por lo que incluso después del baño de multitudes das marcha atrás y te arrinconas por un tiempo, ahogándote en tu propio desliz de prudencia, que no es sino un desperdicio de vanidad y te vas alejando socialmente hasta que algún otro día te sientas presa de otra idea que quieras poner en marcha, aunque sólo sea con el propósito de confundir y vanagloriarte en tu propio espacio de ignorancia.

A veces, pensamos que todo va mal porque lo hemos compartido y los demás son los únicos culpables confesos de lo que ha ocurrido con nuestra propuesta, pues manifestar nuestra ruta fue el error que nos llevó al desastre de una muerte anunciada.

No pensamos, si quiera, que dar un primer paso anunciado y predestinado al descalabro, puede arrastrar a otros muchos ingenuos, en espera de brillantes destellos fugaces de oportunistas de los ratos muertos, pueden seguir maltratando sus ilusiones porque se dejaron arrastrar sin pensar en las consecuencias más ligeras o inmediatas.

Es mucho más prudente ser reflexivo y plantarte ante el destino, descifrar bien tus posibilidades frente al proyecto de vida que has emprendido, derramar ímpetu sin igual y lanzarte sin miedo, procurando que tus debilidades se transformen en fortalezas.

Cuando hayas adelantado un paso te darás cuenta que, sin haberlo hecho público, te ha vestido de grandeza por haberlo conseguido sólo, sin empujones ni planteamientos superfluos de prejuicios inútiles, que fue parte de la direccionalidad que quisiste imprimir a tu vida y que estos momentos son los que van dejando escrito un rastro de actitudes positivas, por si alguien quisiera seguir tus huellas.

No es bueno presumir, pero es digno mirar hacia atrás y decir, con la boca llena de esperanza y vestido de seguridad y verdad "Hace solo un paso que di el primer paso".

Una vez seguro del paso que diste ya nadie te puede parar porque iniciaste un camino por propia convicción, lleno de una fuerza interior que te mueve por inercia y con un bagaje de aprendizaje y una personalidad construida a base de empeño, que vas a necesitar mejorar tu temple para aguantar a todos los que te van a seguir.

Sinceramente, frente a los que anuncian lo que quizás no sean capaces de pragmatizar y todo lo dejan al nivel conceptual, prefiero dar los pasos necesarios y descansar, para mirar atrás y decir que ya avanzaste un paso y que el camino te lo ha permitido, que las circunstancias no han podido detenerte y que es el momento de seguir forjándose objetivos a corto y mediano plazo, que la felicidad es creer en tí mismo y que la seguridad que te imprime confiar en tu empuje es la gasolina que te cargará para seguir adelante.

Dejar de aplaudir otros comportamientos porque creas que tú nunca serás capaz de avanzar, no pienses ni hagas públicos tus intentos y mira hacia atrás cuando hayas dado el primer paso, porque ahí está la grandeza del ser humano y te encontrarás con miradas de aplausos de quienes de ahora en adelante empezarán a confiar en ti y seguirán por el sendero que les abras en la vida.

De ahora en adelante ya no puedes regresar, sólo seguir a tu nariz y aprendiendo de los roces del viento y las gotas del rocío, del canto del pájaro y del sudor de los que vayas encontrando en el camino; en otras palabras, irás aprendiendo a superarte y a ser cada día mejor ser humano, la única estrategia para poder seguir siendo tú mismo, con una pizca más de presencia en este mundo, con la verdad de lo que ya hiciste y bien y no con la quimera de lo que harás, aunque en el fondo eres incapaz de dar ese primer paso.

Vuestro amigo, que nunca os falla


JUAN