martes, 30 de enero de 2018

EL LENGUAJE DE CADA PUERTA



El misterio de cada puerta
es que habla de lo que hay adentro,
sin pronunciar palabra cierta.



Toda puerta tiene un mensaje que pretende ser traducido, siempre y cuando nos levantemos conocedores de lo que está pasando dentro y de lo que se pretende traducir hacia afuera, lo cual es un lenguaje que se habla en la calle del día a día de los pueblos.

Una puerta cerrada, durante la mañana o la tarde, nos puede hablar del desencanto que atrae los problemas de difícil solución, o de la necesidad de paz y recogimiento en el silencio de coyunturas que pretenden resolverse, de puertas hacia adentro.

Pero si la puerta cerrada rompe la costumbre de espacios ventilados, a través de puertas acogedoras y abiertas -de par en par- es porque ha ocurrido algo que requiere que llamemos para informarnos y ofrecer nuestro apoyo más incondicional.

Hay enfermos que cierran la puerta y, si se encuentran peor en su evolución, se aíslan de vecinos y curiosos para no recibir visitas impertinentes que alterarían aún más el estado de ánimo, esperando que el silencio y las prescripciones del médico sigan haciendo su trabajo lentamente, aunque a veces no se pueda divisar una luz al final del camino.

Hay puertas entreabiertas, invitando a pasar a las personas de buen corazón que quieran preguntar por la evolución de un paciente, que no se resiste a ser visitado aunque le cueste trabajo mantener un diálogo durante el tiempo de encuentro.

Hay, también, puertas abiertas que ventilan comentarios y chismes, con entrada libre para quienes comparten esa filosofía de vida y aportan en la construcción de un presente, que puede determinar el futuro en base a la tergiversación del comentario o al eco de palabras huecas.

Hay puertas que esconden secretos que suenan a castigo y ahí siempre se encajan por miedo a que el frío, o las malas lenguas, dispersen o congelen los vaivenes de vidas que son muy personales y no existe el criterio firme de hacerlas públicas, sin pena ni gloria.

Hay puertas que reciben a quienes llegan, abriéndoles su corazón para que se sientan bien hallados, mientras que hay otras puertas que rechazan visitas momentáneas o minutos de allegados, porque se construyen secretos sobre verdades universales.

Hay puertas opacas, que no permiten ver más allá de la calle, lo que se pretende interpretar siempre por los vecinos más cercanos a la luz de los acontecimientos más inesperados.

También hay puertas que pretenden servir de entrada a fortalezas, donde su interior te traslada a otra época y con otra filosofía de vida.

Hay, asimismo, puertas con timbre que alertan de la llegada y ponen en sobre aviso a los que habitan el espacio, pudiendo aprovechar el momento para sentirse acompañados, interpretar el soporte que se hace presente o aprovechar la coyuntura para vomitar los sinsabores, a través de un diálogo franco o rancio, dependiendo de la hora y el estado de ánimo..

También hay puertas que se atrancan para no compartir, por miedo a que la calle se entere de los misterios que esconden los comportamientos humanos.

Para todas estas puertas debemos estar atentos, como verdaderos ciudadanos del mundo.

Tu amigo, que nunca te falla


JUAN

miércoles, 24 de enero de 2018

CADA DESPEDIDA ES UNA LECCIÓN DE VIDA


Como ser humano me ha tocado escuchar despedidas de pacientes que consideran que deben hacerlo, por el simple hecho de que han recibido una llamada de algún lugar y en algún lenguaje muy concreto, anunciándoles que deben detener su marcha en esta vida y preparar las maletas.

Aún estando de acuerdo en que todos vamos a viajar, en uno u otro momento de nuestras vidas, lo que impacta y sobresalta es la forma de despedirse de cada quién, no sé si porque cada quien escucha de modo diferente el mensaje o porque quien lo anuncia no lo ajusta a la personalidad de todos y cada uno de nosotros.

Y es que algunos pacientes, enfrentados al reto de patologías que van mermando sus energías y agotando sus deseos, simplemente levantan la mano y solicitan un alto para transitar en paz, y sin sobresaltos, de este mundo al otro, sugiriendo al profesional que no siga intentando ir a contracorriente.

Un ser humano, en una ocasión muy concreta, viéndose abandonado a su suerte y en la más sencilla humildad de la acogida en la que se encontraba, quiso marcharse transmitiendo su legado mientras me tomaba la mano, confesando una vida de altibajos y excesos, con lo que se despojó de un hábito maltrecho que condicionaba su existencia y su abandono prolongado.

Hay personas que sienten un dolor inmenso al no sentirse preparados, por tareas pendientes en su vida o proyectos inconclusos, con lo que pretenden buscar ayuda y exigen un control constante de los mínimos detalles, queriendo hallar la luz en medio de las sombras y logran respirar el tiempo suficiente para estabilizar su vida y, al recibir la segunda llamada, empiezan a sentir la paz que siempre acompaña a quien está llamado a transitar espiritualmente por esta ruta de la vida al más allá.

Me ha tocado vivir experiencias de seres humanos que reconocen que ya no verán la luz después de una intervención quirúrgica y se despiden antes de entrar bajo el efecto soporífero de la anestesia, conocedores que la mesa de quirófano será su testigo más fiel de la transición que les está esperando.

A veces, pensamos que en la siniestralidad no ha habido espacio para la despedida, pero si fuésemos capaces de ahondar en nuestros recuerdos y revisar las llamadas que nos hacen a lo más profundo de nuestra alma reconoceríamos que en esos segundos -antes de ser asesinados o de sufrir un accidente mortal- siempre se acordaron de nosotros y nos dejaron una esquela para que la revisásemos en silencio.

No podemos negar que cada edad tiene su modo de despedirse y por eso los niños toman la mano de sus progenitores antes de expirar, los abuelos esperan pacientes la mirada de sufrimiento de quienes más quieren y los solidarios de corazón salvan en el último instante a sus compañeros para irse con la alegría de dejar parte de su existencia (como amigos, parejas, padres o abuelos) en este mundo.

Y parte de esta lección de vida es el reconocimiento fiel de que algo ocurre, que hay una predestinación que está ahí latente, que todos aceptamos por necesidad la partida y que la despedida tiene un mismo lenguaje, el que cada cual interpreta y transmite.

Tu amigo, que nunca te falla, te recomienda que te plantees este momento en tu vida y aprendamos de las lecciones de vida de cuantos fueron viajeros en el tren de la vida, en la estación que les tocó despedirse para siempre.


JUAN 


viernes, 19 de enero de 2018

APRENDE DE LOS MOMENTOS INVISIBLES






      Por cada momento de aplauso
hay cientos de miles de momentos invisibles,
por eso somos capaces de analizar la forma
y nos perdemos al querer estudiar el fondo.

Juan Aranda Gámiz




Nunca he visto anunciarse el rocío, sino que te levantas y ahí está, pero ha ocurrido porque se han dado una serie de circunstancias que han propiciado que ello ocurra y todos han sido invisibles, desde el frío que se palpa y la flor que se arruga para protegerse, la luz que despierta al amanecer y las voces que no se pronunciaron en esa mañana.

Nunca he visto formarse un sueño, sino que te duermes y empiezas a darle vueltas a proyectos inconclusos, actitudes desagradables, esperanzas frustradas, imágenes que te impactaron y soledades que te acompañaron, por lo que el cerebro inicia un proceso de relajación y re-composición de momentos, que han sido invisibles para todos nosotros y arma un sueño, del que disfrutas y te alientas a seguir vivo.

Nunca he visto el interior de una lágrima ni las fuerzas que impulsan su resquebrajamiento o disolución, pero ahí hay una vida cargada de dolor, o alegría, que no ha sido capaz de medirse ni cuantificarse porque es invisible y precisamos abrazar a quien llora para sentir su verdadero dolor.

Nunca he visto el mensaje de una mirada, porque pareciese que todos miramos por igual y, sin embargo, lo hacemos de modo tan diferente, de acuerdo a nuestras intenciones y propósitos, que precisamos del traductor del alma para que seamos capaces de interpretarla y agradecerla, o analizarla y rechazarla.

Nunca he visto la fuente de poder de un luchador, en contra de tanta adversidad, menosprecio, castigo o pseudo-verdades normatizadas, pero esa pelea interior por defender tus derechos, esa entrega vital por amparar los derechos del otro o el simple instinto por sobrevivir en un mundo de desiguales, a pesar de ser invisibles, siempre contarán en el resultado final.

Nunca he visto la capacidad de entrega de unos padres ante la lenta despedida, y anunciada, de un hijo, que quiere transmitirles que su rol está definido y su tarea cumplida y precisa tomar la maleta con la satisfacción plena de haber dado vida a unos seres humanos, aunque también progenitores, que no esperaron nunca recibir una lección de vida tan noble, enternecedora y cercana y ese momento invisible siempre se llevará adherido al cuerpo, por los siglos de los siglos.

Nunca he visto un aparato que mida la fe en lo que haces y en lo que el mundo proyecta, en las palabras próximas y en los aplausos de nuestro corazón, en los líderes que sólo buscan dar ejemplo y en las voces anónimas y desesperadas, pero es parte de un mundo invisible en el que vivimos a diario.

Nunca he visto llorar a mis ojos después de leer una nueva entrada a mi blog y hoy lo he hecho, porque es ese otro momento invisible que me ayuda a seguir luchando.

Tu amigo, que nunca te falla


JUAN 

martes, 9 de enero de 2018

CON MÁS CAPAS QUE UNA CEBOLLA





Toda cebolla desprende una chispa
si se la intenta despojar de sus capas
y esa lágrima que siempre brota
es de dolor sentido y de alegría manifiesta.

Juan Aranda Gámiz



Venimos al mundo cargados de un potencial desconocido, necesario para conocernos mucho mejor y para aprender a despertar de la somnolencia en la que nos meten el orgullo desmedido y la auto-complacencia, al creer que necesitamos ser mucho más de los que fuimos unas horas antes.

No nos hemos dado cuenta que somos cebollas enteras,  envueltas por una fina membrana o capa que le da esa tonalidad anaranjada, seca y curtida, adherida a la secuencia de capas que la constituyen y que, conforme vamos desprendiéndolas nos percatamos que lloramos más y más, esperando terminar muy pronto con esa tarea, sin pensar en el aporte que dará al plato que estamos preparando.

Tenemos que aprender a quitarnos capas que nos cubren, con el único afán de descubrirnos en una capa inferior y asombrarnos con nuestro propio potencial, pero a costa de llorar con las salpicaduras y angustiarnos cada vez que encontramos una habilidad o un toque especial para algo, una sensibilidad muy marcada o un temor que desconocíamos hasta ese instante, una apetencia o un sabor que nos descubre en nuestras gustos y sinsabores.

A veces, incluso, nos desprendemos de capas que no aportan nada en nuestras vidas, como el deseo de maltratar o la falta de apego a las caricias o los abrazos, el afán por competir constantemente con quien tenemos a nuestro lado o el menosprecio por lo ajeno.

Pero para acercarnos a la cebolla hemos de haber instalado en nuestra mente el diseño del plato que queremos y eso nos obligará luego a cortarla de diferentes modos y maneras, aliñarla con lo indispensable para que se integre en el conjunto y permitirle que su aroma, en crudo o aromatizada, sancochada o hervida, frita o asada, sea un elemento diferencial para imprimir un sello culinario a nuestro aporte.

En la vida tenemos que pensar en las diferentes situaciones en las que nos involucremos para poder quitar hojas a la cebolla y descubrir quienes somos ante tales vicisitudes y cuál es nuestra real capacidad de aceptación, integración o predisposición para afrontar complejidades y opciones de vida, con lo que nuestra personalidad se irá integrando, cada vez más y seremos capaces de crecer en la adversidad, madurando frente a los retos que nos imponga la vida.

Aquel que no participa, que rechaza inmiscuirse o que se aleja para no sentirse parte del problema, está mostrando sólo la cara de la capa de la cebolla con la que nació y se va oxidando -poco a poco-, no dando la oportunidad para que los demás lo descubran en sus verdaderas potencialidades porque jamás se enfrentó a sí mismo y prefiere vivir dormido que soñar despierto.

Que nuestra vida siga siendo como la cebolla, entregando aportes diarios que hagan brotar lágrimas, pero eso significará que hemos sido capaces de desnudarnos y presentarnos cada vez más sinceros ante el mundo, con la verdad de la cebolla, para que a la hora de morir sintamos que nos hemos deshilachado y despedazado, a lo largo de nuestra existencia, quedando sólo el cogollo que nos transmitirá que hemos vivido para entregarnos y no para conservarnos, porque al final acabaríamos podridos por dentro y por fuera.

Tu amigo, que nunca e falla


JUAN



lunes, 1 de enero de 2018

PARA QUE NO TE OLVIDES



PARA QUE NO TE OLVIDES
Juan Aranda Gàmiz


Hoy quiero ser yo quien se acuerde de ti, ciudadano insensible que crees estar por encima de los demás y, sin embargo, eres como el polvo porque vienes del pueblo y a él te debes por siempre, jamás.

Quiero que en este año no te olvides cuando hablas sin pensar y prometes vivienda por doquier, como si la tensión en el mundo la calmara un montón de frases hechas y pretendieses, además, recibir un aplauso por una promesa sin sentido, al calor de una hoguera debajo de un puente o en el espacio reducido de un garaje, habilitado para dar cobijo.

Quiero que no te olvides cuando prometes paz y propicias la guerra, contribuyendo a que generaciones de infantes se formen en el odio y la disputa sin diálogo, porque ellos serán los que escribirán las leyes que nos permitirán envejecer sin soportes.

Quiero que este año no te olvides cuando quieras proponer equidad de género en las listas y te olvides de las políticas para la igualdad entre seres humanos, defendiendo los derechos de quienes aún se sienten salpicadas por la violencia de género o ven estupefactos, con ojos de niño, las crueldades de los adultos y sólo nos limitamos a establecer récords para la historia.

Quiero que este año no te olvides cuando te sientas arropado por la moral y luego encerrado o perseguido por la lujuria de una posición que debió ser de servicio y, más tarde, convertido en filón y por eso se te tiznó la cara de minero y dejaste de ser un líder verdadero.

Quiero que este año no te olvides cuando pretendas adoctrinar con la educación y no permitas la libertad de que los más jóvenes te critiquen en tus afanes desmedidos y obsoletos, con pretensiones de yugo y sumisión.

Quiero que este año, usurero del mundo, no te olvides cuando veas que las estadísticas vitales nos indiquen la cantidad de fallecimientos por causas no naturales y te sientas reflejado en las páginas de culpabilidad por haber impulsado conflictos bélicos, haber propiciado la compra de armas o violado los conciertos y acuerdos internacionales, haberte olvidado de las carreteras o de los desacuerdos encarcelados.

Quiero que este año no te olvides si no has puesto de tu parte para que se pueda caminar por la noche en las calles de tus pueblos y ciudades, si sólo un niño es raptado o condicionado y maltratado en sus derechos, si los abuelos se aburren de ser ancianos o las madres se cansan de parir con dolor y sin asistencia.

Quiero que este año no te olvides si eres elegido y no das la talla, si eres cuestionado y no rectificas a tiempo, si eres abandonado a tu suerte y no despiertas de tus sueños de grandeza, si dices mucho de lo que no haces o haces poco de lo que dices.

Quiero que este año no te olvides si la gente te sigue aplaudiendo por miedo y no por respeto, si los ríos se desbordan por temor a ser encauzados, si en las escuelas no pueden convivir miradas y religiones diferentes, si los embarazos siguen llegando cuando haya una pizca de deseo o el asesinato siga siendo una forma de comunicación social que intimide y acorrale, calle y determine.

Quiero que este año no te olvides si tu familia tiene más poder que la misma Naturaleza, si las decisiones son tomadas por impulsos y no por reflexión y si tus bolsillos siguen pesando más al terminar tu mandato que cuando empezaste.

Quiero que este año no te olvides si no has puesto en marcha un programa para medir cuánto reímos y no a quién votamos, o cuánto empleamos de nuestro tiempo libre y no dónde radica el centro del aburrimiento o si vamos a re-codificar el gen del envejecimiento.

Quiero que este año no te olvides si más gente tiene que salir de los países para investigar fuera de sus raíces y costumbres, si sigue habiendo familias excluidas e incomprendidas o si las cruces sólo deben estar en las iglesias.

Quiero que este año no te olvides si hay una sola persona sin diagnóstico o un solo abuelo sin rincón, si va a subir antes el premio de la lotería de “El Gordo de Navidad” que el salario básico o si, por fin, cada hurto deberá ser devuelto, multiplicado por 100.

Quiero que este año no te olvides que es una obligación cumplir con lo que alcanzan a recaudar los programas con fines sociales y que hay que darse una vuelta por el interior de las decisiones, vaya que queramos que llueva sobre mojado y luego nos quejemos de sequía en los huertos famélicos.

Quiero que este año no te olvides si quieres seguir siendo un político de trastienda y no un ciudadano del mundo que lleva su alma por bandera.

Desde la otra esquina del planeta, esperando que este año no te olvides


JUAN