miércoles, 26 de octubre de 2016

CON LO FÁCIL QUE ES OBSERVAR


Cuando doblamos un papel, una y otra vez, obtenemos un paquete más reducido que, al abrirlo, nos sorprendemos por la regularidad y geometría de los dibujos que aparecen ante nuestros ojos, más aún si hacemos un corte y no podemos adivinar en lo que se convirtió.

Los consejos son como los dobleces, porque van consiguiendo construir y edificar, ir armando una conducta o una predisposición, una actitud o un estilo que, al descubrirlo, encontramos la armonía y el encanto de los gestos y las maneras y hasta cualquier herida provocada se transforma en virtudes geométricas que pareciesen extraídas de un cuento.

Cuando saludamos por la calle estamos seguros que cumplimos con una norma cívica y hasta podría gestarse una entrevista informal por la que conozcas más del mundo e influyas con tu punto de vista en el devenir de la historia. 

Caminar, sin mirar a los lados, es como pasar de largo por la vida de los demás sin preocuparte de participar e influir en su mundo diario, con un menosprecio por todo lo que no se refiera a ti y por eso preferimos, a veces, huir de tertulias y conversaciones de ratos de reencuentro.

Ojeamos un libro y pasamos rápidamente las hojas porque no nos atraiga la trama o el relato, pero cuando llegamos al final entendemos que no extrajimos ninguna enseñanza, muy posiblemente porque le imprimimos una velocidad desmedida a nuestra lectura.

La vida no es un recorrido fugaz, sino que vamos construyendo lo que somos al saborear los momentos que vivimos y, acelerar nuestros pasos, puede llevarnos a acabar antes nuestro recorrido sin haber comprendido el verdadero sentido del tránsito.

Si acudimos a una biblioteca y elegimos un libro para consulta o lectura, entre tantos otros disponibles, y al salir juramos que no regresaremos más por el tiempo perdido, es probable que se deba a que no supimos seleccionar bien la temática, acoplada a nuestras necesidades, el momento y nuestro estado de ánimo.

Al dialogar, a veces escogemos temas candentes que precisan de una puesta en común, pero en ocasiones no es el momento ni nuestra actitud es la más predispuesta en ese momento y somos capaces de caminar hasta en contra de nuestros principios más sólidos.

Hoy leí que bostezar sirve para refrescar nuestro cerebro y es probable que otro día se publique que mirar ayuda a disipar la imagen que tenemos de las circunstancias, aunque la verdad es que bostezamos y miramos porque es parte de los procesos bioquímicos y fisiológicos del ser humano.

Necesitamos vincularnos con los demás para aprender y regalar, compartir y generar, pero también es probable que regalar palabras de ánimo nos ayude a ventilar nuestro egoísmo y aplaudir reconforte nuestra envidia escondida, aunque sean actitudes propias del ser humano.

Enseñar es algo tan natural como caminar, porque siempre se tiene un punto de partida y un destino que alcanzar, aliviando cada paso con el anhelo de llegar a la meta.

No podemos agotarnos ante el primer descalabro en el apoyo a los demás, porque sólo es un paso y no donde queremos llegar, reconociendo que a veces es temporal y, en ocasiones, para toda la vida.

Una llama se aviva con poco esfuerzo e ilumina un espacio inmenso, proporciona calor y permite convocar a personas -a su alrededor- en días fríos.

El testimonio debiera ser como esa llama, del que cueste muy poco desprenderse y que llegue a motivar a muchas personas -al mismo tiempo-, por su contenido de verdad y su propuesta de cambio, su espacio para abrir puertas de oportunidades y el mensaje que lleva en su interior.

Tu amigo, que nunca te falla


JUAN