sábado, 17 de enero de 2015

NO LE DIGAS QUE ESTOY AQUI

Hay muchas personas que pasan todo el día pretendiendo vivir en la más triste y ensombrecida soledad, porque les da miedo o cierto reparo compartir su tiempo y sus experiencias, pareciendo que se van a tiznar de alegría o movimiento.

En este propósito de aislarse de todo y de todos cabe siempre un remordimiento por lo cometido y, aparentemente olvidado, por lo prometido y nunca cumplido, por lo acaecido y nunca desmenuzado, por la apatía nunca explicada, por las decisiones que nunca germinaron o por las relaciones menos compartidas.

Por esto mismo, muchos hermanos no quieren ver a sus propios hermanos, surgiendo la rivalidad y los celos como motivo principal de discordia, cuando no es la herencia o la maldad de un gesto, previamente premeditado. Y es entonces cuando nos preguntamos si hay algo de herencia en estas frases "No le digas que estoy aquí" y eso quiere decir que no quiere verles ni tocarles, hablarles y mucho menos compartirles.

A veces, los hijos no desean rozarse con los padres ni sentir su perfume, aunque estén sentados esperando, muy a pesar de lo que fueron y nunca reflexionaron ni se propusieron mejorar, ya que el paso de los años sedimenta y permite que la sensibilidad vuelva a envolver sus cuerpos y es entonces cuando decimos "No le digas a mis padres que estoy aquí".

Por ello creemos que vamos a reabrir heridas y que los temas de conversación se van a repetir, pero en el fondo es un sentimiento de dolor que nos corroe por dentro y no queremos desprendernos de él, ya que nos sentimos humillados, maltratados, comparados o marginados en nuestro propio hogar, desde nuestra óptica y ahora no deseamos perdonar "a secas", con lo dispuesto que está el perdón a que compremos todos los días un cuarto de kilo para brindárselo a quienes nunca lo esperaron de nosotros.

Qué simpático quedaría que a unos padres se les dijese "Ya todo está perdonado y ahora quiero deciros que estoy aquí y que voy a abrazaros, porque vosotros lo necesitáis y mi cuerpo me lo pide a voces".

Hay seres humanos que tratan a las mascotas con menosprecio y siempre expresan lo mismo "No le digas que estoy aquí", porque me va a rondar y luego va a estar llorando cuando me vaya, cuando lo importante es regalar presencia y cariño, aunque sea a cuentagotas, ya que la bondad se siente y los regalos del alma motivan a todos los animales sobre la tierra.

Y hay también quien le dice a su familiar, "si sales al patio, no le digas a las plantas que estoy aquí", porque llevo la mala suerte conmigo y se van a secar, cuando las plantas se colorean de verde y toman una tonalidad brillantes cuando escuchan nuestra voz y lo único que esperan es el roce de nuestras manos en sus hojas y sus flores para seguir embelleciendo ese espacio de nuestra casa.

Hay abuelos que les dicen a los padres de sus nietos "No le digas que estoy aquí" y los más pequeños siguen jugando pero con la esperanza de que un abuelo-a les ayude a mover el tren pesado de juguete y les cuente historias en voz baja, porque eso les llena de vida y también les ayuda a crecer mejor.

Hay seres humanos sin corazón que menosprecian la cercanía o titubean, muy de cerca, cuando algún familiar está enfermo y no se acercan porque tienen miedo de ser rechazados o de complicarles más la existencia con su propia presencia, porque eso trae al momento historias vividas de una vida pesada, a veces turbulenta y cargada de pesares.

Lo importante, siempre, es disculpar en silencio y brindarles una sonrisa, porque eso es parte del complejo de pastillas que se toma en ese momento, sabiendo que la presencia convencida ya es una reconciliación esperada y vivificada. 

No podemos aceptar a hijos que llegan a una residencia a dejar algo de ropa o un poco de comida para su familiar y que le digan a los responsables "No le digas que estoy aquí", porque los abuelos no necesitan regalos sino presencia y sostén, no desean comida sino alguien que les escuche y no precisan cantidad sino calidad, pues luego la soledad se encarga de amargarles, poco a poco, su triste existencia.

Si piensas llegar a tener más de 75 años, con la paz interior de quien cree que ha hecho las cosas lo mejor que ha podido, no hables con palabras altisonantes "No le digas que estoy aquí", procura hablarles al oído y decirles, con toda la calma y la felicidad del mundo "Ya estoy aquí y lo primero que hago es venir a verte, porque lo necesito desde lo más profundo de mi corazón".

Todos somos responsables de que otros digan "No le digas que estoy aqui", pero alguien debe dar el primer paso para que el encuentro se transforme en miradas y estas en perdón, que nunca será olvido hasta que los gestos no demuestren con seriedad que la única verdad es, y siempre será, el ánimo predispuesto para "desear estar ahí y sin deseos de escaparse".

Tu amigo, que nunca te falla.


JUAN

domingo, 4 de enero de 2015

NO ESPERAR QUERER O NO QUERER ESPERAR

“NO ESPERAR QUERER” O “NO QUERER ESPERAR”

Por Juan Aranda Gámiz

Hay quienes dicen que “no esperan querer” porque ya quieren lo suficiente o porque la vida les ha cubierto de parabienes y no tienen esa necesidad a flor de piel. Es como si nuestro estado actual fuese el que siempre deseamos y no tuviésemos la obligación auto-impuesta de seguir queriendo.

Para todos ellos quisiera decirles que hay que tener el corazón plenamente abierto, pues podemos empezar una relación que tenga un fin anunciado o que el destino nos obligue a interrumpirlo, pero lo que se gana no es un balance final sino el peso de una entrega incondicional que fue capaz de llenar y satisfacer a quien se comprometió en compartir su vida a nuestro lado, por un momento o por toda nuestra existencia.

Decidir “seguir queriendo” es una apuesta por la verdad que queremos repartir y la predisposición que tenemos a aceptar lo que nos toque de esa otra verdad de los demás que también queremos hacerla nuestra.

No podemos negarnos a tiznar otros corazones amigos con nuestra bondad ni a que se nos coloree nuestra alma de esos rasgos que son dignos de fotocopiar y que rejuvenecerían nuestras ilusiones y expectativas, en un mundo tan convulso, marginal, solitario y material como en el que vivimos.

Hay personas que “no quieren esperar” y la angustia los envuelve porque lo inesperado se transforma en un estrés vital que condiciona su existencia, pues pensar en algo que pudiera llegar a ocurrir les altera su estado de ánimo y saber que están esperando algo les provoca una inquietud que repercute en su estado de equilibrio mental.

A veces, nos da miedo esperar una ruptura o un adiós, porque nos sentimos en la soledad de nuestra propia existencia, al haber entregado todo aún a costa de no haber recibido tanto a cambio, pero es bueno pensar que se debe esperar siempre y cuando estemos dispuestos a esperar seguir queriendo.

No podemos iniciar la aventura de un acercamiento si pensamos constantemente en la idea de que puede terminar a corto plazo, pues el valor del riesgo asumido está en conocer nuestras potencialidades y vacíos que se puedan complementar con la presencia del otro.

Debemos estar dispuestos a querer esperar para que otros entiendan que en la paciencia y tolerancia puede estar la recompensa de lo que buscamos, ese objetivo que nunca se cumplió o esa otra aspiración que jamás se llenó.

Pero, al mismo tiempo, hay que “saber esperar” y no procurar desear lo imposible ni restarle a los demás oportunidades, pues la única manera de crecer debe ser encontrarse a uno mismo viendo crecer a los demás y considerando que nuestra presencia fue importante para que el otro alcanzase sus logros y sus metas.

Cuando somos niños “no sabemos esperar”, pero conforme vamos envejeciendo aprendemos a “no esperar saber”, porque no nos preparamos para la despedida en el último caso y porque necesitamos crecer corriendo para saltarnos edades de nuestra vida, en el primer caso, como si el crecimiento fuese una carrera de obstáculos que hay que evitar o si el envejecimiento fuese sólo un túnel al que entramos sabiendo que nunca encontraremos la luz.

Muchos enfermos terminales o con cáncer “no saben esperar” esa oportunidad que la vida tiene reservada para los que demostraron más fe o constancia y la gran mayoría “no esperan saber”, aunque lo ideal es tener la oportunidad de planificar tu existencia de acuerdo a tus propios condicionantes y evitar la angustia mientras tengas la oportunidad de acercarte a los demás, después de discutir contigo mismo si en realidad “aún no sabes esperar” o si lo que deseas es “no esperar saber”.

Así, por tanto, yo “espero querer” a mis seres más cercanos mucho más y, al mismo tiempo, “quiero esperar” a que los demás encuentren necesaria mi presencia para que aprenda a complementar a otros y a rellenarme en todo lo que sea suficiente para que los afectos terminen siendo siempre más democráticos y sinceros, muy a pesar de las dolorosas circunstancias que nos presente nuestro día a día.

Tu amigo, que nunca te falla.


JUAN