sábado, 6 de marzo de 2021

El espejo conoce tus huecos

 

Nos miramos al espejo como si nosotros estuviésemos analizando la imagen que vemos y, de repente, nos damos cuenta que la otra imagen nos observa y nos mide, de arriba hacia abajo.

Queremos saber si estamos bien por lo que vemos, sin preguntarle al espejo por lo que ve y ese es el principal error al mirarnos al espejo.

Al terminar de peinarnos el cabello, cuando todavía no estamos tranquilos con el trabajo que ha hecho el peine, el espejo se percata de que nuestra sonrisa no está bien encajada y reconoce que algo la está alborotando.

Y si nos fijamos en el nudo de la corbata, como un triángulo invertido, esperando que esté perfecto, el espejo está intentando borrar el sufrimiento que gotea en nuestra alma.

Hay personas que nos miran diferente. Casi toda la gente nos ve desde fuera, con todos los detalles, hasta adentro, porque la verdad es que interesa más lo aparente y acomodado que la esencia de lo que somos.

Y es por esto que aparentamos ser descuidados o vivir en la miseria, tener oportunidades o estar dispuestos a afrontar la vida en el nivel promedio de la escala social, a los ojos de cualquier observador, por nuestra apariencia y las actitudes que presentamos al mundo.

El espejo, sin embargo, nos dice si los renglones más interiores dicen si somos buenos o íntegros, si hemos recibido las reglas fundamentales para redactar nuestra vida sin ortografía o si nuestra existencia está cargada de errores tipográficos.

La verdad es que hay que mirar desde dentro y hacia fuera, pues lo primero que importa es lo que somos y, después, lo que aparentamos. 

El verdadero amor es el interesado por lo que corre por dentro y, después, por lo que luce por fuera, porque la verdad interior es la que hay que estar dispuesto a sacarla a la luz y abrillantarla, a diario. 

Tu amigo, que nunca te falla



Juan

miércoles, 3 de marzo de 2021

¿Somos nosotros los que aceptamos?

 

Hoy me he puesto a pensar en nuestro rol social permisivo, aunque ciertamente cargado de distingos.

Cada vez que queremos insistir en nuestro deseo de socializar, porque precisamos de los demás en nuestra relación constante, en las diferentes esferas de la vida, nos adelantamos a permitir que otros formen parte de nuestro ámbito común de interacción.

Es así que promulgamos, a los cuatro vientos, que nos vamos a ver con vagabundos y ex-presidiarios, desempleados y personas con rasgos distintivos, porque somos solidarios. 

¿Acaso nos toca a nosotros decidir a quiénes aceptamos? 

Por momentos pienso en ese afán de superioridad para que podamos decidir sobre los demás, por haber sentido un flechazo solidario. No sé si nosotros seremos los señalados para aceptar, o no, a los demás.

¿No será que los demás son los que están permitiendo que nosotros decidamos sobre quiénes podrán relacionarse a nuestro nivel?

Y, a veces, hablamos de tolerar a los demás porque sentimos que el espacio de interacción se nos acotó, debido a nuestras expresiones o las manifestaciones de odio, rencor o lástima que generamos en el entorno en el que nos relacionamos.

Es verdad que debe surgir de nuestra alma un deseo de acogida, pero siempre deberá ser el otro el que determine esa voz interior, pidiendo ayuda, para que nos liberemos de prejuicios y vayamos a su encuentro.

¿Somos nosotros los que aceptamos al futuro acogido o es este el que nos acepta como acogedor?

Sería oportuno recibir a alguien porque ha aceptado que seamos quienes le demos protección, amparo o comprensión. En ese preciso instante pasamos de ser electores a ser elegidos.

Es por esto que los líderes no son los que aceptan co-idearios o simpatizantes, sino que son todos los demás los que eligen el camino de creer en alguien que promulga sus ideas, como un propósito de vida y, por tanto, serán ellos, también, quienes les retiren la confianza cuando se tergiverse el camino, se trastoque la proyección o se nublen los objetivos fundamentales.

En este sentido, vivir es una apuesta por saber elegir y no por intentar aceptar, selectivamente, a quienes más satisfagan mis ambiciones. 

Si esto fuese así, habría menos aplausos huecos y más propuestas verdaderas.


Tu amigo, que nunca te falla



Juan