miércoles, 28 de marzo de 2012

GRACIAS POR ESTAR AQUI

Nos abrumamos cuando tenemos un minuto de quietud o paz con silencio, creemos estar atravesando una parálisis del sueño e inmediatamente imprimimos una fuerza inusitada a nuestros músculos y buscamos en nuestros gestos y estiramientos, muecas y recorrido visual por nuestro entorno más cercano la salida instantánea de ese momento de perplejidad que nos hizo creer que estábamos alquilando un espacio de soledad, justo al borde del pánico.

Convertirse en "ocupa" del edificio abandonado de una "soledad callada" se está convirtiendo en una alternativa viable para escapar de los falsos aromas de integración que verbalizamos, tras la etiqueta de fenómenos integradores "a medias" o solicitudes de súplica de un gregarismo que se arrincona por impertinente.

Y cuando estamos ahí, arrendatarios de un vacío de palabras, cargados de reflexiones y auto-crítica, con los ojos cerrados y en silencio, siendo presa fácil de los pensamientos reptantes y obnubilados por los detonantes de nuestro arrinconamiento, con agujeros en nuestros bolsillos de recursos a los que aferrarse para transformarlos en alternativas de solución viables y determinantes, somos conscientes del valor agregado de las tinieblas que rondan el túnel en el que nos encontramos, sin divisar una luz de presencia ni de respuestas, ahogándonos en nuestra estructura de pensamiento y agotando nuestro proyecto existencial.

Sólo llegando allá nos concientizamos que "no hay mayor soledad que sentirse sólo en tu propia soledad", pues cuando extiendes la mano y no hay quien te la mantenga en alto o cuando alzas la mirada y no hay reverberación al interferir con la mirada de algún otro, al  convencerte que se te atrofian los sentidos porque no hay sensaciones que te despierten a la vida o cuando el eco de tu voz no suena a musical porque nadie interpreta tus palabras y te orienta los pasos, llegamos a convencernos de la gratitud que sentiriamos si pudiésemos materializar un ser vivo y acercarlo a nosotros.

Creemos que las películas nos adentran en una realidad ficticia de soledad por azares del destino o desastres naturales y que esos casos  sólo pueden se atendidos por rescatistas, voluntarios, corazones altruistas preparados para situaciones extremas, haciendo públicos sus logros con posterioridad.

Hay que bajar el relato al campo y a la calle, a las fronteras y a los barrios, a las casas de acogida y a los arrabales, para escarbar el terreno pedregoso de una mujer y madre abandonada, olvidada y sóla, ante los duros y escabrosos condicionantes económicos, un ser humano reubicado en una esquina de sombra, escondido de la luz de los prejuicios y miradas sarcásticas, por problemas de salud o rasgos y conductas socialmente "inaceptadas", presos con grilletes de totalitarismos y fanatismos,  azotados por códigos de conducta que envilecen y humillan, vidas frustradas por el abuso y la manipulación, el odio y la fuerza del poder, la falsa prudencia de una solidaridad que debe viabilizarse por almuerzos de trabajo insolidarios, marginales y ornamentales.

Hemos de sentir el babeo terminal y los ojos clavados en el rostro, la astenia caquéctica del hambre y la mísera soledad de quienes batallan a diario, ninguneados hasta por el efecto climático de quienes esperan extraer algo más de donde sólo existe la bondad que antecede a la muerte, llevando la humillación por sombrero y la ignominia de una sociedad excluyente, apática e indiferente, involucrando recursos en procesos de salvataje y rescate, de todo menos de la vida sencilla, carcomida por el hambre y apátridas de compasión y presencia. 

Adoptando una actitud valiente, resignada, decidida, firme y voluntaria de estar presente en la soledad del otro y de la otra, del niño o del anciano, de quien ya agotó su fuerza de seguir reclamando, en aquel espacio donde ya no hay respuestas o donde hemos puesto rejas y cadenas, vamos a sentir la verdad de una soledad esquinera, dopante, real por su crudeza y material por su sufrimiento; entonces, sólo entonces, sin escrúpulo ni vanidad, apoyados en aquellos soportes válidos que nos lanzan a esta sociedad de vacíos, nos veremos reflejados en el espejo de nuestra propia identidad, reflexionando sobre el rol que debemos desempeñar y la conducta que debemos adoptar, sin análisis previos ni balances económicos, guiados por el mapa del corazón en la ruta verdadera de la simbiosis con la sensibilidad del silencio de una soledad alienante.

Debemos levantarnos con la brocha del amor por el prójimo y la pintura de buscar la verdad en el otro, a fin de crecer interiormente, para así poder cumplir la máxima de D. Miguel Gila (humorista español nacido en 1921 y fallecido en 2001), quien en uno de sus monólogos decía que quería inventar la "radio en color", dando brochazos de pintura al aire, hasta el momento en el que fuese capaz de interferir con la onda. Esa onda sería la voz que requiere presencia de quien ocupa el salón de la soledad y llegaríamos a inventar esa radio en color, cuando escucháramos la voz apagada y casi sin fuerzas de quien estuvo a punto de perder la fé en este mundo y en quienes lo integramos, para decirnos "gracias por estar ahí".

Como corolario quiero resaltar que Gila es un nombre de mujer que en hebreo significa "alegría", que es lo que nos dió D. Miguel Gila en sus reflexiones humorísticas. D. Antonio Machado, en su poema "A un olmo viejo", decía con la profundidad de una mirada y una nostalgia profunda por su tierra paciega y dulce, lo que debe sonar a soledad en el corazón de quienes están sólos

                                            Mi corazón espera
                                            también hacia la luz y hacia la vida,
                                            otro milagro de la primavera.

Procuremos ser nosotros ese milagro de la primavera, hacia la luz y hacia la vida, de quienes nos repetirán una y mil veces, desde el momento en el que lleguemos a sus vidas arrinconadas, vacías, tristes y olvidadas, marcadas o señaladas, marginadas o vilipendiadas, "Gracias por estar aquí", porque ello debe darle el sentido a nuestra existencia, en la subasta de la vida.


Dr. Juan Aranda Gámiz

domingo, 25 de marzo de 2012

¡QUÉ PENA¡

Al escuchar una historia de vida de dolor y resignación, apagada por el asesino indiscreto y silencioso del cáncer, la incertidumbre de un enigma irresoluble que consume y apaga la existencia de quien lo padece,  los ojos hundidos de quien desconoce si los fenómenos sociales globalizantes también son huéspedes intermediarios en la cadena de eventos causales de su miseria y su hambruna, a muchos les brota un samaritanismo ajeno a la presencia de unas lágrimas y un segundo de palpitaciones incesantes, en un esfuerzo por manifestar un interés sensible que no forma parte de su atuendo de identidad, mientras que a otros nos sensibiliza y nos acerca, nos compromete y nos humedece, en un verdadero acto de humildad, presencia y solidaridad.

A diario miramos la ausencia de seres humanos presentes bajo una estela de desorganización de gestos y actitudes, inmersos en una soledad de palabras y agitados por movimientos involuntarios o crisis existenciales que generan dependencia absoluta de terceros y vigilancia constante, para asegurarles un mínimo de calidad de vida, vacíos de respuestas al no poder integrar las preguntas y cargados de conductas repetitivas que agotan la paciencia y la templanza de familiares y cuidadores, para quienes dedicamos una oración -a miles de kilómetros- y nos auto-imponemos un ayuno voluntario, como una penitencia asumida de bajo coste, con el único propósito de que rinda sus frutos y, a la hora siguiente, nos sintamos exculpados y perdonados.

A veces, creemos que el azar ahecha la sociedad en la que nos ha tocado vivir y que hemos sido bendecidos por un toque mágico, el que nos va a librar de la sordera provocada por el quejido y la pena de quien porta un trastorno irreparable y suplica apoyo y comprensión, inermes para ofrecerle un segundo de paz y calma, prefiriendo taparnos los oídos para olvidar y alejarnos de las llamas de pesadumbre que nos provoca amargura, desdicha y desencuentros con nuestra propia fe.

Ante esta realidad, es frecuente escuchar exclamaciones como ¡qué pena¡, terminando ahí nuestro propio ejercicio espiritual y vivenciando una realidad triste y dura con el más alto nivel de indiferencia y frialdad, demostrando un desinterés por los antecedentes y una despreocupación por el pronóstico real que se avecina, convirtiéndonos en seres humanos inconsecuentes con unos principios morales básicos y elementales para la convivencia.

Es muy cierto que si nos motivamos generamos una complicidad y ello nos arrastra hacia un compromiso, lo cual nos resta deleite, descanso, armonía y estrés desmedido, pero el sentido humanitario de convivir es la preocupación constante por el otro, si entendemos que nuestra salud no es fruto de un destino benevolente que nos ubicó en el primer eslabón de la cadena de supervivencia y estamos exentos de riesgo, sino que nuestro estado aparente de salud-enfermedad, como un fluido que va y viene en cada milésima de segundo de nuestro correteo diario, es la consecuencia inmediata del estado de bienestar del grupo o comunidad a la que se pertenece.

Dicho en otras palabras, hoy es siempre todavía porque otros están preocupados por nosotros y nos debemos a ellos, con la misma entrega de altruismo y visión humanitaria, con el propósito de legar a otras generaciones algo más que un árbol o un bosque, una especie en peligro de extinción o una contaminación del subsuelo, algo tan esencial como una conducta que genere imitación por la verdad que la acompaña, una actitud de apoyo que te obliga a renunciar a tu estilo de vida o una verdad que hace repicar las campanas en tu corteza cerebral y te acerca, más allá de la expresión ¡qué pena¡ a explorar en otros corazones los espacios que necesitan rellenarse y acompañarse, descubrir en las tinieblas del agotamiento esa realidad que nos hace grandes por reconocer cómo podemos reducir la talla de nuestro ego a la altura de una sencillez tan necesaria para escuchar, aprender y compartir con el que sufre a nuestro lado.

La pastoral es una experiencia de vida en la que todos debemos comprar una papeleta, porque todos tenemos derecho a alcanzar el premio de una felicidad plena en nuestra presencia en la vida de los demás, con entusiasmo, carisma, entrega y amor, cultivando la educación para saber estar con el otro, ya que ello te va a descubrir como un ser incompleto y necesitado de los demás.

No seamos distraídos ni indiscretos con las enfermedades, la dignidad ni la agonía de sentirse sólo y maltratado, luchemos contra los microbios de la indiferencia y el pasotismo, compremos un kilo de fortaleza interior y un litro de amor por la vida, con ello prepararemos un desayuno de esperanza, compartiéndolo con aquellos que no saben lo que es desayunar en energía para no volver a repetir ¡qué pena¡ sino ¡allá voy¡, porque la decisión asumida y aceptada es el mejor tratamiento para ocupar el tiempo libre en un recreo de ocio para el alma.

D. Antonio Machado estaría de acuerdo en aplaudir al que nos mira desde su enfermedad y nos contempla desde su silencio, porque en sus gestos manifiesta su afán por despertar nuestra ignorancia de cuánto le pasa y nuestra impaciencia por desconocer la herramienta que debemos empuñar para iniciar nuestra tarea, provocándonos esa reflexión interior que nos da cuerda y nos despierta a la vida con el otro que, al fin y a la postre, es la definición de nuestro paso por este mundo.

Dios quiera que algún día, en algún rincón del mundo, haya personas que cuelguen un cartel del cuello ¡busco gente necesitada de mí¡ y otro que, en lugar de reprimirle o cuestionarle, se cuelgue otro donde se lea ¡yo conozco dónde puedes ir¡.

Dr. Juan Aranda Gámiz.
 

jueves, 22 de marzo de 2012

¡QUÉ TAL ABUELO¡

A veces, el diminutivo nos acerca a ese ser humano que pasea con el corazón, duerme con el alma inquieta y sueña que sigue caminando con el afán de seguir estando presente en la vida de los suyos y, con cariño disimulado y entrega aparente, en pocas ocasiones con ese altruísmo tan necesario que regala presencia y amor desmedido a la figura encorvada que está en las raíces de tu propia identidad, marcando espacios definidos hasta en los cromosomas que integran tu cariotipo, le pones la mano en la espalda y llamas su atención susurrándole al oído ¿Qué tal, abuelito-a?

Lamentablemente, en nuestra sociedad moderna, aún encontramos compañeros de viaje, vecinos del mismo barrio y compatriotas que, abusando del despectivo, tratan de violentar la intimidad de un ser octogenario para cuestionarle su parsimonia, su sordera, su inacción o su mirada triste y resignada.

No entiendo la cobardía de recriminar una silla en mitad de un patio porque ahí recibe algunos rayos de sol e interrumpe el recorrido diario de amigos y familiares del salón al jardín. Es inadmisible, asimismo, interrumpir el diálogo con un baúl espiritual que intenta derramar su propia historia de vida, con el arsenal de enseñanzas y moralejas que podríamos extraer al beber ese jugo tan natural.

Todos, al fin y al cabo, pasamos por ese momento en nuestras vidas y sólo vivimos esperando que nuestra estela sea observada y reconocida, aplaudida y no marginada, integrada en nuestro proyecto de vida para que podamos justificar de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos, presumiendo de imagen y semejanza con nuestros abuelos y abuelas.

Estamos hablando de una vida afectada, porque sus sentimientos se comprometen a diario, por momentos de desestructuración familiar, desamparo de los hijos, chaquetas de acogida para refugiados del paro y el desempleo, respondiendo con el alma de la solidaridad y el corazón de luchadores contra viento y marea, la soledad en la que se ve camuflado, porque es un fenómeno social distintivo de una sociedad exclusiva con los mayores, la invisibilidad a la que le sometemos en cada minuto al pasar por su lado y creer que vamos a tropezar con una estatua o una maceta, por el simple hecho de que no nos reconozca, hable muy poco o tiemble para sus adentros sin explicarse por qué ocurrió ni cuándo empezó.

Imprimimos una conciencia de inutilidad social a nuestros abuelos y abuelas, como si al cumplir la edad prometida para entregarle un diploma de reconocimiento lo estuvieramos destinando al subsuelo y allí debiese permanecer arrinconado para evitar molestias, pesares, achaques o quejas superfluas que, al fin y al cabo, son el destello de la luz roja de un semáforo que nos indica que detengamos nuestros cuestionamientos y reflexionemos sobre el aporte que hemos obtenido de ellos y que somos porque ellos dejaron de ser, lo cual nos convierte en deudores permanentes con la vida de nuestros mayores.

Los abuelos arrastran problemas que dejan marcas sensibles en su fenotipo y un agotamiento que destaca huellas indelebles en toda su anatomía, determinando el paso lerdo, un agotamiento para vestirse o desplazarse, recuerdos que se van difuminando y le restan alegría a esa añoranza tan necesaria para la cotidianedidad y el ejercicio real de una superación constante, enfrentando la discriminación y el menosprecio, el arrinconamiento y el olvido.

El nicho proxémico, ese espacio físico o virtual, donde nos sentimos vinculados con un pasado cargado de experiencias que llenaron nuestras ambiciones y construyeron momentos en nuestras vidas, siempre está expuesto para que otros, con sus propias banalidades, acomoden a su antojo macetas, bancas, monumentos, ladrillos, cruces, árboles o pancartas, provocando que la luz no llegue del mismo modo a ese parque donde recuerda a la esposa que se le fué o que las flores no adornen la fotografía que colgaba de la pared de la antesala, donde posaba su dedo, antes enjugado con su propia saliva, para besar en silencio a sus hijos o a su madre, incluso que el parque haya sido carcomido por una construcción de oro, a la que no le encuentra sentido porque ahí ya no se lanzan piropos y el recuerdo de los que él lanzó le permitía recordar una cuenta de sumar y multiplicar, perdiendo en el intento el cálculo y la posibilidad de firmar.

Hay muchas enfermedades que problematizan las andaduras de nuestros abuelos, pero en muchas somos intermediarios anónimos, convencidos de que debemos aportar con una dialéctica benevolente y cercana, pero alejando nuestras actitudes porque nunca alimentamos los valores relacionados con la cercanía, la presencia, la bondad, la cordialidad, el diálogo y esa escala o código moral donde debemos abrir la puerta a la comprensión de nuestros abuelos.

Hoy es siempre todavía para estar "con" nuestros abuelos, enseñándoles a prevenir, solicitando ayuda para construir el marco que debe delinear una conducta pro-activa a favor de mejorar la calidad de vida del abuelo o la abuela, todavía es siempre, por hoy, para luchar por una sociedad con espacios para aquellos que nos dibujaron cuando aún no nacían sus propios hijos, porque querían algo grande para nosotros.

Siempre será hoy, todavía, para no convertir en virtuales a nuestros abuelos y abuelas, porque son de carne y hueso, los mismos materiales con los que Dios nos construyó y con ese gesto nos transmitió el mensaje de que todos somos iguales, sin desviar la disyuntiva al género (hombre / mujer), sino a las diferentes etapas de la vida, desde el pre-concebido hasta el que transitó al más allá, porque hasta para el que se despidió debe haber respeto, espacio, apertura, comprensión y recuerdo, añoranzas y momentos de los que tendremos que vivir nosotros en nuestro propio nicho proxémico cuando seamos olvidados, incomprendidos, malinterpretados o excluídos.

Gracias abuelo Antonio Machado, si hoy lo fueras, te diría que tú has sido el detonante de esta entrada en mi vida y quiero regalarla a cuantos ven, tocan, escuchan, bañan, duermen, cuidan o le leen a nuestros abuelos y abuelas.

DR. Juan Aranda Gámiz

lunes, 19 de marzo de 2012

YA NO PUEDO MÁS

A veces coqueteamos con el destino y nos detenemos bruscamente antes de haber alcanzado alguna de las metas propuestas, insinuándonos que las circunstancias han declinado la balanza a favor de un derrumbre de expectativas y esperanzas, colocándonos al borde del abismo y justificándolo por reconocer que hace un tiempo ya nos ubicamos -adrede- al borde del precipicio y hoy, gracias a la discriminación social, la perspectiva sombría de empleo o la voracidad salvaje de nuestros sempiternos compañeros de viaje, los mercados, nos atrevimos a dar un paso hacia delante.

Si nos diésemos la vuelta, como un calcetín, comprobaríamos que somos egoístas en pensar en nosotros mismos y en el alivio determinante que daríamos a nuestra existencia, sin percatarnos quienes son fumadores pasivos y anónimos, porque inhalan el humo que desprende el rastro de nuestro caminar y con el que hemos alimentado esperanzas y orgullo en aquellos que un día dieron un paso atrás al ubicarse ante el mismo abismo y aceptaron que la vida tiene una tasa de retorno con plusvalía al descubrir la estela de nuestros pasos y considerar que, imitando o siguiendo, podrían superarse a sí mismos y a sus propias circunstancias.

El afán de sobrevivir superándose "a diestra y siniestra" ahoga la constante de ejemplo que debemos incorporar en la fórmula de nuestra vida para que los demás puedan despejar sus propias incógnitas y alcanzar un resultado benevolente, ejemplarizante o vivificante, porque dedicamos todo el tiempo sobrante a mirarnos hacia adentro "en un juego de propiedad reflexiva" evitando entrar en contacto con los demás.

Sin embargo, las ansias de acelerar tu recorrido en esta vida, creyendo que el tiempo te gana la carrera, resta oportunidades para que esas miradas atentas y a veces escondidas detrás de harapos, casuchas, plásticos, conductas corporales de compra y venta, ruína de frustraciones personales, indecisiones de cuerpos maltrechos y olvidados, vean una luz que seguir y puedan comprobar que todo tiene sentido cuando el amor incondicional a la vida les presenta seres humanos con la dignidad de presentarse ante los demás con una pureza de comportamiento que sólo traduce bienestar a los ojos y provoca armonía en los oídos, con la sensatez obligada para tararear esa música y seguirla a donde vaya.

Gracias a la vida que me ha dado tanto, diría cualquier pasajero de este mundo, recordando a María Dolores Pradera, porque la canción tiene un estribillo que obliga a reflexionar positivamente y alegrarnos por la simple presencia del otro, determinando que cada volumen mínuto de sangre que emana de nuestros ventrículos sea para bañar de ilusiones y generar ese hormigueo bendito que te retuerce de sensaciones y emociones, contorneando tu figura en un lenguaje corporal que transmite ganas de vivir y entusiasmo por compartir.

No cambiamos por una renuncia temporal, así le transmito a mis pacientes alcohólicos cuando creen haber iniciado su proceso de recuperación porque no aceptaron una copa ante muchas miradas, con el único propósito de presumir de constancia y de robarle un beso a la desdicha de esperanza de una madre acobardada por los portazos vehementes de todas las madrugadas, bajo la farola de su casa.

Somos seres en transformación y todos atravesamos por las mismas etapas, como los altibajos de cualquier camino, desde la humildad aceptada a regañadientes, la pobreza que marca socialmente, esa gallardía juvenil que cree superarlo todo, el espíritu de lucha cuando hay que defenderse y hacer prevalecer tus propios derechos, la aceptación por miedo a rebelarte contigo mismo y la torpe y vil reflexión ante una vida apagada que se tiñe de inconclusa para justificar tu tránsito por este mundo de frustraciones que agotan y sentimientos que penalizan al más creyente.

Es posible que responsabilicemos a los neurotransmisores cerebrales, a los genes, hoy día culpables silentes de cuanto es menester acusar, pero cuando llegamos a caer en el hoyo incomprensible de una verdad sin razón y una vida sin proyecto, siempre acabamos nuesra vivencia personal con la moraleja "ya no puedo más" y es porque no hemos leído detenidamente toda la fábula y, por esto mismo, no fuimos capaces de aprehender el mensaje que debe dar sentido a nuestro recorrido ¿dónde puedo cargarme de gasolina para poder continuar soñando, riendo, viviendo o apagándome, porque cada minuto que pueda arrastra mis circunstancias estoy dando testimonio de vida ante quienes sigan mi propia estela, en la ruta que elegí para vivir?.

Aprendamos a decir "puedo dar un paso más" y para ello debo saber seleccionar el aura de quien se asemeja a mis propuestas y ha vivenciado mis propias experiencias, porque es un denominador común que debe haber extraído de otros tantos anónimos que recorrieron estos parajes y cuyo estilo indiscutible, con la fuerza interior de luchadores incansables, ha permitido sembrar estructuras internas en nuestro código genético para imitar, incorporando gestos y formas, a fin de condimentar nuestras decisiones de esa magia que debe trastocar nuestro estado emocional y demostralo apasionado por la vida.

Decía D. Antonio Machado que para ver una pared de color blanco, nácar, y descubrir la nitidez, la pureza y candor en esa superficie, era suficiente con pintar un punto de color negro, pues en el contraste se destacan mejor todos los adjetivos y cualidades que puedan acompañar la blancura. Por esto mismo, en nuestras vidas debemos aceptar momentos de duda, pues ello debe darle un giro a nuestras pretensiones por el simple hecho de que llegamos a conocernos más y mejor.

No nos rindamos por escucharnos decir "ya no puedo más", porque esa reflexión es la campanada que nos va a despertar a la vida, siempre y cuando confiemos en ser fumadores pasivos y anónimos de conductas -a veces infravaloradas- pero dignas de ejemplo e imitación, como un carro de caballos que nos saca de la amargura del sinsentido y nos traslada a la frescura de un bosque lleno de oportunidades y grandezas, que sólo pueden encontrarse en el corazón de los demás y en el alma de quienes son dignos de imitación y respeto.

Aceptemos que no somos débiles sino desconocedores de lo que los demás influyen en nuestras vidas, sólo preparándonos para entregar seremos capaces de reconocer cuánto necesitamos, en el hoy y por siempre todavía, de la presencia de otros seres humanos.

Juan Aranda Gámz

domingo, 11 de marzo de 2012

SIEMPRE DETRÁS DE TI

Nacemos como animales dependientes y ese vínculo es el único estímulo para seguir creciendo, pues si abandonamos la ligazón, como un cordón umbilical reflejo y dominante, nos sentimos disociados y a la deriva, todo lo cual nos conduce a desarrollarnos como invidentes en un entorno donde no tropezamos porque otro nos guía y nos conduce.

Nos creemos auto-suficientes pero siempre tenemos un ángel que pretende encauzarnos y dirigirnos, orientarnos o evitarnos golpes insensatos por nuestra incertidumbre, inexperiencia, inmadurez o dependencia, es una sensación conformista que se manifiesta por alucinaciones auditivas, al creer que alguien te susurra al oído -con voz complaciente y tierna- mensajes como este:"No te preocupes, estaré siempre detrás de ti".

El problema no se origina en la infancia, etapa en la que nos vemos abocados a una formación y a la búsqueda constante de soportes, guías, manuales del buen comportamiento o las normas de cortesía y urbanidad, elementos necesarios para vivir presumiendo de donde venimos, pero a veces innecesarios en nuestro propio contexto porque son utilitarios con lo que los teóricos de la educación creen, y así lo asumimos los mayores (padres y educadores), que es una norma básica que debiera ser integrada en  la sinecología de grupos y que puede resumirse en la bondad de educandos para resaltar y acrecentar el ego de los educadores, lo cual es un denominador común de todos los grupos humanos y en todas las sociedades.

En el terreno educativo somos tan poco originales que nos convertimos en pacientes sin estar enfermos, aunque pudiésemos ser etiquetados de enfermos de aporte y crítica, ya que la necesaria socialización de los criterios y los mensajes debiera conducir a una educación más participativa en las intentonas de adoctrinamiento y más permisiva con una dialéctica para la formación en valores, con objetividad, responsabilidad, comprensión y reconocimiento del valor añadido de un niño o un joven en continuo juego de reflexiones sobre su propia realidad y la que le tocará afrontar en un futuro próximo, lo cual le va a generar una ansiedad necesaria para que se produzca el despertar optativo por la crítica constructiva, al mismo tiempo que se produce el despertar hormonal.

El problema, definitivamente, es cuando somos partícipes de una sociedad, al alcanzar la madurez habiendo transitado por una adolescencia vacía de contenidos, necesitando de aquellas alucinaciones que nos obliguen a escuchar el estribillo constante "siempre estaré detrás de ti", pues entonces estamos abriendo la puerta para una sociedad dependiente, alienada, obstruida y en una orfandad de alternativas que caminen hacia lo inclusivo desde la discriminación y a lo sencillo desde lo superfluo, lo tolerante sobre la imposición y la participación muy por encima de la aceptación a regañadientes.

Es de recibo que tengamos la suerte de un voz de alarma o un soporte estructural y siempre a mano, posiblemente ese alguien que nos sugiera, con sus actitudes y sus miradas, que nunca nos va a fallar, como si estuviésemos siendo los benefactores de la teoría del andamiaje de Piaget, pero debemos aprovechar la oportunidad para reclamar un espacio personal decisorio a esa conducta alucinatoria y demostrarle que nosotros también queremos estar presentes en nuestro propio proyecto de vida, solicitando que nuestras ideas y nuestras decisiones sean el núcleo originario de nuestro comportamiento y aceptar que alguien nos guíe para moldear con sensibilidad y no con falsa tolerancia que acarree a una intromisión dominante, porque entonces pasaremos de ser enfermos de inexperiencias a pacientes crónicos de mutismo aceptado y conducidos a un coma inverosímil de gestos y aportes por un estado de confusión que permitimos que nos acallara y nos sumiese en un profundo letargo del que vamos a despertar manipulados en nuestros movimientos y controlados en nuestros impulsos.

Vivir debe ser algo más que la aceptación de una simple receta, logrando que este trozo de carne que representa nuestro cuerpo sea empanado con buenos ingredientes y enrollándolo con un toque personal, el que nos va a presentar a la sociedad con el liderazgo propio de quienes tienen comprometida la decisión con ser cada día mejores y aspirar a ser aún más en u mundo tan competitivo.

Hay que valorar la voz de quien desea acompañar nuestra existencia con un matiz proteccionista y siempre va detrás de nosotros, con la firme esperanza de que cada día nos parezcamos más a él o ella y que seamos las marionetas que caminamos, hablamos o nos comportamos por inercia. Al mismo tiempo, sin embargo, debemos analizar esa voz que nos alumbra y debemos imprimirle el tono y el timbre, la calidez y el voltaje necesarios para que nuestros objetivos se vayan construyendo con aportes, externos e internos.

Qué bueno sería alcanzar la madurez y seguir existiendo en el hoy y por siempre todavía, habiendo desarrollado el arte de una existencia participativa desde la generación de actitudes positivas y constructiva en la capacidad de destacarnos por haber llegado a la verdadera singularidad del ser humano que se enorgullece de sus éxitos y lucha por superar sus propios fracasos, con la asesoría constante de esa voz que te dice "siempre detrás de ti", pero que con tu proyecto de vida organizado va a tener que cambiar el mensaje y decirte, al comprobar tu sensatez de desarrollo personal "siempre contigo y, cuando me necesites, estaré detrás de ti"

A quienes sueñan con seguir siendo lo que que hoy son, sin perder parte de su ser por sentir que han dejado de serlo, en el afán de remover su dependencia y transformarla en en un "seré por siempre, todavía".

Dr. Juan Aranda Gámiz

jueves, 8 de marzo de 2012

Reflexión por el día de la mujer

Por “Día de la mujer” (2012)                            

Reflexión


Vivimos en un esfuerzo constante por alcanzar el complemento ideal entre los dos géneros, aunque a veces las hormonas hacen acto de presencia antes que las palabras y los gestos, provocando actitudes incoherentes, desmedidas, desbocadas y, a veces, tendenciosas y discriminatorias.

Si convocáramos a nuestro sistema glandular a inscribirse en un curso de prudencia y sensatez, generaríamos una conducta responsable y, entonces, valoraríamos el sentido que la mujer imprime en nuestras vidas,  colmando de sensibilidad nuestra presencia y revistiendo de sensualidad y paz los mensajes de las miradas.

Creemos que el cordón umbilical se corta y se desprende, por lo que el olvido se adueña de nuestro ser y maduramos, al distanciarnos del seno materno, pero precisamos de la presencia y el alma de la mujer que nos dio la vida, creciendo en el día a día con su apoyo y valor, su abrigo y su incondicional perdón.

Vemos en la calle las figuras derrumbadas y maltrechas, donde el suelo frío soporta cuerpos señalados por el clima y la pesadumbre, mientras pasan sentadas pidiendo limosnas, la joroba y el balanceo de los cuerpos, arrugados por las cargas de hijos, responsabilidades y menosprecios de una sociedad exclusiva.

Oímos de mujeres con privación de libertad y quienes arrastran marcas de una violencia de género, aceptada por un amor desdibujado y condicionado por el alcohol, las drogas o la marginación que nos señala a todos como culpables indirectos.

Miramos con detenimiento los pasos lerdos y cortos de nuestras abuelas, mujeres de hierro infravaloradas por la globalización, casi transformándolas en figuras virtuales al no entrar en contacto con ellas para ayudarles a atravesar la calle, acercarles un pañuelo, pedirles consejo, dedicarles un tiempo para oírlas o mirarlas para agradecerle tanta contribución anónima a nuestro engrandecimiento como seres humanos.

Dedicamos canciones a la mujer ideal, pero nos olvidamos de la mujer de carne y hueso, la que debe hacer milagros con un presupuesto miserable, rellenando su orgullo de tenacidad por superar el hambre de sus hijos o la habitabilidad de su propio hogar, cuando tienen acceso a satisfacer este derecho fundamental y reconocido.





Confiamos en que vamos a ser especiales en este mundo, cuando la mujer esté presente, pero reconocemos que nuestro espacio es dominante y no alcanzamos el principio de igualdad de oportunidades entre géneros en el acceso a los puestos de responsabilidad con paridad, burlamos nuestros sentimientos al ignorar la dignidad de la mujer sometida a violaciones y ultraje, evitamos escuchar a la mujer líder, que lucha por un ideal y escondemos nuestras palabras y nuestros gestos cuando hay que destacar el rol de la mujer en la construcción de un mundo mejor.

Todos somos iguales en nuestra propia singularidad, pero el mundo debe ser de todos, porque todos somos seres humanos y la distancia o la diferencia debe ser motivo de atracción y acercamiento sincero para buscar la comprensión a través del diálogo y la ternura que amortigüe la fuerza, un trampolín para alcanzar la inclusión con responsabilidad y el respeto a la mujer como carta de presentación en un mundo que debe superarse a sí mismo, a través de los esfuerzos de todos y cada uno de nosotros, para alcanzar el objetivo de justicia y equidad en nuestra sociedad de relación.

Las celebraciones sólo permiten acordarse para disimular, representar, olvidar el resto del calendario o reconocer la burlesca franqueza con la que entregamos un regalo que fue fruto de una intromisión de la mano en el bolsillo, con lo que se pagó el momento y no un gesto que se desprendió del corazón, como una espora, a fin de germinar en el corazón de la mujer que se quiere, se añora, se contempla o se mima.

Olvidarse de la mujer es olvidarnos de nuestra misma concepción, despreciar el misterio de la vida y abogar por un individualismo que nos convertirá en seres despreciables, incompletos y solitarios.

Recuperar la memoria de lo que debemos a la mujer, como ser humano y ente social, es integrarnos en un mundo donde aspiremos a sentirnos cada día más arropados con su presencia y más dignos con su compañía, eso es lo que la vida espera de nosotros y lo que la mujer ansía tener por compañía, lo que una madre siembra en su hijo y a lo que una mujer utilizada, abandonada, ultrajada o maltratada, discriminada o segregada, sueña transformar y cambiar en un mundo convulso, virtual, mal globalizado y eternamente olvidado, para que sus hijas ya no sean víctimas de una sociedad desigual y alienante.

Desde esta atalaya, quiero abrir espacios de reflexión y felicitar a la mujer por lo que nos puede dar, a la madre por lo que nos dio, a la esposa por lo que nos da. Nunca nos olvidemos de la mujer por su afán de estar a nuestro lado, su maternidad, su presencia o su ausencia, ya que este mundo sería otro si siempre tuviésemos el teléfono de sus miradas y sus consejos listo para descolgarlo y recibir todo cuanto nos da, en el día a día.





Dr. Juan Aranda Gámiz.