lunes, 19 de marzo de 2012

YA NO PUEDO MÁS

A veces coqueteamos con el destino y nos detenemos bruscamente antes de haber alcanzado alguna de las metas propuestas, insinuándonos que las circunstancias han declinado la balanza a favor de un derrumbre de expectativas y esperanzas, colocándonos al borde del abismo y justificándolo por reconocer que hace un tiempo ya nos ubicamos -adrede- al borde del precipicio y hoy, gracias a la discriminación social, la perspectiva sombría de empleo o la voracidad salvaje de nuestros sempiternos compañeros de viaje, los mercados, nos atrevimos a dar un paso hacia delante.

Si nos diésemos la vuelta, como un calcetín, comprobaríamos que somos egoístas en pensar en nosotros mismos y en el alivio determinante que daríamos a nuestra existencia, sin percatarnos quienes son fumadores pasivos y anónimos, porque inhalan el humo que desprende el rastro de nuestro caminar y con el que hemos alimentado esperanzas y orgullo en aquellos que un día dieron un paso atrás al ubicarse ante el mismo abismo y aceptaron que la vida tiene una tasa de retorno con plusvalía al descubrir la estela de nuestros pasos y considerar que, imitando o siguiendo, podrían superarse a sí mismos y a sus propias circunstancias.

El afán de sobrevivir superándose "a diestra y siniestra" ahoga la constante de ejemplo que debemos incorporar en la fórmula de nuestra vida para que los demás puedan despejar sus propias incógnitas y alcanzar un resultado benevolente, ejemplarizante o vivificante, porque dedicamos todo el tiempo sobrante a mirarnos hacia adentro "en un juego de propiedad reflexiva" evitando entrar en contacto con los demás.

Sin embargo, las ansias de acelerar tu recorrido en esta vida, creyendo que el tiempo te gana la carrera, resta oportunidades para que esas miradas atentas y a veces escondidas detrás de harapos, casuchas, plásticos, conductas corporales de compra y venta, ruína de frustraciones personales, indecisiones de cuerpos maltrechos y olvidados, vean una luz que seguir y puedan comprobar que todo tiene sentido cuando el amor incondicional a la vida les presenta seres humanos con la dignidad de presentarse ante los demás con una pureza de comportamiento que sólo traduce bienestar a los ojos y provoca armonía en los oídos, con la sensatez obligada para tararear esa música y seguirla a donde vaya.

Gracias a la vida que me ha dado tanto, diría cualquier pasajero de este mundo, recordando a María Dolores Pradera, porque la canción tiene un estribillo que obliga a reflexionar positivamente y alegrarnos por la simple presencia del otro, determinando que cada volumen mínuto de sangre que emana de nuestros ventrículos sea para bañar de ilusiones y generar ese hormigueo bendito que te retuerce de sensaciones y emociones, contorneando tu figura en un lenguaje corporal que transmite ganas de vivir y entusiasmo por compartir.

No cambiamos por una renuncia temporal, así le transmito a mis pacientes alcohólicos cuando creen haber iniciado su proceso de recuperación porque no aceptaron una copa ante muchas miradas, con el único propósito de presumir de constancia y de robarle un beso a la desdicha de esperanza de una madre acobardada por los portazos vehementes de todas las madrugadas, bajo la farola de su casa.

Somos seres en transformación y todos atravesamos por las mismas etapas, como los altibajos de cualquier camino, desde la humildad aceptada a regañadientes, la pobreza que marca socialmente, esa gallardía juvenil que cree superarlo todo, el espíritu de lucha cuando hay que defenderse y hacer prevalecer tus propios derechos, la aceptación por miedo a rebelarte contigo mismo y la torpe y vil reflexión ante una vida apagada que se tiñe de inconclusa para justificar tu tránsito por este mundo de frustraciones que agotan y sentimientos que penalizan al más creyente.

Es posible que responsabilicemos a los neurotransmisores cerebrales, a los genes, hoy día culpables silentes de cuanto es menester acusar, pero cuando llegamos a caer en el hoyo incomprensible de una verdad sin razón y una vida sin proyecto, siempre acabamos nuesra vivencia personal con la moraleja "ya no puedo más" y es porque no hemos leído detenidamente toda la fábula y, por esto mismo, no fuimos capaces de aprehender el mensaje que debe dar sentido a nuestro recorrido ¿dónde puedo cargarme de gasolina para poder continuar soñando, riendo, viviendo o apagándome, porque cada minuto que pueda arrastra mis circunstancias estoy dando testimonio de vida ante quienes sigan mi propia estela, en la ruta que elegí para vivir?.

Aprendamos a decir "puedo dar un paso más" y para ello debo saber seleccionar el aura de quien se asemeja a mis propuestas y ha vivenciado mis propias experiencias, porque es un denominador común que debe haber extraído de otros tantos anónimos que recorrieron estos parajes y cuyo estilo indiscutible, con la fuerza interior de luchadores incansables, ha permitido sembrar estructuras internas en nuestro código genético para imitar, incorporando gestos y formas, a fin de condimentar nuestras decisiones de esa magia que debe trastocar nuestro estado emocional y demostralo apasionado por la vida.

Decía D. Antonio Machado que para ver una pared de color blanco, nácar, y descubrir la nitidez, la pureza y candor en esa superficie, era suficiente con pintar un punto de color negro, pues en el contraste se destacan mejor todos los adjetivos y cualidades que puedan acompañar la blancura. Por esto mismo, en nuestras vidas debemos aceptar momentos de duda, pues ello debe darle un giro a nuestras pretensiones por el simple hecho de que llegamos a conocernos más y mejor.

No nos rindamos por escucharnos decir "ya no puedo más", porque esa reflexión es la campanada que nos va a despertar a la vida, siempre y cuando confiemos en ser fumadores pasivos y anónimos de conductas -a veces infravaloradas- pero dignas de ejemplo e imitación, como un carro de caballos que nos saca de la amargura del sinsentido y nos traslada a la frescura de un bosque lleno de oportunidades y grandezas, que sólo pueden encontrarse en el corazón de los demás y en el alma de quienes son dignos de imitación y respeto.

Aceptemos que no somos débiles sino desconocedores de lo que los demás influyen en nuestras vidas, sólo preparándonos para entregar seremos capaces de reconocer cuánto necesitamos, en el hoy y por siempre todavía, de la presencia de otros seres humanos.

Juan Aranda Gámz

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