jueves, 8 de marzo de 2012

Reflexión por el día de la mujer

Por “Día de la mujer” (2012)                            

Reflexión


Vivimos en un esfuerzo constante por alcanzar el complemento ideal entre los dos géneros, aunque a veces las hormonas hacen acto de presencia antes que las palabras y los gestos, provocando actitudes incoherentes, desmedidas, desbocadas y, a veces, tendenciosas y discriminatorias.

Si convocáramos a nuestro sistema glandular a inscribirse en un curso de prudencia y sensatez, generaríamos una conducta responsable y, entonces, valoraríamos el sentido que la mujer imprime en nuestras vidas,  colmando de sensibilidad nuestra presencia y revistiendo de sensualidad y paz los mensajes de las miradas.

Creemos que el cordón umbilical se corta y se desprende, por lo que el olvido se adueña de nuestro ser y maduramos, al distanciarnos del seno materno, pero precisamos de la presencia y el alma de la mujer que nos dio la vida, creciendo en el día a día con su apoyo y valor, su abrigo y su incondicional perdón.

Vemos en la calle las figuras derrumbadas y maltrechas, donde el suelo frío soporta cuerpos señalados por el clima y la pesadumbre, mientras pasan sentadas pidiendo limosnas, la joroba y el balanceo de los cuerpos, arrugados por las cargas de hijos, responsabilidades y menosprecios de una sociedad exclusiva.

Oímos de mujeres con privación de libertad y quienes arrastran marcas de una violencia de género, aceptada por un amor desdibujado y condicionado por el alcohol, las drogas o la marginación que nos señala a todos como culpables indirectos.

Miramos con detenimiento los pasos lerdos y cortos de nuestras abuelas, mujeres de hierro infravaloradas por la globalización, casi transformándolas en figuras virtuales al no entrar en contacto con ellas para ayudarles a atravesar la calle, acercarles un pañuelo, pedirles consejo, dedicarles un tiempo para oírlas o mirarlas para agradecerle tanta contribución anónima a nuestro engrandecimiento como seres humanos.

Dedicamos canciones a la mujer ideal, pero nos olvidamos de la mujer de carne y hueso, la que debe hacer milagros con un presupuesto miserable, rellenando su orgullo de tenacidad por superar el hambre de sus hijos o la habitabilidad de su propio hogar, cuando tienen acceso a satisfacer este derecho fundamental y reconocido.





Confiamos en que vamos a ser especiales en este mundo, cuando la mujer esté presente, pero reconocemos que nuestro espacio es dominante y no alcanzamos el principio de igualdad de oportunidades entre géneros en el acceso a los puestos de responsabilidad con paridad, burlamos nuestros sentimientos al ignorar la dignidad de la mujer sometida a violaciones y ultraje, evitamos escuchar a la mujer líder, que lucha por un ideal y escondemos nuestras palabras y nuestros gestos cuando hay que destacar el rol de la mujer en la construcción de un mundo mejor.

Todos somos iguales en nuestra propia singularidad, pero el mundo debe ser de todos, porque todos somos seres humanos y la distancia o la diferencia debe ser motivo de atracción y acercamiento sincero para buscar la comprensión a través del diálogo y la ternura que amortigüe la fuerza, un trampolín para alcanzar la inclusión con responsabilidad y el respeto a la mujer como carta de presentación en un mundo que debe superarse a sí mismo, a través de los esfuerzos de todos y cada uno de nosotros, para alcanzar el objetivo de justicia y equidad en nuestra sociedad de relación.

Las celebraciones sólo permiten acordarse para disimular, representar, olvidar el resto del calendario o reconocer la burlesca franqueza con la que entregamos un regalo que fue fruto de una intromisión de la mano en el bolsillo, con lo que se pagó el momento y no un gesto que se desprendió del corazón, como una espora, a fin de germinar en el corazón de la mujer que se quiere, se añora, se contempla o se mima.

Olvidarse de la mujer es olvidarnos de nuestra misma concepción, despreciar el misterio de la vida y abogar por un individualismo que nos convertirá en seres despreciables, incompletos y solitarios.

Recuperar la memoria de lo que debemos a la mujer, como ser humano y ente social, es integrarnos en un mundo donde aspiremos a sentirnos cada día más arropados con su presencia y más dignos con su compañía, eso es lo que la vida espera de nosotros y lo que la mujer ansía tener por compañía, lo que una madre siembra en su hijo y a lo que una mujer utilizada, abandonada, ultrajada o maltratada, discriminada o segregada, sueña transformar y cambiar en un mundo convulso, virtual, mal globalizado y eternamente olvidado, para que sus hijas ya no sean víctimas de una sociedad desigual y alienante.

Desde esta atalaya, quiero abrir espacios de reflexión y felicitar a la mujer por lo que nos puede dar, a la madre por lo que nos dio, a la esposa por lo que nos da. Nunca nos olvidemos de la mujer por su afán de estar a nuestro lado, su maternidad, su presencia o su ausencia, ya que este mundo sería otro si siempre tuviésemos el teléfono de sus miradas y sus consejos listo para descolgarlo y recibir todo cuanto nos da, en el día a día.





Dr. Juan Aranda Gámiz.

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