miércoles, 28 de marzo de 2012

GRACIAS POR ESTAR AQUI

Nos abrumamos cuando tenemos un minuto de quietud o paz con silencio, creemos estar atravesando una parálisis del sueño e inmediatamente imprimimos una fuerza inusitada a nuestros músculos y buscamos en nuestros gestos y estiramientos, muecas y recorrido visual por nuestro entorno más cercano la salida instantánea de ese momento de perplejidad que nos hizo creer que estábamos alquilando un espacio de soledad, justo al borde del pánico.

Convertirse en "ocupa" del edificio abandonado de una "soledad callada" se está convirtiendo en una alternativa viable para escapar de los falsos aromas de integración que verbalizamos, tras la etiqueta de fenómenos integradores "a medias" o solicitudes de súplica de un gregarismo que se arrincona por impertinente.

Y cuando estamos ahí, arrendatarios de un vacío de palabras, cargados de reflexiones y auto-crítica, con los ojos cerrados y en silencio, siendo presa fácil de los pensamientos reptantes y obnubilados por los detonantes de nuestro arrinconamiento, con agujeros en nuestros bolsillos de recursos a los que aferrarse para transformarlos en alternativas de solución viables y determinantes, somos conscientes del valor agregado de las tinieblas que rondan el túnel en el que nos encontramos, sin divisar una luz de presencia ni de respuestas, ahogándonos en nuestra estructura de pensamiento y agotando nuestro proyecto existencial.

Sólo llegando allá nos concientizamos que "no hay mayor soledad que sentirse sólo en tu propia soledad", pues cuando extiendes la mano y no hay quien te la mantenga en alto o cuando alzas la mirada y no hay reverberación al interferir con la mirada de algún otro, al  convencerte que se te atrofian los sentidos porque no hay sensaciones que te despierten a la vida o cuando el eco de tu voz no suena a musical porque nadie interpreta tus palabras y te orienta los pasos, llegamos a convencernos de la gratitud que sentiriamos si pudiésemos materializar un ser vivo y acercarlo a nosotros.

Creemos que las películas nos adentran en una realidad ficticia de soledad por azares del destino o desastres naturales y que esos casos  sólo pueden se atendidos por rescatistas, voluntarios, corazones altruistas preparados para situaciones extremas, haciendo públicos sus logros con posterioridad.

Hay que bajar el relato al campo y a la calle, a las fronteras y a los barrios, a las casas de acogida y a los arrabales, para escarbar el terreno pedregoso de una mujer y madre abandonada, olvidada y sóla, ante los duros y escabrosos condicionantes económicos, un ser humano reubicado en una esquina de sombra, escondido de la luz de los prejuicios y miradas sarcásticas, por problemas de salud o rasgos y conductas socialmente "inaceptadas", presos con grilletes de totalitarismos y fanatismos,  azotados por códigos de conducta que envilecen y humillan, vidas frustradas por el abuso y la manipulación, el odio y la fuerza del poder, la falsa prudencia de una solidaridad que debe viabilizarse por almuerzos de trabajo insolidarios, marginales y ornamentales.

Hemos de sentir el babeo terminal y los ojos clavados en el rostro, la astenia caquéctica del hambre y la mísera soledad de quienes batallan a diario, ninguneados hasta por el efecto climático de quienes esperan extraer algo más de donde sólo existe la bondad que antecede a la muerte, llevando la humillación por sombrero y la ignominia de una sociedad excluyente, apática e indiferente, involucrando recursos en procesos de salvataje y rescate, de todo menos de la vida sencilla, carcomida por el hambre y apátridas de compasión y presencia. 

Adoptando una actitud valiente, resignada, decidida, firme y voluntaria de estar presente en la soledad del otro y de la otra, del niño o del anciano, de quien ya agotó su fuerza de seguir reclamando, en aquel espacio donde ya no hay respuestas o donde hemos puesto rejas y cadenas, vamos a sentir la verdad de una soledad esquinera, dopante, real por su crudeza y material por su sufrimiento; entonces, sólo entonces, sin escrúpulo ni vanidad, apoyados en aquellos soportes válidos que nos lanzan a esta sociedad de vacíos, nos veremos reflejados en el espejo de nuestra propia identidad, reflexionando sobre el rol que debemos desempeñar y la conducta que debemos adoptar, sin análisis previos ni balances económicos, guiados por el mapa del corazón en la ruta verdadera de la simbiosis con la sensibilidad del silencio de una soledad alienante.

Debemos levantarnos con la brocha del amor por el prójimo y la pintura de buscar la verdad en el otro, a fin de crecer interiormente, para así poder cumplir la máxima de D. Miguel Gila (humorista español nacido en 1921 y fallecido en 2001), quien en uno de sus monólogos decía que quería inventar la "radio en color", dando brochazos de pintura al aire, hasta el momento en el que fuese capaz de interferir con la onda. Esa onda sería la voz que requiere presencia de quien ocupa el salón de la soledad y llegaríamos a inventar esa radio en color, cuando escucháramos la voz apagada y casi sin fuerzas de quien estuvo a punto de perder la fé en este mundo y en quienes lo integramos, para decirnos "gracias por estar ahí".

Como corolario quiero resaltar que Gila es un nombre de mujer que en hebreo significa "alegría", que es lo que nos dió D. Miguel Gila en sus reflexiones humorísticas. D. Antonio Machado, en su poema "A un olmo viejo", decía con la profundidad de una mirada y una nostalgia profunda por su tierra paciega y dulce, lo que debe sonar a soledad en el corazón de quienes están sólos

                                            Mi corazón espera
                                            también hacia la luz y hacia la vida,
                                            otro milagro de la primavera.

Procuremos ser nosotros ese milagro de la primavera, hacia la luz y hacia la vida, de quienes nos repetirán una y mil veces, desde el momento en el que lleguemos a sus vidas arrinconadas, vacías, tristes y olvidadas, marcadas o señaladas, marginadas o vilipendiadas, "Gracias por estar aquí", porque ello debe darle el sentido a nuestra existencia, en la subasta de la vida.


Dr. Juan Aranda Gámiz

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