jueves, 31 de agosto de 2017

¿DÓNDE ESTÁ TU IGLESIA?

Hay muchas personas que se conocen el edificio de su iglesia y acuden en los horarios pre-concertados, porque tienen la imagen de una iglesia que se define por un espacio de oración y silencio, donde el encuentro acerca y las miradas generan complicidad, a fin de escuchar pasivamente un sermón mientras otros se siguen acompañando del desencanto de las maldiciones en su vida.

Hay seres humanos que abren y cierran espacios de diálogo y cercanía, apoyo y soportes para quienes aún no tienen claro el concepto de iglesia y crecen aprendiendo a hacer iglesia, porque nadie se viste de gala ni se lee un evangelio escrito para interpretarlo, comparten una hostia diferente y se escucha la palabra de Dios en boca de quien sufre y no se relata nada más allá de lo que permite el momento.

Hay quien aprovecha para transformar la iglesia en pastoral constante con su ejemplo, sus vivencias, sus mensajes, su propuesta de voz acostumbrada que se sigue -con más desamparo que fe- por quienes creen que vivir puede ser una experiencia válida estando en un proceso continuo de resolución de dudas, a través de la lectura o la participación en grupos de auto-ayuda.

Hay quien desarrolla su actividad, o profesión, haciendo iglesia con sus actitudes válidas y coherentes, su respeto por el bien común y su afán por transmitir las enseñanzas, como un aditivo que acompaña gratis al producto que oferta en el mercado, desde cualquier bien hasta un servicio.

Hay seres humanos que se sacrifican en silencio, sin dolor ni angustia, sin prisas ni pausas, entregando todo lo que pueden y saben para satisfacer las necesidades de los demás y sólo esperan -a cambio- una sonrisa o un abrazo -por necesidad o agradecimiento- y sienten la verdad interior de una iglesia olvidada en ese gesto anónimo.

Hay muchas personas que se conforman con vivir la vida sin anunciarse, pasando desapercibidos en su figura y su presencia, pero tan necesarios en nuestras vidas que los olvidamos frecuentemente y luego se van de este mundo casi sin dejar rastro, aunque sí una huella profunda en el alma y también hacen una iglesia peculiar y diferente, silenciosa y oportuna.

Hay quien reza insistentemente, queriendo atraer la atención del despiste de muchos santos, implorando clemencia y perdón, queriendo alejar castigos y maldiciones, preocupándose de todos los demás en los grandes abismos, cuando sólo la suerte los salvará de su destino incierto y golpean su pecho abogando por sus necesidades no satisfechas, olvidándose luego -y muy pronto- de sus deberes como ciudadanos y sus responsabilidades ante los demás.

Hay seres humanos que se refugian en el liderazgo del bien después de haber estado inundados en el fango del mal y surgen como redentores de una sociedad que creen conocer a la perfección y procuran aplicar medidas preventivas, a partir de la educación franca sobre ese sub-mundo tan peligroso y desenfocado y ahí encuentran los peldaños que deben subir, día a día, para seguir su propio proceso de recuperación, el que consideran su propia iglesia.

Hay muchas personas que creen y aceptan que su iglesia está donde no haya iglesias y que sus pasos los darán donde no encuentren imágenes, que sus lamentos los digieren en silencio por el hartazgo con la vida y porque no han encontrado nunca respuesta a sus plegarias y no desean saber nada de ninguna iglesia.

Hay seres humanos que acuden a la iglesia para confesar sus pecados triviales, porque la monotonía social les arrastra a los vaivenes de los prejuicios y se consideran impíos por vomitar la superficie de todo el mal que llevan dentro y que desconocen, a conciencia, porque en el fondo se consideran de mejor estirpe y condición social.

Hay quien nunca escuchó que hay una iglesia o muchas, que el corazón tiende a palpitar cuando encuentras la tuya y que el conocerla le devuelve el sentido a tu vida y para ellos, para que aprendan a enamorarse de la vida que les llene, he escrito estos párrafos cargados de la Eucaristía de la vida diaria, en la que la homilía sea el mensaje compartido, cargado de apoyo y perdón y la consagración sea la manera más viva de compartir lo que se tiene, de palabra u obra, por sentirse útil en la vida de los demás.

Tu amigo, que nunca te falla



JUAN  


jueves, 17 de agosto de 2017

SOMOS BALONES ROTOS

Cuando queremos jugar al fútbol sacamos el balón del trastero o del patio, escondido detrás de alguna maceta y lo apretamos con los dedos, lo limpiamos para que luzca brillante y lo botamos, con la única pretensión de conocer si tiene la presión necesaria para disputar un partido, sin que se interpongan quejas ni reclamos porque la pelota no reunía las condiciones necesarias para el juego.

En la vida nos olvidamos como ese balón escondido en aquel baúl del olvido, nos inflamos y nos miramos al espejo porque queremos aparentar lo que quizás no seamos y damos unos brincos al reconocer que precisamos unos días de ejercicio, con el único propósito de acomodar nuestra existencia a una terapia preventiva o a una compañía que siempre vivió practicando deporte y no queremos ser tachados de insensatos ni de hábitos sedentarios.

Al dar los primeros pasos nos desinflamos rápidamente y no seguimos el ejemplo porque nos falta la energía necesaria para reír o disfrutar con un mínimo esfuerzo, por lo que buscamos el rincón para refrescarnos, la silla para reposar nuestro desgaste o la cama que controle nuestras palpitaciones.

En el fondo somos balones rotos, descuidados en el tiempo y desinflados por un desinterés personal en mantener activas nuestras sensibilidades y aprehensiones, manejando nuestros intereses acorde a los ritmos que marca la moda o los presupuestos de una sociedad de consumo.

No estamos dispuestos para conversar cuando nace un diálogo ni somos oportunos para compartir cuando surge una necesidad, nos alejamos cuando se despierta la sensibilidad de un apoyo incondicional y balanceamos nuestros prejuicios si la presencia la confundimos con una pérdida banal de tiempo.

La pregunta que siempre me hago es por qué?

(1) No somos capaces de valorar lo que tenemos aprendiendo a mantenerlo en las mismas condiciones?
(2) Nos cuesta tanto trabajo revisar nuestras prioridades para que no huyamos ante una llamada?
(3) Nos llega a herir tanto la verdad absoluta si se pronuncia sinceramente?
(4) No salimos a nuestro propio rescate cuando el espejo nos llama la atención?
(5) No contestamos ante las preguntas que surgen de nuestros sueños?

Si todo transcurriese llenando de respuestas nuestra vida, reencontrándonos en cada paso, cicatrizando heridas del pasado, revisando nuestras opciones vitales, valorando lo que tenemos y lo que nos rodea, seríamos balones íntegros, dispuestos a disputar cualquier encuentro sin violar ninguna norma de juego y no balones desinflados, desacomodados, incompletos e incapaces de aportar al juego lo que la pelota da de movimiento, persecución, arte, traspaso, fairplay y carisma, de los que luego hablarán todos los espectadores y por lo que seguirán valorando el espectáculo, que al fin y al cabo son las vivencias que nos completan y que nos definen la personalidad de la que hoy hacemos gala.

Tu amigo, que nunca te falla, quisiera invitarte a que te revises en tu interior y que intentes dejar de ser un balón roto, por si se te necesita para disputar un diálogo -o un aporte válido- en el campo de fútbol de la vida.

Tu amigo, que nunca te falla




JUAN 

miércoles, 9 de agosto de 2017

VEO QUE NO TE VES




Hay muchos momentos, en nuestras vidas, en que creemos que todo nos va de maravilla y, mientras más nos vemos por fuera, mejor creemos que estamos por dentro.

Sin embargo, no estamos solos en el mundo y somos incapaces de mirar a nuestro alrededor y demostrar que formamos parte de una realidad a la que nos debemos y en la que nos tenemos que incluir, más pronto que tarde, para que sintamos la presencia de los demás y podamos aportar, al mismo tiempo, al estado de bienestar general mirando desde el corazón a los demás.

Pensamos que el espejo nos va a decir, como en el cuento de La Cenicienta, que todo está bien y que aparentamos lo que realmente somos, pero la realidad es diferente y sólo nos quedamos conformes cuando descubrimos algún limitante o problema en el otro y nos manifestamos incapaces de hacer nada por aliviarles su dolor o su pena, más allá de gritar y disculparnos con el futuro que nunca se detuvo en su marcha, pero aún así es valioso ejemplarizar nuestro apoyo incondicional, desde la arista que la vida nos lo pida.

Debemos entender que somos parte de una realidad, tan crítica como real, que nos brinda oportunidades de desarrollarnos y aspirar, pero que al mismo tiempo nos presenta amenazas, como castigos, que tenemos que aprender a superar para seguir creciendo en actitudes y modelos.

No hay un bienestar completo ni integral, porque siempre encontraremos alguna astilla que nos molesta, por incómoda o inesperada, con lo que despertamos ante el espejo y empezamos a dudar de su criterio y le consideramos embustero, porque hemos hallado que padecemos de algo que desconocíamos y que nunca descubrí en mi imagen "en espejo" o que nos enteramos que a algún familiar o amigo le llegó la nota, desde alguna oficina del cielo, para que vaya preparando las maletas y tolerando el dolor que antecede a la despedida final.

Hay que aprender a verse, por dentro y por fuera, a los lados y a los alrededores, porque ahí están las claves para vivir el día a día, con el apoyo y los soportes de los demás, el diálogo constante con la vida y la necesidad de los recursos naturales para vivir, la integración de nuestras funciones vitales y la armonía precisa para que el reloj biológico no cambia su rumbo.

Cuando se descubre que no todo es como se pensaba, empezamos a balancear nuestros desequilibrios y nos invade un sentimiento de tristeza inoportuna, acongojando nuestra alma y exprimiendo nuestros recuerdos, porque asumimos que la vida nos arranca parte de nuestro ser.

Ese es el momento en el que aprendemos a ver y podemos mirar más allá de los ojos que nos miran, descubriendo ese algo que nos permita adelantarnos a cualquier acontecimiento, aún a sabiendas que Dios tiene siempre la última palabra.

No es tan difícil ver que no nos vemos y mirar que no nos miramos, pues al adquirir conciencia de la necesidad que tenemos de seguir viendo y mirando, aprendemos a descubrir y en el hallazgo estará siempre el comienzo de un largo camino que, en algunas ocasiones, determina un éxito en la curación o la re-inserción social.

Enseñemos a los niños a que vean más de lo que es aparente y descubran donde pareciese que no hay nada más que descubrir, porque esta actitud estará siempre muy por encima de la caligrafía medida y acomodada, ya que los gestos de apoyo son la mejor muestra para aprender a ser y no sólo para aprender a escribir correctamente.

Tu amigo, que nunca te falla



JUAN