domingo, 31 de diciembre de 2023

Siempre nos quedamos cortos

 

Siempre nos quedamos cortos

Juan Aranda Gámiz

Loja (Ecuador) 31-12-2023 

 

Con el paso de los años creemos conocer la distancia que nos separa de algo, o de alguien, entrando en un mundo de desajustes emocionales porque no llegamos a sentir lo que otros sienten ni a llorar con las mismas lágrimas que las cosas que nos rodean, aunque su carne y huesos tengan otra textura distinta a la nuestra.

Y es que siempre nos quedamos cortos al analizar lo que nos conmueve, pretendiendo ser indiferentes y que así no nos atraviese la pena. Sentir no puede ser un ejercicio de mirar sin descargar protesta alguna y vivir no debe transformarse en caminar de puntillas para que los espinos no lastimen la planta de nuestros pies y que no sangren de desilusiones ni desesperanza como a tantos otros que les ha tocado transitar entre tanto guijarro del camino y tanta flor seca, deshilachada y con espinas.

La Navidad no consiste en un abrazo de reencuentro para olvidar las distancias ni en un pavo que concentre las especies de la falta de miradas. Y el Año Viejo no puede, ni debe, ser un momento planificado para hacer saltar por los aires las desvergüenzas acumuladas, en medio del alboroto que nunca nos lo tendrá en cuenta.

Siempre nos quedamos cortos cuando no nos involucramos por miedo a no dar la talla, cuando el apretón de manos hace desviar las miradas, los pasos se detienen antes de llegar al destino que necesitábamos, las palabras no despiertan caricia alguna en el alma o cuando el tiempo sigue estando presente e interrumpe los achuchones, en medio del frío.

Cada recuerdo imprevisto nos pone en sobre aviso de un mundo de iguales y cada relato narrado por un desconocido nos abre la ventana al poema entrañable de las necesidades insatisfechas.

Siempre nos quedamos cortos cuando buscamos lo artificial para que sustituya a la naturaleza de los momentos aparentemente olvidados y si pretendemos encontrar en las escapadas la añoranza de lo más simple de lo nuestro, arrinconado en el olvido que siempre deseamos que regrese a casa, por Navidad y Año Viejo.

Cada impresión nos debiera devolver el aliento más rápido que el champán y los brazos debieran arropar el cuello más que las serpentinas anunciadas por matasuegras desafinadas.

Siempre nos quedamos cortos cuando envolvemos mensajes prefabricados para felicitar a los mismos y a otros, mientras tanto, les llegan el ruido de las bombas, el martilleo de las balas, la humedad de los pantanales, la obscuridad del castigo, el desenfreno insuficientemente castigado del abuso o la coyuntura sin abrigo.

No siempre sabemos por dónde empezar a apagar luces por cada momento roto en la vida de los demás. Y, quizás, tampoco reconocemos cuándo necesitamos encender alguna vela por un simple arrebato de esperanza, porque así las ciudades reflejarían la verdad, siempre escondida, de una realidad maltrecha.

Ya basta de besos virtuales, abrazos agazapados detrás de “likes” automáticos o limosnas de lo que siempre nos sobra. Ya basta de creer que el juguete alivia el dolor, que la lluvia entorpece el festejo, que las nanas son un cántico a la felicidad o que sólo en invierno nos debemos seguir refugiando alrededor del fuego, aunque sigamos estando ausentes en la presencia.

Siempre nos quedamos cortos en los aplausos a lo verdadero, en la renuncia a la futilidad de la vida, en el apoyo a lo efímero en nombre de las experiencias que van a saturar tu cultura porque veas y compartas más de lo que debes en el silencio de tu entrega a las causas más justas y necesarias.

Es hora de no quedarnos cortos y escribir para otros desde algún rincón, llamar a un número desconocido para poder escuchar, servir desde el anonimato para saber entregarse sin tarjetas de presentación y llenarse el depósito en alguna esperanzo-linera para seguir circulando otro año más midiendo mejor las distancias.

Feliz cálculo para este próximo año y que nadie, con necesidades, nos insinúe que nos hemos seguido quedando cortos.

 

 

 

Juan

 

domingo, 24 de diciembre de 2023

Hoy, un día cualquiera, es Navidad.

Miro por la ventana y no alcanzo a ver los renos ni tampoco hay juguetes flotando en el aire, por lo que me pongo a pensar si no me habré equivocado y aún no llega la Navidad.

Me levanto y salgo a la calle, preocupado porque el invierno no me haya traído el aroma de la Navidad y esté confundiendo la paz de la calle con el mensaje de armonía de los villancicos por Navidad.

Salgo a pasear y veo los mismos escaparates en medio de las esquinas, cargados de lo que no todos pueden tener y las bolsas de regalos caen pesadas de las manos de los transeúntes, esperando rellenar el postre de la Navidad.

Contemplo los semáforos y no sonríen por Navidad, las farolas alumbran los mismos aleros de los tejados y los niños corretean por las veredas, como siempre lo han hecho por Navidad.

El cielo está azul, como en marzo o noviembre, la hierba no permite tocar el suelo húmedo y los arbustos mantienen su gallardía de todo el año, como otro día cualquiera. por Navidad.

Sigo creyendo que aún no llega la Navidad.

El horno no se cansa del pavo que se está haciendo y el patio no reconoce los adornos de la Navidad. En la mesa siguen acumulándose las facturas a pagar y los menesteres reclaman tu presencia, como cualquier otro día del año, por Navidad.

¿En qué fecha estamos?, me pregunto-

Antes de tener una respuesta que me saque de la duda, sin esperar nada a cambio, se me acerca un niño cargado de esperanza, con harapos de los que siempre acompañan a las limosnas y caras enrojecidas por el frío, pidiendo comprensión, apoyo y solidaridad.

Ahí me doy cuenta que, de nuevo, estamos en Navidad. 


Juan