jueves, 31 de mayo de 2012

MÁS AL SUR DE LA HUELLA DE LA SUELA DE TUS ZAPATOS

Anoche reflexionaba sobre nuestra condición de animales bípedos y me acordaba de los puntos cardinales, cuando estudiaba la brújula en mis años de escolar, por lo que al permitir que interactúen los dos conceptos me hice la pregunta ¿Qué habrá al sur de la huella de la suela de tus zapatos?.

La suela, definida por esa parte del zapato que cubre la planta del pie y está en contacto con el suelo, tiene una capacidad de soporte increíble, mucho más en quienes sobrellevan una constitución pícnica y el exceso de grasa, atraído por la gravedad, se proyecta sobre nuestra base de sustentación.

Creemos que, al ponernos de pie y caminar, sólo estamos arrastrando la carga de nuestro sistema músculo-esquelético y pienso que también deben pesar nuestros sentimientos, ilusiones, proyectos y frustraciones, sometidas asimismo al efecto gravitatorio.

Hay personas que cambian de zapato para imprimir elegancia a sus pasos, otros potencian el marketing colocando colores y aditamentos al calzado, pero no logramos transmitir nuestra personalidad porque todo es artificial y aparente.

Nos conformamos con disfrutar de la marca de la suela de  tus zapatos, donde se dibujan hendiduras y salientes que el suelo va a presentarte como un dibujo para que puedan seguir tus pasos, pero hay quien le cambia la suela al zapato con mucha frecuencia, quien tapa agujeros colocándole media suela o quien prefiere caminar descalzo.

En la impronta de la huella que dejas, al sur de la suela de tus zapatos, podemos analizar una actitud durante la marcha, una constitución física, un balanceo de tu cuerpo, el tipo de apoyo por el que podría sugerirse el sexo y hasta la edad, si cargabas algún tipo de peso, si eran recién comprados o viejos, pudiendo conocerse incluso la marca y si era un 36 o un 38, si llevabas a tu esposa -recién casada- en brazos o alguna enfermedad que padecieras (acromegalia, patologías reumatológicas).

Si quisiéramos conocer si ese ser humano es bueno, cordial, reflexivo, inquieto, comprensivo, atento o socialmente destacado por su liderazgo, humilde, cabal, generoso, afectuoso, impetuoso o pensativo, necesitamos mirar más allá de la huella de la suela de tus zapatos, donde quedó escrito el momento de tus percepciones y tus interrogantes, donde se vacía el ímpetu de tus buenos actos o se descargan los archivos de maldad y obscuro temperamento.

Al sur de la huella de la suela de tus zapatos podemos conocerte mejor aunque no estés presente, porque el camino  que estás delineando, al pisar el suelo que te sostiene, puede mirarse como una oportunidad para seguirlo si frotas tu dedo en el barro y huele a frescura, sinceridad, compromiso y optimismo, una lógica de la búsqueda del bien común y una apuesta por la presencia en la vida de quien más te necesita.

A veces, la misma tierra desprende un hedor a rabia y oportunismo, máscaras que esconden arrugas de falsos sufrimientos y despropósitos, alejándonos de esa ruta porque la creemos orientada al despeñadero de los malintencionados.

Al caminar, por tanto, hay que estar atento al vaciamiento del norte (tu cabeza y tu corazón) en ese recipiente que debe haber más al sur de la huella de la suela de tus zapatos, donde está el espejo de tu personalidad, un jeroglífico que te define y te delata.

Para caminar, asimismo, hay que hacerlo con códigos de  verdadera moral y actitudes de búsqueda de verdades, donde la transparencia y el ánimo de sentirte útil, con la felicidad de poder servir de soporte, apoyen tu propio proyecto de realización personal, en un mundo plural y sobrecargado de momentos de necesidades.

Es hermoso ver hacia atrás y observar personas que miran, huelen, palpan la tierra de la que te vas alejando y esa bruma les arrastra a seguir tus pasos, intentando cambiar la fábula de Samaniego, apostando por una actitud constante de verdad y no por la aceptación de una realidad mirándote en el espejo de quien necesita más que tú, porque no te condiciona a hacer nada por él.

La actitud no se puede disimular con una media suela ni comprando zapatos nuevos, hay quien camina descalzo y encuentra seguidores, así como quien viste elegante y presumido, con zapatos nuevos incluidos y va caminando en solitario, sin rumbo, porque no hay nada más al sur de la huella de la suela de sus zapatos.

Hoy es siempre todavía para detenerte  a reflexionar y mirar la huella de tus pasos, intentando descubrir qué hay más al sur y qué escondes, porque no puedes disimular la verdad, la profundidad, la carga ni la sinceridad que D. Antonio Machado quiso transmitirnos al decir "Caminante no hay camino, se hace camino al andar", porque vas construyendo un reguero de esperanza para otros que aún no han sido capaces de armar su proyecto de vida y esperan oler a tierra fresca de verdad mucho más al sur de la huella de la suela de tus zapatos.

Dr. Juan Aranda Gámiz. 

domingo, 27 de mayo de 2012

¿TIENE SENTIDO VIVIR EN EL SINSENTIDO?

A diario tenemos experiencias cotidianas en las que nos movemos y reaccionamos como si estuviésemos impelidos por un automatismo que no entendemos, quizás porque no quisiéramos actuar así, perplejos por el miedo y temor que sentimos por el futuro inmediato, como si hubiésemos sido atrapados por las garras de una inminente crisis epiléptica o el delirio motivado por una hiperpirexia.

El desconocimiento del porqué actuamos así nos provoca un dolor que estremece nuestra conciencia y algo nace desde adentro, en un momento de reflexión profunda que no nos permite huir, nos ubica en el mundo de las cosas y, reconociendo el sinsentido en el que hemos vivido absortos, encontramos el sentido, pero lo que no sabemos es si nosotros lo buscamos o fue el sentido el que quiso hallarnos para sacarnos del sinsentido.

El sinsentido es tan necesario en nuestras vidas que sin él no tendríamos la necesidad de ser rescatados por el otro, esa luz que nos lanza su mano para rescatarnos al mundo donde todo parece tener sentido y es cuando la presencia del otro nos explica y razona los condicionantes que determinaron que se derrumbaran nuestras creencias del mundo real y se nos alborotó nuestra escala de valores, cayendo en un profundo sinsentido.

Cualquier reflexión nos permite pensar y sentir, percibir nuestro entorno en relación a nuestro saber ser y nuestro saber estar en este mundo, por lo que en algún útero escondido en lo más profundo de nuestro ser debe ocurrir, en todo momento, la gestación de un impulso que provoque nuestra propia transformación personal, esa es la razón última de nuestra existencia, esa llave que nos permite salir de ese sinsentido y brillar en el sentido, con respuestas y propuestas.

Pero no todos tienen la suerte de experimentar ese cambio, muy a pesar de que lo necesiten, en ese caso hay que insistir en que lo busquen con el corazón, con la sinceridad de ir hacia el encuentro de lo necesario para seguir viviendo, en un esfuerzo por provocar en ti la misión de darle sentido a tu vida.

Nuestra propia conciencia de lo que somos y de lo que necesitamos ser en la vida de los demás está en continuo cambio, adaptándose a las circunstancias y las necesidades del otro, por lo que si mejoramos y nos auto-evaluamos, constantemente, estamos reforzando nuestra solidaridad, al permitirle al otro, al que tenemos tan cerca, sujetarse desde el sinsentido de su vida y traerlo al sentido que quiera y esté preparado para darle a su existir, donde seamos capaces de socializar nuestros conflictos interiores y nuestros limitantes, porque hemos llegado a conocerlos como parientes cercanos y a quererlos, para evitarlos como precipitantes en múltiples círculos que nos devuelven al sinsentido.

Nadie es mejor que otro ser humano, sólo debe ser suficiente para darle sentido a tantos y tantos sinsentidos en otras realidades, un ejercicio de proyección que nos corresponde y nos debe atrapar, con el único propósito de devolver a la vida del sentido a quienes no tienen un mínimo de calidad de vida, ayudando con mis acciones a crear un compromiso de despertador y así atraer al sentido a quienes se sienten olvidados, lo mismo que ellos querrán despertar en nosotros esa válvula que nos permita salir del sinsentido de nuestra inacción frente al horror y la discriminación, el abandono y la violación, etapas de un mismo proceso de desigualdades con las que vivimos en un sinsentido constante y precisamos hallarle el verdadero sentido con respuestas confiables y válidas a nuestros comportamientos.

La convivencia es una apuesta por aprender de los sinsentidos del otro, procurando que ese otro sea capaz de sacarnos la espina de nuestros propios sinsentidos, los que se ven al acercarnos para ayudar y estar presente en la vida de los demás. 

Sólo me percataré de que necesito salir del sinsentido de la falta de oportunidades de desarrollo personal cuando ayude a quien está preso del sinsentido de la pobreza extrema, porque sus ojos despertarán al sentido y nos mirarán para decirnos que nos transformemos para mejorar desde nuestro interior, ya que aprendiendo a cambiar por el otro estamos cambiando nosotros mismos.

No se puede ser realista en el sinsentido, eso sólo se conoce en el sentido, pero en el viaje de tránsito de uno a otro estado vemos el paisaje del reconocimiento de lo que tenemos y las edificaciones que albergan nuestras verdades, despertando silenciosamente y pudiendo analizarnos, en una sociedad como la que nos ha tocado vivir y a la que debemos aportar.

Nuestras aportaciones no podemos confinarlas sólo a momentos de sentido, porque nos creamos válidos aportes a momentos críticos, sino también a nuestros espacios de sinsentido, porque sentimos el soporte y el apoyo, la cercanía y la presencia, con lo que cualquier sinsentido va a tener el sentido exacto para ti y para quien te observa, te sigue, te contempla, te quiere y te respeta, un ser humano que quiere demostrarte que es un hermano, hoy y por siempre todavía.


Juan Aranda Gámiz.

jueves, 24 de mayo de 2012

NO NOS ENTRAN LAS TABLAS DE MULTIPLICAR

Al cerrar los ojos y recordar nuestros días de escuela, temblando por el miedo que recorría nuestro cuerpo si escuchábamos nuestro nombre y debíamos salir al frente de la clase y recitar la tabla de multiplicar, aún sentimos frío y titubeo al calcular un producto de dos cifras porque fue un aprendizaje traumático e insensible, por cuanto todo se resumía en un ejercicio mental que te obligaba a repetir -una y otra vez- un rosario de dígitos separados por un aspa y un signo igual.

¿Qué hubiera pasado si hubiésemos ejercitado con ejemplos de la vida real? -Casi con seguridad, hubiésemos encontrado en el producto las consecuencias del juego de multiplicandos y multiplicadores que estaban presentes a nuestro alrededor y el resultado hubiese sido más comprensible.

A ver si se han aprendido bien la tabla del 1. ¿Cuál es el resultado de multiplicar 1 recién nacido que se queja por 1 recién nacido que no come? 

-Tenemos 1 problema de desnutrición, diría el niño con ganas de seguir contestando. Y realmente la desnutrición es 1 situación que nos compromete y nos debe estrechar con quien se queja y no come, llevándole las condiciones necesarias para que pueda disponer de alimento, los servicios oportunos para que sea atendido y la atención necesaria durante el embarazo y el parto para que hubiese tenido un peso ideal al momento de nacer.

Veamos algo más difícil. ¿Cuánto sale si multiplicas 2 niños no vacunados por 2 niños que nunca lactaron?. -

-Es fácil, señorita, son 4 problemas de salud, o sea, dos niños con problemas de crecimiento y desarrollo infantil y otros dos niños con enfermedades inmuno-prevenibles, que pueden dejar secuelas para toda su vida. El costo-beneficio de una vacuna nos debe obligar a ampliar la cobertura vacunal a todos los infantes, según un calendario pre-establecido y hay que educar a los padres para romper tabúes y barreras, transformando el respeto a los ancestros y sus mensajes en un alfabetismo participativo.

¿Y si multiplicas 3 países en guerra por 3 conferencias de buenas intenciones?. 

-Ahí, señorita, tenemos 9 poblaciones de refugiados, 3 por cada conferencia que no fue capaz de solucionar el conflicto. ¡Qué fácil sería aprender a dialogar para evitar campamentos de miseria y dolor, educar para la solidaridad ante la riqueza y la miseria, disfrutar de una naturaleza compartida y fomentar la hermandad sin fronteras¡.

Esta cuenta no la vas a resolver, estoy completamente segura, decía la profesora a la niña. ¿Qué pasaría si multiplicaras 4 niños secuestrados en un país por 4 niños sometidos a trabajos inhumanos en otro país. 

-Ja, ja, ja, esto sí que es fácil, son 16 violaciones de los derechos humanos. Se lo voy a explicar con detalle, 8 niños que no dieron su permiso para ser manipulados por mayores y 8 casos de personas marcadas para toda su vida; ahí está la semilla de una sociedad excluyente y perversa, al tiempo que tolerante con las desigualdades en el trato humano.

Señorita, ahora le hago yo una pregunta. ¿Y si usted multiplica 5 abuelitos abandonados por 5 jóvenes en el desempleo?. 

-Bueno, te voy a dar el resultado, en total hay 25 casos desprotegidos, pues nos olvidamos de cubrir las necesidades de 5 personas mayores, no asistimos a 5 ciudadanos en su derecho a un trabajo digno, complicamos la vida a 5 padres que deben albergar a sus hijos parados, sacamos de la escuela a 5 niños que deben trabajar para apoyar la economía familiar y ponemos en riesgo a 5 familias, humilladas por el destino al que le arrinconaron los despropósitos económicos y los confusos mensajes de unos elegidos por la democracia representativa.

Ahora pregúnteme, estoy listo para contestar. ¿Y si multiplicáramos 6 discapacitados por 6 mujeres víctimas de abuso sexual?. Esta pregunta sí es muy complicada, pero vamos a calcular. 

-Verá usted, habría 12 personas olvidadas de la sociedad y con miedo a integrarse, más 12 seres humanos frustrados en su afán de integrarse y más 12 proyectos de vida que consideramos nulos y que si tuviésemos la valentía de incorporar en nuestros propios proyectos nos impulsarían los momentos de libertad y comprensión; entre todos suman un total de 36. 

Qué bueno, me gusta este juego y estoy aprendiendo a multiplicar, pero cada vez es más complejo. Ahora me voy a preguntar a mí mismo cuál es el resultado de multiplicar 7 mentiras por 7 actitudes de odio.

-Y me voy a tomar mi tiempo, porque habría 7 voces que intentaron manipular, 7 incrédulos que quisieron creer, 7 seres humanos que demostraron actitudes violentas, 7 personas desconcertadas por no saber si el odio lleva mentira en su interior, otros 7 que nunca sabrán si la mentira generó odio, 7 que creyeron haber engañado y 7 que, al final, pensaron en sus momentos de reflexión que ni el odio ni la mentira los iba a llevar por buen camino y tomaron la decisión de alejarse a tiempo; en total, señorita, son 49 reacciones diferentes.

¿Y si tú, lector de este blog, multiplicas 8 sueños por 8 ilusiones?. 

-No te confundas y piensa despacio, pues al final vas a tener 64 oportunidades, ya que son 16 buenos momentos para proyectarte, pues son espacios de libertad para seguir creciendo, 16 necesidades que vas a resolver en tu propia vida o en la de quien está a tu lado, 16 metas que estás dispuesto a alcanzar y 16 ejemplos de vida que estás transmitiendo a las personas mayores abandonadas de la tabla del 5, a las víctimas de abuso sexual de la tabla del 6 o a los participantes de las conferencias de buenas intenciones de la tabla del 3.

Ahora quiero que un amigo mio multiplique 9 niños con enfermedad terminal por 9 banqueros con indemnizaciones millonarias. -Dime amigo ¿cuánto te sale?. 

-Verás, amigo mio, no es tan complicado, pues el total es de 81 dudas. 

Esta tabla sí que no te la entiendo, explícamela. 

Claro, al final todos tenemos 27 dudas de que los niños fallezcan viendo un mundo diferente donde los banqueros devuelvan lo que les sobra, 27 dudas de que los banqueros apoyen los programas de atención -sin esperanza- de niños que se van consumiendo esperando un milagro y 27 dudas de que alguien se proponga acercar a los niños y los banqueros para que los infantes les griten sus lamentos y los pseudo-pensionistas bancarios se sensibilicen en ese espacio del alma donde todos tenemos firmado el acta de nuestras propias convicciones y nadie ha firmado, jamás, alegrarse del dolor ajeno.

Mañana voy despierto al examen y que me pregunten la tabla de multiplicar, no sé porqué ha sido un martirio para otras generaciones, con lo fácil que es multiplicar lo que se ve y lo que se siente, el producto es  -ni más ni menos- la sociedad que hoy tenemos, pero que todos podemos cambiar si aprendiésemos mejor la tabla de multiplicar en el hoy y, por siempre, todavía.



Dr. Juan Aranda Gámiz.

lunes, 21 de mayo de 2012

HOY, UN DÍA CUALQUIERA

Hoy, un día cualquiera, me he puesto a pensar en los niños que nacen de un vientre de alquiler y no llegan a conocer a su madre arrendataria ni pisar de nuevo el departamento donde vivieron por nueve meses, porque a veces se nos olvida la sensibilidad y el toque de esperanza, disipado en el líquido amniótico por la angustia de nacer al mundo, despidiéndome de rincones y escondites en aquel mundo alquilado que debió tener cara y nombre.

Hoy, un día cualquiera, me acuerdo de quienes soportaron la dureza de una verdad que apaleó sus cuerpos, por el firme propósito de defender una verdad, trasladando el silencio y la oración de las catacumbas romanas a las calles de algunas ciudades del hoy y por siempre todavía.

Hoy, un día cualquiera, lloro por quien no puede comer y me enojo con mi mano derecha por despreciar la cuchara y no terminar mi plato de comida, viendo reflejada en el fondo mi angustia por la sed y el hambre de otro ser humano a quien se le niega el pan y se le condiciona la vida a los determinantes climatológicos y coyunturas políticas, como si las armas y las borrascas pudieran animar un cuerpo desvalido.

Hoy, un día cualquiera, quiero tener presentes a las víctimas de accidentes, por haber sido inoportunos transeúntes en un mundo que se creía libre cuando estalló una bomba o recibieron el impacto de un vehículo que creía estar en el vacío, huyendo de sí mismo y de las circunstancias laborales y personales que se clavan en los ojos de un conductor que queda cegado por el odio y la perplejidad de cuanto transcurre a su alrededor.

Hoy, un día cualquiera, siento el calor de quien se quema vivo para protestar y el frío de cuerpos cobijados por un cartón y un portón, bajo el arco de un puente o en una cama emprestada en un albergue, donde los sueños no existen y la existencia se mide por una suerte de oportunidades que transitan del surrealismo incoloro de niños que se saturan de droga a la tramontana que debe recorrer los cuerpos semidesnudos de alcohólicos abandonados y vagabundos maltrechos y rodeados de basura.

Hoy, un día cualquiera, quiero mirar y recoger las lágrimas de quienes recibieron malas noticias, porque nunca estuvieron preparados para este momento, empapando de tristeza sus mejillas y desbordando de iras las arrugas de su frente, sin encontrar la válvula de escape que le permita disipar desencanto amargo y culpa añeja.

Hoy, un día cualquiera, he de estar presente en la rueda de prensa de quienes desean romper un hábito y transformarlo en proyecto inseguro, arrastrado por voces anónimas que esperan subirse al carro de la innovación enmascarada y entrar en una ensoñación de la que no quisieran despertar, para levantar sus manos y lanzar preguntas que provoquen respuestas coherentes, hasta el punto de suspender la reunión sin haber alcanzado una conclusión, la mejor manera de prevenir crisis.

Hoy, un día cualquiera, me alegro de escuchar palabras de arrepentimiento, que debieran quedar escritas en una historia laboral, porque es imprescindible ajustar el tono suave de la humildad que acompaña a la petición de perdón con la impronta que debe quedar, en modo indeleble, en la actitud de quienes no pueden permitir que vuelva a repetirse la escena, al ser permisivos con aquel que no supo gestionar adecuadamente sus valores.

Hoy, un día cualquiera, quiero prepararme para una entrevista de trabajo en la empresa de los aportes sin retribuciones, porque sólo quiero ganar amigos con ilusiones y ciudadanos "con saldo", para contribuir a reducir el tamaño de una "generación perdida", envuelto en la única monotonía que debe ganar adeptos "vivir para regalar momentos", porque así nunca morirá la libertad de "seguir siendo".

Hoy, un día cualquiera, quiero seguir reflexionando porque la palabra me empuja y la reflexión me condiciona, con ello dispongo de actitudes en lista de espera, acomodadas en la repisa de mi tiempo libre, ese será el póster que puedo colgar en mi historia de vida para saber que se pasó por este mundo "de un millón de amigos".

Hoy, un día cualquiera, voy a luchar porque no sea un día cualquiera.


Dr. Juan Aranda Gámiz. 

viernes, 18 de mayo de 2012

TE DESEO UNA PIZCA DE MALA SUERTE

Nos creemos personas serias y casi siempre pensamos que sólo los burros tropiezan dos veces con la misma piedra, pero son animales que soportan una carga y hay quien le arremete con palos y patadas para que acelere la marcha y no agache la cabeza, por lo que será una amalgama tan impresionante de inconvenientes y problemas los que surquen el cerebro de este solípedo que se transforma en un rebuzno de tolerancia y resignación, esperando llegar pronto a su cuadra de destino y volver a ser tratado de la misma manera.

Aprovechando que estaba alimentándose le froté el hocico y acaricié sus orejas, mientras con su cola espantaba las moscas que se deslizaban en su cuerpo húmedo por el calor de la carga y con la mirada fija en sus ojos grandes y tristes pensaba en seres humanos que son tratados como asnos, personas de poco entendimiento que también sufren por ser señalados, alienados, segregados, apaleados o apartados.

Todos tenemos algo de burros de carga, ya que somos seres laboriosos y de mucho aguante, pero nos recuperamos fácilmente si alguien nos coloca tal etiqueta, escapando del dolor y la humillación momentáneas al acallar la voz del que nos increpa, pero hay personas mendigas, desnutridos, aquellos que marchan con deformidades y lacras, los desamparados y los sin techo, muchos que desempeñan una tarea diaria de escarbar en la basura y los que se acompañan de un dolor que tratan con una fe que provoca envidia y un hambre de apoyo que despierta lágrimas.

Todos ellos, como quienes son repudiados por motivos religiosos, raciales o morbosos, como enfermos psiquiátricos o pacientes terminales, huérfanos de conflictos o víctimas de maltrato y abuso, seres humanos ocultos de la luz de la calle por el control de las mafias y drogadictos y alcohólicos que buscan la senda de la recuperación, después de haber dado ese primer paso de aceptar su condición y aprender a sobrellevarla, todos son dignos de respeto y consideración; pero las distancias que mantenemos, la sordera que le manifestamos, el asco que nos notan en nuestro contorneo al pasar a su lado, el desprecio con el que entregamos una limosna o el sarcasmo del suspiro que se desgarra de nuestro interior cuando los vemos acercarse y desviamos nuestros pasos a la otra acera, son los palos con los que sobrecargamos a vecinos o paisanos, hermanos o transeúntes anónimos con el propósito de ahondar más su miseria y su pena.

Si detuviésemos nuestros pasos por unos minutos, aunque fuese para sentarse en el banco de un parque o para mirar un escaparate, contemplar el movimiento en la calle o disfrutar el juego de niños que recién salieron al recreo en la escuela del barrio, descubriríamos en la mirada de todos ellos un deseo "Te deseo una pizca de mala suerte", para que te ayude a reflexionar que la vida es breve y todos hemos comprado boletos en la tómbola de la suerte, aunque algunos sufren esa mala suerte y nunca nos planteamos que nosotros pudimos haber sido los tocados con la enfermedad o el desprestigio, la calima de un pesar o la tristeza de un defecto.

Es razonable y justo, quizás hasta necesario, que nos pongamos en la piel del otro y aprendamos a llorar con sus lamentos, a escondernos de los demás, a mirarse al espejo de los comportamientos ajenos para sentirse sólo de verdad, sólo así sentiríamos la resignación y la tolerancia del burro, deseando llegar a su hogar y al suelo, para descansar y prepararse para el siguiente día, con pocas esperanzas de que cambie su sino, pero cargándose de energía para desempeñar mejor su tarea en esta vida.

No es malintencionado quien pretende despertar a la vida a aquel que no se encuentra defectos ni vacíos, porque para hallarse una pizca de mala suerte y comprender que es imperfecto sólo necesita visitar el cuerpo de quien está vacío de afecto y compañía, comprensión y apoyo, el que no tiene la suerte de que le inviten a una reunión y le hagan participar, sintiéndose orgullosos de cuanto hace y dice.

Seamos conscientes de lo que otros sufren y de lo que necesitan para seguir siendo lo que Dios quiso que fuesen, sin aspirar a convertirse en diferentes en el mismo cuerpo, sino quizás a vivir más integrados y aceptados, más participativos y singulares, pero también más abiertos y naturales, porque así van a ser hermanos más despiertos a las diferencias y van a estar menos necesitados de miradas y soportes.

Que todos pasemos un rato de mala suerte al mirar una pantalla de televisión que nos traiga una noticia porque hubo muerte o abandono, al leer un periódico donde alguien quedó sólo porque perdió todo lo que tenía sentido a su alrededor o cuando veamos una locura que no encuentra la paz en sus manos porque nunca fue comprendido, al contagiarnos por comer junto a quien nos consideró indiferente o al abrazar a quien fue señalado y se siente indefenso y alejado.

Vivir es algo más que pasear y comer, debe partir de una reflexión por los momentos en los que otros no sienten el sentido que la vida debe adosar a nuestros cuerpos y nuestros objetivos; la buena suerte es la de quien creyendo que nunca la tuvo encontró a quien descubrió en él una oportunidad para cambiar su forma de ser y aproximarse al mundo de quien consideraba, con lamentos y quejidos, que había tenido muy mala suerte al asomarse en la sala de partos y alargar su brazo para que practiquemos las primeras maniobras que le traerán a esta realidad tan dura y seca, pero que todos debemos humedecer compartiendo las lágrimas de quien sufre de mala suerte.

Tengamos una pizca de dolor para reconocer que ese otro ser humano desvalido y acomplejado, llorando y cojeando, escondido y tiritando, abandonado o acribillado, en la iglesia o en el parque, en la carretera o en el lecho, nos desea una "pizca de mala suerte" para que al pensar en ellos sientan la cercanía y aprendamos a recibir su tiempo y su lamento como un regalo que debemos cuidar durante toda nuestra vida.


Dr. Juan Aranda Gámiz

martes, 15 de mayo de 2012

ESA CAMISA NO AGUANTA MÁS REMIENDOS

Después de sentarnos alrededor de la mesa, en una noche fría y abrigados por la presencia de la madre que nos mira con entusiasmo porque nos ve crecer y nos contempla con todo el amor del mundo, mirándola cómo remienda nuestros calcetines, aprendemos la técnica y queremos remendar todas las esferas de relación en nuestra vida, como una fiel copia de lo que le ocurría con aquella sábana que salía del baúl para cubrir las camas heladas o con esa camisa vieja que ya no aguanta ni una caricia.

Así actuamos en la escuela y dejamos que unos cuantos comentarios sean arrastrados por el viento y lleguen cansinos a oídos de nuestro amigo, con el que nos enfadamos la semana anterior, remendando los errores con actitudes recelosas y argumentos imaginarios, cuando debiéramos aprender que lo correcto es comprar la camisa nueva de la cercanía, llamando al diálogo y a la reconciliación, aún con el postre de una disculpa, porque es parte del aprendizaje inteligente que debemos tener para poder soportar relaciones ulteriores donde esté en juego el equilibrio y la estabilidad de una pareja y hemos de tener presente la lección "aprende a dar el primer paso".

La adolescencia nos levanta el ánimo temperamental que nos sumerge en la estúpida armonía con la vida de la calle y el liberalismo de actitudes, remendando nuestra ausencia en la vida de nuestros adultos mayores, padres y abuelos, con una llamada, un visita fugaz de compromiso o un correo que suena a vacío que pretende rellenarse con dinero o apoyo; pudiendo comprar la camisa de la comprensión, llegando a acercar generaciones para plantear posiciones desde la vida del despertar hormonal frente a la rancia madurez que desea proteger el alboroto de una etapa que puede verse arrastrada y manipulada, pues en el intercambio de pareceres y opciones se puede alcanzar un consenso que permita un desarrollo paralelo, conciliando la confianza que se exige para crecer con la paz que se necesita para descansar, con responsabilidad y orgullo.

Llega la independencia, pensando que alcanzar una titulación universitaria te abre las puertas y vas a alcanzar el éxito en tus primeros cien días de "luchador solitario" y empiezas a remendar tu título con post-grados y tus necesidades de matrimonio y vivienda con torpezas de abandono de tu propio proyecto profesional, abandonándote a la corriente que la sociedad propone, pudiendo incluso cambiar de apariencia, filosofía, principios y enfoque; cuando debieras comprar la camisa de emprender para superarte y afiliarte a la escuela de la vida solidaria para encontrar la respuesta a cuantas dudas vayas necesitando contestar en tu proceso de maduración personal.

Te casas y no has leído, siquiera, las lecciones necesarias para una paternidad responsable, como si todo eso viniese empaquetado en un curso "por correo" al que puedes inscribirte en algún momento, poniendo remiendos de discrepancias con el nombre que le pondrás a tu hijo o abandonos por esterilidad de la pareja, incomprensiones de la realidad del otro en la vida conyugal o invasión psicológica y física en ese otro espacio que has prometido respetar y cuidar durante toda tu vida, porque es quien te complementa y aporta, la media naranja con la que prometiste compartir tu vida entera; no piensas que sería prudente comprar la camisa del diálogo constante para seguir complementándose, como esencia de la vida en común, aprendiendo de las señales que ves, palpas o escuchas, para transformarlas en actitudes de cercanía con piropos y de verdades con miradas abiertas, las dos únicas condiciones que nunca pueden ser sustituidas por las mentiras ni la distancia transformada en olvido.

Cuando tenemos que educar a nuestros hijos ponemos remiendos durante todo su desarrollo, por desconocimiento, falta de tiempo disponible para ellos o creer que la camisa de la educación incompleta y sesgada va a durar toda la vida escondiéndose y al final, al cabo de unos años y cuando puedes percatarte que perdiste la oportunidad, te van a decir que debiste comprar la camisa nueva de la verdad para formar en valores y de la dedicación para conocerse mejor, pues quizás así hubiese germinado la confianza mutua, tan necesaria en el proceso de diferenciación sexual de nuestros hijos.

Con ocasión de una enfermedad, nuestra o de nuestros hijos, evadimos y confundimos, pasamos por alto o procuramos armar un relato que el tiempo puede convertir en verdad, a fin de evitar preocupaciones, pero cualquier eufemismo puede llegar a ser un remiendo que no pudo adaptarse a la camisa vieja de un cuerpo enfermo; después de un tiempo nos damos cuenta que es necesario comprar la camisa nueva de la reunión en familia, para constituirse en un apoyo grupal y convencido del papel que a cada uno le corresponde en la dura y triste tarea de soportar un desenlace familiar, más aún cuando transcurre en la figura de uno de los padres.

Al separarnos de los hijos, cuando los vemos auto-suficientes, remendamos los problemas en nuestros nietos y en las apreciaciones que tienen de nosotros, evitamos -como remiendos- tratar problemas tan candentes como herencias, relaciones entre hermanos, respeto por los abuelos, proyectos de vida después de que los mayores se hayan ido y tantos otros condicionantes de la vida diaria con los que disfrutamos convirtiéndolos en remiendos; quizás lo lo ideal sería comprar la camisa de las reuniones familiares y de la atenta escucha de los planteamientos de cada cuál, pues ahí se estrechan vínculos y se va forjando la escuela para la vida familiar en aquellos que van apuntando a hacerse jóvenes lo más pronto posible.

Cuando nos hacemos viejos nos acordamos de los remiendos que pusieron nuestros padres y de los que pusimos a nuestros hijos, ahora hubiera sido maravilloso tener una camisa nueva de más presencia de todos en nuestras vidas y más recuerdos compartidos, más viajes entrelazados con manos y mejillas que besar, más cucharas sujetas por manos de nietos alimentándonos y más consejos de nuestras hijas para llevar una vida sana, mientras nos acompañan en el paseo diario al parque, pero nos lamentamos no haber pensado, cuando aún fue posible, que "esa camisa no aguanta más remiendos".

Remendemos lo necesario y compremos lo suficiente para seguir disfrutando de una camisa nueva, con el color y la textura de la vieja, porque hay que conservar la suavidad de la historia vivida y protegerse con los consejos de bolsillos en los que caben fotografía y mensajes, sudores y esperanzas.


Dr. Juan Aranda Gámiz.

domingo, 13 de mayo de 2012

AYER ENTREVISTÉ A LA SOMBRA DE TU CORAZÓN

Hoy me siento periodista y no puedo sostener la libreta de notas porque me tiemblan las manos, desconozco quién será mi primer entrevistado y dudo hasta de mi templanza para sostener el hilo del diálogo que debo mantener, sin sorprenderme por atuendos ni deslumbrarme por algún relato de los que remueven la última mota de escombro que tengamos acumulada en el techo de nuestra personalidad.

De repente, agazapado en una pared esquinera, abrigado por un cartón desgajado en plena acera, con marcas de zapatos que llevarían mucha prisa, siento que algo se me acerca y solicita mi compañía:

   -¡Oiga usted¡, ¿me siente?
   -¿De dónde viene esa voz?, sólo veo mi sombra, porque la luz de la farola ilumina mi espalda.
   -Soy yo, señor, la sombra soy yo.
   -¿Y de dónde saliste? ¿De dónde te desprendiste?
   -¿Quiere escuchar mi historia y así le regalo su primera entrevista?
   -Bueno, no sé si me van a creer cuando diga en el periódico que entrevisté a una sombra. De todos modos gracias. Usted dirá, señora o señorita sombra.

Yo era parte del cuerpo de un señor egoísta que insistía en que su corazón no tenía sombra, ni podía tenerla.

   -Por cierto, señor, ...¿su corazón tiene sombra?
   -No lo sé y nunca me lo he preguntado, señora o señorita sombra.
   -Verá... dígame joven sombra, porque estoy creciendo, pero le voy a narrar mi existencia porque le veo perplejo y preocupado. Usted piensa que la entrevista va a ser un fiasco ¿verdad?
   -La verdad, ya no sé qué pensar.

Yo soy la sombra de un corazón, tengo forma de puño y todavía me estoy formando, cuando llegue a ser adulta tendré la forma de un regalo. Yo he hablado con muchos corazones y todos dicen que nunca se han visto su propia sombra, pero les he explicado que todo depende de que vosotros, los seres humanos, estéis dispuestos a recibir rayos de luz que vayan directos al corazón y ahí aparecerá la sombra.

Pero, vamos a ver, yo quisiera saber... ¿de dónde viene esa luz y cómo llega al corazón?

¿A usted no se le han llenado los ojos de lágrimas viendo una película donde la luz de una persona enamorada ha besado a la protagonista y no ha parado de hacerlo hasta el día de su muerte o cuando un niño desnutrido mira porque siente el calor de una manos donde cabe todo su cuerpo, sabiendo que tiene un minuto más de vida? 

  -Sí, muchas veces.

Pues en esos momentos, cuando sentimos dolor y nos devuelven agradecimiento o cuando entregamos verdad y nos demuestran fuerza y esperanza, ahí hay un rayo de luz y entonces aparezco yo. Al ir formándome doy un grito porque el corazón me ha parido a la vida y me encuentro con la sombra de otros corazones impresionados por la bondad y el apoyo, la alegría y el encanto de hallar un latido de ilusiones.

Cuando alguien se nos va para siempre y lloramos, al compartir lo que tenemos con quien le da pena solicitar más de lo que necesita, al sentir una mano que golpetea nuestra espalda y al considerarnos afortunados por imitar una conducta que vale la pena, al despertar de un sueño y vestirse de disposición y ganas, al encontrar felicidad un niño en una caja de cartón mientras duerme o alegría cuidando el cuerpo frío de una mascota que se nos fue para siempre, ahí hay una sombra y así voy creciendo con distintas experiencias.

Hay momentos en los que se mandan fuerzas con el pensamiento y palabras de reflexión por correo, cuando transformo mi vida para estar presente en otras vidas y cuando recibo un beso por haber sido sencillo, humilde y franco, al abrigar a una abuela que ya no protesta por nada o al dedicar las horas del parque a juntar ropa vieja para venderla y regalar ilusiones por Navidad a mis amigos de los arrabales; ahí también aparezco yo y reconozco que es cuando más crezco y me desarrollo.

Cuando dejo mi libro para que otro niño lo aproveche, cuidándolo como si fuese mío, al ejercer mi profesión o mi actividad con dignidad, al defender a los que no tienen derechos, al gritar porque la escarcha nos bañe a todos por igual y al proteger especies amenazadas o pueblos no contactados, al recomendar prudencia en la carretera y al acompañar a un enfermo terminal en sus últimos días, regalándose horas de mi tiempo de estudio, al reconocer la verdad y luchar por ella aún sintiéndote salpicado; en todas esas situaciones ¿también apareces tú, joven sombra?.

   -Si, ahí estoy yo.

¿Y cómo poder verte y saludarte?

Es fácil, cuando encuentres vida en el otro, es porque hay luz y entonces, sólo entonces, seguro que hay sombra.

   -Me voy, porque allí va pasando una mujer que ha visto llegar a su hijo de la guerra, sano y salvo, después de tres años de ausencia y se va a iluminar el corazón, luego me voy a pegar porque va a dar una sombra muy grande.

   -Gracias joven sombra por mi primera entrevista.

Mañana, cuando salga a la calle, le voy a susurrar a la primera persona buena que vea: ¡Oye, ayer entrevisté a la sombra de tu corazón, seguro que era la tuya, no la pierdas más¡

 -Estoy feliz de ser periodista. Me voy a ver ante un espejo, quiero ver la sombra de mi corazón, ahí sabré que sigo siendo feliz hoy, y por siempre todavía.


Dr. Juan Aranda Gámiz

viernes, 11 de mayo de 2012

LA ARQUITECTURA DE UN CONSEJO, EN UNA GOTA DE SALIVA

A diario emitimos una opinión, que suena a parecer indiscreto y osado, con la que aportamos en un momento dado a fin de solventar una duda, aclarar una incertidumbre, declinar una propuesta o precipitar una búsqueda; así encontramos el camino para que la palabra se humedezca y sea útil en alguna circunstancia y para ese alguien que debe analizar su contenido y graduar el valor intrínseco que tiene al adoptarla como consejo.

Calibrar nuestras opiniones significa sopesar el equilibrio que debe existir entre el vehículo que utiliza el alma para comunicarse, el fluido de la saliva y el instrumento de medida en las relaciones inter-personales, el aparato democrático de los valores y sentimientos a los que damos rienda suelta cuando encontramos silencios y dudas en el otro, entendiendo que la magnitud de nuestra pesonalidad está en la grandeza del aporte de un consejo, pretendiendo con ello edificar una cultura aireada de presencia y apoyo en el proyecto personal de ese otro ser humano, querido, próximo o anónimo.

La saliva es agua en un 99%, al igual que un consejo debiera ser soporte vital en el mismo porcentaje y sus principales propiedades reológicas son la viscosidad, la lubricación y la elasticidad, elementos constituyentes de la arquitectura de un consejo por cuanto busca adherirse en las actitudes de quien te escucha, permite hidratar y engranar mejor los tiempos y los vacíos, reconociendo el empuje de la palabra cuando alguien se queda sin aliento y aturdido, pero al mismo tiempo se adapta y acomoda, con entusiasmo y encaje, a las necesidades y oportunidades de quien está dispuesto a escucharte.

La saliva protege la integridad de las mucosas, como el consejo bien orientado, calibrado y fluido, puede revestir de energía el interior de tu escala de valores, para replantearte la necesidad de hallar la estructura del plano de tu personalidad, donde debes dibujar siempre los filtros para canalizar tus desechos y las columnas de principios que deben tolerar el peso de la vivienda que deseas edificar en tí con el propósito de albergar las voces y las palabras, con mensajes de petición de apoyo que deberás convertir en consejos.

La saliva también contribuye a eliminar restos alimenticios y bacterias, así como los consejos deberían contribuir a arrasar con residuos tóxicos para el alma, permitiendo un barrido de aquellos oportunismos y preferencias sesgadas, neutralizando actitudes inoportunas y repletas de intereses, permitiendo que aflore esa verdad escondida, la que amortigua preferencias y siempre tiene presente el sufrimiento y la necesidad más reales y candentes.

La saliva, por suerte, remineraliza los dientes, no los destruye, casi un símil de lo que debe aportar un consejo, pues en su concepción debe haber una genética cargada de materiales para la construcción de esperanzas, nivelando las rugosidades de nuestro ego y homogeneizando, en una mezcla sabia, la entereza de las actitudes con el estado de ánimo de un corazón vivo y la rivalidad constante entre el dominio de la fuerza de carácter y el apagón virtual de nuestros complejos de inferioridad. 

La saliva facilita, por sus componentes, la masticación, deglución y fonación, permitiéndonos comer y hablar, al tiempo que protege contra la caries; un consejo oportuno, así mismo, nos va a permitir masticar mejor la indiferencia y el abandono, porque son vivencias pétreas con las que los dientes deben luchar para condicionar una deglución que va a provocar náuseas por el desencanto y el horror, pudiendo digerirlas siempre que las actitudes sean ejemplo que acompañen a la saliva de un consejo y vayan encaminadas a redistribuir mejor las fuerzas  para que soportemos el dolor ajeno y la desesperación de cuna, transformando la desilusión en una página abierta a la esperanza.

La saliva de los consejos nos marca como personas con la meta de afianzar el bien común como única estrategia en nuestras vidas, diluyendo los azúcares de la dieta diaria, ese empalago de constructos con los que no llegamos a construir nada y esa jerga aquilatada de reparos que nos identifica como seres humanos vacíos, porque si somos capaces de compactar la basura podemos reciclarla y transformarla en un bien o producto, útil y necesario; con ese mismo enfoque, un consejo puede tamizar en tí tus propósitos indeseables y aportar con una guía para que el receptor de tu mensaje hidrolice mejor sus verdades y sus mentiras, contribuyendo entre ambos a generar un nuevo material para construir nuevos consejos para el alma.

La salud de un consejo viene dada por la verdad que transmite y la frescura que condiciona, el amor que despliega y la bondad que protege, la sencillez con la que debiera armarse y el desprendimiento con el que debiera regalarse, pues ante la epidemia de frustraciones, debacles, desastres, pérdidas, desconfianzas, aniversarios y marginaciones, debiéramos lanzar la campaña por un consejo que reclama la arquitectura tan básica que entraña una gota de saliva, por cuanto debe transmitir lo mismo que una ventana entreabierta y acompañar como el silencio de una reflexión profunda.

Dar un consejo, en la arquitectura básica de una saliva tan necesaria para edificar un momento de reflexion en el otro, significa replantear tu existencia para estar presente en el proyecto de vida de un ser humano, una oportunidad para crecer y desarrollarte en valores y actitudes, trazos que debieran dibujarse en el plano que presentamos al pasado para que nos conceda la autorización a fin de que levantemos los muros de un futuro mejor para todos.




Juan Aranda Gámiz



martes, 8 de mayo de 2012

LAS DUDAS DE UN EMBRIÓN Y LOS INTERROGANTES DE UN FETO

Todos hemos pasado una gestación en el interior de un vientre, frente al televisor del ombligo e inmersos en una burbuja que te permite nadar en tu propia identidad, aunque no recordamos esas vacaciones ni si tuvimos alguna reflexión durante la temporada de abultamiento notorio que provocó nuestro crecimiento en el vientre de nuestra madre.

A pesar de que nuestro desarrollo intrauterino ha sido estudiado minuciosamente y que sabemos con inusitada exactitud el momento en el que cada segmento de nuestro cuerpo u órgano va vistiendo nuestra figura amorfa y desestructurada, el cerebro de la vida va orientando procesos y dinamizando estructuras, con lo que se va escribiendo el progreso alcanzado, acorde con unos patrones y unas curvas de normalidad.

Quiero zambullirme, a través del cordón umbilical y alcanzar un espacio del trofoblasto recién constituido, para bañarme en las lagunas de aguas termales que intercambian mensajes entre la mujer y su futuro ser, auscultando las reflexiones paciegas y tensas que un hijo "en potencia" tiene que transmitir a su madre y cuyo eco se amortigua por el paso a través de tejidos y canales, único motivo por el creo que luego nunca se recuerdan jamás o el amor materno las calla para siempre.

Estando ahí, tan cerca del huevo fecundado y de la mórula, viendo cómo va moldeándose el saco vitelino, acurrucado para que el embrión no se percate de mi presencia, tirito de emoción cuando le escucho susurrar -por primera vez- a un ser humano que arranca a la vida y quedo temblando ante su reflexión ¿Habré sido engendrado por amor, conveniencia, violación o no seré deseado?; en ese momento me entraron ganas de salir por la cicatriz umbilical, preguntárselo a la madre y comunicarme telefónicamente con este "okupa" del vientre que proclama el misterio de la vida. Pero...¿y si hubiera que darle una mala noticia?.

Quise dormir un rato en ese océano de sangre donde se empozan ilusiones y se ahogan esperanzas, pero me despertó una voz silenciosa que se preguntaba ¿Estaré predeterminado, genéticamente, para ser sano o viviré enfermo desde mi nacimiento?; hubiese querido ser D. Severo Ochoa o D. Santiago Ramón y Cajal para haberle transcrito un mensaje o haber reparado algún error en su mapa y así evitarle tensiones hasta el parto y en la vida extrauterina. 

Conforme la vena ácigos servía de mapa de carreteras y sus hojas blastodérmicas se diferenciaban sentía movimientos que yo, en mi ignorancia, diagnosticaba como acordes de acomodo de posturas y consecuencia de cambios orgánicos ineludibles, pero eran provocados por la alegría que el embrión sentía cuando el papá piropeaba o besaba a su madre, al recordarle algún aniversario o cuando el ginecólogo decía a la inexperta pareja que el embarazo había arrancado "de perlas" y eso ya estremecía de emoción al futuro retoño.

Crecía y a veces escuchaba gritos ¡oye, oye, ese soy yo¡ y es que se veía en la pantalla del ecógrafo, por lo que subía su frecuencia cardíaca y preocupaba al galeno que intentaba adivinar cómo estaba viviendo ahí adentro, con un corazón tan agitado.

Yo no sabía que los embriones se comunican entre sí, quizás hacen amistad en la sala de espera de las maternidades, porque le llamó el inquilino del vientre de la señora María Q. para decirle ¡Sabes, ya voy a salir de aquí, se me acabaron las vacaciones, tengo que salir porque me consideran viejo antes de crecer, dicen que ahora se arrepienten y que no quieren conocerme, ya está cerca la legra y, sin embargo, al vecino del vientre de la señora Julia M. dice que lo tuvieron una temporada en una rincón de vidrio alargado, sólo para algunos privilegiados y de ahí le trasladaron luego al mismo piso de alquiler que tenemos nosotros. Eso es tener suerte y no lo que me va a pasar a mí, así que....¡hasta siempre¡.

En ese momento estaba contribuyendo a subir el cauce de ese espacio líquido en el que flotaba, enmascarando mi presencia para no ser descubierto, por las lágrimas que derramaba a cada momento. Algunos minutos me tranquilizaba cuando oía susurros de asombro ¡qué grande me estoy haciendo¡ y entonces sus dudas se estaban convirtiendo en preguntas serias y contundentes, porque el embrión ya se había convertido en un feto.

¡Ya tengo sexo¡ -decía esa hendidura rodeada de arcos branquiales- y ahora ... ¿qué hago con esto?, la misma pregunta que nos hacemos en la adolescencia, porque nadie nos lo explicó en la barriguita y en silencio, muchos años antes. ¿Tendré familia y serán buenos conmigo? ¿Habrá algún hermano que estará esperando que sea más feo que él?.

¿Saldré al mundo en una clínica o en mi casa? ¿Me atenderá un profesional o me quedaré atravesado, para siempre, en el canal del parto, después de comer y comer para estar listo para este gran viaje que me presente ante el mundo, en una sala de partos, en un río o en un pesebre?.

-No tomes tantas pastillas ni te hagas tantas radiografías- le decía el feto a su madre, dándole patadas contra la pared abdominal, lo que a veces interpretamos como juegos inocentes y no son sino llamadas de atención sobre riesgos que estamos entregándole para complicarle su existencia y provocarle anomalías, enfermedad e incluso muerte.

¿Tendré pañales? ¿Lloraré de emoción al momento de nacer? ¿Cuál será la primera cara que conozca y a la que no olvidaré en toda mi vida, la del tocólogo o la de mi madre?. Pero rompí a llorar y gritar, creo que me escuchó, cuando vociferaba que dejara de hablar porque me estaba atormentando este feto -más inteligente que cualquiera de los terrenales que conozco- al preguntarse en voz alta y bastante sonora ¿me regalarán o me quedaré para siempre en el hogar que hayan dispuesto mis padres, seré entregado-a en adopción o seré secuestrada y regalada sin ningún permiso?.

-Ya sueño con mi cuna y con el seno materno, voy a comer como desesperado-a y no voy a llorar cuando me pongan las vacunas, seré el mejor hijo del mundo y espero que mi madre me pregunte si quiero hacer la primera comunión, si comparto la idea de tener un hermano y mis padres acepten los amigos que desee tener, que me apoyen si no les gusta mi identidad sexual y que me permitan vestir como quiera, porque hasta es posible que tenga alma de diseñador-.

-De todos modos tengo que salir y después de mí vendrá la placenta, mi plato de comida durante la gestación- y yo le apoyaba en esta última reflexión, porque yo estaba ahí, en una laguna de las zonas de intercambio entre la sangre materna y fetal (a nivel feto-placentario), en esa frontera donde ser apátrida es una condición favorable, porque conozco lo que pasa aquí afuera y, por primera vez, pude saber lo que ocurre en el interior, el valor de las reflexiones de un ser vivo, con conciencia antes de ser engendrado, con las dudas de un embrión y las preguntas de un feto.

Estaba contento porque con el alumbramiento iba a salir del calvario de sentimientos que tuve adentro y, a partir de este momento, yo ya sé que este nuevo habitante del mundo va a tener una madre que le llevó en su seno y dos padres, uno que le engendró y yo, que estuve auscultando la esencia del embarazo, una lección para la vida de quienes nos manifestamos como solidarios y atentos, faltándonos sensibilidad y valor para darnos cuenta de cuánto valemos al comienzo de nuestro recorrido y cómo vamos perdiendo credibilidad cuando la vida nos amolda a su antojo y a tenor de las circunstancias, robándonos para siempre la dulzura y el dolor inocente, pero real, de una reflexión para el alma.


Dr. Juan Aranda Gámiz

domingo, 6 de mayo de 2012

LOS REFRANES TAMBIÉN LLORAN

Es costumbre reírse o sonrojarse con algún refrán, pero nos olvidamos que son fenómenos sociológicos porque vienen del pueblo, donde arranca la expresión; su recorrido de reflexión y el consejo o moraleja a donde quiere llegar nos suenan a enseñanza moral, pero después de tantos años de refranero me he llegado a preguntar si lloran los refranes.

Sus ojos pueden ser las sentencias que proclaman y las lágrimas nacen del vapor de agua de sollozo, mezclado con cenizas de palabras olvidadas y gases desprendidos por explosiones corporales de odio y desencanto, hirviendo por el fuego de una leña seca y arrugada por el olvido, la manipulación y los nubarrones, presenciando las recaídas y reiteraciones de lo que pudo haberse evitado si hubiésemos llorado al compás de los refranes.

Pero si lo que se pretende es transmitir un mensaje, entonces... ¿por qué lloran los refranes?. 

Unos lloran por balbucear que no podemos fiarnos de nada ni de nadie, proponiéndonos el realismo atado al suelo, cuando dicen "Ayer lo conocí, pero a mañana nunca lo vi" y puede ser una afirmación de peso en un mundo que lleva a cuestas la talega de la incertidumbre y cada vez más lo reducimos a nuestras efímeras circunstancias, sin tener en cuenta al otro; pero aún así perdemos la libertad de soñar para tener derecho a construir desde el alma, a pesar de que sólo fuese la primera piedra, porque no podemos quedarnos con la amarga realidad vivida sino con el mundo que tenemos que afrontar en el hoy y por siempre todavía.

Hay refranes que deben llorar por asegurar que "A beber me atrevo, porque a nadie debo y de lo mio bebo", porque las iniciativas no deben estar exentas de riesgos para otros, por el efecto en cadena de nuestros actos y, si no, que se lo cuenten al deterioro medio-ambiental; el individualismo no es un traje para presentarse en sociedad sin un análisis previo de la invasión accidental del espacio del otro, porque ya no eres "tú y tus circunstancias", sino "tú, por las circunstancias del otro y otros por tus propias circunstancias".

Me imagino las lágrimas que debe derramar el refrán "A calza corta, agujeta larga", proponiendo que no debemos ponernos en los zapatos del otro porque no es nuestra medida y podemos lastimarnos, pues en el dolor que se siente al reflexionar sobre la realidad vivida por quien pide ayuda y te sensibiliza, arrancándote la energía necesaria para apoyarle antes de que se disipe su último esfuerzo, está la reacción natural de amor por la vida en la presencia ante los demás, el real propósito de una supuesta globalización.

Y qué puedo pensar del conato de prudencia que quiere imprimirse con el refrán "A gran calva, gran pedrada", al plantear la necesidad de protección y disimulo, como carta de presentación, con lo que se amortiguaría cualquier golpe imprevisto, ya que la oferta de sinceridad y franqueza puede dejarte desprotegido en algún flanco; creo que llora cuando comprueba que en democracia es optativo lucir la calva, tan natural y que el pelo no es una armadura para amortiguar la intensidad del golpe, quizás desprovisto de aditamentos en tu cabeza se vería la singular semblanza de quien no esconde nada y está dispuesto a entregarse con la limpieza del alma.

Otros llorarían cuando aseveran que "A causa perdida, mucha palabrería" porque como dice un buen amigo de este "A fuego y a boda, va la aldea toda", no entiende cómo nos apuntamos a banquetes de oportunidades y a catástrofes, por miedo a que nos alcance la miseria, pero los liderazgos siguen surgiendo cuando los problemas se cocieron, hirvieron y se sirvieron, porque las aportaciones van vestidas de despropósitos pueriles y mensajes indescifrables, al asumir lo irreparable. Lloro porque debería haber un refrán previo para evitar la reparación del daño, tan aceptado por la dulzura que ocasionó a algunos bolsillos y al prestigio de chaqueta y corbata, en almuerzos de trabajo y por el camino tan largo de una muerte anunciada, como en aquel que dice "A la larga, lo más dulce amarga".

O lloraría el refrán anterior porque a quien considera un mal vecino, el refrán de la acera de enfrente, le venía diciendo desde hace tiempo, a veces gritándole desde el balcón de su azotea: Vecino..."A la ballena, todo le cabe y nada le llena"; también por eso debería estar llorando.

Llorará largo y tendido el refrán "A pájaro muerto, jaula abierta", pues una voz apagada no genera reflexión desde el alma, con el despertar tan espontáneo a la vida del bienestar almacenado en los momentos de libertad que te rodean y acompañan a cada paso y en cada esquina.

Pienso en los lamentos de refranes como "A los tuyos, con razón o sin ella" porque se estaría abogando por un crecimiento sesgado por lazos de sangre, sin aportes de sensatez, moderación, sensibilidad ni enfoque para las actitudes tiznadas o valores de desconcierto en alguno de los tuyos, lanzando a la sociedad elementos inmaduros por arropar los prejuicios y consolar retoños que nacen con tu mismo tronco; la falta de tiempo y dedicación, la planificación ordenada y la búsqueda de modelos debieran presentarle a este otro refrán "a mal sarmiento, buena podadora", podando de raíz con el ejemplo y la solidaridad, esa estaca que va a servir para permitir un desarrollo armónico y ordenado, no separándote de ahí mientras te necesite para no desviarse ni caer por su propio peso.

Yo escucho los quejidos, acompañantes ruidosos de las lágrimas profundas y sinceras de refranes como "A quien debas contentar no procures enfadar", porque ello te condiciona a buscar una estrategia para tener éxito, sustentándola en el oportunismo y la farsa, con adornos de micro-ambientes relajantes y propositivos, esperando que la calma ronde tu relación con ese jefe al que quieres entusiasmar, al padre que no deseas provocar o a la mujer y al amigo que quieres ensalzar; provocar un enfado en el otro significa que te manifiestas tal y como eres, imperfecto y arrepentido, natural por las circunstancias y necesitado de apoyo, abierto a que te conozcan silvestre, sin artificialidad de temporada, porque al fin y al cabo, un amigo o un jefe, un padre o una mujer, ese otro ser humano con el que dialogas y te relacionas, estará pensando con la filosofía de este otro refrán "A mi amigo quiero, por lo que de él espero" y nada más.

Con seguridad debe llorar el refrán "A mi prójimo quiero, pero a mí el primero", porque ondea la bandera del egoísmo y del pseudo-samaritanismo, escondiendo la verdad y dejándola en lista de espera para cuando mi "yo" personal haya satisfecho sus propias necesidades, elementales y superfluas.

Pero también deben llorar refranes como este "A malas piernas, buenas muletas", porque a todos nos flaquean las fuerzas en la enfermedad y en las anomalías congénitas, en los accidentes y al llegar a ser adultos mayores, en el post-operatorio de nuestros lamentos y en el alumbramiento al que damos lugar cuando generamos problemas y no logramos superar sus secuelas; la verdad que encierra nos hace llorar de alegría porque sigue proponiendo el soporte válido, el apoyo incondicional, el hombro de esperanza y el oído que atentamente escucha, conociendo la culpa y asimilando su arrepentimiento, porque todos necesitaremos ese banco para sentarnos y esa pared para apoyarnos en el hoy, y por siempre todavía, mientras sigamos sintiendo que hay alguien a nuestro lado con la ilusión de seguir estando presente en nuestras vidas y ayudarnos a crecer en silencio.

A esta hora estoy seguro que muchos otros refranes seguirán llorando, esperando que nos acordemos de ellos para ofrecerles un pañuelo de recuerdo y un toque de relato para revivirlos y actualizarlos, darles el verdadero sentido y reubicarlos, pues todos tienen razón de ser si hay otro refrán que los anteceda, con el único propósito de que a todos los refranes los tratemos desde la proximidad del corazón, aceptando a los que son amigos, por su enseñanza, y a los que pudieran ser enemigos por su reflexión, pues tal y como diría este refrán "A los enemigos, bárreles el camino", con el objetivo de que pasen rápido por tu vida y acepten tu oferta de amistad en Facebook sin reparos y lo más pronto posible, al descubrirte como suficiente y necesario en su propuesta de realización personal, para lo que hay que manifestarse tal y como se es, sin tapujos y sin adornos, con la misma bondad con la que la vida nos presenta al nacer.


Juan Aranda Gámiz.


jueves, 3 de mayo de 2012

EL ALIENTO COMPARTIDO DE UNA DESPEDIDA

Nuestra vida diaria está cargada de momentos compartidos con sabor a despedida, dejando que la distancia seque las lágrimas y los pañuelos sigan ondeando su tristeza por el alejamiento, con miradas que pareciesen discursos interminables y ese sudor frío que humedece las palmas de nuetras manos, en un intento por convocar al recuerdo y no soltarlo en su trote furioso de desencanto y sombra.

Y volvemos, en busca de algún tesoro perdido, reencontrando nuestras raíces y saludando a los gestos que entrañan hospitalidad y vivencian la serenidad y la calidez que sólo podían sentirse a través de la línea telefónica o los caracteres que te permiten escribir en las redes sociales.

Pero hay viajes sin boleto de regreso, precisando tener las maletas hechas y estar convencidos que vivimos como inquilinos del mundo, hasta que nos pidan el local, dos condiciones esenciales antes de subir a ese autobús virtual que te llevará, desde aquí y para siempre, a algún rincón o paraje, triste o colorido, donde te han preparado lo necesario para un descanso eterno, sin facturas ni hipotecas, paro ni pleno empleo, manifestaciones ni aplausos, vacaciones ni estrés, árboles marchitos ni primas de riesgo, discursos ni mensajes subliminales. 

El único interrogante es el tiempo de espera, pues a pesar de tener un turno asignado desconocemos el día y la hora exactos, por lo que los preparativos se transforman en una agonía, sutilmente anunciada, arrancando gestos de dolor y sufrimiento, en nuestro intento de permanecer adheridos al suelo y a nuestra historia, un rosario de altibajos y proyectos, desenmascarándonos en nuestros últimos días como seres dependientes, inconclusos, agotados, previsibles, incoloros y mortales. 

Ese aliento de despedida va cargado de intereses creados que agotaron vidas y castigaron la inocencia -violando su crecimiento-, a irresponsabilidad y desenfreno en las deciciones que comprometían y el sesgo de consenso que se le otorgó a momentos que sonaron a abandono, a testamento de ahorros empolvados de influencias y mensajes que no convencieron para salvar crisis insolidarias.

A pesar de todo, siempre es un aliento compartido por quien asume o se delega, acepta o participa, se involucra o reclama estar ahí presente mientras tu cuerpo se deshilacha y consume, va quedando sin reservas y una enfermedad con nombre lo va llevando a ese túnel por donde se alejará, pronto, muy pronto, con pañuelo en mano, presa de sus verdades y sus secretos.

Es ardua la tarea para quien acepta el rol de compañero de un ser humano en su etapa terminal, porque al tiempo que se informa sobre la patología que condiciona tu existencia hay que ofrecer tiempo y presencia, olvidándonos de lo que fué y servir de apoyo, descubriendo necesidades que quizás él nunca alcanzó a encontrar y satisfacer en los demás.

Se actúa de confesor y traductor, porque el lenguaje exige escuchar atentamente e interpretar vivencias y actos de la obra que representó, a veces cargada de mensajes y otras de despropósitos, pero, al fin y a la postre, hay que convertirse en garante de su tiempo terrenal para permitirle la transición en paz, sin recordarle préstamos ni exigirle disculpas. contribuyendo a realizarle en las horas que el más allá le conceda para terminar de empacar.

Todo ser humano, aún al filo de lo inaceptable, debe tener derecho a que se le construya una esperanza de redactar el proyecto de vida para los suyos, de lo que se sienta orgulloso en el infinito, hay que ser testamentario de sus relatos y preferencias, notarizando sus actos de constricción y su fé en quienes le quisieron y disfrutaron de él, complementarios o suplementarios, ondulados o quebrados en sus rasgos y actitudes, como el biógrado de una vida que ya va dejando de pertenecerle.

Hay que constituirse en árbitro de sus dudas y vacíos, manteniendo viva la ilusión por reconstituir y reparar, transmitir y perdonar, resurgir y aplaudir cuantas escenas hayan transcurrido en la obra que haya debido representar en este planeta, con una partitura aprendida o improvisada, pero procurando que quede el ejemplo en quienes le ven tomar el autobús para nunca regresar.

Debemos provocar en quien va alzando la mano para despedirse que escriba la última conferencia de todo ser agónico, tomando con el pincel de su voz apagada el color de alegría con el que despedirse, redirigiendo sus impulsos para enfocar sus más exiguos esfuerzos y transformándose en aliado de sus propias convicciones.

Se debe ser exigente en arrancarle sonrisas de júbilo y declaraciones que sirvan de engranaje para hilbanar cabos sueltos, concediéndoles el perdón de la solidaridad mientras escuchen y sostener su mano temblorosa para sellar su último deseo, mientras sientan el calor de la nuestra; fortalecer el efecto farmacológico de los medicamentos con las reflexiones del alma que le conduzcan a sentir paz y fortaleza interior, cobijando su esqueleto reducido con tentáculos de presencia, amistad y sabiduría, sin ofertarle espejos para que se vean reflejados sus antecedentes ni preparando revueltos de palabras, enfocándonos en aquello que da sentido a nuestro paso en este mundo, siempre inmaterial y en tránsito.

Permitamos la libertad de expiración a quien desea irse con serenidad y aceptando devolverle lo último que se le olvidó empacar, agradeciéndoles siempre que nos hayan hecho más pequeños ante Dios por reconcocer la grandeza de la vida, proponiendo siempre la verdad como estrategia realmente oportuna y aceptada ante la trascendencia de la llamada, aplicando la medicación y cuidando las heridas al tiempo que reparamos su dolor por la esclavitud de sus esfuerzos, la desesperación de los legados, las huellas de sus ausencias, los latidos de sus incomprensiones y hasta el sudor de algún trazo de maldad, porque ahora hay que mirarlo desde el corazón, aún en su fragmentación y en su consunción.

Siempre debemos extender la mano para abrazar y levantar el orgullo que se nos va o la obra que se traslada, con sus consejos y sus propuestas de libertad subtitulada y de amistad nunca reconocida. Por esto y por mucho más, cuando compartimos el aliento nos convertimos en cómplices convencidos de nuestros propios errores y crecemos en actitudes verdaderas, con lo que ya podemos ir llenando las maletas que tenemos que empacar para cuando nos toque partir.

Hasta siempre o hasta que nos reencontremos, como familiar o amigo, profesional de la salud o desconocido, enemigo o confesor, porque vivenciar este momento es aprender una lección más que la cátedra de la vida nos regala, fotocopiada, para que siempre podamos repasar y aplicar "el aliento compartido de una despedida", un capítulo sin dolor porque nos hace grandes y sin lágrimas por que recibimos más de lo que estuviésemos dispuestos a entregar a un ser humano que se nos va para siempre.



Dr. Juan Aranda Gámiz  

martes, 1 de mayo de 2012

UNA VIDA ENTERA POR UN BESO

Todo trabajo contribuye a generar un bien y este se inserta en el mercado a cambio de algo, por tanto es un bien económico, rentable o no, pero barnizado con mercantilismo sujeto a la ley de la oferta y la demanda, envuelto en papel de competitividad y con una tarjeta de presentación adornada de márketing y escondida detrás de un vacío contractual que, a veces, esconde conformismo y resignación.

Pero, al fin y al cabo, la gran mayoría de trabajadores tienen un salario y aspiran a una estabilidad empresarial, en una lucha constantemente salpicada por reformas laborales y reclamos justos de derechos adquiridos, con lo que van construyendo sus propios nidos familiares, en un afán supremo por legar más de lo que se recibió y aportar decididamente en la construcción de una sociedad mejor y diferente para el día de mañana, en el futuro cercano de nuestros hijos.

Tras adquirir la mayoría de edad emprendemos una trayectoria marcada por la temporalidad laboral, orientada a subsanar la economía estudiantil tan precaria y liberar a nuestros progenitores de un plus por sostener jóvenes en transición en una sociedad estancada en aspiraciones y oportunidades, pero el tiempo y la formación adquirida nos empujan a opositar, aprovechar, acceder o desempeñar un puesto que, acorde a su viabilidad y a nuestro impulso personal, puede transformarse en una catapulta para despegar y surcar rutas de crecimiento profesional.

Sin embargo, nuestro campo visual se reduce cuando asumimos que los diferentes ciclos vitales deben ser naturalmente aceptados por el compromiso contractual que se adquiere al tomar la firme decisión de arrancar una relación de pareja, bajo la fórmula eclesiástica o civil, donde los roles están previamente definidos y la carga laboral tiene un reparto, a priori proporcional.

El "sí, quiero" parece una declaración tácita de cuanto pueda ser incluido en la bolsa de viaje de dos personas que prometen amarse y respetarse "mutuamente" hasta que la muerte los separe, pero ese es el momento indicado para firmar un contrato con el propósito de que ambos afronten la responsabilidad de cumplir con los artículos básicos de una vida en convivencia, transformando la inscripción en una Carta Universal de Derechos y Deberes.

Tengamos en cuenta que, desde la elección voluntaria de nuestro-a compañero-a de viaje, en el portal de la vida, crecemos tan relativamente como el otro nos alcance a complementar, nos responsabilizamos hasta donde nos lo permita el enfrentamiento de caracteres, consecuencia directa de cómo nos moldeó la sociedad y de la impronta genética que arrastramos, masticando desajustes laborales imprevistos y ensayos continuos de "borrón y cuenta nueva" que aceptamos escribir en las páginas "en blanco" del libro de la vida en familia, con capítulos desarrollados por lo inesperado y las sorpresas, las injusticias y las lamentaciones, las ausencias y los reparos, las infidelidades y los maltratos, las verdades y las mentiras, las luchas de intereses y el desarrollo de nuestros hijos, las enfermedades y las anomalías, las aspiraciones y las renuncias constantes.

Pero detrás de todo ello hay un cuerpo maltratado y deformado por el misterio gestacional, un dolor de parto -a veces apagado por la anestesia de una cesárea oportuna y planificada- y postergado al post-operatorio inmediato, la dulzura del tiempo dedicado a la lactancia, en un vínculo afectivo sin igual entre una madre y su hijo-a, la actitud vigilante que pretende encauzar el crecimiento educando todo movimiento inverosímil y travieso, la programación de visitas diarias a los centros educativos, sin olvidarse de los calendarios vacunales y las consultas preventivas, la caries o las alzas térmicas que te despiertan en el mejor entramado de tu sueño reparador y la tediosa espera de unas calificaciones que no satisfacen y le obligan a extraer un bono de tiempo libre del ocio al que tiene derecho para supervisar tareas y ejercicios y asi afianzar la formación académica del retoño.

Desconociendo todo ello, olvidándonos de rabietas que no se calman y largas esperas de incertidumbre, ansiando incluir unos centavos en la economía familiar tan maltrecha, donde hace falta dinero hasta para respirar, se supera el día a día con un agotamiento de reservas y en calma, como si el silencio fuese aliado de la esperanza, confiando plenamente en un cambio que, a veces, no llegará jamás.

La mujer, ensimismada en sus arrebatos de cocinera y madre, empleada y lavandera, costurera y esposa, asesora y psicóloga, administradora y compañera, responsable y emprendedora, sufridora y defensora, protectora y consejera, entrañable y sensual, fuerte y respetuosa, amiga y enamorada, no levanta su voz para solicitar ni reclamar, porque cree que "el precio justo" de su esfuerzo es la entrega a la sociedad de un bien generado desde el amor de sus propias entrañas, construido con la paleta de colores que la vida le brindó, pero buscando siempre la armonía en los colores que harán resplandecer a sus hijos y siempre arrastrándose, junto a su media naranja, cuando ambos están convencidos de que "los roles se repartieron proporcionalmente y lo cumplieron a cabalidad" a un segundo plano del cuadro, donde todos deberíamos acercarnos para preguntarle cuánto le debemos por su esfuerzo y cuánto nos debiera cobrar por su entrega.

Al no existir contrato, toda mujer y madre que no haya detenido sus pasos y abandonado su tarea, descargando responsabilidad y encanto por su contribución diaria en mejorar y revalorizar la vida "en familia", con pulso firme o tembloroso, mirada perdida o entusiasta, tendida por el paso de los años o empinpolándose ante un espejo, debiera tener derecho a una pregunta ¿mamá, cuánto te debo por todo lo que hicistes por mí, en esta vida?-

Estoy seguro que diría que nunca fué necesario un contrato porque no hay derecho a olvidar las decisiones del corazón y el fruto de tu ser, en ningún momento ni circunstancia, que nunca hubo un cálculo en las actuaciones porque sólo se aspiraba a ser esposa y madre y que lucharía porque nunca cambiasen los términos de madre e hijo por empleado-a y empleador-a, porque las tasas no tendrían precio.

Y si insistiéramos, preguntándole un precio aproximado, para hacernos una idea de cuánto valora todo lo que nos entregó en modo altruista y nos sigue dando con nuestros hijos, nos diría "sólo, dame un beso, ya me siento pagada".

Darse cuenta que un beso paga toda una vida da sentido al contrato entre una madre y un hijo, una mujer y su esposo, al cambio en el mercado de valores supondría muchos millones de millones de euros y dólares, una cantidad inimaginable para quienes violan, asesinan, discriminan, abusan, persiguen, arrinconan, maltratan u olvidan a una mujer y madre que fué merecedora de un beso.

Hoy, 1 de mayo, firmemos un contrato con nuestras esposas y madres, abuelas y hermanas, para que todas las mujeres de nuestras vidas tengan asegurado, al menos, nuestro pago con un beso, sin tareas ni obligaciones adquiridas porque ellas escribirán los términos del contrato con su esfuerzo del día a día y no habría código que pudiera sustentarlos ni abarcarlos.

Nuestro pago debiera ser, todos lus días, no olvidarnos de ese "beso" por tarea cumplida y por gesto recibido, por caricia desinteresada y por comida compartida, por arroparnos y por despertanos, por compartir nuestras penas y por apoyarnos en nuestros limitantes, por querernos por lo que somos y por no olvidarnos jamás.


Juan Aranda Gámiz.