viernes, 18 de mayo de 2012

TE DESEO UNA PIZCA DE MALA SUERTE

Nos creemos personas serias y casi siempre pensamos que sólo los burros tropiezan dos veces con la misma piedra, pero son animales que soportan una carga y hay quien le arremete con palos y patadas para que acelere la marcha y no agache la cabeza, por lo que será una amalgama tan impresionante de inconvenientes y problemas los que surquen el cerebro de este solípedo que se transforma en un rebuzno de tolerancia y resignación, esperando llegar pronto a su cuadra de destino y volver a ser tratado de la misma manera.

Aprovechando que estaba alimentándose le froté el hocico y acaricié sus orejas, mientras con su cola espantaba las moscas que se deslizaban en su cuerpo húmedo por el calor de la carga y con la mirada fija en sus ojos grandes y tristes pensaba en seres humanos que son tratados como asnos, personas de poco entendimiento que también sufren por ser señalados, alienados, segregados, apaleados o apartados.

Todos tenemos algo de burros de carga, ya que somos seres laboriosos y de mucho aguante, pero nos recuperamos fácilmente si alguien nos coloca tal etiqueta, escapando del dolor y la humillación momentáneas al acallar la voz del que nos increpa, pero hay personas mendigas, desnutridos, aquellos que marchan con deformidades y lacras, los desamparados y los sin techo, muchos que desempeñan una tarea diaria de escarbar en la basura y los que se acompañan de un dolor que tratan con una fe que provoca envidia y un hambre de apoyo que despierta lágrimas.

Todos ellos, como quienes son repudiados por motivos religiosos, raciales o morbosos, como enfermos psiquiátricos o pacientes terminales, huérfanos de conflictos o víctimas de maltrato y abuso, seres humanos ocultos de la luz de la calle por el control de las mafias y drogadictos y alcohólicos que buscan la senda de la recuperación, después de haber dado ese primer paso de aceptar su condición y aprender a sobrellevarla, todos son dignos de respeto y consideración; pero las distancias que mantenemos, la sordera que le manifestamos, el asco que nos notan en nuestro contorneo al pasar a su lado, el desprecio con el que entregamos una limosna o el sarcasmo del suspiro que se desgarra de nuestro interior cuando los vemos acercarse y desviamos nuestros pasos a la otra acera, son los palos con los que sobrecargamos a vecinos o paisanos, hermanos o transeúntes anónimos con el propósito de ahondar más su miseria y su pena.

Si detuviésemos nuestros pasos por unos minutos, aunque fuese para sentarse en el banco de un parque o para mirar un escaparate, contemplar el movimiento en la calle o disfrutar el juego de niños que recién salieron al recreo en la escuela del barrio, descubriríamos en la mirada de todos ellos un deseo "Te deseo una pizca de mala suerte", para que te ayude a reflexionar que la vida es breve y todos hemos comprado boletos en la tómbola de la suerte, aunque algunos sufren esa mala suerte y nunca nos planteamos que nosotros pudimos haber sido los tocados con la enfermedad o el desprestigio, la calima de un pesar o la tristeza de un defecto.

Es razonable y justo, quizás hasta necesario, que nos pongamos en la piel del otro y aprendamos a llorar con sus lamentos, a escondernos de los demás, a mirarse al espejo de los comportamientos ajenos para sentirse sólo de verdad, sólo así sentiríamos la resignación y la tolerancia del burro, deseando llegar a su hogar y al suelo, para descansar y prepararse para el siguiente día, con pocas esperanzas de que cambie su sino, pero cargándose de energía para desempeñar mejor su tarea en esta vida.

No es malintencionado quien pretende despertar a la vida a aquel que no se encuentra defectos ni vacíos, porque para hallarse una pizca de mala suerte y comprender que es imperfecto sólo necesita visitar el cuerpo de quien está vacío de afecto y compañía, comprensión y apoyo, el que no tiene la suerte de que le inviten a una reunión y le hagan participar, sintiéndose orgullosos de cuanto hace y dice.

Seamos conscientes de lo que otros sufren y de lo que necesitan para seguir siendo lo que Dios quiso que fuesen, sin aspirar a convertirse en diferentes en el mismo cuerpo, sino quizás a vivir más integrados y aceptados, más participativos y singulares, pero también más abiertos y naturales, porque así van a ser hermanos más despiertos a las diferencias y van a estar menos necesitados de miradas y soportes.

Que todos pasemos un rato de mala suerte al mirar una pantalla de televisión que nos traiga una noticia porque hubo muerte o abandono, al leer un periódico donde alguien quedó sólo porque perdió todo lo que tenía sentido a su alrededor o cuando veamos una locura que no encuentra la paz en sus manos porque nunca fue comprendido, al contagiarnos por comer junto a quien nos consideró indiferente o al abrazar a quien fue señalado y se siente indefenso y alejado.

Vivir es algo más que pasear y comer, debe partir de una reflexión por los momentos en los que otros no sienten el sentido que la vida debe adosar a nuestros cuerpos y nuestros objetivos; la buena suerte es la de quien creyendo que nunca la tuvo encontró a quien descubrió en él una oportunidad para cambiar su forma de ser y aproximarse al mundo de quien consideraba, con lamentos y quejidos, que había tenido muy mala suerte al asomarse en la sala de partos y alargar su brazo para que practiquemos las primeras maniobras que le traerán a esta realidad tan dura y seca, pero que todos debemos humedecer compartiendo las lágrimas de quien sufre de mala suerte.

Tengamos una pizca de dolor para reconocer que ese otro ser humano desvalido y acomplejado, llorando y cojeando, escondido y tiritando, abandonado o acribillado, en la iglesia o en el parque, en la carretera o en el lecho, nos desea una "pizca de mala suerte" para que al pensar en ellos sientan la cercanía y aprendamos a recibir su tiempo y su lamento como un regalo que debemos cuidar durante toda nuestra vida.


Dr. Juan Aranda Gámiz

No hay comentarios:

Publicar un comentario