martes, 1 de mayo de 2012

UNA VIDA ENTERA POR UN BESO

Todo trabajo contribuye a generar un bien y este se inserta en el mercado a cambio de algo, por tanto es un bien económico, rentable o no, pero barnizado con mercantilismo sujeto a la ley de la oferta y la demanda, envuelto en papel de competitividad y con una tarjeta de presentación adornada de márketing y escondida detrás de un vacío contractual que, a veces, esconde conformismo y resignación.

Pero, al fin y al cabo, la gran mayoría de trabajadores tienen un salario y aspiran a una estabilidad empresarial, en una lucha constantemente salpicada por reformas laborales y reclamos justos de derechos adquiridos, con lo que van construyendo sus propios nidos familiares, en un afán supremo por legar más de lo que se recibió y aportar decididamente en la construcción de una sociedad mejor y diferente para el día de mañana, en el futuro cercano de nuestros hijos.

Tras adquirir la mayoría de edad emprendemos una trayectoria marcada por la temporalidad laboral, orientada a subsanar la economía estudiantil tan precaria y liberar a nuestros progenitores de un plus por sostener jóvenes en transición en una sociedad estancada en aspiraciones y oportunidades, pero el tiempo y la formación adquirida nos empujan a opositar, aprovechar, acceder o desempeñar un puesto que, acorde a su viabilidad y a nuestro impulso personal, puede transformarse en una catapulta para despegar y surcar rutas de crecimiento profesional.

Sin embargo, nuestro campo visual se reduce cuando asumimos que los diferentes ciclos vitales deben ser naturalmente aceptados por el compromiso contractual que se adquiere al tomar la firme decisión de arrancar una relación de pareja, bajo la fórmula eclesiástica o civil, donde los roles están previamente definidos y la carga laboral tiene un reparto, a priori proporcional.

El "sí, quiero" parece una declaración tácita de cuanto pueda ser incluido en la bolsa de viaje de dos personas que prometen amarse y respetarse "mutuamente" hasta que la muerte los separe, pero ese es el momento indicado para firmar un contrato con el propósito de que ambos afronten la responsabilidad de cumplir con los artículos básicos de una vida en convivencia, transformando la inscripción en una Carta Universal de Derechos y Deberes.

Tengamos en cuenta que, desde la elección voluntaria de nuestro-a compañero-a de viaje, en el portal de la vida, crecemos tan relativamente como el otro nos alcance a complementar, nos responsabilizamos hasta donde nos lo permita el enfrentamiento de caracteres, consecuencia directa de cómo nos moldeó la sociedad y de la impronta genética que arrastramos, masticando desajustes laborales imprevistos y ensayos continuos de "borrón y cuenta nueva" que aceptamos escribir en las páginas "en blanco" del libro de la vida en familia, con capítulos desarrollados por lo inesperado y las sorpresas, las injusticias y las lamentaciones, las ausencias y los reparos, las infidelidades y los maltratos, las verdades y las mentiras, las luchas de intereses y el desarrollo de nuestros hijos, las enfermedades y las anomalías, las aspiraciones y las renuncias constantes.

Pero detrás de todo ello hay un cuerpo maltratado y deformado por el misterio gestacional, un dolor de parto -a veces apagado por la anestesia de una cesárea oportuna y planificada- y postergado al post-operatorio inmediato, la dulzura del tiempo dedicado a la lactancia, en un vínculo afectivo sin igual entre una madre y su hijo-a, la actitud vigilante que pretende encauzar el crecimiento educando todo movimiento inverosímil y travieso, la programación de visitas diarias a los centros educativos, sin olvidarse de los calendarios vacunales y las consultas preventivas, la caries o las alzas térmicas que te despiertan en el mejor entramado de tu sueño reparador y la tediosa espera de unas calificaciones que no satisfacen y le obligan a extraer un bono de tiempo libre del ocio al que tiene derecho para supervisar tareas y ejercicios y asi afianzar la formación académica del retoño.

Desconociendo todo ello, olvidándonos de rabietas que no se calman y largas esperas de incertidumbre, ansiando incluir unos centavos en la economía familiar tan maltrecha, donde hace falta dinero hasta para respirar, se supera el día a día con un agotamiento de reservas y en calma, como si el silencio fuese aliado de la esperanza, confiando plenamente en un cambio que, a veces, no llegará jamás.

La mujer, ensimismada en sus arrebatos de cocinera y madre, empleada y lavandera, costurera y esposa, asesora y psicóloga, administradora y compañera, responsable y emprendedora, sufridora y defensora, protectora y consejera, entrañable y sensual, fuerte y respetuosa, amiga y enamorada, no levanta su voz para solicitar ni reclamar, porque cree que "el precio justo" de su esfuerzo es la entrega a la sociedad de un bien generado desde el amor de sus propias entrañas, construido con la paleta de colores que la vida le brindó, pero buscando siempre la armonía en los colores que harán resplandecer a sus hijos y siempre arrastrándose, junto a su media naranja, cuando ambos están convencidos de que "los roles se repartieron proporcionalmente y lo cumplieron a cabalidad" a un segundo plano del cuadro, donde todos deberíamos acercarnos para preguntarle cuánto le debemos por su esfuerzo y cuánto nos debiera cobrar por su entrega.

Al no existir contrato, toda mujer y madre que no haya detenido sus pasos y abandonado su tarea, descargando responsabilidad y encanto por su contribución diaria en mejorar y revalorizar la vida "en familia", con pulso firme o tembloroso, mirada perdida o entusiasta, tendida por el paso de los años o empinpolándose ante un espejo, debiera tener derecho a una pregunta ¿mamá, cuánto te debo por todo lo que hicistes por mí, en esta vida?-

Estoy seguro que diría que nunca fué necesario un contrato porque no hay derecho a olvidar las decisiones del corazón y el fruto de tu ser, en ningún momento ni circunstancia, que nunca hubo un cálculo en las actuaciones porque sólo se aspiraba a ser esposa y madre y que lucharía porque nunca cambiasen los términos de madre e hijo por empleado-a y empleador-a, porque las tasas no tendrían precio.

Y si insistiéramos, preguntándole un precio aproximado, para hacernos una idea de cuánto valora todo lo que nos entregó en modo altruista y nos sigue dando con nuestros hijos, nos diría "sólo, dame un beso, ya me siento pagada".

Darse cuenta que un beso paga toda una vida da sentido al contrato entre una madre y un hijo, una mujer y su esposo, al cambio en el mercado de valores supondría muchos millones de millones de euros y dólares, una cantidad inimaginable para quienes violan, asesinan, discriminan, abusan, persiguen, arrinconan, maltratan u olvidan a una mujer y madre que fué merecedora de un beso.

Hoy, 1 de mayo, firmemos un contrato con nuestras esposas y madres, abuelas y hermanas, para que todas las mujeres de nuestras vidas tengan asegurado, al menos, nuestro pago con un beso, sin tareas ni obligaciones adquiridas porque ellas escribirán los términos del contrato con su esfuerzo del día a día y no habría código que pudiera sustentarlos ni abarcarlos.

Nuestro pago debiera ser, todos lus días, no olvidarnos de ese "beso" por tarea cumplida y por gesto recibido, por caricia desinteresada y por comida compartida, por arroparnos y por despertanos, por compartir nuestras penas y por apoyarnos en nuestros limitantes, por querernos por lo que somos y por no olvidarnos jamás.


Juan Aranda Gámiz.

  

1 comentario:

  1. Felicitaciones Dr. por tocar temas que focalizan horizontes de vida y nos enseñan a apreciar el verdadero valor de los seres humanos a través de sus actitudes de vida...

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