viernes, 11 de mayo de 2012

LA ARQUITECTURA DE UN CONSEJO, EN UNA GOTA DE SALIVA

A diario emitimos una opinión, que suena a parecer indiscreto y osado, con la que aportamos en un momento dado a fin de solventar una duda, aclarar una incertidumbre, declinar una propuesta o precipitar una búsqueda; así encontramos el camino para que la palabra se humedezca y sea útil en alguna circunstancia y para ese alguien que debe analizar su contenido y graduar el valor intrínseco que tiene al adoptarla como consejo.

Calibrar nuestras opiniones significa sopesar el equilibrio que debe existir entre el vehículo que utiliza el alma para comunicarse, el fluido de la saliva y el instrumento de medida en las relaciones inter-personales, el aparato democrático de los valores y sentimientos a los que damos rienda suelta cuando encontramos silencios y dudas en el otro, entendiendo que la magnitud de nuestra pesonalidad está en la grandeza del aporte de un consejo, pretendiendo con ello edificar una cultura aireada de presencia y apoyo en el proyecto personal de ese otro ser humano, querido, próximo o anónimo.

La saliva es agua en un 99%, al igual que un consejo debiera ser soporte vital en el mismo porcentaje y sus principales propiedades reológicas son la viscosidad, la lubricación y la elasticidad, elementos constituyentes de la arquitectura de un consejo por cuanto busca adherirse en las actitudes de quien te escucha, permite hidratar y engranar mejor los tiempos y los vacíos, reconociendo el empuje de la palabra cuando alguien se queda sin aliento y aturdido, pero al mismo tiempo se adapta y acomoda, con entusiasmo y encaje, a las necesidades y oportunidades de quien está dispuesto a escucharte.

La saliva protege la integridad de las mucosas, como el consejo bien orientado, calibrado y fluido, puede revestir de energía el interior de tu escala de valores, para replantearte la necesidad de hallar la estructura del plano de tu personalidad, donde debes dibujar siempre los filtros para canalizar tus desechos y las columnas de principios que deben tolerar el peso de la vivienda que deseas edificar en tí con el propósito de albergar las voces y las palabras, con mensajes de petición de apoyo que deberás convertir en consejos.

La saliva también contribuye a eliminar restos alimenticios y bacterias, así como los consejos deberían contribuir a arrasar con residuos tóxicos para el alma, permitiendo un barrido de aquellos oportunismos y preferencias sesgadas, neutralizando actitudes inoportunas y repletas de intereses, permitiendo que aflore esa verdad escondida, la que amortigua preferencias y siempre tiene presente el sufrimiento y la necesidad más reales y candentes.

La saliva, por suerte, remineraliza los dientes, no los destruye, casi un símil de lo que debe aportar un consejo, pues en su concepción debe haber una genética cargada de materiales para la construcción de esperanzas, nivelando las rugosidades de nuestro ego y homogeneizando, en una mezcla sabia, la entereza de las actitudes con el estado de ánimo de un corazón vivo y la rivalidad constante entre el dominio de la fuerza de carácter y el apagón virtual de nuestros complejos de inferioridad. 

La saliva facilita, por sus componentes, la masticación, deglución y fonación, permitiéndonos comer y hablar, al tiempo que protege contra la caries; un consejo oportuno, así mismo, nos va a permitir masticar mejor la indiferencia y el abandono, porque son vivencias pétreas con las que los dientes deben luchar para condicionar una deglución que va a provocar náuseas por el desencanto y el horror, pudiendo digerirlas siempre que las actitudes sean ejemplo que acompañen a la saliva de un consejo y vayan encaminadas a redistribuir mejor las fuerzas  para que soportemos el dolor ajeno y la desesperación de cuna, transformando la desilusión en una página abierta a la esperanza.

La saliva de los consejos nos marca como personas con la meta de afianzar el bien común como única estrategia en nuestras vidas, diluyendo los azúcares de la dieta diaria, ese empalago de constructos con los que no llegamos a construir nada y esa jerga aquilatada de reparos que nos identifica como seres humanos vacíos, porque si somos capaces de compactar la basura podemos reciclarla y transformarla en un bien o producto, útil y necesario; con ese mismo enfoque, un consejo puede tamizar en tí tus propósitos indeseables y aportar con una guía para que el receptor de tu mensaje hidrolice mejor sus verdades y sus mentiras, contribuyendo entre ambos a generar un nuevo material para construir nuevos consejos para el alma.

La salud de un consejo viene dada por la verdad que transmite y la frescura que condiciona, el amor que despliega y la bondad que protege, la sencillez con la que debiera armarse y el desprendimiento con el que debiera regalarse, pues ante la epidemia de frustraciones, debacles, desastres, pérdidas, desconfianzas, aniversarios y marginaciones, debiéramos lanzar la campaña por un consejo que reclama la arquitectura tan básica que entraña una gota de saliva, por cuanto debe transmitir lo mismo que una ventana entreabierta y acompañar como el silencio de una reflexión profunda.

Dar un consejo, en la arquitectura básica de una saliva tan necesaria para edificar un momento de reflexion en el otro, significa replantear tu existencia para estar presente en el proyecto de vida de un ser humano, una oportunidad para crecer y desarrollarte en valores y actitudes, trazos que debieran dibujarse en el plano que presentamos al pasado para que nos conceda la autorización a fin de que levantemos los muros de un futuro mejor para todos.




Juan Aranda Gámiz



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