martes, 8 de mayo de 2012

LAS DUDAS DE UN EMBRIÓN Y LOS INTERROGANTES DE UN FETO

Todos hemos pasado una gestación en el interior de un vientre, frente al televisor del ombligo e inmersos en una burbuja que te permite nadar en tu propia identidad, aunque no recordamos esas vacaciones ni si tuvimos alguna reflexión durante la temporada de abultamiento notorio que provocó nuestro crecimiento en el vientre de nuestra madre.

A pesar de que nuestro desarrollo intrauterino ha sido estudiado minuciosamente y que sabemos con inusitada exactitud el momento en el que cada segmento de nuestro cuerpo u órgano va vistiendo nuestra figura amorfa y desestructurada, el cerebro de la vida va orientando procesos y dinamizando estructuras, con lo que se va escribiendo el progreso alcanzado, acorde con unos patrones y unas curvas de normalidad.

Quiero zambullirme, a través del cordón umbilical y alcanzar un espacio del trofoblasto recién constituido, para bañarme en las lagunas de aguas termales que intercambian mensajes entre la mujer y su futuro ser, auscultando las reflexiones paciegas y tensas que un hijo "en potencia" tiene que transmitir a su madre y cuyo eco se amortigua por el paso a través de tejidos y canales, único motivo por el creo que luego nunca se recuerdan jamás o el amor materno las calla para siempre.

Estando ahí, tan cerca del huevo fecundado y de la mórula, viendo cómo va moldeándose el saco vitelino, acurrucado para que el embrión no se percate de mi presencia, tirito de emoción cuando le escucho susurrar -por primera vez- a un ser humano que arranca a la vida y quedo temblando ante su reflexión ¿Habré sido engendrado por amor, conveniencia, violación o no seré deseado?; en ese momento me entraron ganas de salir por la cicatriz umbilical, preguntárselo a la madre y comunicarme telefónicamente con este "okupa" del vientre que proclama el misterio de la vida. Pero...¿y si hubiera que darle una mala noticia?.

Quise dormir un rato en ese océano de sangre donde se empozan ilusiones y se ahogan esperanzas, pero me despertó una voz silenciosa que se preguntaba ¿Estaré predeterminado, genéticamente, para ser sano o viviré enfermo desde mi nacimiento?; hubiese querido ser D. Severo Ochoa o D. Santiago Ramón y Cajal para haberle transcrito un mensaje o haber reparado algún error en su mapa y así evitarle tensiones hasta el parto y en la vida extrauterina. 

Conforme la vena ácigos servía de mapa de carreteras y sus hojas blastodérmicas se diferenciaban sentía movimientos que yo, en mi ignorancia, diagnosticaba como acordes de acomodo de posturas y consecuencia de cambios orgánicos ineludibles, pero eran provocados por la alegría que el embrión sentía cuando el papá piropeaba o besaba a su madre, al recordarle algún aniversario o cuando el ginecólogo decía a la inexperta pareja que el embarazo había arrancado "de perlas" y eso ya estremecía de emoción al futuro retoño.

Crecía y a veces escuchaba gritos ¡oye, oye, ese soy yo¡ y es que se veía en la pantalla del ecógrafo, por lo que subía su frecuencia cardíaca y preocupaba al galeno que intentaba adivinar cómo estaba viviendo ahí adentro, con un corazón tan agitado.

Yo no sabía que los embriones se comunican entre sí, quizás hacen amistad en la sala de espera de las maternidades, porque le llamó el inquilino del vientre de la señora María Q. para decirle ¡Sabes, ya voy a salir de aquí, se me acabaron las vacaciones, tengo que salir porque me consideran viejo antes de crecer, dicen que ahora se arrepienten y que no quieren conocerme, ya está cerca la legra y, sin embargo, al vecino del vientre de la señora Julia M. dice que lo tuvieron una temporada en una rincón de vidrio alargado, sólo para algunos privilegiados y de ahí le trasladaron luego al mismo piso de alquiler que tenemos nosotros. Eso es tener suerte y no lo que me va a pasar a mí, así que....¡hasta siempre¡.

En ese momento estaba contribuyendo a subir el cauce de ese espacio líquido en el que flotaba, enmascarando mi presencia para no ser descubierto, por las lágrimas que derramaba a cada momento. Algunos minutos me tranquilizaba cuando oía susurros de asombro ¡qué grande me estoy haciendo¡ y entonces sus dudas se estaban convirtiendo en preguntas serias y contundentes, porque el embrión ya se había convertido en un feto.

¡Ya tengo sexo¡ -decía esa hendidura rodeada de arcos branquiales- y ahora ... ¿qué hago con esto?, la misma pregunta que nos hacemos en la adolescencia, porque nadie nos lo explicó en la barriguita y en silencio, muchos años antes. ¿Tendré familia y serán buenos conmigo? ¿Habrá algún hermano que estará esperando que sea más feo que él?.

¿Saldré al mundo en una clínica o en mi casa? ¿Me atenderá un profesional o me quedaré atravesado, para siempre, en el canal del parto, después de comer y comer para estar listo para este gran viaje que me presente ante el mundo, en una sala de partos, en un río o en un pesebre?.

-No tomes tantas pastillas ni te hagas tantas radiografías- le decía el feto a su madre, dándole patadas contra la pared abdominal, lo que a veces interpretamos como juegos inocentes y no son sino llamadas de atención sobre riesgos que estamos entregándole para complicarle su existencia y provocarle anomalías, enfermedad e incluso muerte.

¿Tendré pañales? ¿Lloraré de emoción al momento de nacer? ¿Cuál será la primera cara que conozca y a la que no olvidaré en toda mi vida, la del tocólogo o la de mi madre?. Pero rompí a llorar y gritar, creo que me escuchó, cuando vociferaba que dejara de hablar porque me estaba atormentando este feto -más inteligente que cualquiera de los terrenales que conozco- al preguntarse en voz alta y bastante sonora ¿me regalarán o me quedaré para siempre en el hogar que hayan dispuesto mis padres, seré entregado-a en adopción o seré secuestrada y regalada sin ningún permiso?.

-Ya sueño con mi cuna y con el seno materno, voy a comer como desesperado-a y no voy a llorar cuando me pongan las vacunas, seré el mejor hijo del mundo y espero que mi madre me pregunte si quiero hacer la primera comunión, si comparto la idea de tener un hermano y mis padres acepten los amigos que desee tener, que me apoyen si no les gusta mi identidad sexual y que me permitan vestir como quiera, porque hasta es posible que tenga alma de diseñador-.

-De todos modos tengo que salir y después de mí vendrá la placenta, mi plato de comida durante la gestación- y yo le apoyaba en esta última reflexión, porque yo estaba ahí, en una laguna de las zonas de intercambio entre la sangre materna y fetal (a nivel feto-placentario), en esa frontera donde ser apátrida es una condición favorable, porque conozco lo que pasa aquí afuera y, por primera vez, pude saber lo que ocurre en el interior, el valor de las reflexiones de un ser vivo, con conciencia antes de ser engendrado, con las dudas de un embrión y las preguntas de un feto.

Estaba contento porque con el alumbramiento iba a salir del calvario de sentimientos que tuve adentro y, a partir de este momento, yo ya sé que este nuevo habitante del mundo va a tener una madre que le llevó en su seno y dos padres, uno que le engendró y yo, que estuve auscultando la esencia del embarazo, una lección para la vida de quienes nos manifestamos como solidarios y atentos, faltándonos sensibilidad y valor para darnos cuenta de cuánto valemos al comienzo de nuestro recorrido y cómo vamos perdiendo credibilidad cuando la vida nos amolda a su antojo y a tenor de las circunstancias, robándonos para siempre la dulzura y el dolor inocente, pero real, de una reflexión para el alma.


Dr. Juan Aranda Gámiz

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