martes, 31 de enero de 2017

NO SABÍA LO QUE TENÍA QUE HABER SABIDO

No sabía que caminar sin mirar me iba a empujar y el tropiezo me mandaría al suelo, porque vivir ajeno al camino es manifestar que no tienes rumbo ni destino, despistado en tus intereses personales y desorientado en el mundo en el que vives, donde también hay escalones, piedras, obstáculos y resbalones.

No sabía que ingerir un poco de alcohol, para suavizar la rabia y esconder los vacíos, para disimular la agresividad y enaltecer tu ego, creyendo que los demás te van a comprender mejor con unas gotas adicionales de alcohol, te iba a restar reflejos al conducir o credibilidad al exponer tus necesidades, huecos en tus actitudes escondidas o aplausos en los discursos inventados y mal hilvanados.

No sabía que que tenía que haber dejado que timbrase el celular (móvil) aunque esperase una llamada, que se puede sacrificar una vida por recibir un mensaje y leerlo cuando no se debe hacer.

No sabía que intentar quitarse la vida era atentar contra la dignidad del ser humano y, sin embargo, hay personas que viven coyunturas insoportables y de vértigo, pero que siguen luchando para superarlas con la búsqueda de soportes y el apoyo en buenos consejeros.

No sabía que dejar que un hijo crezca con sus ilusiones rotas o sus vanidades desarrolladas a plenitud fuesen condicionantes de un desarrollo cargado de penosas arbitrariedades y defectuosos hábitos de conducta.

No sabía que la vida tuviese un color y que la luminosidad de la tarde se apagara por la presencia de alguien o que la tristeza de un día lluvioso la pudiese reanimar la llegada de un amigo.

No sabía que una pluma pudiese provocar más desencanto, enfermedad y ahogo que una pandemia de gripe y que los aplausos de unos pocos hayan sido capaces de llenar el tintero, que luego se derramó en un firma anacrónica y manchada de imposición y castigo.

No sabía que una noticia pudiera estar vestida de fiesta cuando su lectura se alejase de cualquier derecho reconocido o reclamo justo reivindicado.

No sabía que la vida nos presenta momentos en los que nos vemos obligados a cambiar de roles y que en la actitud que tengamos con los que nos intentaron apagar en nuestras ilusiones estuviese la semilla de lo que serán los que nos vean de cerca desempeñar nuestro papel, porque el ejemplo siempre será el mejor testimonio de vida.

No sabía que se podía rezar y castigar, al mismo tiempo, golpearse el pecho y repudiar, arrodillarse y maldecir, presinarse y despojar a los demás de sus harapos.

No sabía que la ortografía solo se podía aplicar a los párrafos y las frases, los dictados y los copiados, pues pensaba en mi interior que también debiera haber una ortografía de las conductas humanas, regulada por la Real Academia de la Lengua.

No sabía que los juguetes se regalaran y los libros se debiesen compartir, que en los momentos hay que aprender y en los sueños se viven las ilusiones, que los niños nos enseñan a crecer y que los abuelos nos dan lecciones de vida con los gestos de sus arrugas.

No sabía que la relación de pareja fuese una oportunidad para vivir a plenitud y, sin embargo, siempre hay quien quiere imponer su espacio con directrices y manipula desde las entrañas del juego de la convicción más insensata, por engañosa y peca a diario de prevaricación, si el matrimonio se considerase un juzgado de guardia, por faltar conscientemente a los deberes de su cargo, tomando decisiones o dictando resoluciones que reconoce que son injustas y tiene plena consciencia de su injusticia.

No sabía que los abuelos pueden jugar con ellos mismos y se hablaran hacia sus adentros, despertando al niño que todos llevamos dentro y que aprendiesen a jugar con él en cada hora de la mañana solitaria.

No sabía que los pueblos llorasen por sus pérdidas y los seres humanos quisieran permanecer cerca de sus raíces, que la distancia provocase distancias y que las ilusiones también se rompiesen por los puntos más frágiles.

No sabía que hay desafortunados que se reconocen a sí mismos sino una sociedad que los reclasifica, o máscaras que nunca se vieron al espejo y por ello no pueden interpretar sus actitudes anómalas.

No sabía que la extrañeza o el desparpajo, la sorpresa o la admiración, también son saludos que se regalan cuando el alma se asusta al descubrir un secreto escondido, que las ventanas son para escuchar y no para mirar, que los silencios nos ayudan a llorar y que los quehaceres monótonos son estampas de una vida de espera constante.

No sabía que el acecho es propio de los animales, que maldecir no lo encontramos entre los sentimientos nobles, que reconocer es un verbo que tenemos olvidado y que aplaudir sólo lo practicamos en las festividades más destacadas.

No sabía que un beso no se puede regalar, que las sombras sí se pueden despegar del cuerpo en los días de penumbra, que la tristeza se puede ahorrar y que nuestros mejores amigos somos nosotros mismos.

No sabía que escribir fuese tan reconfortante si alguien te lo señala, que ser ama de casa sirviere para tanto si un hijo lo agradece, que tener una enfermedad sirviese de tanto ejemplo si alguien te acompaña, si morir tiene tanto sentido si alguien sigue la estela de lucha, si sentir es tan valioso para el alma cuando se acompaña de lamento y si caminar es tan saludable cuando se tiene un norte que merezca la pena.

No sabía que un blog fuese tan sencillo y tan dinamizador si hay quien lo lea y que un mensaje cale hondo si hay quien lo reflexione, si cantar puede tener tanto eco o si levantarse tiene tanto impacto en el jardín.

Por lo que no lo sabía es por lo que pienso que tenía que haberlo sabido antes y por eso te hago llegar mi voz interior.

Tu amigo, que nunca te falla



Juan  

jueves, 26 de enero de 2017

MÁS VALE SER PÁJARO BUENO QUE BUEN PÁJARO



Vivimos esta vida acurrucados desde el nacimiento, porque aprendemos a esperar asociando el llanto a la llegada de una mujer con delantal y plato de papilla en mano para que, con tres cuentos y muchos gestos cargados de paciencia, tomemos unos bocados de alimento pasándolos antes por su boca para comprobar la temperatura de lo que ingerimos.

Y el nido es eso, un espacio donde duermen los pajaritos esperando quien les traiga la comida enjugada con saliva, a temperatura ambiente, para que puedan saborear la hojarasca que le sabe a manjar o la carne previamente machacada para aliviarles el trabajo a los polluelos.

Nos cansamos pronto de vivir amontonados y empezamos a pelear por el espacio en la casa y en la cuna, por los juguetes y hasta por los besos, aprendemos a disparar nuestras emociones y a decir "no" a los afectos, a imitar para ser aplaudidos y a corretear para que nadie detenga nuestros pasos y nos arriesgamos y saltamos, nos comprometemos y bailamos, pero lo hacemos porque sabemos que alguien deberá estar ahí para cogernos en el momento adecuado y que no nos hagamos daño.

Vivimos esta vida como si fuésemos un pájaro que arrancó su vuelo, porque despegamos del nido muy a pesar de los acantilados que hay más abajo y donde algunos estrellan sus ilusiones, queriendo alejarnos pronto del sedentarismo y el constante piar, disputando la comida y el espacio entre hermanos, dándole impulso a nuestras ganas hasta que el primer vuelo se hace natural y no miramos atrás ni para recordar los buenos momentos.

Un día olvidamos que llevamos pegado a la piel un apellido y empezamos a cometer errores, le damos más importancia a disfrutar de la vida que a añorar el cobijo familiar, emprendemos un camino hacia la libertad considerada y nos despojamos de protección y abrigo, pensando que el frío no nos va a calar y que hemos nacido fuertes para afrontar cualquier adversidad.

Muchos pájaros son canciones de muertes anunciadas por disparos intencionados o se convierten en víctimas fortuitas que se atravesaron en el camino de vigilantes asesinos, después de soportar las gotas de lluvia en sus alas, atravesar nubes de incertidumbre o descansar ansiosos en la rama de un árbol, sin deseo de que el instinto les mueva a construir un nido, porque para eso creen que les falta aún la mitad de su vida.

La adolescencia nos lanza y viajamos solos, a veces acompañando los dibujos de bandadas de pájaros que pueden arrastrarnos a favor del viento y no de nuestros ideales, como las pandillas y las jorgas del barrio, surcando cielos que nunca conocimos y adquiriendo una experiencia en el trato y en la travesía, migrando para conocerse y piando para entrecruzarse, porque mucho de lo que hablamos sin sentido y hacemos sin calibre nos construirá en los defectos y vanidades, vacíos y ambiciones con los que hemos crecido en el grupo al que nos acercamos y del que no queremos salir, por miedo o inseguridad.

Elegimos pareja, cada cual con sus motivos y atracciones, procurando luego darle sentido a la procreación y empezando a hablar de familia, las obligaciones, los pañales y las carantoñas, comenzamos a sedimentar nuestros vaivenes y nos creemos expertos para hablar del amor y los puntos cardinales de la vida.

Los pájaros se aparean y surcan los cielos aprendiendo a distinguir las trampas de los gusanos que les alimentarán y huyen de los cotos porque saben a muerte, se resguardan en los tejados para aprender más de los seres humanos y dan movimiento a los paisajes con su vuelo, creyendo que también han llegado a saberlo todo con su desenfado suspendido.

Cuando crecen los hijos nos preocupa el no saber ser padres y cuando nos preguntan carecemos de respuestas, si nos hablan buscamos las excusas para romper su atrevimiento y si nos cuestionan sentimos que hemos perdido autoridad, si se independizan los consideramos aventureros y si discrepan con lo que hacemos los palpamos como extraños.

Pienso que el instinto hará que los pajarillos crien como ellos fueron criados y la maternidad también se hace presente acurrucando y defendiendo, alimentando y abrigando, educando y piando, mirando y rezando en sus ratos de miedo, pero al llegar el momento de arrancar el vuelo tienen la incertidumbre de una madre y les golpeará también el dolor si se derrumban al salir del nido o si no desean aprender a dar el primer paso y tienen que abandonarlo porque se convertirá en presa fácil y aún así lo llevará en su pico, como mamá pájaro responsable y lo soltará para que se sienta impulsado y no abandonado.

Se cae en la vida y recordamos el vientre materno y la postura que nos da alivio, encorvados de pies a cabeza, llamamos en la soledad más obscura y enseguida nos acompañan los recuerdos, nos columpiamos en las indecisiones y somos capaces de reflexionar como si alguien nos abriese una puerta hacia la cordura.

Creo que ante los accidentes y las caídas accidentales los pajaritos recuerdan el nido y el calor del apellido que también debieran tener, el ser atrapados les descubrirá el sentido de la libertad y la proximidad del gato les despertará aprehensión y temor, como en la vida les pasa a los más débiles y aún así queremos aplicarles la ley del más fuerte.

También los pájaros llegan a ser viejos y se deben sentir cansados y frios, abandonados y desconociendo si quedó legado en su vuelo y en sus miedos, muriendo lentamente en un acto de agradecimiento a la vida por el cielo que se les dió para planear a favor de su consentido instinto.

Cuando nos llaman abuelos nos sentimos más niños si tenemos cariño y más mayores si nos falta, más desprotegidos como ciudadanos y más acogidos como familiares, más solos como partes de la sociedad y más olvidados como obstáculos, más despojados de consejos y más tiernos en las apreciaciones, más distantes en las costumbres y más dormilones de día, más necesitados de movimiento y más cubiertos de medicamentos, más incomprendidos como generación y más recelosos como seres vivos.

Creo que somos pájaros que surcamos los cielos en esta vida, mientras dura nuestro recorrido y desconozco por qué amenazamos y enjaulamos a los pajarillos, por qué los matamos y etiquetamos, por qué estudiamos su forma y no analizamos su corazón, para ver si pudiésemos aprender a ser mejores seres humanos.

Con tanto cielo libre y tantas jaulas ocupadas, con tanta calle sin movimiento y tanto pájaro escondido, con tanta especie conocida y tan pocos momentos compartidos.

Con tanto mundo libre y tanto ser humano condicionado y alienado, abandonado y olvidado, con tanta calle sin movimiento y tanta soledad interior a un lado y otro de las murallas, con tantas razas conocidas y tan poco que seguimos sabiendo del otro.

Yo soy feliz sabiendo que llevo algo de pájaro en mi interior y los seguiré tratando como quisiera que me tratasen a mí,, porque si algún día mejorase su vuelo libre quizás fuera porque nosotros hemos mejorado como pájaros que aprendimos volar más allá de nuestra imaginación.

Tu amigo, que nunca te falla


JUAN 

lunes, 23 de enero de 2017

¿HAY UNA HORA PARA LLORAR?


Loja, 21-01-2017 

¿HAY UNA HORA PARA LLORAR? 




Si entendemos que el llanto es una manifestación de rebosamiento de la presión que ahoga nuestro estado de ánimo, las lágrimas son el contenido expresamente manifiesto de lo que acumulamos de pena contenida o alegría rebosante. 

A veces lloramos dormidos, porque quisiéramos vivir despiertos y atravesar los momentos que soñamos, ya que el ambiente que contemplamos se relaciona con las expectativas que tenemos en esta vida. 

A veces lloramos empujados, comprometidos con el dolor ajeno, porque nos despierta conmoción el relato que escuchamos, el video que observamos o las palabras que nos hieren y entonces parimos lágrimas a borbotones. 

A veces lloramos al impresionarnos y descubrimos ese otro ser humano sensible y desconcertado que todos llevamos dentro, al momento que aprendemos una lección de vida y logramos etiquetar los segundos con ese sello de identidad que respetaremos en el futuro para que no se hunda nuevamente en nuestra susceptibilidad de animal racional. 

A veces lloramos al reconocer que somos imperfectos y que la imperfección nos hizo dañinos e hirientes, malvados y oportunistas, insensibles y cargados de una competitividad fría y distante. 

A veces lloramos al convencernos que fuimos víctimas y la relación de dependencia no tiene sentido, miramos hacia atrás y empezamos a creer que las decisiones fueron equivocadas o rancias y las consecuencias son tan visibles como incongruentes. 

A veces lloramos al sentir dolor, porque creemos que sólo nosotros sentimos el peso de la presión atmosférica y la atracción de la gravedad, considerando a los demás como una especie inferior, sin capacidad de sentir y expresarse. 

A veces lloramos cuando empezamos a aprender las lecciones de los demás y ahí nos descubrimos en el analfabetismo emocional, el que intenta despojarse de palabras y consejos para imponerse con la ignorancia del poder representado por la posición, raza o apellido.

A veces lloramos cuando la historieta se transforma en vivencia y en propia carne empezamos a sentir el cosquilleo de las necesidades y la penuria, las circunstancias que no se explican y las injusticias que llegan al alma. 

A veces lloramos cuando todo sigue su curso, muy a pesar de los rosarios que hayamos rezado, empezando a desconfiar de todo y de todos, como si alzar la voz al cielo fuese suficiente para cambiar el rumbo de los acontecimientos, de esos en los que tenemos que formar parte y de lo que se espera que estemos a un nivel repleto de humanitarismo y verdad. 

A veces lloramos comiendo, porque las lágrimas de cocodrilo brotan por la temperatura de la comida o el rizo de terminaciones nerviosas que se queja del picor y la salazón de la carne. 

A veces lloramos cuando se derrumba el devenir de la historia, para el que fue necesario tanta defunción y castigo, lucha y despertar de conciencias, pensando que todo tiempo pasado fue mejor y tildamos a la historia de embustera por habernos prometido lo que luego cayó por el peso de una firma, sin ton ni son. 

A veces lloramos cuando caen cuerpos inocentes y sólo nos comprometemos a buscarles descanso eterno, adornado de unas oraciones de coyuntura y nos olvidamos de seguir sus pasos, porque la propuesta era generar un nuevo estilo de vida, como herencia y legado y no unos compromisarios de llanto y lágrimas para unos minutos de ceremonia. 

A veces lloramos por el mensaje del poema, al contagiarnos el verso una verdad escondida y nunca expresada, pero el poeta sólo recibirá un aplauso a cambio. 

A veces lloramos al pelar la cebolla, la que expresa que los momentos vienen en envolturas que tenemos también que pelar para quedarnos con el corazón de cada problema, al que verdaderamente tenemos que prestarle atención, aunque lloremos mientras los vamos pelando. 

A veces lloramos porque pensamos que éramos intocables y fuertes, pero descubrimos que también somos de carne y hueso, con la sensación de que vivimos en un mundo de muertos vivientes. 

A veces lloramos porque no somos conscientes de nuestras expresiones y esperamos, si así nos lo propone el momento, que alguien venga a secarnos las lágrimas, aunque sólo sea para sentir la sombra amiga cercana y expectante. 

A veces lloramos por vivir señalados y marginados, vigilados y condicionados, creyendo que esa es la vida que hemos merecido y que la auto-complacencia y el abandono nos siga imponiendo el castigo y la penitencia, al mismo tiempo.

A veces lloramos porque no podemos expresarnos o porque no somos capaces de escuchar o reaccionar a los estímulos y olvidamos que los signos transmiten mucho más allá que las 28 letras del abecedario, bien combinadas y con la riqueza de la lengua. 

A veces lloramos sentados porque somos incapaces de movilizar nuestro dolor y darle respuesta, ya que es más fácil agradecer lo que se tiene que luchar por lo que nos falta, es más bonito y circunstancial hablar de lo conseguido que de lo que queda por hacer. 

A veces lloramos porque perdemos en cualquier intento, sin preguntarnos si pusimos la energía necesaria para alcanzar nuestro máximo esfuerzo, el que debiéramos emplear en cada una de las facetas y los propósitos de nuestra vida. 

A veces lloramos cuando escuchamos el dolor de un feto que sabe que va a ser abortado y lo dejamos resbalar sin vida.

A veces lloramos y apagamos los televisores y hacemos callar las radios, no acudimos a las convocatorias de los líderes (políticos, económicos, sociales o culturales), al pensar que es una comida cargada de lo mismo de siempre, perdiendo la oportunidad de preguntar e informarnos, criticar y defender, proponer y apostar. 

A veces lloramos porque otros no comen, mientras tenemos el estómago lleno y salimos a recoger donaciones y alimentos, olvidando después la necesidad de empezar a dar testimonio de las diferencias que nos castigan y que no pueden tener penitencia alguna. 

A veces lloramos porque el tiempo corre y se nos olvidaron las fechas de los cumpleaños, porque el sermón del cura no estuvo a la altura o porque alguien nos sorprendió y su identidad sexual no se corresponde con lo que imaginábamos y teníamos previsto, aún a sabiendas que el tiempo es igual para todos, que los cumpleaños son sólo para recordarnos compromisos personales y no para realzar el ego y que la aceptación debe estar muy por encima de la orientación de cada cual. 

Yo hoy he llorado porque siento que mis lágrimas no aguantaban más tiempo contenidas, después de comprobar que este mundo está perdiendo el color azul claro del cielo que nos mira. 

Tu amigo, que nunca te falla 


JUAN

miércoles, 18 de enero de 2017

¿A QUÉ SUENA REALMENTE TU VIDA?

Si fuésemos capaces de escuchar el sonido de la vida, desde que pensamos en el día que arranca y hasta que anochecen las esperanzas, te diría que coincidiríamos en que la vida necesita un "arreglo musical", porque cada cuál tiene su propia versión de la vida y porque todo es mejorable, porque las notas están desafinadas -en algunos casos- o desbordadas, en otros.

La vida suena a distancia para muchos, porque los sentimientos no pueden estirarse más allá de lo que da la ropa, aunque se quisieran alargar los besos y los abrazos, dejar que las palabras de aliento surquen los mares y océanos y que los guiños se los lleve el viento en un sobre bien cerrado, para un sólo destinatario.

La vida suena a dolor, porque la soledad se vive con angustia cuando se siente persecución o menosprecio, cuando el abandono es el sello de identidad o el aislamiento se ha convertido en el pan de cada día, el refugio es un estilo de vida acomodado porque todos lo desean así y los zapatos rotos son parte del atuendo de quien no tiene patria ni recuerdos inmediatos que contar a los nietos.

La vida suena a pisadas, porque las huellas se borran debajo de la imposición de pisotones huecos que alguien deja en la arena para confundir los caminos, aunque el caminante siga dejando sus propósitos en la intención de seguir caminando.

La vida suena a despedida y algunos ya no tienen motivos ni fuerzas para caminar, escondiendo sus saludos en la agonía de momentos cada día más rotos y deshilachados.

La vida suena a diferencias y las personas se reconcilian consigo mismos, por miedo a entrelazar sus propuestas de vida con otros, por miedo a la acogida o desprecio de los hábitos, inaceptación de sus valores o desencanto con las fronteras agujereadas por las filas de seres humanos que van y vienen, buscando donde vivir aceptados, a pesar de lo que los distingue por condición o naturaleza.

La vida suena a nombres, con abolengo de apellido y limosnas que se recogen por doquier, a límites fronterizos cargados de quienes no saben a dónde ir y estruendos que anuncian que las palabras de unos pocos no pueden parar los conflictos de los demás.

La vida suena a embustes disfrazados y a miseria encubierta, a convicciones fratricidas y a hambre consentida, a más voluntarios que voluntades y más sobras que platos calientes, a niños que crecen en un mundo de adultos desesperados y a adultos que ya no quieren volver a ser niños, a abuelos abandonados y nietos que pronto olvidan, a momentos en los que se está perdiendo el saldo de cariño y diálogo y a silencios que inician el camino del odio.

La vida suena a tanto distinto y distante que me he propuesto hacer un vídeo sobre el tema y lo dejo para que puedas verlo, leerlo, dialogarlo y criticarlo, si te apetece. Lo encontrarás en  https://www.youtube.com/watch?v=2_VILty8eMs

Tu amigo, que nunca te falla, pretende que le dediques un minuto a lo que te puede estar refrescando el amor por la vida toda una vida, porque hay que aprender y enseñar que "la vida solo debe sonar a vida" y que cuando desafina es porque se está afectando y comprometiendo la vida de los demás.

Tu amigo que nunca te falla


JUAN 


viernes, 13 de enero de 2017

UN APLAUSO ES LO QUE MERECE TU GESTO








  A veces miro a quien va cabizbajo y pasa desapercibido para todos los que creemos que tenemos la seguridad de ir por la vida sabiendo qué hacer, en cada momento, pero cuando encuentra la oportunidad de servir levanta la cabeza, pregunta, apoya y sirve, mientras los demás la bajamos en ese preciso instante.

Todos conocemos la lengua, a veces más de una, tenemos boca para expresar lo que sentimos y, ante las verdaderas adversidades cargadas de ironía e injusticia, surgen voces que sacrifican su existencia y la de quienes le rodean, planteando alternativas o protestando para que todos tengamos un mejor futuro y más justo y a los demás nos invade una ronquera de reclamos y mantenemos la sordomudez sin tratamiento alguno, por miedo a mejorar bruscamente y tener que manifestar lo que llevamos dentro acumulado y que nunca nos atrevemos a plantear.

Acostumbramos a justificar nuestro malestar por un pasado que dejamos correr y nos alineamos, con posiciones que alzan su bandera en favor de los más desprotegidos, hasta que la foto reglamentaria nos delata como insurgentes en una aparente calma y entonces reculamos posiciones y buscamos paraguas donde cobijarnos para seguir pasando desapercibidos, mientras que otros actúan siempre acorde a sus principios morales, dibujados con pinceles de verdad y entrega constantes.

Lloramos cuando se nos va un ser querido, porque perdemos un soporte y recordamos lo que pudimos haber hecho a su lado, aunque muy pocos piensen en la herencia que deben seguir abrillantando, porque es el aporte cultural y sentimental que ellos desearon regalarnos cuando lo tuvieron preparado para legarlo, sin notarios de trámite, sólo con la esperanza de que tuviese más sabor el ejemplo dado que la tierra heredada y escasean quienes sienten el orgullo de los gestos y las miradas, las formas de las sombras y el color de la piel, las actitudes y los silencios, porque estuvieron siempre plasmadas en el cuerpo y el alma de sus padres.

Si seguimos creyendo que la talla es la distancia entre la cabeza y los pies o entre el extremo de una mano hasta el de la otra mano, con los brazos extendidos y reflejamos el crecimiento sólo por el aumento de centímetros que hay, en la horizontal o la vertical, cometemos un error craso porque olvidamos que en medio de esa longitud está un corazón, que a veces crece porque tiene oportunidades y otras decrece porque los demás lo arrinconamos y aplastamos desde fuera y sólo quien tiene en cuenta que somos seres vivos, al tratar al otro, merece sinceramente mi más sonoro y sentido aplauso.

Si pensamos que leer, sin interiorizar los mensajes que debieran calar hondo, promueve la cultura es porque estamos al margen de la voz que tiene una palabra y acumulamos libros para poder hablar bien o tener un conocimiento vacío. La cultura, al fin y al cabo, es la capacidad de intervenir con conocimiento de la verdad, la que construye cada día una personalidad más integral y verdadera, a través de los mensajes que sólo algunos incorporan y manifiestan, para alegría de los autores de los libros que cayeron en sus manos.

Se establecen normas para cambiar y las consideramos propias de la era de la globalización, por lo que mejoramos los parques, canalizamos los ríos, levantamos torres, ampliamos avenidas, impulsamos el ecoturismo, pero hay pocos agentes de cambio que piensen en lo que van a destruir o modificar para poder construir, en lo que van a alterar para poder desarrollar, en el dolor que van a generar para luego poder admirar y a ellos va dirigido mi aplauso.

No prestamos atención al noveno sentido de una madre y actuamos –muchas veces- por instinto animal, por tanto caemos y nos arrepentimos, sucumbimos y aprendemos a levantarnos, desconociendo que permanecemos conectados por un halo de protección virtual y dinámico, entre una madre y sus hijos y sólo algunos le preguntan antes de consultar el horóscopo, con lo que revitalizamos ese vínculo invisible que a ellas les da la vida porque consideran que siguen siendo “madres” y a nosotros nos aliviana el camino por evitar tropezones que no habíamos previsto.

Minimizamos los errores porque pensamos que debemos parecernos al burro en algo y chocamos con la misma piedra una y otra vez. Sólo algunos, creo que también muy pocos, consideran que los espacios de vida de los demás, donde se acumula el hambre y la miseria, el refugio sinsentido y el abandono, la hégira de los desvalidos y arrinconados, los necesitados de paz y nunca acogidos como seres humanos, son consecuencia de que nosotros, todos los demás, somos esa piedra que no les permite caminar libremente y a ellos también va dedicado mi aplauso.

Pasamos de largo si alguien critica a su acompañante o nos olvidamos si el vecino sale a caminar, igual que todos los días, descuidamos las prisas de los demás porque no forman parte de nuestro tiempo, mantenemos en la agenda el recordatorio para hacer un regalo porque no queremos que se percaten que lo pasamos por alto y sólo algunos saben disculparse si lo olvidan porque nadie notó su ausencia un minuto, cuando están presentes toda una vida.

Hay quien conserva en su memoria, el mejor disco duro que se ha construido en la Naturaleza, lo bueno de quienes han pasado por su vida y pretende enseñar con ese libro de texto y sigue pensando que hacemos camino al andar, que el prestigio es para quien necesita el aplauso y que la grandeza sólo se encuentra en el gesto silencioso y a ellos va dirigido mi aplauso sencillo y poco ruidoso.

Hay quien saluda para que se alegre la presencia del otro y no por costumbre, quien se viste para que los colores de su atuendo iluminen los pasos del otro y quien reza porque la vida del otro tenga sentido a su lado y ellos merecen mi aplauso.

Algunos renuncian a su tarea, bien remunerada, porque compromete la vida de los demás o encuentra intereses creados que no ha podido hervir en la cocina de los acontecimientos, descubre muchos almuerzos de trabajo bien cotizados y ninguna merienda entre los que necesitaron parte de su sueldo o están cansados de señalar las diferencias patentes y el salario fijo, cargado de palabrería y desinterés, olvida que tiene deberes que no sabe cumplir y derechos que reclama a todo rato.

Hay quien escribe para hacer relevante y quien propone la rima para descubrir las lágrimas de los versos, quien dibuja las recónditas intenciones de los gestos que debieron pasar de moda y quien pone el punto de reflexión en una tertulia monótona y fría, por lo que debo seguir aplaudiendo su gesto con la boca llena.

Aplaudo el gesto a quienes siguen leyendo la letra de las canciones y miran más allá de las escalas, a los que lloran porque lo sienten y a quienes le encuentran el sentido a su existencia en un momento de presencia y no a la presencia de un momento, a quienes se iluminan con la verdad y a los que piensan que el corazón debe dar sombra, a los que no esquivan miradas ni retocan su sombra.

Aplaudo el gesto de los cobardes arrepentidos y los tristes que se manifiestan alegres, a los derrumbados que siguen levantando conciencias con sus impulsos para continuar en pie y a los que rezan sin golpearse el pecho, a los que aconsejan con presencia y a quienes descubren la riqueza en la humildad, a los que leen para descubrir en su propio interior y a los que escriben para manifestar sus vacíos.

Aplaudo el gesto de quien acepta que no hay camino y de quien pasa desapercibido y su mensaje cala hondo, de quien gatea a los 70 años para convertir este mundo en un mundo de niños grandes y de quien no recibe premios por detener las guerras, de quien devuelve lo que le pertenece a los demás y de quien camina habiéndose disculpado ante el espejo todas las mañanas.
Aplaudo el gesto de quien forma parte de una iglesia dando testimonio y de quien cree que vivir es una oportunidad para seguir creciendo desde las adversidades, para el que sufre por lo que sobra y el que reparte lo que no tiene.

Hoy sé, a ciencia cierta, que también puedo aplaudir tu gesto, ese que te va a seguir haciendo grande sin haber crecido centímetros ni tener que empezar una dieta, ese gesto que te llenó más que una cena de Navidad y nunca te empalaga, el que te permite dormir con hipotecas justas pero sin deudas de verdad.

Gracias, espero que algún día merezca que aplaudas un gesto de mi parte.

Tu amigo que nunca te falla




JUAN

martes, 10 de enero de 2017

LA VIDA NO TIENE RAZÓN




LA VIDA NO TIENE RAZÓN
Por Juan Aranda Gámiz


Queremos darle la razón a la vida, aunque no la tenga y así equivocamos nuestro destino muy a pesar de que las circunstancias nos vengan en contra, pero siempre debemos anteponer la verdad a la conveniencia de los momentos influenciados.

No seremos mejores porque tengamos más amigos invisibles, sino porque tengamos la serenidad justa para resaltar la verdad escondida hasta en las adversidades más dolorosas.

Cuando tropezamos y caemos buscamos los responsables más cercanos e interponemos demandas y comentarios sobre lo que pensamos que debería haberse solucionado y así haber evitado mi caída, pero descuidamos incluir en el argumento que nuestro despiste o confianza, las tensiones que vivimos y que opacaron nuestra visión o la insensatez de un calzado inapropiado en un día de lluvia, el salir sin acompañante o habiendo olvidado el bastón, también pudieron ser parte del problema y se verán reflejados en las heridas producidas por el derrumbe de nuestro cuerpo.

Si el trámite no sale a tiempo culpamos hasta a la rúbrica que plasmamos y que no se parece tanto a la nuestra, porque nos olvidamos que nuestra intención era ocultar parte de la verdad y la opacidad de nuestros propósitos despertó un interés inusual por descubrir la verdad aparcada.

Culpamos al colesterol y a la tiroides de nuestro aumento de peso y buscamos refugio en un gimnasio, arropados por quienes nos desean cambiar la idea de un cuerpo sano por una escultura cargada de fanatismo y obsesión, sin acordarnos que podíamos haber aprendido a cocinar con menos hidratos de carbono y olvidándonos de las grasas y los refrescos, porque en el fondo buscábamos acudir al mismo programa de aeróbicos que cualquier otro vecino y presumir de saltos elegantes y cuerpo dinámico, a sabiendas que una larga caminata y generar un ambiente agradable a nuestro alrededor puede quemar más calorías y darnos un mejor aspecto.

Caemos, nos levantamos, volvemos a caer y nos lamentamos, lloramos y nos arrepentimos, nos disculpamos y amenazamos, sufrimos y nos descolgamos por no llegar a las metas que nos impone la sociedad, nos arrinconamos y auto-culpamos por creernos culpables de lo que otros nos hicieron creer, nos hundimos por cuestiones pasajeras y dormimos por no querer despertar, ya que las opciones de vida que tenemos ante nuestros ojos han detenido nuestros pasos por dificultades económicas o ese sesgo social que discrimina aún por apelativos o lugar de residencia, aspecto o hábitos poco comprendidos y mal interpretados.

Queremos convencer a través de las palabras que lanzamos al aire, como en cada espiración, que somos lo que nunca fuimos y en el diálogo se notará, con claridad diáfana, que nunca fuimos los que debimos ser.

No nos formamos para ser padres y pretendemos luego tener el arrepentimiento por un hijo descarriado, culpando a la sociedad de los envites y condicionamientos para que la apuesta social le hiciese modificar su propio destino.

Acariciamos la rosa en la mañana para sentir el aroma cargado de rocío y luego la cortamos y la colocamos en un florero para que adorne nuestro espacio privado, habiendo robado a la naturaleza de una construcción que se derrumbó con el corte, desmembrando al jardín de su presencia y privándole de cortejo al clavel.

Menospreciamos y eliminamos personas de los ambientes laborales, como los tijeretazos a las rosas vivas y lo justificamos en nuestros informes como un aplauso necesario al costo-beneficio empresarial, pero se le evitó a la sociedad disponer de un ser humano realizado, desmembrando a toda una familia de disfrutar de las posibilidades de crecer y respirar hondo en un mundo globalizado de diferencias y penurias por doquier.

Miramos lo que ocurre en otros sitios y dejamos de conmovernos con la tristeza de los desiertos y los cuerpos famélicos, pues los creemos de otro tiempo y lugar, mientras tengamos la suerte de la que disponemos ante un buen plato de comida y un traje de estación, un viaje de aniversario a Disney o la visita a las cataratas donde corre el mismo agua que en el río de tu pueblo.

Nos acercamos a los demás porque necesitamos de su presencia en nuestras vidas, de su apoyo incondicional y su calor de vecindad para superar los traspiés de la semana que corre, pero al llegar no reconocemos que debimos haber estado antes de que ellos fuesen tan necesarios en nuestras vidas porque nadie nos había llamado para nada.
  
Desviamos nuestras miradas al mundo porque pensamos que el mundo no está pendiente de nuestras necesidades y nos olvidamos de ser políticos de nuestro destino y hermanos de quienes no tienen familia, nos descuidamos de la opinión de los que nos quieren y evitamos comprometernos en empresas que pueden manchar nuestras sombras y ennegrecerlas, aun sabiendo que podríamos mejorar nuestro aprendizaje y validar nuestras actitudes.

Por todo esto creo que “la vida no tiene razón” y que estamos aquí porque somos parte de la coyuntura y no todavía del proyecto, porque pensamos que crecemos en talla y no en aptitudes, porque seguimos hablando de los demás y nos criticamos mucho menos, porque lanzamos órdagos en lugar de dar pasos y porque hemos dejado la sensibilidad para las plantas cuando florecen y ya no nos motiva ni la luz de la mañana.

Creo que “la vida no tiene razón” porque no nos hacemos más fuertes con las despedidas ni más condicionados con la imposición, que el hambre no nos convierte en ciudadanos de segunda ni el voto puede redireccionar nuestras vidas, que la verdad no nos puede hacer más susceptibles ni el cambio climático más enfermos.

Pienso que “la vida no tiene razón” porque una foto nos transmita lo que podemos solucionar ni porque el ahogo sea siempre consecuencia de un infarto, que ser invidente no impide llegar a ver más allá de las colinas y que amanecer no siempre nos despierta a la vida.

“La vida tendría razón” si a pesar de nuestro esfuerzo todo siguiese igual, si a pesar de nuestro sacrificio el poder nos siguiese condicionando, si la distancia se transformara siempre en olvido y si los golpes nos provocasen una fractura del alma.

Mientras que eso no ocurra, “la vida no tiene razón”.

Tu amigo que nunca te falla



JUAN

domingo, 8 de enero de 2017

TE REGALO UNA PALABRA

Si este año fuese "el año de los regalos" yo estaría dispuesto a regalarte -para todo el año- sólo una palabra, porque me sale de lo más profundo del corazón, la escribo y la pronuncio siguiendo el alfabeto del alma y ha sido aprendida con mi propio esfuerzo, si me desprendo de una la relleno con otra y la incertidumbre de no saber si llegó a calar hondo me mantiene atento a otros muchos seres humanos y sus circunstancias del día a día.

A tí que sufres una enfermedad terminal o está diagnosticado-a de algo que crees que va a ser insuperable para tí te regalaría la palabra "vehemencia", porque implica un compromiso cargado de fuerza y fè ciega en el propósito de salvar los obstáculos que se presenten, a costa de los esfuerzos que haya que implicar en el propósito.

A tí que te encuentras denigrado, apaleado, humillado y vilipendiado, te regalaría para este año la palabra "centinela", porque en la vida hay que buscar una ubicaciòn desde la que te puedas dar cuenta de las actitudes de los demás, antes de que te alcancen, para protegerte y defender tus propios derechos.

A tí que no tienes ese derecho de recibir un juguete y vives a expensas de quien quiera hacer notorio su ánimo altruista, subiéndose a alguna tarima a regalar parte de su esfuerzo, haciendo comerciales los sentimientos aunque haya samaritanismo en lo que algunos comprometen su tiempo, te regalaría la palabra "intuición", esa capacidad de percibir algo sin la intervención de la razón, e intentaría darle vida a juguetes muertos y habilitar un espacio en el diván para armar los pedazos de trastos con las ilusiones y los proyectos rotos de tu vida, con lo que estarías reviviendo tu orgullo y tu dignidad, sin razonar si lo que hacen otros para mí es bueno o malo.

A tí que vives en una familia de desencuentros y te sientes en la soledad más triste y distante, te regalaría la palabra "redes" para que sustituyas el tiempo arrinconado por la oportunidad de entablar comunicación hasta con el vacío, buscando las palabras para esperar pacientemente respuestas, porque en la entrega a los demás se encuentra siempre la oportunidad para seguir creciendo en libertad, de lo que aprenderás a aprovechar momentos para dar lecciones de vida a los tuyos hasta que integres esa maraña familiar de diálogos constantes.

A tí que estás al margen de todo y olvidado por la sociedad, quejándote constantemente de tu suerte, te regalaría la palabra "inmanencia", para que busques en tu interior aquello que siempre va contigo y que puede ser la causa de lo que te ocurre, sin necesidad de culpar a nada ni a nadie, porque seas auto-exigente o auto-complaciente, te creas auto-suficiente o seas considerado auto-destructivo.

A tí que acabas de atravesar situaciones de pérdidas y vacíos, traumas o despedidas, te regalaría la palabra "resiliente" para que saques fuerzas de donde no la fabrican y seas capaz de superar todas las adversidades en tu vida con la calma de un luchador convencido.

A tí que no te miran ni te tocan, que no te señalan ni te mencionan, te regalaría la palabra "inefable" para que otros entiendan que siempre hay algo en la condición humana que no puede ser descrito ni dicho con palabras y que se necesita tiempo y profundidad de miradas para darse cuenta del sufrimiento de ese otro ser humano que, en este caso, eres tú.

A tí que no sabes elegir el camino y estás a la deriva, que no te preguntas por el bien o el mal, que nadie ha sabido detener tus pasos antes de cometer las locuras que cuentas entre tus hazañas y que volverías a hacerlo porque tu código moral está resquebrajado, te regalaría la palabra "nicho" para que hagas un hueco y te conviertas en una estatua forzada para que el viento te señale la ruta que debes escoger en tu vida cuando la erosión desmorone tus malos propósitos.

A tí que vives secuestrado por la dominancia de género, por la opresión política o económica, por la lucha de clases, por los oportunismos de la vida rancia, por la imposición del credo o por la alienación vigente, por las fronteras de barro seco o por las aguas que degluten vidas en medio de los océanos, por las luchas fratricidas o el desinterés estatal, te regalaría la palabra "lìmpido", para que tu lucha de este año sea por alcanzar que los gestos y las maniobras, las propuestas y los proyectos terminen siendos limpios y transparentes como el agua.

A tí que vives preocupado por tu físico o tu aspecto, tu malformación marginal o tu deformidad,detrás de la que se esconde un humanismo insaciable, una orfandad siempre reclamada o un bulling retransmitido para ofensa de la Carta de los Derechos Humanos y que terminó redactando una carta de despedida de este mundo por un niño acosado en la escuela, te regalaría la palabra "liliputiense" para que todo lo veas demasiado pequeño, en comparación con la grandeza de la Creación y valores más a lo que te enfrentas que lo que tienes, para que puedas sopesarlo de igual manera si los demás aprendemos a disfrutar también de la grandeza de seres humanos con defectos y deformidades.

A tí que no sabes quien soy, ni quizás te importe, a quien no se acuerda si tiene tiempo disponible ni capacidad de pensar, a quien ya aceptó su minusvalía y todos los días pelea con ella, a quien se arrastra caminando para estar donde otros tardamos tiempo en llegar, le regalaría la palabra "sostenible", porque siempre deberá ser compatible con el producto interno bruto o la deuda interna, la balanza de gastos y el mercado de valores, a ver si algún día pensamos en pagar la deuda para darle vida a los momentos del sin recuerdo o para aliviar la necesidad de construir una sociedad más inclusiva, sin propaganda alguna sino por méritos propios, para quien no puede o es considerado por otros que no debiera ser parte de lo que todos conformamos en este mundo tan desigual y marginal.

A tí que enseñas la mitad de lo que sabes o dedicas sòlo el tiempo que te sobra y no el que te piden, que te escondes detrás de mensajes prefabricados y que no te importa hacer lo que nunca prometiste, te regalaría la palabra "reparo", para que entiendas también que siempre habrá flotanto en el ambiente una advertencia sobre la disconformidad que otros tienen con lo que vosotros hacéis.  

A tí que vives tu profesión y nadie te aplaude, a quien le dedica tiempo extra a tu tarea y no es recompensada, a los que nunca fueron aplaudidos después de haber hecho un trabajo altruista y desprendido, a quienes debieran estar en los noticieros y nunca se les llama, aún despuès de haber generado un ejemplo social por su actitud voluntaria y desinteresada, les regalaría la palabra "convicción" para que aprendamos a estar seguros de lo que hacemos o sentimos sin necesidad de pagas extraordinarias ni promociones, aplausos falsos ni vítores desencajados y momentáneos, porque se necesitan seres humanos que den testimonio del bueno, del que se sigue sin pedir permiso a nadie.

A tí que nadie te pidió permiso para no venir a este mundo, a quien tampoco se le consultó antes de incluirlo en un hogar para ancianos, a la mujer que no pudo decidir sobre su vida y fué violada, a quien murió asesinado-a por quien se saltó todas las normas de convivencia y morales, a quien asaltó o maltrató, apaleó o sacrificó vidas con su atentado demencial e inhumano, le regalaría la palabra "perdón", porque al aprender a perdonarse a sí mismos estarán buscando las mejores vías para aceptar el castigo impuesto y propagar la verdad de la razón de ser en este mundo, que será la mejor lección de vida de contrapeso para quienes son construidos en el odio y la sinrazón.

A tí que confías en las redes sociales y antepones lo que ves a los diálogos intra-familiares, a quien fotografía el dolor y no reclama por ello, a quien no reconoce a la madre que pasa una vida limpiando, engendrando y besando, con la única recompensa de un beso despistado y un agradecimiento a la prisa, de Navidad en Navidad, les regalaría la palabra "sarmiento" para que entendamos que provenimos de un tallo que dió muchas ramas y nos alimentamos todos de la misma savia, la que hay que abrillantar y de la que hay que hacer oir a quienes no lleguen a creer, por nuestras actitudes malintencionadas y nuestra incapacidad de oir antes de actuar u opinar.

A tí que vives en rincones donde debieras estar jugando y sólo sabes de disparos, a quien necesita crecer entre semáforos y escuelas, bibliotecas y parques y observa cadáveres colgados a diario, a quien debiera tener amigos y concretar el sentido de sus pasos y está atrapado por el mensaje del alcoholismo y la droga, encerrado entre las paredes de la adicción de familiares y progenitores, les regalaría la palabra "cartujo", para que entiendas que vivir apartado de la gente no te dignifica porque dejas de ser persona y sólo puedes alcanzar a ser un ser vivo más, por lo que debes superar tus miedos y avanzar hasta que la sociedad te entregue el diploma de "persona" y nunca más serás humillado-a.

A tí que lees este mensaje y lo borras inmediatamente o te olvidas a la hora siguiente, te diría que prefiero que cambies "un me gusta" por "se lo leo a alguien" y así no tendría que regalarte la palabra "displicencia" o esa actitud indiferente y de desagrado hacia los momentos de los demás.

Hasta la próxima semana, deseando que este regalo tan "parco" se transforme en un "edificio en construcción" en cada uno de vosotros, se despide tu amigo, que nunca te falla.


JUAN 

jueves, 5 de enero de 2017

¿DÓNDE ESTÁN LOS REYES MAGOS?

Es habitual empezar un año y esperar la fiesta de los Reyes Magos, temblando de emoción por verles montados en sus camellos, surcando los desiertos para llegar al encuentro de tantos niños esperanzados en la llegada de un juguete.

Hemos leído que Jesús nació en la humildad de un pesebre, acostumbrado al frío de las noches sólas y que los animales quisieron arrimarse para calentar ese espacio de buena nueva, esperando que una estrella, la que iba guiando a unos Reyes Magos, aparcara su viaje justo antes del Portal y ahí señalase el lugar donde debía dejar el oro, el incienso y la mirra.

Pensamos, asimismo, que la fiesta de los Reyes Magos se celebra solo una vez al año y que debe haber un Rey al que se le deben regalar cosas, con la cantidad de niños que debieron haber nacido en ese día y sin animales ni estrellas y, mucho menos, sin Reyes Magos aparentes.

¿Qué pensará una niña que no haya tenido la oportunidad de un regalo y también tuvo humildad el pesebre al que vino al mundo?

¿Qué dirìa un niño, predestinado a morir pronto, que también llegó a ver la luz por primera vez entre nosotros, en otro pesebre distinto y con muchos Reyes Magos y una estrella que le alumbró durante nueve meses?

¿Qué dirían unos padres que no encuentran un pesebre para acoger a su hijo que está a punto de llegar al mundo y escuchan la algarabía de la fiesta de la Cabalgata de los Reyes Magos en su ciudad?

La fiesta de los Reyes Magos se celebra con cabalgatas y ceremonias, trajes elegantes y regalos que se reparten por doquier, concentración de personas ávidas de escuchar la música y comprobar que venir al mundo también debe tener algo de señorial y ceremonial, ante el asombro de los demás.

Escribimos cartas para pedir lo que se nos antoje y luego nos derrumbamos si comprobamos que no nos hicieron caso, aunque en nombre de las fechas tan especiales todos se encargarán de sacar de los ahorros para satisfacer los caprichos de un niño que quiere encontrarle el sentido a la mirra, el incienso y el oro.

Sinceramente, creo que la festividad de los Reyes Magos nos debe recordar que cada día nacen muchos niños en el mundo y que a todos se les debe acoger con el entusiasmo y cariño, la protección y la verdad que se necesitan al llegar al mundo, cada cual en un pesebre diferente y con una disposición distinta de la paja que se afloja y acomoda bajo su cuerpo.

Cada niño viene con una estrella de lo que va a ser de adulto o que le señala y alumbra el tiempo que va a quedarse entre nosotros, del significado que le va a dar a nuestras vidas o de la soledad y el desamparo al que se tiene que acostumbrar a tener de compañeros de viaje, porque a veces el pesebre está dibujado con menosprecio o con pocos deseos, con maltrato o desilusión, con rabia o ilusiones rotas, con miradas tristes o relaciones desacostumbradas.

La estrella nos recuerda que hay que prepararle el ambiente de bienvenida que debiera ser reconocido como otro Derecho del Niño-a, con unos Reyes Magos que en realidad son los que esperaban su nacimiento y llegan augurándole los mejores deseos, confiando en que tendrá una vida llena de distancias y retos a los que deberá aprender a superar, dejándole en los cofres los verdaderos regalos de compromiso con los momentos de respeto que hemos de regalar a los demás en las diferentes circunstancias de sus vidas, de entrega a las causas justas sin fallar como seres humanos en las diferentes etapas de la vida y de verdad en nuestro recorrido, con el propósito de que se transforme en testimonio cada paso que demos en los diferentes momentos de nuestras vidas.

El calor lo dará la voz del alma, con la que hay que recibir a quien llega, para que nunca se olvide de dónde llegó, la más simple fiesta que dará sentido -con posterioridad- a nuestras vidas.

Así que no os extrañe que en el nacimiento de algunos niños y niñas haya pocos animales, porque estén sustituidos por la opacidad de la opulencia y el reconocimiento fatuo de lo que llegará a ser por haber venido en gloriosa cuna o que en el pesebre de otros no haya posibilidad de colocar paja porque se sustituyò por unos brazos que balanceaban su cuerpo de orgullo y alegría, aunque la economía no diese ni para un burro pasajero o porque las balas y la discriminación ahuyentaron la alegría del parto en un barrio olvidado.

Que a nadie le desmotive si encuentra diferencias entre el Nacimiento de Jesús y el de quien vino al mundo habiendo soportado una amenaza de aborto voluntario o el resentimiento de padres separados antes de abrir los ojos a la vida, de ver circular la droga a través de la piel transparente del vientre de su mamá o de las escenas de muerte y olvido de la calle en la que lo paseaba su madre desde el primer mes de embarazo.

Nadie debería extrañarse porque la Navidad se celebrase en marzo y los Reyes en junio, porque cada vez que hay un nacimiento hay Navidad y cada vez que somos capaces de estar ahí, reconociendo el valor de la acogida y el abrigo, va a haber unos Reyes Magos, sin capas, coronas ni dromedarios, solo cargados de las buenas intenciones del compromiso generado y del calor de una sensación única, la que nos hace más humanos cada día de nuestras vidas.

Tampoco me va a importar que no se llamen oro, incienso y mirra los regalos, me conformo con la leche que pueda mamar porque su madre sigue viva despuès del parto o porque no padece ninguna enfermedad, porque le quiere y no le abandonó o lo regaló por dinero, con el abrazo de acogida para calentar su existencia, perdurando esa sensación más que la que pudiese dejar el cordón umbilical o la protección de esa promesa que le hacemos, sin hablar, y que la mantendremos viva hasta el final de nuestros días.

¿Reyes Magos?. Sí, bueno, todos esperamos revivir la fiesta, pero festejar la vida que está por nacer en un momento es la estrella que tenemos que seguir, para acostumbrarnos a vivir con todo el que llega, porque nuestro espacio se lo dejaremos algún día y la herencia no consiste en lo material que le dejaremos sino en el calor que le generamos al nacer.

¿Mi carta a los Reyes Magos?.

Yo ya la tengo, porque la escribí con el alfabeto del alma, el que no se equivoca al pedir que no seamos tan diferentes y que pensemos en ser los Reyes que aceptan y acogen, tiemblan y lloran, cuando un niño viene al mundo, porque así le estaremos dando un sentido más elemental y callado, más interior y verdadero, a nuestra existencia, aunque sea a obscuras y sin ruído, con paja y sin lana, a la luz de la luna y ante el cielo como testigo.

Que vivan los Reyes Magos de corazón, los que sienten la necesidad de estar ahí, sin coronas ni mantos, sólo con dos brazos, una sonrisa y una mirada que atraviese el corazón.

Aprendamos a ser los Reyes Magos que deben acompañar al verdadero pesebre y la estrella nos lo agradecerá.

Tu amigo , que nunca te falla



JUAN 





lunes, 2 de enero de 2017

¿CÓMO EMPIEZA CADA QUIÉN?

Para estar seguros de que vamos a terminar una tarea lo correcto es dar el primer paso para empezarla, porque la seguridad de lo que tendremos más adelante la dará el simple hecho de que hoy disponemos de la ilusión de marcarse objetivos para el día de mañana.

Hay quienes abren su enfoque de la vida diaria y se preparan para lo que les caiga, como cuando uno sale a la calle desprevenido y le cae un chapetón, pero saca el paraguas porque pensó en esta eventualidad y ya venía preparado.

Hay quien pide fuerzas en todo momento y a todo santo disponible en el Congreso del cielo, con la esperanza de que alguno lo anote en su libreta de notas y esté pendiente de él como un guardaespaldas, lo cual no quiere decir que le va a evitar inconvenientes, sino que va a ser un apoyo y soporte posible.

Hay quien recuerda lo transcurrido en el año anterior y el daño que le causó una situación o pena, ausencia o criterio, por lo que se pone su impermeable y dice sentirse inmune a todo lo que le ocurra a su alrededor, pues su decisión es no seguir sufriendo gratuitamente.

Hay quien desea empezar el año reuniendo a sus seres queridos y buscando un cinturón de energía al unir sus manos, pensando que el positivismo y la predisposición sana, cargados de buenos propósitos y sabiendo que siempre estarán a su lado las personas que formaron ese círculo.

Hay quien lee y se prepara contra la adversidad, porque con nuevos procesos de reflexión cree que va a fortalecer sus puntos débiles, por donde escapa la energía verdadera.

Hay también, por qué no decirlo, los que arrancan haciéndose exámenes y chequeos, porque necesitan saber qué problema de salud ha llegado de improviso a sus cuerpos y creen que un tratamiento correcto y adecuado les va a robustecer su estado anímico o su nivel de defensas.

Hay quien sueña con lo que perdió, porque el valor a las cosas se les asigna cuando ya no nos pertenecen y es entonces, en la distancia, cuando se empieza a analizar el paquete que se aceptó y luego se perdió, la oportunidad que se dejó correr, la esperanza que se agotó o el prejuicio al que nunca se enfrentó y terminó devorando parte de su integridad personal.

Hay muchos que regalan una felicitación por el nuevo año, desconociendo que quien es felicitado atraviesa por una etapa de duelo, sentimental o anímico, y no merece la pena generarle una contradicción con la mejor de las intenciones.

Hay personas que cargan a Dios la responsabilidad de lo que le sucederá al amigo o amiga a quien te diriges en el primer día del año, al decirle "Que Dios te acompañe siempre" y puede que haya perdido hasta la fe plena en un Dios que para él o ella está tomando unas vacaciones, quizás bien merecidas.

Hay seres humanos que se disponen a palpar el pulso de las redes sociales y lanzan un mensaje previamente diseñado, para compartirlo con todo aquel o aquella que se digne abrirlo, aún a sabiendas que los mensajes llevan el sentimiento anexo de quien los escribió o dibujó por primera vez, por lo que se siente que lleva muy poco de la cosecha de quien sirvió de tramitador y lo reencauzó para la persona a la que quieres felicitar por año nuevo.

Hay quien amanece enfadado y se anochecerá enfadado el próximo 31 de diciembre, echándole la culpa de su realidad a todos los demás, desconociendo que somos nosotros los que engendramos, cosechamos, cultivamos y aprovechamos la cosecha de problemas que sembramos tras seleccionar la semilla que nos convino en el mercado agrícola.

Hay quien se levanta quejándose de todo y de todos, porque el hecho de "quejarse de uno mismo" ya lo ha dejado para otro momento, quizás cuando se peine o se duche por primera vez durante este año que arrancó o para cuando inicie el 2020, porque ahora no son tiempos para pensar en eso.

Hay muchos que echan de menos un abrazo o una alegría y, a pesar de que llevan esperándolos desde el 1 de enero del 2016 o incluso mucho antes, siguen convencidos que la esperanza es lo único que se pierde y también ellos tienen un derecho adquirido por recibirlos en algún otro momento y lugar, durmiendo el sueño de los justos y pecadores, de carne y hueso, desvalidos o arrinconados.

Hay quien echa mano de la resignación, porque sabe y conoce con pragmatismo lo que le rodea y el recorrido que le queda, pudiendo llegarse a un punto y seguido o un punto y final, lo que al fin y al cabo es la redacción de los capítulos de la vida diaria y nada más.

Hay quien se va a la iglesia y reza por todos y por sí mismos, pide por que no se repita lo malo y encuentra lo bueno de cada quien para pedir al Ser Superior que le tenga en cuenta los atenuantes y lo apoye silenciosamente, en el porcentaje que EL crea justo y necesario.

Hay quien piensa en la distancia de la vida y el calor de los años, las horas que quedan por recorrer hasta la próxima realidad y no tienen de dónde llenarlos pues le faltan abrazos o reconocimientos, palabras o luces que alumbren, consejeros o regalos.

Hay quien continúa escuchando bombas y mira la Navidad de los que desconocen el ruido de los proyectiles, para pedir que sean ellos los sufridores de lo que ya conocen y que otros no pasen por lo que ellos atraviesan, maldiciendo que nadie ordene o ajuste, hable o calle para siempre.

Hay quien arranca empezando a olvidarse de sí mismo y ya no puede contar su historia de verdad, la que para algunos será un relato vivencial, para otros un ejemplo, para algunos una historieta y para un porcentaje minúsculo un testimonio convertido en testamento vital.

Hay quien empieza el año tan enfermo como acabó el anterior o tan sólo como se le veía venir, tan alejado como se lo esperaba o tan obscuro como decían las galaxias o la interposición de los planetas.

Hay quien inició con el llanto de quien cayó presa de una violencia, fue apresado por las coyunturas o tuvo la triste idea de embarcarse en proyectos perdidos y marginales.

Hay personas que dieron la campanada de salida a este año con marginación al no recibir miradas o evitarle los estrechones de mano, ahogando su dignidad en un comedor popular o pidiendo en la calle, perdiendo sus apellidos en la limosna que no se le oferta y olvidado en los sermones de las iglesias menos comprometidas.

Hay quien espera que no llegue lo que se anuncia o que el sentido del voto se ennegrezca, que los oportunismos hayan sido vacunados o que la mierda no cambie de sitio con tanta frecuencia.

Hay quien arranca con preguntas que no tienen respuesta y trajes que no pudieron ser renovados, con lamentos de la pobreza más profunda o la miseria orgánica de quien fue humillado o engañado, maltratado o arrebatado, alienado o condicionado.

Hay quien dio el primer paso prometiendo lo que nunca cumplirá, porque es una frase hecha que debiera ser deshecha, comprando lo que nunca se pondrá porque la compulsión la arrastra, mirando donde nunca irá porque las distancias también forman parte del gasto social, al que no todos tienen derecho y señalando el agua del que nunca beberán y ya empezaron a tener sed.

Para cada uno de vosotros, hayáis empezado como la vida os haya empujado y estimulado, arrastrado o impulsado, que tengáis el mejor de los caminos y una suerte de piedras que sepáis sortear adecuadamente, porque el camino será igual de pedregoso y tortuoso para todos.

Tu amigo, que nunca te falla



JUAN