jueves, 26 de enero de 2017

MÁS VALE SER PÁJARO BUENO QUE BUEN PÁJARO



Vivimos esta vida acurrucados desde el nacimiento, porque aprendemos a esperar asociando el llanto a la llegada de una mujer con delantal y plato de papilla en mano para que, con tres cuentos y muchos gestos cargados de paciencia, tomemos unos bocados de alimento pasándolos antes por su boca para comprobar la temperatura de lo que ingerimos.

Y el nido es eso, un espacio donde duermen los pajaritos esperando quien les traiga la comida enjugada con saliva, a temperatura ambiente, para que puedan saborear la hojarasca que le sabe a manjar o la carne previamente machacada para aliviarles el trabajo a los polluelos.

Nos cansamos pronto de vivir amontonados y empezamos a pelear por el espacio en la casa y en la cuna, por los juguetes y hasta por los besos, aprendemos a disparar nuestras emociones y a decir "no" a los afectos, a imitar para ser aplaudidos y a corretear para que nadie detenga nuestros pasos y nos arriesgamos y saltamos, nos comprometemos y bailamos, pero lo hacemos porque sabemos que alguien deberá estar ahí para cogernos en el momento adecuado y que no nos hagamos daño.

Vivimos esta vida como si fuésemos un pájaro que arrancó su vuelo, porque despegamos del nido muy a pesar de los acantilados que hay más abajo y donde algunos estrellan sus ilusiones, queriendo alejarnos pronto del sedentarismo y el constante piar, disputando la comida y el espacio entre hermanos, dándole impulso a nuestras ganas hasta que el primer vuelo se hace natural y no miramos atrás ni para recordar los buenos momentos.

Un día olvidamos que llevamos pegado a la piel un apellido y empezamos a cometer errores, le damos más importancia a disfrutar de la vida que a añorar el cobijo familiar, emprendemos un camino hacia la libertad considerada y nos despojamos de protección y abrigo, pensando que el frío no nos va a calar y que hemos nacido fuertes para afrontar cualquier adversidad.

Muchos pájaros son canciones de muertes anunciadas por disparos intencionados o se convierten en víctimas fortuitas que se atravesaron en el camino de vigilantes asesinos, después de soportar las gotas de lluvia en sus alas, atravesar nubes de incertidumbre o descansar ansiosos en la rama de un árbol, sin deseo de que el instinto les mueva a construir un nido, porque para eso creen que les falta aún la mitad de su vida.

La adolescencia nos lanza y viajamos solos, a veces acompañando los dibujos de bandadas de pájaros que pueden arrastrarnos a favor del viento y no de nuestros ideales, como las pandillas y las jorgas del barrio, surcando cielos que nunca conocimos y adquiriendo una experiencia en el trato y en la travesía, migrando para conocerse y piando para entrecruzarse, porque mucho de lo que hablamos sin sentido y hacemos sin calibre nos construirá en los defectos y vanidades, vacíos y ambiciones con los que hemos crecido en el grupo al que nos acercamos y del que no queremos salir, por miedo o inseguridad.

Elegimos pareja, cada cual con sus motivos y atracciones, procurando luego darle sentido a la procreación y empezando a hablar de familia, las obligaciones, los pañales y las carantoñas, comenzamos a sedimentar nuestros vaivenes y nos creemos expertos para hablar del amor y los puntos cardinales de la vida.

Los pájaros se aparean y surcan los cielos aprendiendo a distinguir las trampas de los gusanos que les alimentarán y huyen de los cotos porque saben a muerte, se resguardan en los tejados para aprender más de los seres humanos y dan movimiento a los paisajes con su vuelo, creyendo que también han llegado a saberlo todo con su desenfado suspendido.

Cuando crecen los hijos nos preocupa el no saber ser padres y cuando nos preguntan carecemos de respuestas, si nos hablan buscamos las excusas para romper su atrevimiento y si nos cuestionan sentimos que hemos perdido autoridad, si se independizan los consideramos aventureros y si discrepan con lo que hacemos los palpamos como extraños.

Pienso que el instinto hará que los pajarillos crien como ellos fueron criados y la maternidad también se hace presente acurrucando y defendiendo, alimentando y abrigando, educando y piando, mirando y rezando en sus ratos de miedo, pero al llegar el momento de arrancar el vuelo tienen la incertidumbre de una madre y les golpeará también el dolor si se derrumban al salir del nido o si no desean aprender a dar el primer paso y tienen que abandonarlo porque se convertirá en presa fácil y aún así lo llevará en su pico, como mamá pájaro responsable y lo soltará para que se sienta impulsado y no abandonado.

Se cae en la vida y recordamos el vientre materno y la postura que nos da alivio, encorvados de pies a cabeza, llamamos en la soledad más obscura y enseguida nos acompañan los recuerdos, nos columpiamos en las indecisiones y somos capaces de reflexionar como si alguien nos abriese una puerta hacia la cordura.

Creo que ante los accidentes y las caídas accidentales los pajaritos recuerdan el nido y el calor del apellido que también debieran tener, el ser atrapados les descubrirá el sentido de la libertad y la proximidad del gato les despertará aprehensión y temor, como en la vida les pasa a los más débiles y aún así queremos aplicarles la ley del más fuerte.

También los pájaros llegan a ser viejos y se deben sentir cansados y frios, abandonados y desconociendo si quedó legado en su vuelo y en sus miedos, muriendo lentamente en un acto de agradecimiento a la vida por el cielo que se les dió para planear a favor de su consentido instinto.

Cuando nos llaman abuelos nos sentimos más niños si tenemos cariño y más mayores si nos falta, más desprotegidos como ciudadanos y más acogidos como familiares, más solos como partes de la sociedad y más olvidados como obstáculos, más despojados de consejos y más tiernos en las apreciaciones, más distantes en las costumbres y más dormilones de día, más necesitados de movimiento y más cubiertos de medicamentos, más incomprendidos como generación y más recelosos como seres vivos.

Creo que somos pájaros que surcamos los cielos en esta vida, mientras dura nuestro recorrido y desconozco por qué amenazamos y enjaulamos a los pajarillos, por qué los matamos y etiquetamos, por qué estudiamos su forma y no analizamos su corazón, para ver si pudiésemos aprender a ser mejores seres humanos.

Con tanto cielo libre y tantas jaulas ocupadas, con tanta calle sin movimiento y tanto pájaro escondido, con tanta especie conocida y tan pocos momentos compartidos.

Con tanto mundo libre y tanto ser humano condicionado y alienado, abandonado y olvidado, con tanta calle sin movimiento y tanta soledad interior a un lado y otro de las murallas, con tantas razas conocidas y tan poco que seguimos sabiendo del otro.

Yo soy feliz sabiendo que llevo algo de pájaro en mi interior y los seguiré tratando como quisiera que me tratasen a mí,, porque si algún día mejorase su vuelo libre quizás fuera porque nosotros hemos mejorado como pájaros que aprendimos volar más allá de nuestra imaginación.

Tu amigo, que nunca te falla


JUAN 

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