LA VIDA NO TIENE
RAZÓN
Por Juan Aranda Gámiz
Queremos
darle la razón a la vida, aunque no la tenga y así equivocamos nuestro destino
muy a pesar de que las circunstancias nos vengan en contra, pero siempre
debemos anteponer la verdad a la conveniencia de los momentos influenciados.
No
seremos mejores porque tengamos más amigos invisibles, sino porque tengamos la
serenidad justa para resaltar la verdad escondida hasta en las adversidades más
dolorosas.
Cuando
tropezamos y caemos buscamos los responsables más cercanos e interponemos
demandas y comentarios sobre lo que pensamos que debería haberse solucionado y
así haber evitado mi caída, pero descuidamos incluir en el argumento que
nuestro despiste o confianza, las tensiones que vivimos y que opacaron nuestra
visión o la insensatez de un calzado inapropiado en un día de lluvia, el salir
sin acompañante o habiendo olvidado el bastón, también pudieron ser parte del
problema y se verán reflejados en las heridas producidas por el derrumbe de
nuestro cuerpo.
Si
el trámite no sale a tiempo culpamos hasta a la rúbrica que plasmamos y que no
se parece tanto a la nuestra, porque nos olvidamos que nuestra intención era
ocultar parte de la verdad y la opacidad de nuestros propósitos despertó un
interés inusual por descubrir la verdad aparcada.
Culpamos
al colesterol y a la tiroides de nuestro aumento de peso y buscamos refugio en
un gimnasio, arropados por quienes nos desean cambiar la idea de un cuerpo sano
por una escultura cargada de fanatismo y obsesión, sin acordarnos que podíamos
haber aprendido a cocinar con menos hidratos de carbono y olvidándonos de las
grasas y los refrescos, porque en el fondo buscábamos acudir al mismo programa
de aeróbicos que cualquier otro vecino y presumir de saltos elegantes y cuerpo
dinámico, a sabiendas que una larga caminata y generar un ambiente agradable a
nuestro alrededor puede quemar más calorías y darnos un mejor aspecto.
Caemos,
nos levantamos, volvemos a caer y nos lamentamos, lloramos y nos arrepentimos,
nos disculpamos y amenazamos, sufrimos y nos descolgamos por no llegar a las
metas que nos impone la sociedad, nos arrinconamos y auto-culpamos por creernos
culpables de lo que otros nos hicieron creer, nos hundimos por cuestiones
pasajeras y dormimos por no querer despertar, ya que las opciones de vida que
tenemos ante nuestros ojos han detenido nuestros pasos por dificultades
económicas o ese sesgo social que discrimina aún por apelativos o lugar de
residencia, aspecto o hábitos poco comprendidos y mal interpretados.
Queremos
convencer a través de las palabras que lanzamos al aire, como en cada
espiración, que somos lo que nunca fuimos y en el diálogo se notará, con
claridad diáfana, que nunca fuimos los que debimos ser.
No
nos formamos para ser padres y pretendemos luego tener el arrepentimiento por
un hijo descarriado, culpando a la sociedad de los envites y condicionamientos
para que la apuesta social le hiciese modificar su propio destino.
Acariciamos
la rosa en la mañana para sentir el aroma cargado de rocío y luego la cortamos
y la colocamos en un florero para que adorne nuestro espacio privado, habiendo
robado a la naturaleza de una construcción que se derrumbó con el corte,
desmembrando al jardín de su presencia y privándole de cortejo al clavel.
Menospreciamos
y eliminamos personas de los ambientes laborales, como los tijeretazos a las
rosas vivas y lo justificamos en nuestros informes como un aplauso necesario al
costo-beneficio empresarial, pero se le evitó a la sociedad disponer de un ser
humano realizado, desmembrando a toda una familia de disfrutar de las
posibilidades de crecer y respirar hondo en un mundo globalizado de diferencias
y penurias por doquier.
Miramos
lo que ocurre en otros sitios y dejamos de conmovernos con la tristeza de los
desiertos y los cuerpos famélicos, pues los creemos de otro tiempo y lugar,
mientras tengamos la suerte de la que disponemos ante un buen plato de comida y
un traje de estación, un viaje de aniversario a Disney o la visita a las
cataratas donde corre el mismo agua que en el río de tu pueblo.
Nos
acercamos a los demás porque necesitamos de su presencia en nuestras vidas, de
su apoyo incondicional y su calor de vecindad para superar los traspiés de la
semana que corre, pero al llegar no reconocemos que debimos haber estado antes
de que ellos fuesen tan necesarios en nuestras vidas porque nadie nos había
llamado para nada.
Desviamos
nuestras miradas al mundo porque pensamos que el mundo no está pendiente de
nuestras necesidades y nos olvidamos de ser políticos de nuestro destino y
hermanos de quienes no tienen familia, nos descuidamos de la opinión de los que
nos quieren y evitamos comprometernos en empresas que pueden manchar nuestras
sombras y ennegrecerlas, aun sabiendo que podríamos mejorar nuestro aprendizaje
y validar nuestras actitudes.
Por
todo esto creo que “la vida no tiene razón” y que estamos aquí porque somos
parte de la coyuntura y no todavía del proyecto, porque pensamos que crecemos
en talla y no en aptitudes, porque seguimos hablando de los demás y nos
criticamos mucho menos, porque lanzamos órdagos en lugar de dar pasos y porque
hemos dejado la sensibilidad para las plantas cuando florecen y ya no nos
motiva ni la luz de la mañana.
Creo
que “la vida no tiene razón” porque no nos hacemos más fuertes con las
despedidas ni más condicionados con la imposición, que el hambre no nos
convierte en ciudadanos de segunda ni el voto puede redireccionar nuestras
vidas, que la verdad no nos puede hacer más susceptibles ni el cambio climático
más enfermos.
Pienso
que “la vida no tiene razón” porque una foto nos transmita lo que podemos
solucionar ni porque el ahogo sea siempre consecuencia de un infarto, que ser
invidente no impide llegar a ver más allá de las colinas y que amanecer no
siempre nos despierta a la vida.
“La
vida tendría razón” si a pesar de nuestro esfuerzo todo siguiese igual, si a
pesar de nuestro sacrificio el poder nos siguiese condicionando, si la
distancia se transformara siempre en olvido y si los golpes nos provocasen una
fractura del alma.
Mientras
que eso no ocurra, “la vida no tiene razón”.
Tu
amigo que nunca te falla
JUAN
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