martes, 10 de enero de 2017

LA VIDA NO TIENE RAZÓN




LA VIDA NO TIENE RAZÓN
Por Juan Aranda Gámiz


Queremos darle la razón a la vida, aunque no la tenga y así equivocamos nuestro destino muy a pesar de que las circunstancias nos vengan en contra, pero siempre debemos anteponer la verdad a la conveniencia de los momentos influenciados.

No seremos mejores porque tengamos más amigos invisibles, sino porque tengamos la serenidad justa para resaltar la verdad escondida hasta en las adversidades más dolorosas.

Cuando tropezamos y caemos buscamos los responsables más cercanos e interponemos demandas y comentarios sobre lo que pensamos que debería haberse solucionado y así haber evitado mi caída, pero descuidamos incluir en el argumento que nuestro despiste o confianza, las tensiones que vivimos y que opacaron nuestra visión o la insensatez de un calzado inapropiado en un día de lluvia, el salir sin acompañante o habiendo olvidado el bastón, también pudieron ser parte del problema y se verán reflejados en las heridas producidas por el derrumbe de nuestro cuerpo.

Si el trámite no sale a tiempo culpamos hasta a la rúbrica que plasmamos y que no se parece tanto a la nuestra, porque nos olvidamos que nuestra intención era ocultar parte de la verdad y la opacidad de nuestros propósitos despertó un interés inusual por descubrir la verdad aparcada.

Culpamos al colesterol y a la tiroides de nuestro aumento de peso y buscamos refugio en un gimnasio, arropados por quienes nos desean cambiar la idea de un cuerpo sano por una escultura cargada de fanatismo y obsesión, sin acordarnos que podíamos haber aprendido a cocinar con menos hidratos de carbono y olvidándonos de las grasas y los refrescos, porque en el fondo buscábamos acudir al mismo programa de aeróbicos que cualquier otro vecino y presumir de saltos elegantes y cuerpo dinámico, a sabiendas que una larga caminata y generar un ambiente agradable a nuestro alrededor puede quemar más calorías y darnos un mejor aspecto.

Caemos, nos levantamos, volvemos a caer y nos lamentamos, lloramos y nos arrepentimos, nos disculpamos y amenazamos, sufrimos y nos descolgamos por no llegar a las metas que nos impone la sociedad, nos arrinconamos y auto-culpamos por creernos culpables de lo que otros nos hicieron creer, nos hundimos por cuestiones pasajeras y dormimos por no querer despertar, ya que las opciones de vida que tenemos ante nuestros ojos han detenido nuestros pasos por dificultades económicas o ese sesgo social que discrimina aún por apelativos o lugar de residencia, aspecto o hábitos poco comprendidos y mal interpretados.

Queremos convencer a través de las palabras que lanzamos al aire, como en cada espiración, que somos lo que nunca fuimos y en el diálogo se notará, con claridad diáfana, que nunca fuimos los que debimos ser.

No nos formamos para ser padres y pretendemos luego tener el arrepentimiento por un hijo descarriado, culpando a la sociedad de los envites y condicionamientos para que la apuesta social le hiciese modificar su propio destino.

Acariciamos la rosa en la mañana para sentir el aroma cargado de rocío y luego la cortamos y la colocamos en un florero para que adorne nuestro espacio privado, habiendo robado a la naturaleza de una construcción que se derrumbó con el corte, desmembrando al jardín de su presencia y privándole de cortejo al clavel.

Menospreciamos y eliminamos personas de los ambientes laborales, como los tijeretazos a las rosas vivas y lo justificamos en nuestros informes como un aplauso necesario al costo-beneficio empresarial, pero se le evitó a la sociedad disponer de un ser humano realizado, desmembrando a toda una familia de disfrutar de las posibilidades de crecer y respirar hondo en un mundo globalizado de diferencias y penurias por doquier.

Miramos lo que ocurre en otros sitios y dejamos de conmovernos con la tristeza de los desiertos y los cuerpos famélicos, pues los creemos de otro tiempo y lugar, mientras tengamos la suerte de la que disponemos ante un buen plato de comida y un traje de estación, un viaje de aniversario a Disney o la visita a las cataratas donde corre el mismo agua que en el río de tu pueblo.

Nos acercamos a los demás porque necesitamos de su presencia en nuestras vidas, de su apoyo incondicional y su calor de vecindad para superar los traspiés de la semana que corre, pero al llegar no reconocemos que debimos haber estado antes de que ellos fuesen tan necesarios en nuestras vidas porque nadie nos había llamado para nada.
  
Desviamos nuestras miradas al mundo porque pensamos que el mundo no está pendiente de nuestras necesidades y nos olvidamos de ser políticos de nuestro destino y hermanos de quienes no tienen familia, nos descuidamos de la opinión de los que nos quieren y evitamos comprometernos en empresas que pueden manchar nuestras sombras y ennegrecerlas, aun sabiendo que podríamos mejorar nuestro aprendizaje y validar nuestras actitudes.

Por todo esto creo que “la vida no tiene razón” y que estamos aquí porque somos parte de la coyuntura y no todavía del proyecto, porque pensamos que crecemos en talla y no en aptitudes, porque seguimos hablando de los demás y nos criticamos mucho menos, porque lanzamos órdagos en lugar de dar pasos y porque hemos dejado la sensibilidad para las plantas cuando florecen y ya no nos motiva ni la luz de la mañana.

Creo que “la vida no tiene razón” porque no nos hacemos más fuertes con las despedidas ni más condicionados con la imposición, que el hambre no nos convierte en ciudadanos de segunda ni el voto puede redireccionar nuestras vidas, que la verdad no nos puede hacer más susceptibles ni el cambio climático más enfermos.

Pienso que “la vida no tiene razón” porque una foto nos transmita lo que podemos solucionar ni porque el ahogo sea siempre consecuencia de un infarto, que ser invidente no impide llegar a ver más allá de las colinas y que amanecer no siempre nos despierta a la vida.

“La vida tendría razón” si a pesar de nuestro esfuerzo todo siguiese igual, si a pesar de nuestro sacrificio el poder nos siguiese condicionando, si la distancia se transformara siempre en olvido y si los golpes nos provocasen una fractura del alma.

Mientras que eso no ocurra, “la vida no tiene razón”.

Tu amigo que nunca te falla



JUAN

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