martes, 31 de enero de 2017

NO SABÍA LO QUE TENÍA QUE HABER SABIDO

No sabía que caminar sin mirar me iba a empujar y el tropiezo me mandaría al suelo, porque vivir ajeno al camino es manifestar que no tienes rumbo ni destino, despistado en tus intereses personales y desorientado en el mundo en el que vives, donde también hay escalones, piedras, obstáculos y resbalones.

No sabía que ingerir un poco de alcohol, para suavizar la rabia y esconder los vacíos, para disimular la agresividad y enaltecer tu ego, creyendo que los demás te van a comprender mejor con unas gotas adicionales de alcohol, te iba a restar reflejos al conducir o credibilidad al exponer tus necesidades, huecos en tus actitudes escondidas o aplausos en los discursos inventados y mal hilvanados.

No sabía que que tenía que haber dejado que timbrase el celular (móvil) aunque esperase una llamada, que se puede sacrificar una vida por recibir un mensaje y leerlo cuando no se debe hacer.

No sabía que intentar quitarse la vida era atentar contra la dignidad del ser humano y, sin embargo, hay personas que viven coyunturas insoportables y de vértigo, pero que siguen luchando para superarlas con la búsqueda de soportes y el apoyo en buenos consejeros.

No sabía que dejar que un hijo crezca con sus ilusiones rotas o sus vanidades desarrolladas a plenitud fuesen condicionantes de un desarrollo cargado de penosas arbitrariedades y defectuosos hábitos de conducta.

No sabía que la vida tuviese un color y que la luminosidad de la tarde se apagara por la presencia de alguien o que la tristeza de un día lluvioso la pudiese reanimar la llegada de un amigo.

No sabía que una pluma pudiese provocar más desencanto, enfermedad y ahogo que una pandemia de gripe y que los aplausos de unos pocos hayan sido capaces de llenar el tintero, que luego se derramó en un firma anacrónica y manchada de imposición y castigo.

No sabía que una noticia pudiera estar vestida de fiesta cuando su lectura se alejase de cualquier derecho reconocido o reclamo justo reivindicado.

No sabía que la vida nos presenta momentos en los que nos vemos obligados a cambiar de roles y que en la actitud que tengamos con los que nos intentaron apagar en nuestras ilusiones estuviese la semilla de lo que serán los que nos vean de cerca desempeñar nuestro papel, porque el ejemplo siempre será el mejor testimonio de vida.

No sabía que se podía rezar y castigar, al mismo tiempo, golpearse el pecho y repudiar, arrodillarse y maldecir, presinarse y despojar a los demás de sus harapos.

No sabía que la ortografía solo se podía aplicar a los párrafos y las frases, los dictados y los copiados, pues pensaba en mi interior que también debiera haber una ortografía de las conductas humanas, regulada por la Real Academia de la Lengua.

No sabía que los juguetes se regalaran y los libros se debiesen compartir, que en los momentos hay que aprender y en los sueños se viven las ilusiones, que los niños nos enseñan a crecer y que los abuelos nos dan lecciones de vida con los gestos de sus arrugas.

No sabía que la relación de pareja fuese una oportunidad para vivir a plenitud y, sin embargo, siempre hay quien quiere imponer su espacio con directrices y manipula desde las entrañas del juego de la convicción más insensata, por engañosa y peca a diario de prevaricación, si el matrimonio se considerase un juzgado de guardia, por faltar conscientemente a los deberes de su cargo, tomando decisiones o dictando resoluciones que reconoce que son injustas y tiene plena consciencia de su injusticia.

No sabía que los abuelos pueden jugar con ellos mismos y se hablaran hacia sus adentros, despertando al niño que todos llevamos dentro y que aprendiesen a jugar con él en cada hora de la mañana solitaria.

No sabía que los pueblos llorasen por sus pérdidas y los seres humanos quisieran permanecer cerca de sus raíces, que la distancia provocase distancias y que las ilusiones también se rompiesen por los puntos más frágiles.

No sabía que hay desafortunados que se reconocen a sí mismos sino una sociedad que los reclasifica, o máscaras que nunca se vieron al espejo y por ello no pueden interpretar sus actitudes anómalas.

No sabía que la extrañeza o el desparpajo, la sorpresa o la admiración, también son saludos que se regalan cuando el alma se asusta al descubrir un secreto escondido, que las ventanas son para escuchar y no para mirar, que los silencios nos ayudan a llorar y que los quehaceres monótonos son estampas de una vida de espera constante.

No sabía que el acecho es propio de los animales, que maldecir no lo encontramos entre los sentimientos nobles, que reconocer es un verbo que tenemos olvidado y que aplaudir sólo lo practicamos en las festividades más destacadas.

No sabía que un beso no se puede regalar, que las sombras sí se pueden despegar del cuerpo en los días de penumbra, que la tristeza se puede ahorrar y que nuestros mejores amigos somos nosotros mismos.

No sabía que escribir fuese tan reconfortante si alguien te lo señala, que ser ama de casa sirviere para tanto si un hijo lo agradece, que tener una enfermedad sirviese de tanto ejemplo si alguien te acompaña, si morir tiene tanto sentido si alguien sigue la estela de lucha, si sentir es tan valioso para el alma cuando se acompaña de lamento y si caminar es tan saludable cuando se tiene un norte que merezca la pena.

No sabía que un blog fuese tan sencillo y tan dinamizador si hay quien lo lea y que un mensaje cale hondo si hay quien lo reflexione, si cantar puede tener tanto eco o si levantarse tiene tanto impacto en el jardín.

Por lo que no lo sabía es por lo que pienso que tenía que haberlo sabido antes y por eso te hago llegar mi voz interior.

Tu amigo, que nunca te falla



Juan  

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