lunes, 23 de enero de 2017

¿HAY UNA HORA PARA LLORAR?


Loja, 21-01-2017 

¿HAY UNA HORA PARA LLORAR? 




Si entendemos que el llanto es una manifestación de rebosamiento de la presión que ahoga nuestro estado de ánimo, las lágrimas son el contenido expresamente manifiesto de lo que acumulamos de pena contenida o alegría rebosante. 

A veces lloramos dormidos, porque quisiéramos vivir despiertos y atravesar los momentos que soñamos, ya que el ambiente que contemplamos se relaciona con las expectativas que tenemos en esta vida. 

A veces lloramos empujados, comprometidos con el dolor ajeno, porque nos despierta conmoción el relato que escuchamos, el video que observamos o las palabras que nos hieren y entonces parimos lágrimas a borbotones. 

A veces lloramos al impresionarnos y descubrimos ese otro ser humano sensible y desconcertado que todos llevamos dentro, al momento que aprendemos una lección de vida y logramos etiquetar los segundos con ese sello de identidad que respetaremos en el futuro para que no se hunda nuevamente en nuestra susceptibilidad de animal racional. 

A veces lloramos al reconocer que somos imperfectos y que la imperfección nos hizo dañinos e hirientes, malvados y oportunistas, insensibles y cargados de una competitividad fría y distante. 

A veces lloramos al convencernos que fuimos víctimas y la relación de dependencia no tiene sentido, miramos hacia atrás y empezamos a creer que las decisiones fueron equivocadas o rancias y las consecuencias son tan visibles como incongruentes. 

A veces lloramos al sentir dolor, porque creemos que sólo nosotros sentimos el peso de la presión atmosférica y la atracción de la gravedad, considerando a los demás como una especie inferior, sin capacidad de sentir y expresarse. 

A veces lloramos cuando empezamos a aprender las lecciones de los demás y ahí nos descubrimos en el analfabetismo emocional, el que intenta despojarse de palabras y consejos para imponerse con la ignorancia del poder representado por la posición, raza o apellido.

A veces lloramos cuando la historieta se transforma en vivencia y en propia carne empezamos a sentir el cosquilleo de las necesidades y la penuria, las circunstancias que no se explican y las injusticias que llegan al alma. 

A veces lloramos cuando todo sigue su curso, muy a pesar de los rosarios que hayamos rezado, empezando a desconfiar de todo y de todos, como si alzar la voz al cielo fuese suficiente para cambiar el rumbo de los acontecimientos, de esos en los que tenemos que formar parte y de lo que se espera que estemos a un nivel repleto de humanitarismo y verdad. 

A veces lloramos comiendo, porque las lágrimas de cocodrilo brotan por la temperatura de la comida o el rizo de terminaciones nerviosas que se queja del picor y la salazón de la carne. 

A veces lloramos cuando se derrumba el devenir de la historia, para el que fue necesario tanta defunción y castigo, lucha y despertar de conciencias, pensando que todo tiempo pasado fue mejor y tildamos a la historia de embustera por habernos prometido lo que luego cayó por el peso de una firma, sin ton ni son. 

A veces lloramos cuando caen cuerpos inocentes y sólo nos comprometemos a buscarles descanso eterno, adornado de unas oraciones de coyuntura y nos olvidamos de seguir sus pasos, porque la propuesta era generar un nuevo estilo de vida, como herencia y legado y no unos compromisarios de llanto y lágrimas para unos minutos de ceremonia. 

A veces lloramos por el mensaje del poema, al contagiarnos el verso una verdad escondida y nunca expresada, pero el poeta sólo recibirá un aplauso a cambio. 

A veces lloramos al pelar la cebolla, la que expresa que los momentos vienen en envolturas que tenemos también que pelar para quedarnos con el corazón de cada problema, al que verdaderamente tenemos que prestarle atención, aunque lloremos mientras los vamos pelando. 

A veces lloramos porque pensamos que éramos intocables y fuertes, pero descubrimos que también somos de carne y hueso, con la sensación de que vivimos en un mundo de muertos vivientes. 

A veces lloramos porque no somos conscientes de nuestras expresiones y esperamos, si así nos lo propone el momento, que alguien venga a secarnos las lágrimas, aunque sólo sea para sentir la sombra amiga cercana y expectante. 

A veces lloramos por vivir señalados y marginados, vigilados y condicionados, creyendo que esa es la vida que hemos merecido y que la auto-complacencia y el abandono nos siga imponiendo el castigo y la penitencia, al mismo tiempo.

A veces lloramos porque no podemos expresarnos o porque no somos capaces de escuchar o reaccionar a los estímulos y olvidamos que los signos transmiten mucho más allá que las 28 letras del abecedario, bien combinadas y con la riqueza de la lengua. 

A veces lloramos sentados porque somos incapaces de movilizar nuestro dolor y darle respuesta, ya que es más fácil agradecer lo que se tiene que luchar por lo que nos falta, es más bonito y circunstancial hablar de lo conseguido que de lo que queda por hacer. 

A veces lloramos porque perdemos en cualquier intento, sin preguntarnos si pusimos la energía necesaria para alcanzar nuestro máximo esfuerzo, el que debiéramos emplear en cada una de las facetas y los propósitos de nuestra vida. 

A veces lloramos cuando escuchamos el dolor de un feto que sabe que va a ser abortado y lo dejamos resbalar sin vida.

A veces lloramos y apagamos los televisores y hacemos callar las radios, no acudimos a las convocatorias de los líderes (políticos, económicos, sociales o culturales), al pensar que es una comida cargada de lo mismo de siempre, perdiendo la oportunidad de preguntar e informarnos, criticar y defender, proponer y apostar. 

A veces lloramos porque otros no comen, mientras tenemos el estómago lleno y salimos a recoger donaciones y alimentos, olvidando después la necesidad de empezar a dar testimonio de las diferencias que nos castigan y que no pueden tener penitencia alguna. 

A veces lloramos porque el tiempo corre y se nos olvidaron las fechas de los cumpleaños, porque el sermón del cura no estuvo a la altura o porque alguien nos sorprendió y su identidad sexual no se corresponde con lo que imaginábamos y teníamos previsto, aún a sabiendas que el tiempo es igual para todos, que los cumpleaños son sólo para recordarnos compromisos personales y no para realzar el ego y que la aceptación debe estar muy por encima de la orientación de cada cual. 

Yo hoy he llorado porque siento que mis lágrimas no aguantaban más tiempo contenidas, después de comprobar que este mundo está perdiendo el color azul claro del cielo que nos mira. 

Tu amigo, que nunca te falla 


JUAN

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