miércoles, 16 de diciembre de 2020

Un piropo por Navidad

Si las nubes pueden llorar y la luna puede moldear el cabello del mar...


¿Qué no podría hacer un piropo?


Acostumbramos a matizar las palabras para que lleguen con alguna intención y a eso le llamamos piropo, dejando entrever lo que buscamos y provocando en quien lo recibe un bienestar por lo supuesto.


¿Y qué se supone en un piropo?


Las palabras de un piropo agradecen la presencia del encargo que Dios hizo al traernos al mundo y despiertan el interés porque otros noten nuestro recorrido y destaquen la sinceridad de los gestos con los que nos presentamos o las actitudes que regalamos a la calle, cada día.

Hay muchos que pueden pensar que la sobreexposición, al pasar varias veces por el mismo sitio, despertará esa manifestación, sin salpimentarlo con un aroma de verdad, pero eso sólo ocurrirá cuando las intenciones hayan sido capaces de ganarle un palmo de terreno a las formas de ser y actuar y eso no es un piropo.

Sólo saber que alguien amanece, por lo que supone que esté ahí, ya provoca un piropo.


¿Y por qué hay que echar un piropo por Navidad?


Porque algún desconocido haya conseguido nacer a la nueva vida y esté acariciando su existencia 

Porque hayamos encontrado la esencia de la Navidad en un gesto desacostumbrado y verdadero

Porque alguien nos recordase que el pesebre es el mismo para todos.

Porque el árbol, colocado boca abajo, nos recuerde que los de abajo son los importantes.

Porque alguien llene un paquete de promesas y buenas intenciones y le llame regalo.

Porque las luces navideñas que nos regalasen fueran los buenos deseos de un corazón cercano

Porque aprendamos a reunirnos teniendo presentes a los otros en nuestros mensajes

Porque hayamos ganado en la lotería de la vida aprendiendo a perdonar.

Porque alguien te diga que eres ejemplo y que te va a seguir por siempre.

Porque seas capaz de demostrar que no vas a olvidar, aunque pese estar a su lado.

Porque extiendas la mano en el momento justo para encontrar una mano enemiga

Porque los villancicos delaten a los santos del día a día, de carne y hueso.

Porque la verdad que otro lleva dentro merezca un aplauso y lo deseas compartir con un piropo.


¿Y qué busco con un piropo por Navidad?


Sólo pretendo que quien lo reciba sienta la frescura de un aplauso y la bondad de unas palabras, que quiero que siga vistiéndose con el mismo traje humanitario que despertó mi piropo.

Sólo quiero que no deje de hacer lo que siempre hizo, porque es lo que me hace grande ante los ojos de Dios, que la vida siga regalándole la elegancia de saber estar y la serenidad para saber seguir siendo.

Sólo necesito agradecerle por lo que supo darme y quiso desprenderse, porque no es fácil ser padre sin besos o madres sin abrazos, amigos sin consejos ni vecinos sin buenos días.


¿Y cuándo se necesita piropear por Navidad?


Cuando quieras estar presente destacando lo mejor del otro.

Cuando necesites que el mundo conozca lo que los demás hicieron por ti

Cuando estés convencido que la presencia de los demás es una suerte en tu vida.


¿Y cuándo es Navidad?


Cada vez que necesites piropear desde lo más escondido del alma, ahí estará la Navidad para recibir tu piropo.


Tu amigo, que nunca te falla, te desea una feliz Navidad, antes o después del 25 de diciembre de este año, ese día en que hayas lanzado tu primer piropo, porque ahí habrás vuelto a nacer.



Juan

martes, 22 de septiembre de 2020

CIEN DÍAS Y ALGUNOS MÁS


Acostumbramos a creer cuando han transcurrido los primeros 100 días en la vida de quien prometió introducir cambios, hacer modificaciones oportunas y tomar las primeras decisiones para lograr levantar las alfombras, hurgar en los cajones y recoger inquietudes.

Después de esto nos exigimos mayores esfuerzos y pedimos más compromisos, arrancamos tímidos aplausos por considerar que ese es el camino y regalamos algunos días más para esperar mucho más de lo prometido, condicionando con ello un cambio en el estilo de vida.

Arrinconamos nuestra propuesta en una esquina y quedamos pendientes de valorar lo que se nos da, por enfocar los esfuerzos en lograr cambios, cuyo denominador común sea el bienestar de todos, sin beneficios particulares para unos pocos.

La suma de todos los efectos provocados por movimientos desorganizados será siempre negativa, pero el producto del esfuerzo conjunto, mantenido en la visión de un equipo, que orienta sus pasos con objetivos prefijados, redundará siempre en la seguridad y confianza de quienes dependerán de sus decisiones.

Están haciendo falta algunos días más, muchos más de otros 100, para estar seguros del desconocimiento de la realidad y la negación a aceptar los condicionantes que vivimos, de la opacidad que cubre la mascarilla y de las protestas de grupos poblaciones que, mirándose al interior del bolsillo y a la cara de sus hijos, estudian a diario la incertidumbre del futuro y siguen reclamando derechos que no se cubren con palabras.

Amanece y ya no hablamos del día que ha pasado, sino de la oportunidad que se sigue perdiendo, porque los mismos problemas se hacen añejos y las soluciones aparentes siguen en remojo.

Recorremos el interior de las personas con miradas de atención plena y descubrimos la anarquía de deseos que los invaden, apelmazados en órganos internos que han creado un callo frente a los consejos improvisados y las alertas sacadas de la chistera.

Removemos en las calles que barremos y la basura nos intoxica y amedrenta. por eso caen tormentas y sana el agua de lluvia que se rocía sin cuotas preestablecidas y el suelo mojado luego evaporará las inmundicias que quedaron escritas.

Al levantar las alfombras se desprenderá un olor a conveniencia pactada y desaires acordados, por lo que se nos atasca la respiración y se ahogará, poco a poco, nuestro deseo de aire puro.

Es bueno esperar, pero mucho más de lo anunciado en los primeros 100 días, porque ese es el juego que tiene el cerrojo de las puertas que abren el mundo de lo políticamente incorrecto.

Tu amigo, que nunca te falla


JUAN


viernes, 4 de septiembre de 2020

EL CAOS DE LA INCOHERENCIA

 

Vivimos esperando no enfermarnos cuando salimos a la calle y esperamos ser los primeros elegidos para vacunarnos, cuando vemos la televisión; sopesamos los estornudos con la esperanza de un resfriado común y rezamos antes de visitar a la familia.

No somos capaces de orientar nuestros pasos en el mejor sentido. Hablamos por encima del otro, creyendo llevar la razón en todo y no somos capaces de vislumbrar un futuro cercano y prometedor, porque nuestro interior tampoco estaría preparado para ello.

Se generan cambios en las relaciones humanas y, en lugar de luchar para cambiar esta realidad, terminamos acostumbrándonos y dejamos en manos de otros nuestro propio destino, como si de nosotros tampoco dependiera el futuro de los demás. 

Respiramos sin saber si esa ruta también fue tomada por el coronavirus, los pacientes piden atención presencial porque necesitan sentir la voz y la mano del médico cerca de sus cuerpos, se retrasan las cirugías por miedo a la contaminación y nos encerramos en un mundo lleno de contradicciones, como si la verdad no tuviese la oportunidad de encontrarse con la mentira.

La gente desvía la atención a las decisiones de los famosos, tan irrelevantes como nimias, pero se prefiere estar pendiente de la vida de los demás que adornar la propia con mejores propuestas de vida.

Ya queremos dar por terminado el año, esperando que los políticos se hayan puesto de acuerdo por nosotros, que los investigadores sigan ofreciendo vacunas al mejor postor, que los líderes de opinión opinen por nosotros y luego reflejamos en los medios que hemos de agradecer a la vida porque nos permite ser libres.

Reímos por dentro, mientras lloramos por fuera. Nos enfadamos de cara al ´público, porque es necesario aparentar antes que intervenir, buscamos los mismos aplausos que hagan grande nuestro ego y luchamos por convencer a todos que estamos haciendo todo, cuando la verdad es que no sabemos por dónde empezar.

Nadie se confiesa ante los suyos, porque es vergonzoso reconocer que se vive en la apatía constante y miramos para otro lado, pretendiendo intervenir para poner orden donde no te llamaban, con el único propósito de aparentar que eres útil para una sociedad en la que te has mantenido al margen de lo más necesario.

Criticamos a quien no lleva la mascarilla y señalamos si la distancia interpersonal no es la correcta. Hablamos lo necesario y nos movilizamos lo prudente. Sentimos dolor por quien sufre, como lo hacíamos antes, pero no acostumbramos a sentir pena por nuestros propios sentimientos.

Blindamos todo para evitar el contacto pero seguimos tropezando con la misma piedra y convenciéndonos de que no es tan necesario otorgarle un valor al voto, para que dentro de cuatro años estemos sufriendo con las oportunidades perdidas y se quejarán más quienes precisan cambiar de camiseta, ya que usufructuaron de la anterior hasta lo injusto.

Aceptamos la sociedad como poco revolucionaria y muy oportunista, pero las oportunidades se las dejamos a los de siempre, a quienes van a extraer el jugo necesario para vivir bien a costa de los demás.

Enseñamos a nuestros hijos que deben ser prudentes, pero no críticos. Creemos que la sinceridad es señalar con disimulo, sin comprometerse y que la verdad está para que quienes desean comprometer su vida lo hagan y nosotros observaremos, para luego hacer una crónica de lo que ocurra.

La vida está para mejorarla y las palabras para aprender a usarlas, los verbos están ahí y sólo hace falta colocarlos en el orden justo.

Evitemos el caos de la incoherencia con un mayor compromiso social y personal.

Tu amigo, que nunca te falla



Juan


sábado, 6 de junio de 2020

¿Es correcto hablar de nueva normalidad?







Si queremos que todo siga como antes, con normas que dicten nuestro quehacer diario, copiando lo que fuimos y no proponiéndonos aprender a ser diferentes, tenemos que pensar en la "nueva normalidad". Es un modo de apelar a la misma realidad de antes, en un contexto nuevo de adaptación a las circunstancias derivadas de una situación excepcional.


Ahora bien, si lo que queremos es construir una realidad distinta, donde nosotros seamos los protagonistas de nuestras acciones, en libertad, sin condiciones ni regulaciones preestablecidas, más allá de la necesidad de darnos unas pinceladas de conciencia preventiva y sentido del bien común, tenemos que entablar una conversación en la que el tema nuclear de diálogo sea la "normalidad nueva".


¿Quieres viajar hacia un modelo de sociedad con participación activa y real en la construcción de tus entornos y realidades o deseas trasladar el pasado, con las ataduras sociales, a la nueva realidad que se nos avecina?


Aceptar una u otra opción depende, en última instancia, del concepto de libertad que tengas. Puedes creer que eres libre si, dentro de un esquema, tienes espacio para actuar, aunque estés vigilado, no seas dueño de tu información y tus sentimientos sean utilizados para programar tus compras, no seas dueño de tus relaciones, tengas que responder a proyecciones o se pueda influir sobre tus actitudes.


Ahora bien, si una nueva conciencia responsable se enamora de tí y tu solidaridad social es el nuevo carnet de identidad, aprendes a educar en valores y procuras aprehender la realidad, orientando tus pasos hacia un descubrimiento personal constante, es porque has nacido a una "normalidad nueva", el bautismo que nos hará más fuertes, resilientes, circulares, entusiastas y colaboradores en todos los ambientes de nuestra cotidianeidad.


Se pierde la normalidad cuando hay ausencia de cordura y se genera desconfianza en cualquier modelo, se desprendieron efectos que no fueron contemplados o la insatisfacción con las normas determina un derrumbe de principios y valores.


Alcanzar la "normalidad nueva" es parte del contenido de nuestro próximo paso, con el que haremos camino al andar, en palabras de D. Antonio Machado.


Juan


domingo, 24 de mayo de 2020

CADA ETAPA ENCIERRA UNA LECCIÓN DE VIDA


Durante nuestra vida atravesamos diferentes momentos que nos dejan una marca o sellan una impronta y nos hemos acostumbrado a acogerlos y saludarlos, pero no los estudiamos par aprender del porqué llegaron y no pidieron permiso para quedarse entre nosotros.

Vivimos enfrentados a nosotros mismos, discutimos hasta con nuestra sombra y nos levantamos sin ánimo de abrazar a los recuerdos porque los creemos parte de otra historia pasada.

Y es por esto que los momentos se repiten y las enseñanzas quedan flotando en el aire, esperando que alguien las inhale y pasen a nuestra sangre, para colorearla de otra lección de vida aprendida.

No seremos mejores hasta que seamos capaces de detener nuestra marcha, mirar hacia abajo mientras nos sentamos en algún rincón y conversamos con el aire sobre lo que nos rodea y la improvisación, tan desmedida, de nuestra presencia en este planeta.

Los momentos, sin embargo, hay que analizarlos desde todas las esquinas y el mensaje que resulte debe ser parte de la enseñanza que seamos capaces de extraer, para bien o para mal. No podemos aprender de memoria lo que nos dicen ni consultar siempre la misma fuente para estar seguros de lo que explicamos a los demás.

Vivir es una experiencia viva, no podemos convertirnos en acumuladores de información ni autómatas en nuestros actos, porque entonces perdemos espacios de libertad.

Todo tiene un objetivo, en la mayoría de casos comercial, pero hay que tener presente que las diferentes lecciones de la vida han sido preparadas por alguien con la sabiduría necesaria de un excelente pedagogo, el que quiere presentar una idea, a partir de un problema, para que sea analizada y discutida en todos sus puntos cardinales.

Y cuando eso no se hace surgen las sospechas y se lanzan teorías, solo porque también otros abrieron esa oportunidad. Nuestra tarea, para reconocernos como seres vivos, es integrar las experiencias que atravesemos, puntualizar los detalles que escuchemos y señalar los enfoques que se han de presentar, con el único propósito de extraer el verdadero jugo de la noticia, que siempre se transforma en vivencia, muchas veces trágica.

Y si seguimos escuchando sin pensar, hablando sin comprender y viviendo sin sentir, estamos destinados al fracaso último de una extinción sin precedentes, porque la especie humana reconocerá que perdió la inteligencia de proponer, la oportunidad de cuidar y la sensibilidad por proteger.

Tu amigo, que nunca te falla




JUAN

sábado, 25 de enero de 2020

EL ARTE DE SABER ESTIRARSE


Pensamos que nos estiramos por la mañana temprano, después de un sueño reparador, porque es el único momento del día en el que precisamos decirle al mundo que estiramos las arrugas y nos desprendemos de los deseos de seguir durmiendo.

Sin embargo, hay situaciones en las que también tenemos que aprender a estirarnos, porque precisamos reconocer esas otras arrugas que tenemos.

Hablamos de la tolerancia como un esfuerzo para soportar la impertinencia o la falta de control del tiempo de los demás, pues hay quien habla sin fin, quien no ha aprendido a comportarse ante los demás o quien mantiene la imprudencia de no saber estar, ahí y ahora, como merecía la ocasión, quien habla sin medir las consecuencias ni el alcance de las actitudes en los demás.

Si fuésemos capaces de estirarnos y planchar la rabia que sentimos, el dolor que nos provocó un gesto malintencionado o la herida que abrió una palabra descuidada, las prisas que nos corroen por dentro al aguantar vidas sin horario prefijado o la incertidumbre que nos provocó esa persona que pareciese ser un "verso suelto", por lo extravagante, anómalo o transgresor de su comportamiento, estaríamos despegándonos de lo que nos mantiene atados al suelo sin disfrutar del encuentro.

Hablamos de la solidaridad como una actitud a favor de integrarnos, a través de la comprensión y el apoyo, para unirnos a una causa que creemos justa o apiñarnos alrededor de una necesidad que empieza a ser sentida en nuestros corazones.

Ser solidarios, sin embargo, exige dedicar tiempo y compartir experiencias, apoyar cuando nadie desea hacerlo y defender lo que aún no conocemos del otro, unirnos a una causa sin conocer los intereses de los demás y participar de las soledades de los demás. 

Todo ello requiere aprender a estirarse para eliminar los prejuicios y los proyectos rígidos, despojarse de las metas prefijadas y olvidarse de la sensatez sin compromiso; así se va haciendo camino al andar y aprenderemos de los demás y otros, sin conocerlos, aprenderán de nuestras actitudes solidarias.

Hablamos de la paciencia como una reflexión que nos obliga a mantener un compás de espera por una solución, viable o no, a una situación dada y ello implica aprender a analizar todas las esquinas de los problemas y las vicisitudes, tranquilizar los impulsos y los arrebatos, saber seleccionar mejor las palabras que no sean dardos y obligarnos a ir a la universidad de la vida para aprender a respirar ante los contratiempos.

Ser pacientes implica esperar a que pase la tormenta, sostener mientras duran los embates desafectivos y las distancias penosas, las despedidas sentimentales y el adiós definitivo, hasta que se resuelve un dictamen o la verdad aflora.

Y todo ello, asimismo, pecisa de un conocimiento mejor de uno mismo, de un aprendizaje del auto-control y del manejo consciente de todas las ópticas posibles, sin perder una mínima carga de esperanza ni la dosis justa para disfrutar de una salud mental adecuada, tener presente que debemos estirarnos para desprendernos de juicios anticipados y falsas noticias sobre los demás.

Por todo esto y, por mucho más, es importante aprender a estirarse todos los días.

Tu amigo, que nunca te falla




JUAN