sábado, 30 de diciembre de 2017

FELIZ AÑO NUEVO 2018




HASTA AQUÍ LLEGAMOS SIN ILUSIONES

Por Juan Aranda Gámiz


Termina un recorrido de desesperación y desencanto que ha durado 365 días, en los que parecía no tener fin el camino, transformado en carretera pedregosa cuando las semanas corrían cargadas de pesar, sin pañuelo para secarse el sudor de los aconteceres.

Termina la ilusión mustia y los silencios arrebatados, porque se perpetúa con la palabra y los sueños nunca podrán dejar de serlo a la luz del día.

Termina esa noche larga y empieza un nuevo día, donde la esperanza vuelve a renacer y los pasos seguirán dejando huella antes de pisar.

Ahora brotan las ilusiones regeneradas y las miradas firmes, teniendo por norte el sur encandilado de los meses que quedan por recorrer, en el umbral de otra noche larga.

Ahora toma sentido hablar de oportunidades y nadie temerá el diagnóstico que la vida le traiga porque ya no hay espacio para la derrota silenciosa y displicente.

Ahora se pone en pie ese argumento que faltó en el año que fenece y que servirá de soporte para construir un nuevo esquema de aportes en una convivencia más sana y complaciente.

Empieza un nuevo libro abierto que precisa que se vayan rellenando sus páginas de mensajes de caminos emprendidos.

Empieza una lucha que correrá a diferentes velocidades, encarnizada para unos y exitosa para otros, pero todos llegaremos nuevamente al final de año con una reflexión similar.

Empieza una remodelación de nuestra verdad, en construcción permanente, para que los espacios de luz sean más amplios y el eco de nuestras actitudes alcance más distancia y que así pueda ejemplarizarse a plenitud.

Amaina la angustia de desconocer lo que deparará el destino para este nuevo año 2018 y si las luces brillarán también para nosotros.

Amaina esa distancia impuesta a los quereres y sentimientos más nobles, porque más allá de los rencores y las injusticias verbales estará siempre el orgullo de un abrazo pendiente.

Amaina el deseo de escuchar y mirar por doquier porque ahora toca retocarse por dentro y sentir la suavidad de las conversaciones consigo mismo.


Feliz Año Nuevo 2018

martes, 26 de diciembre de 2017

¿Y QUÉ NOS QUEDA DESPUÉS DE NAVIDAD?





¿Y qué nos queda después de Navidad?

Por: Juan Aranda Gámiz



Ya pasó la Navidad y pareciese que el mundo hubiese empezado a cambiar, al menos temporalmente, pero mirando hacia atrás he recogido estos días unas estampas de la vida diaria, con dolor y desencanto, que no presagian que se hubiese dado un giro significativo en nuestras vidas.

He comprobado la necesidad en la carretera, con personas extendiendo la mano para solicitar un "aguinaldo" a todos los vehículos que pasaban, cada cual a su velocidad marcada, por lo que el reclamo para que se detuviese su marcha era sólo una llamada de atención sobre las distancias en este mundo, durante el mismo día de Navidad.

También he visto injusticias e ilusiones rotas ante la luz que desprendía el mismo árbol de Navidad, quizás porque la estrella de Belén estaba orientada en otro sentido diferente y las propuestas de vida tropezaron en el camino con barreras infranqueables.

He sentido que el jolgorio anunciado vive, de la mano, con momentos de soledad de quienes no piden presencia y se conforman con una simple voz de apoyo en minutos de recuerdo, ver nevar por la ventana sin el reflejo de una mano amiga o mirar al reloj, como compañero inseparable, alimentándose de recuerdos e imágenes que son parte del pasado más reciente. 

Creo que las líneas telefónicas y los medios sociales fueron invadidos de felicitaciones anónimas, cargadas de buenas intenciones, pretendiendo no olvidarse de nadie, pero sin explicaciones ni motivos que permitiesen escribir el relato del por qué nos hemos acordado de felicitar esta Navidad.

He tenido presente que la "no-felicitación" puede ser esa voz de silencio que despierte al diálogo, interrumpido por descargas emocionales o malos entendidos, para que las palabras deglutidas sean la gasolina necesaria para arrancar el motor de la comprensión en el acercamiento.

He visto que las rupturas anuncian calma, y no desasosiego, porque la espera desencadenaba más dolor que la distancia acordada, las miradas dudaban en su fijación y los posicionamientos eran meditados y tardíos.

Me ha dado la impresión que el estallido de los globos y los perfumes de las serpentinas no se escucharon ni olieron en rincones donde se sigue sintiendo el "dolor en la cruz" como parte de la vida diaria. 

He podido sentir la pasión de la Semana Santa en las fiestas de Navidad, al tener que condicionar la vida de un paciente con un diagnóstico que sólo pronosticaba dolor y sufrimiento, una forma diferente de anunciar el nacimiento a una nueva vida, cuando reciba la llamada y el encuentro en la consulta se haya limitado a recomendarle que prepare su partida, gota a gota.

También me he sentido preso por la incomprensión de seres humanos, en situaciones muy dispersas, porque aunque se espere una respuesta adecuada es esta la que genera incertidumbre porque todo el mundo cree que se puede pedir por Navidad y se debe estar siempre presente, a la medida, por Navidad.

He pretendido ser gobernante, en mis sueños, preparándome a trabajar -sin cobrar- en la noche de Navidad al menos 1 de cada 3 años, para que aprendamos a compartir  mejor en 1 de cada 3 ocasiones en que tomemos decisiones que involucren a los demás.

He caminado para descubrir que el árbol de Navidad es -para algunos- una farola o que el nacimiento es la actitud de acogida de muchos voluntarios anónimos, que los Reyes Magos podrían ser los serenos y que la estrella estaría representada por los adornos luminosos que siempre orientan al centro de las ciudades y nunca a la periferia, donde quizás esté el verdadero "Portal de Belén". 

He sentido la necesidad de "no llamar a tanta gente" para polemizar con el calendario, al igual que me pasa en el "Día de San Valentín", ya que prefiero que los sentimientos no me los marque un papel sino que nazcan desde el corazón y creo que es probable que en enero o mayo celebre, en un momento, la Navidad que siempre quise y ahí veré -deslumbrado-  el nacimiento a la vida en el pesebre más real.

No me han impactado los desacuerdos ni las controversias, porque no tienen que parar por Navidad, siempre que las polémicas estén guiadas por el deseo de servir y no de apropiarse indebidamente. 

Y para que comprobéis que es justa la reflexión de lo que nos queda después de Navidad, creo que ha merecido la pena vivir la Navidad observando y aprendiendo, porque nos queda "todo por hacer" después de esta Navidad, aceptada a final de año y para muchos, incluido yo, aplazada para cuando seamos capaces de dar la talla como verdaderos ciudadanos del mundo.

Tu amigo, que nunca te falla




JUAN 


miércoles, 13 de diciembre de 2017

CUÁNTO QUIERO A MI ÁRBOL DE NAVIDAD





CUÁNTO QUIERO A MI ÁRBOL DE NAVIDAD

Por: Juan Aranda Gámiz



Sentimos la Navidad como una etapa de transición en el último tramo del año que termina y no como una oportunidad para mirarnos en nuestro interior, dispuestos a limpiarnos el polvo y despertar -de repente- a la tradición, cargada de villancicos, regalos y recogimiento al interior de cada familia.

Y nuestra mayor preocupación, como si de una llamada de atención se tratase, es la construcción de un árbol que nos mantendrá absortos al contemplarlo en la obscuridad de la noche, relampagueando con sincronía y adornando la esquina de la casa, esperando cobijar los regalos que luego tenderán a compartirse, en un afán de estar presente en la vida de quienes -a veces- ni nos acordamos en todo el año.

En ese árbol, de la talla y anchura que hallamos elegido, para presumir o escenificar mejor nuestro compromiso con la tradición navideña, colgamos bolas y campanas, estrellas y coronas, ángeles y velas, de tela o metal, junto a luces con pequeñas bombillas, dispuestas en serie, para que podamos divisar el árbol en todo su esplendor. 

Sin embargo, cuando miro al árbol y lo veo de forma triangular, con la base inferior, entiendo que el mundo está poblado por muchos millones de personas y sólo algunos tienen todo lo que la gran mayoría ansía y no puede alcanzar, porque le falta la presencia de un ser querido que se fue, de unos padres que se olvidaron, de una mano amiga, de un momento de consuelo o de un plato de comida y ahí "duele" la Navidad.

Y cuando me duermo cerca de mi árbol escucho las quejas y las dudas de las bombillas que están a mitad de camino, entre la base y la cúspide, porque no saben si algún día brillarán como la estrella de Belén, en lo más alto del arbolito y se cansan de luchar sin esperanza y ven el camino largo y cansino, dando pasos cortos cada año y es entonces cuando les guiño para que se carguen de energía buena y puedan aspirar a competir entre las demás.

En mi árbol observo las ramas extendidas sin pajaritos y las hojas del pino que no huelen a bosque maltratado y me convenzo que en la vida miramos a las personas -como al árbol- sólo por fuera y reconocemos que nos faltan las emociones y los contenidos de sus sueños para llegar a sentirlos cerca, al igual que nos hallamos inmersos en circunstancias -como aquellas hojas- y no las sentimos como verdaderas porque creemos que son parte de la vida de los demás y nunca se acercarán a nosotros.

Y me pongo a pensar que siempre queremos estar arriba, en lo más alto del árbol, presumiendo elegantes y mirando hacia abajo, cuando todo el peso lo soportan las ramas de la base del arbolito, donde siempre están los que se confunden y los marginados, los re-insertados y los reanimados, los que perdieron la fe, o la esperanza en seguir luchando, los que esperan despedirse muy pronto y los que se consideran sin oportunidades de seguir adelante.

Cada día, al encender mi árbol de Navidad, me percato de la sociedad que estamos creando y lo fácil que sería celebrar la Navidad con un árbol invertido, esperando que la estrella estuviese más cerca de quienes más lo necesitan y que empezásemos a confiar en que cualquier iniciativa debiera tender a que tuviesen más oportunidad de brillar los que siempre fueron opacos.

Mi árbol me ha enseñado a vivir reflexionando,  que es el mensaje más hermoso que he llegado a alcanzar cada vez que me siento cerca de él.

Tu amigo, que nunca te falla, te desea que tu árbol te siga dando lecciones y que siempre estés dispuesto a aprender de él, al menos por Navidad.

JUAN