miércoles, 13 de diciembre de 2017

CUÁNTO QUIERO A MI ÁRBOL DE NAVIDAD





CUÁNTO QUIERO A MI ÁRBOL DE NAVIDAD

Por: Juan Aranda Gámiz



Sentimos la Navidad como una etapa de transición en el último tramo del año que termina y no como una oportunidad para mirarnos en nuestro interior, dispuestos a limpiarnos el polvo y despertar -de repente- a la tradición, cargada de villancicos, regalos y recogimiento al interior de cada familia.

Y nuestra mayor preocupación, como si de una llamada de atención se tratase, es la construcción de un árbol que nos mantendrá absortos al contemplarlo en la obscuridad de la noche, relampagueando con sincronía y adornando la esquina de la casa, esperando cobijar los regalos que luego tenderán a compartirse, en un afán de estar presente en la vida de quienes -a veces- ni nos acordamos en todo el año.

En ese árbol, de la talla y anchura que hallamos elegido, para presumir o escenificar mejor nuestro compromiso con la tradición navideña, colgamos bolas y campanas, estrellas y coronas, ángeles y velas, de tela o metal, junto a luces con pequeñas bombillas, dispuestas en serie, para que podamos divisar el árbol en todo su esplendor. 

Sin embargo, cuando miro al árbol y lo veo de forma triangular, con la base inferior, entiendo que el mundo está poblado por muchos millones de personas y sólo algunos tienen todo lo que la gran mayoría ansía y no puede alcanzar, porque le falta la presencia de un ser querido que se fue, de unos padres que se olvidaron, de una mano amiga, de un momento de consuelo o de un plato de comida y ahí "duele" la Navidad.

Y cuando me duermo cerca de mi árbol escucho las quejas y las dudas de las bombillas que están a mitad de camino, entre la base y la cúspide, porque no saben si algún día brillarán como la estrella de Belén, en lo más alto del arbolito y se cansan de luchar sin esperanza y ven el camino largo y cansino, dando pasos cortos cada año y es entonces cuando les guiño para que se carguen de energía buena y puedan aspirar a competir entre las demás.

En mi árbol observo las ramas extendidas sin pajaritos y las hojas del pino que no huelen a bosque maltratado y me convenzo que en la vida miramos a las personas -como al árbol- sólo por fuera y reconocemos que nos faltan las emociones y los contenidos de sus sueños para llegar a sentirlos cerca, al igual que nos hallamos inmersos en circunstancias -como aquellas hojas- y no las sentimos como verdaderas porque creemos que son parte de la vida de los demás y nunca se acercarán a nosotros.

Y me pongo a pensar que siempre queremos estar arriba, en lo más alto del árbol, presumiendo elegantes y mirando hacia abajo, cuando todo el peso lo soportan las ramas de la base del arbolito, donde siempre están los que se confunden y los marginados, los re-insertados y los reanimados, los que perdieron la fe, o la esperanza en seguir luchando, los que esperan despedirse muy pronto y los que se consideran sin oportunidades de seguir adelante.

Cada día, al encender mi árbol de Navidad, me percato de la sociedad que estamos creando y lo fácil que sería celebrar la Navidad con un árbol invertido, esperando que la estrella estuviese más cerca de quienes más lo necesitan y que empezásemos a confiar en que cualquier iniciativa debiera tender a que tuviesen más oportunidad de brillar los que siempre fueron opacos.

Mi árbol me ha enseñado a vivir reflexionando,  que es el mensaje más hermoso que he llegado a alcanzar cada vez que me siento cerca de él.

Tu amigo, que nunca te falla, te desea que tu árbol te siga dando lecciones y que siempre estés dispuesto a aprender de él, al menos por Navidad.

JUAN

2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Gracias infinitas muy lindas y sabias palabras. Dios lo bendiga siempre, le deseo de todo corazón una feliz Navidad y un próspero año nuevo mi querido Dr. Juanito, un abrazo grande

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