martes, 26 de diciembre de 2017

¿Y QUÉ NOS QUEDA DESPUÉS DE NAVIDAD?





¿Y qué nos queda después de Navidad?

Por: Juan Aranda Gámiz



Ya pasó la Navidad y pareciese que el mundo hubiese empezado a cambiar, al menos temporalmente, pero mirando hacia atrás he recogido estos días unas estampas de la vida diaria, con dolor y desencanto, que no presagian que se hubiese dado un giro significativo en nuestras vidas.

He comprobado la necesidad en la carretera, con personas extendiendo la mano para solicitar un "aguinaldo" a todos los vehículos que pasaban, cada cual a su velocidad marcada, por lo que el reclamo para que se detuviese su marcha era sólo una llamada de atención sobre las distancias en este mundo, durante el mismo día de Navidad.

También he visto injusticias e ilusiones rotas ante la luz que desprendía el mismo árbol de Navidad, quizás porque la estrella de Belén estaba orientada en otro sentido diferente y las propuestas de vida tropezaron en el camino con barreras infranqueables.

He sentido que el jolgorio anunciado vive, de la mano, con momentos de soledad de quienes no piden presencia y se conforman con una simple voz de apoyo en minutos de recuerdo, ver nevar por la ventana sin el reflejo de una mano amiga o mirar al reloj, como compañero inseparable, alimentándose de recuerdos e imágenes que son parte del pasado más reciente. 

Creo que las líneas telefónicas y los medios sociales fueron invadidos de felicitaciones anónimas, cargadas de buenas intenciones, pretendiendo no olvidarse de nadie, pero sin explicaciones ni motivos que permitiesen escribir el relato del por qué nos hemos acordado de felicitar esta Navidad.

He tenido presente que la "no-felicitación" puede ser esa voz de silencio que despierte al diálogo, interrumpido por descargas emocionales o malos entendidos, para que las palabras deglutidas sean la gasolina necesaria para arrancar el motor de la comprensión en el acercamiento.

He visto que las rupturas anuncian calma, y no desasosiego, porque la espera desencadenaba más dolor que la distancia acordada, las miradas dudaban en su fijación y los posicionamientos eran meditados y tardíos.

Me ha dado la impresión que el estallido de los globos y los perfumes de las serpentinas no se escucharon ni olieron en rincones donde se sigue sintiendo el "dolor en la cruz" como parte de la vida diaria. 

He podido sentir la pasión de la Semana Santa en las fiestas de Navidad, al tener que condicionar la vida de un paciente con un diagnóstico que sólo pronosticaba dolor y sufrimiento, una forma diferente de anunciar el nacimiento a una nueva vida, cuando reciba la llamada y el encuentro en la consulta se haya limitado a recomendarle que prepare su partida, gota a gota.

También me he sentido preso por la incomprensión de seres humanos, en situaciones muy dispersas, porque aunque se espere una respuesta adecuada es esta la que genera incertidumbre porque todo el mundo cree que se puede pedir por Navidad y se debe estar siempre presente, a la medida, por Navidad.

He pretendido ser gobernante, en mis sueños, preparándome a trabajar -sin cobrar- en la noche de Navidad al menos 1 de cada 3 años, para que aprendamos a compartir  mejor en 1 de cada 3 ocasiones en que tomemos decisiones que involucren a los demás.

He caminado para descubrir que el árbol de Navidad es -para algunos- una farola o que el nacimiento es la actitud de acogida de muchos voluntarios anónimos, que los Reyes Magos podrían ser los serenos y que la estrella estaría representada por los adornos luminosos que siempre orientan al centro de las ciudades y nunca a la periferia, donde quizás esté el verdadero "Portal de Belén". 

He sentido la necesidad de "no llamar a tanta gente" para polemizar con el calendario, al igual que me pasa en el "Día de San Valentín", ya que prefiero que los sentimientos no me los marque un papel sino que nazcan desde el corazón y creo que es probable que en enero o mayo celebre, en un momento, la Navidad que siempre quise y ahí veré -deslumbrado-  el nacimiento a la vida en el pesebre más real.

No me han impactado los desacuerdos ni las controversias, porque no tienen que parar por Navidad, siempre que las polémicas estén guiadas por el deseo de servir y no de apropiarse indebidamente. 

Y para que comprobéis que es justa la reflexión de lo que nos queda después de Navidad, creo que ha merecido la pena vivir la Navidad observando y aprendiendo, porque nos queda "todo por hacer" después de esta Navidad, aceptada a final de año y para muchos, incluido yo, aplazada para cuando seamos capaces de dar la talla como verdaderos ciudadanos del mundo.

Tu amigo, que nunca te falla




JUAN 


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