jueves, 25 de septiembre de 2014

¿DE QUÉ MATERIALES SE FABRICA EL APLAUSO?

Cuando miramos y aplaudimos estamos agradeciendo a la vida que se nos presentase ese hecho o hubiésemos tenido la oportunidad de estar ahí, en el momento preciso, cuando ocurrieron los acontecimientos y nos permitieron ser vigilantes de lo sucedido.

En ese instante, sin mediar palabras, nos encontramos aplaudiendo de emoción porque consideramos que no hubiésemos podido hacerlo mejor y nos brota una sonrisa que acompaña a esas palmas de entusiasmo por lo que aprendimos de los demás y, desde el corazón, escribimos ese aplauso para reconocimiento de algún gesto que brotó de alguno de los intérpretes de la vida, ciudadanos que nos dieron una lección con su comportamiento o su actitud.

También hay momentos en que aplaudimos a actores y cantantes, por no desentonar con el resto, ya que no reconocemos el éxito y queremos pasar desapercibidos, pero ahí el aplauso va cargado de desinterés y menosprecio.

Algunos días nos levantamos cansinos y no somos capaces de aplaudir ni a los nuestros, por lo que demostraron cariño por los demás, lo que fueron capaces de construir o destruir, e incluso por lo que se levantaron y fueron valientes para seguir trotando por los caminos de la vida, muy a pesar de las circunstancias que le rodearon.

En algunos ámbitos hay que aprender a aplaudir porque si no lo hiciésemos aparentaríamos que somos ingenuos o legos en la temática que escuchamos o la representación que vemos y nuestro bagaje cultural puede quedar en evidencia.

En determinadas etapas de nuestras vida aplaudimos con entusiasmo diferente y enfoques distintos, pues un niño puede aplaudir un gesto caricaturesco de la madre y un anciano puede aplaudir que un eructo haya interrumpido un silencio de ultratumba.

Hay aplausos grabados porque los organizadores de los eventos no confían en que la gente reconozca el esfuerzo de los que participarán en el evento planificado y, de vez en cuando, encienden el aparato y suena un estruendo de aplausos para cargar de ánimo la sala y extraer algún tímido aplauso adicional a los indecisos del momento o a quienes no llegó el tema, la letra o la música que se lanzó al viento.

Hay aplausos con ritmo que se castigan cuando se descompasan o aplausos sin rima que parecen agonizar por la lentitud de los movimientos, aplausos efusivos porque los quieren sustituir por el beso que le darían a quien los estaba mereciendo en ese preciso momento, aplausos respetuosos porque el ambiente lo permite y aplausos con eco, ya que no acaban nunca, como queriendo perpetuar el agradecimiento a quien nos llenó de palabras y motivos para seguir luchando.

Hay aplausos insonoros porque se quedan en el intento y aplausos cobardes, porque no están compenetrados con la expresión facial, aplausos con picardía por cuanto se lanzan oportunamente ante un desliz o equivocación manifiesta, aplausos de liderazgo cuando nos ponemos de pie y llevamos las manos hacia la cabeza de quien se los merece sin menoscabo y con mucha razón.

Hay aplausos resignados, como los de quienes reconocen que han sido superados y no quieren aceptarlos, aplausos famélicos por el sigilo del contacto de las manos y aplausos húmedos por el estrés que viven unas manos sudorosas.

Hay aplausos rotos porque se interrumpen con facilidad, aplausos enfocados, como los de quienes quieren hablar de otros y los aplauden por lo poco que manifiestan, destacándolos con ironía y sin pudor. 

Hay aplausos egoístas al reconocernos lo poco que hacemos y aplausos falsos por el vacío de una palmas que no suenas a nada, en medio de la nada.

Por tanto, es mejor aplaudir lo que sentimos y lo que lloramos, lo que reconocemos y lo que manifestamos, lo que vivimos y lo que aprendemos. Lo demás no tiene los materiales ni ingredientes necesarios para fabricar un aplauso.

Tu amigo, que nunca te falla.


Juan

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