Hay quien se olvida porque le faltó planificación en sus buenas intenciones y todos entienden, al fin y al cabo, que el contenido de aquel olvido no cambió el sentido del discurso ni el éxito de la propuesta.
Hay quien se olvida porque se lo aprendió todo de memoria y cualquier ruido o voz altisonante, un gesto perdido o la caída de algún objeto, interrumpió la secuencia y todo el mundo se percató que aquel aprendizaje sin el apoyo del alma era un compromiso a medias que no merecía el aplauso de quienes esperaban más entrega en las palabras.
Hay quien se olvida adrede, esperando que nadie se de cuenta del lapsus, porque la falta de diálogo sobre ese punto giró el verdadero sentido humanitario de alguna propuesta y, cuando se quiso anotar, ya fue tarde para introducir ese condicionante que hubiese sido la sazón perfecta para un buen gesto, previamente tratado y horneado a fuego lento.
Hay quien se olvida porque nunca imaginó que el detalle es lo que hace la diferencia y acostumbró a lanzar un piropo "al uso", no queriendo ser pedante cuando se mira y se habla desde el corazón, al mismo tiempo, por lo que las emociones se sintieron a medias y sin ese toque especial que hará especial algún beso o abrazo que vendrá desde algún rincón del alma.
Hay quien se olvida porque no había dedicado un tiempo a saborear el encanto de algún momento pasado y el recuerdo quiso pasarlo por alto, con lo que la añoranza suena a duda inoportuna y el compromiso a una carta de restaurante mal redactada.
Hay quien se olvida cuando la espera sigue contenida y en los pasos que van acercando se escucha el lamento de un corazón por una respuesta con algunas faltas de ortografía, por lo que el abrazo se habrá quedado sin matices que puedan rellenar los segundos perdidos en tanta ensoñación vana.
Hay quien se olvida de mirar a los lados, creyendo que el norte es el único punto cardinal y peca de desconocer por dónde sale el sol y por dónde se pone, de contrastar las diferencias no resueltas y de analizar el origen y el final del camino, de dibujar los contratiempos que nos permitieron crecer y de entender lo que nos contempla e interpela, convirtiéndonos en protagonistas, a medias, de nuestro caminar.
Hay quien se olvida por necesidad y todos necesitamos estar ahí para que le recordemos que hay una posibilidad por hoy, y siempre todavía, de que su vida cambie, también por necesidad.
Hay quien se olvida por miedo y ese espacio se convierte en un tormento que cargará hasta que alguien, o algo, le insinúe el valor de la verdad para entrar en paz consigo mismo.
Hay quien se olvida porque la monotonía entró en su vida y no dedica un tiempo a ventilar los sueños y airear lo que nos marcó y necesita humedecer la noria que le balancea para que el arco le permita disfrutar de una libertad que le saque de su encierro.
Hay quien se olvida porque olvidar está hilado en el chaleco con el que se viste cada día y hay que plancharlo y perfumarlo de presencia, que despierte al instante que detenga lo más pasajero de su vida y lo instale en el momento que le devuelva la conciencia de su propio ser y estar.
Hay quien se olvida porque le han robado sus derechos y cree que hay que seguir pidiendo en un mundo de sordos, acostumbrado a la ignorancia de los esfuerzos que deberíamos descargar por los demás.
Hay quien se olvida porque le cuesta llorar al pasar delante de la puerta de los cementerios y hay quien se olvida porque no se explica quién llegó a ser en una sociedad que esperaba mucho más de él o de ella.
Hay quien se olvida porque escuchó, pero nunca conoció o quizás nunca le permitieron conocer.
Tu amigo, que nunca te falla, quisiera que no hubiera tantos olvidos y, si fuese necesario que los hubiese, que se explicasen los motivos para que los demás le autorizásemos, o no, a olvidar.
Juan
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