Se habla del amor por destacar el vínculo tan especial que se genera, en un momento dado, perdurando luego en el alma viva de una relación eterna, aunque siempre esconda el simplismo de una mirada sin trastoques ni contratiempos, regada de una ternura sin igual y una complicidad irrepetible.
Se habla de la hipótesis de una amistad de marca blanca, donde no cabe el pudor contenido por encima de la franqueza, a fin de construir la belleza de una comunión perfecta, donde siempre hay espacio para el diálogo y la versatilidad, al mismo tiempo.
Se habla de rompecorazones, creyendo y haciendo creer que te hipnotizan con el brebaje que impregna la punta de flecha de un tal "Cupido" que debe estar atento a las señales para clavarse, con puntería milimétrica, en cada ventrículo que considere un receptor único de algún despertar muy especial.
Se habla de esperar que te sorprendan, que el destino te señale y te destaque, por encima del promedio, para que los demás entiendan tu suerte de un día y que los mensajes, diseñados por anónimos, sepan clavarse y provocar un sangrado constante de exclamaciones al sentirte especialmente especial.
Se habla, muy por encima, de esa persona que fue capaz de demostrarte el valor de la superación, en la distancia de un suspiro o en la cercanía del mejor estímulo, pero siempre después de matizar con un "te quiero" al abrazo que le extiendes a la persona más cercana para que el almanaque te vea que cumples con el día tan señalado.
Se habla, desde muy lejos, de la persona que duerme en la cama de un hospital y le lanzas un mensaje de apoyo sin detener tus pasos, pensando en la cena a la que te han invitado.
Se habla del hambre, mientras estás comiendo o de las balas, mientras el primer vecino te invita a entrar a su casa para que puedas ver el mueble que acaba de comprar. Aplaudes los buenos gestos, mientras que otros gesticulan para determinar el futuro de los demás, con amenazas que tiznan las incoherencias verbales que adornan su impertinente y constante diarrea oral.
Sin embargo, no se habla de la necesidad de amigos para defender una propuesta humanitaria ni del humanismo que debe aromatizar el derecho a permanecer en tu propia tierra.
No se habla de la amistad que debe subyacer en la relación de pareja ni del respeto que debiera acompañar a todo beso.
No se habla del amor en cada empeño que descarguemos por los demás ni del calor que debe abrigar el alma de un roce.
Tampoco se habla del movimiento de las manos cuando pretendemos educar en sexualidad ni de los piropos que intentar levantar el ánimo, despertando una pizca de atención.
No se habla, casi nunca, de los potenciales amigos que viven escondiendo su amistad, del amor por los padres a cualquier edad ni de las lágrimas que despierta la amistad eterna de una abuela o un abuelo que aún nos pasea en nuestros sueños.
Y ni se habla del enemigo que quiere ser amigo, del crítico que te quiere ver crecer, del perseverante que quiere servirte de ejemplo, del acompañante que está ahí para que llores, te quejes y sigas seguro en tu apuesta de vida.
Y nunca se habla de lo bueno de los amigos ni de la humildad del comportamiento silencioso de la pareja, que te hace grande sólo con su presencia, del interés de un hijo porque sigas siendo su modelo ni del coraje encerrado en un aplauso, que quiere motivarte a que sigas cumpliendo lo que prometes y que prometas siempre lo que puedes hacer y nada más.
Y no se habla de los apretones de manos que sellan amistades de por vida, de las arrugas que traducen la dedicación de una vida entera, de los cuerpos jorobados que empeñaron su vida por ti ni de los balanceos de las miradas que soportaron tu constante imprudencia.
Creo que es hora que compremos menos rosas y hablemos más del otro, que estemos menos pendientes de las flechas y más de las manifestaciones de amistad que andan escondidas en el mundo, entre balas, pasos perdidos y pueblos desheredados.
Tu amigo, que nunca te falla, te desea un 14 de febrero lleno de voces dispuestas a compartir su eco.
Juan
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