Un buen amigo me dijo, hace muy poco, que la soledad le ha enseñado a vivir acompañado y eso me despertó el interés por saber algo más de sus apellidos.
Para tener apellidos hay que conocer a los progenitores y creo que para cada momento de soledad se entrelazan dos momentos determinantes, a veces hasta contrapuestos, como el abandono y las miradas esquivas, o la marginación y el olvido, la incomprensión y el castigo, la pérdida y el maltrato, el dolor y la necesidad más elemental, la verguenza y el fracaso o la miseria y el ninguneo, la enfermedad crónica y la falsa esperanza, o el dolor incomprendido y la reflexión más existencial.
Hay soledades de necesidad, porque el cerrar los ojos te arrastra a extraer mensajes de vivencias, tan necesarios para reorientar tu vida.
Hay soledades por exclusión, porque todo el mundo encontró un momento de acomodo o emparejamiento, con seres humanos o circunstancias, pero hubo alguien que quedó sólo, por olvido, abandono, menosprecio o incapacidad de ajustarse a otras realidades.
Hay soledades de costumbres, pues es difícil encontrar a alguien que siga tus hábitos hasta el extremo de reorganizar su propia vida para hacerte dependiente de una manera de comportarse o de un estilo de gesticular y todos te abandonan en tus retahílas y tus protocolos tan medidos.
Hay soledades de ratos muertos, pues se suceden los minutos sin encontrarles sentido y al conjunto aprendemos a llamarle soledad, porque a pesar de acompañarte las rabietas con la vida, las lágrimas de la lentitud del paso del tiempo o la pesadumbre de un tormento de autoestima, a la que crees fielmente responsable de tu situación actual, piensas que puedes leer en los renglones vacíos de la soledad más inquietante.
Hay soledades de despedida, las que suenan a nido vacío y, entonces, precisas reordenar tus argumentos de vida.
Hay soledades de reinicio, como la de quien sale de un infarto, en la antesala de la muerte y presupone que la vida tiene otras metas a alcanzar, o la de quien abandona la cárcel y tiene miedo de entrecruzar miradas por miedo a dejarse llevar, de nuevo.
Hay soledades de compra-venta, pues alguien viene a preguntarte cómo estás y a llevarse un poco de la soledad a la que no te acostumbras, para al cabo de un tiempo regresar queriendo venderTe parte de la soledad que, ahora, es él quien no puede manejar.
Hay soledades competitivas, pues aceptamos nuestra suerte porque otros la viven gritando, aunque no pueda rellenarla ni la mejor estrategia del mismo psiquiatra.
Hay soledades de manifiesto, pues se parecen a la misma soledad que otros comentan, verbalizan o narran, en sus ratos de liderazgo o consejería a alguna generación venidera.
Hay soledades económicas, pues ante tu queja de vivir sólo recibiste más compañía que si nunca hubieses atravesado por una etapa solitaria y te salió rentable el aislamiento aceptado.
Y hay soledades constructivas, de las que te aportan para construir relatos y rellenar momentos de pastoral, porque también es importante el mensaje que nació solo para generar un aplauso acompañado de otros muchos y un ejemplo del que acordarte algunos años más tarde.
No hay que temerle a la soledad, sino a sentirse sólo en la misma soledad. La soledad está llena de oportunidades y lo único que se te permitirá es callar, escuchar y sentir,lo necesario para sentirte en paz consigo mismo.
Parte de la curación, o sanación, empieza por encontrar el elixir más apropiado en momentos de relleno sanitario en la soledad.
Tu amigo, que nunca te falla, está seguro que tiene muchos apellidos la soledad y hay que vivirlos con orgullo, porque aprenderemos a abrillantarlos para encontrarle el verdadero sentido a la metamorfosis constante de la vida.
Juan
No hay comentarios:
Publicar un comentario