domingo, 8 de abril de 2012

UNA CALIGRAFÍA QUE NOS ABRA A LA VIDA

Iniciamos nuestra entrada en el mundo de las letras aprendiendo un idioma y siempre lo hacemos con libretas de caligrafía donde se propone una muestra que debe copiarse, renglón a renglón, con la parsimonia de un caricaturista y la tenacidad de un falsificador, ya que el éxito vendrá dado por la equivalencia de las letras con las que armonizan las palabras en el encabezamiento y la calificación nos orientará sobre nuestro arte y dedicación en el proceso enseñanza-aprendizaje.

Escribir bien no va a ser la patria de imitadores de letras ni retratistas de oraciones, ya que en muchas ocasiones no se corresponderá el esfuerzo por coger bien el lápiz y ubicar mejor la mano, con un apoyo sostenido sobre la mesa, copiando y no interpretando los conceptos, con una realidad que genera perplejidades desde la primera infancia.

Ofertar un copiado donde las frases benevolentes y concisas nos conducen hacia un mundo imaginario que contrasta con el día a día va estigmatizando y provocando indiferencia y malestar, incoherencia y distraimiento, por cuanto el esfuerzo no va orientándose a comprender mejor el mundo en el que se vive sino a distanciarte de ejemplos en los que se evidencia el disfraz del mensaje que, de mayores, adoptamos en nuestra conducta como norma de supervivencia, insertando confusiones y juegos de palabras para controlar y manipular, perseguir y chantajear, donde la verdad debiese imperar para que nuestro accionar fuese más permisivo con la convivencia que se pretende alcanzar y que será la única condición que debe imponer la vida para seguir creciendo en un mundo de libertades y hacia un estado de bienestar con respeto.

¿Acaso somos sinceros con el niño que copia, hasta la saciedad, "Mi papá no me pega" cuando el padre regresa ebrio en las madrugadas y despierta a la madre con la brutalidad que acomete sexualmente y desconoce la inocencia de la esperanza fervorosa de sus vástagos, creyendo que llegaría con un regalo y no cubierto de un vaho que impregna de maldad y de odio los sueños de felicidad y armonía que transmitía la libreta de caligrafía?.

¿Es buena la estrategia educativa que cree enseñar la "h" con la muestra "Ahí hay un hombre que dice ¡ay¡" si dejamos incompleta la frase y no la acompañamos de un motivo de queja (robo, caída, maltrato o hambre, que también empieza por "h") ni aclaramos cuán lejos es "ahí", ya que puede estar en la pantalla del televisor, a miles de kilómetros, o quizás a un metro de la ventana de tu casa?.

¿Esperamos que la ley de la oferta y la demanda enseñe a los educandos el sentido que debe tener la presencia de una Organización No Gubernamental o el rol de quien juró estar al lado de quien se horroriza y sufre y luego se transformó en un travestí de valores, manipulándole para que callara sus actitudes desvergonzantes y alienantes, cuando haya pasado un tiempo para que el prevaricato, la lujuria y la sinrazón se amontonen en el rincón de la impunidad, empolvándose con el silencio, el desasosiego y el dolor de sufridores anónimos a quien nadie ampara ni protege?.

¿Por qué no cambiamos la frase "Como mi comida con la cuchara" por "Con la comida cuido mi cuerpo" y así vamos provocando un interés por descubrir el papel de las grasas y la obesidad, la arteriosclerosis y las dislipidemias?.

¿No sería más factible iniciarse en la escritura leyendo "la violencia envilece la vida", "en la guerra nadie gana", "todo ser humano es tu hermano", "un mundo que miente no mejora", los animales son amigos", "mi mamá se murió de miedo"?.

Un educador que debe responder a la inquietud de quien escribe una palabra que le despierta cosquilleo, al compararlo con una vivencia personal en su hogar o lo asocia a lo que le ocurre a su mejor amigo, es un afortunado por reconocer que está formando mentes despiertas y auto-críticas, va despertando un interés real por la vida y los vacíos, no por los falsos rellenos y el conformismo con los que pretendemos escribir las páginas de las libretas de caligrafía.

Seamos honestos y despertemos avidez por las palabras que despierten a la vida de los gestos cercanos y verdaderos, prometedores de relaciones cargadas de minutos de igualdad, donde la hermandad y la fraternidad estén por encima de la humillación y el género de desigualdades.

Eduquemos para una pubertad donde se haga la primera comunión preguntándole si ya subió el peldaño de la comprensión de las diferencias impuestas y ha analizado el misterio de un embrión que no concedió su permiso para nacer en el interior de una probeta, los abusos -de palabra y obra- no purgados por el prurito que desencadena sentirse parte de la familia del hedor que desprende cualquier estructura de poder, eclesiástica o no, la aceptación de una identidad sexual que no puede ser sólo dicotómica o la incomprensible mendicidad provocada por los azotes de las imposiciones de mercados anónimos que fueron edificados desde la ambición del ser humano, con bolsillos que son cuentas corrientes y corbatas que deslumbran por su apariencia y ahogan con sus nudos estrechos.

Este es el verdadero catecismo que hemos de leer para comulgar en un mundo que pretendemos cambiar, para lo que hay que aprender conceptos y a engranar mejor las letras y las palabras, en una sintaxis verdadera que permita elaborar y diseñar mejor las libretas de caligrafía para una infancia erguida y no inclinada, aprendiz de actitudes y no adoctrinada, constructiva y no cortada con patrones, demostrativa y no condicionada.

No hay que tener miedo por filtrar nuestras maldades para desechar los instintos con los que caminamos por este mundo, pues hay que enseñar con actitudes tamizadas, ya que ahí está nuestra lucha interior por aportar hoy y, por siempre todavía, a la construcción de una sociedad diferente, desde la inocencia y hacia la conversión de educandos en educadores reflexivos del mañana, de niños que aplauden a adultos que exigen y de niñas "de falda y hueso" por matrimonios "de amamantamiento compartido", de seres humanos "abandonados y desprotegidos" a celulares de última generación que nos permitan comunicarnos con el vientre materno y solicitar un criterio al óvulo fecundado para decidirse -con su autorización- al giro que queremos darle a su vida.

La caligrafía, por tanto, es una verdad que debe construir y una herramienta con la que podemos soñar, no desperdiciemos la oportunidad de las palabras para engrandecer nuestro vocabulario de oportunidades para ser mejores y luchar por descubrirnos aventureros del crucigrama de la formación en valores y actitudes.

Dr. Juan Aranda Gámiz

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