sábado, 14 de abril de 2012

SOMOS PARTE DE LA GENERACIÓN "SIN SALDO"

A lo largo de la historia se han agrupado a personas de una determinada edad con un denominador común socio-conductual-filosófico, acorde a los ritmos socio-económico-culturales y los marcadores histórico-vivenciales, bajo el paraguas conceptual, con nombre y apellido, de "generación __" y así conocimos la generación "z" (nacidos entre 1995 y 2004, también llamados nativos-digitales, consumistas, pesimistas, impulsivos y desconfiados), compartimos con la generación "sin" (sin casa, sin trabajo, sin pensión, sin miedo), la generación "ni-ni" (jóvenes que no estudian ni trabajan, discuten con sus padres, sólo piensan en salir de fiestas y ni se preocupan por su futuro), y hasta hablamos de una generación "perdida" (jóvenes marcados por los efectos nocivos del desempleo, atrapados por el paro y la precariedad).

Lamentablemente, somos parte de un mundo y no podemos auto-asignarnos a un determinado grupo para ser fácilmente catalogados, con los beneficios que pueda suponer pasar a la historia con una discreta gloria, con una etiqueta equidistante entre la rebeldía y el conformismo y convirtiéndonos en autores de cambios trascendentales o movimientos determinantes en la dinámica social de alianzas en las que estamos inmersos y de las que formamos parte. 

Creo firmemente que vivimos ajenos a gritos y lamentos, miradas y pedidos, gemidos y pesares, que socavan la hipotética tranquilidad de algunos para condicionarles desviaciones de la mirada y palpitaciones por el dolor que provoca el hambre y la marginación dolosa, el abandono o la agresividad de la naturaleza, la indiferencia de un nivel de vida que aliena y la maldad de una sociedad que marca y segrega.

Vivo esperando que en el cielo se abra una oficina que sea capaz de reconocer las generaciones que viven entre nosotros y estoy seguro que después de un análisis pormenorizado concluirían que habitamos un planeta  donde sus habitantes se reparten en dos bloques generacionales, la generación "sin derechos" y la generación "sin saldo".

Qué fácil es olvidarse o pasar de largo ante un refugiado, un preso de conciencia, excomulgado o sobreviviente, maltratado o parado de larga data, avergonzados de impotencia vital, invisibles o sin solución aparente a su situación real o problema biológico, marginados o manipulados desde la concepción, víctimas o perseguidos, vagabundos o recluidos para estudio, sufridores, topos o excluidos, receptores de violencia o de balas perdidas, amenazados o resignados, sin respuestas y sin oportunidades.

Todos ellos integrarían la generación "sin derechos", manipulados desde el control de una norma, un mercado, una regla o una condición para poder incluirles, porque por su apariencia, su error, su miedo o su agonía no son reconocidos para vivir "a nuestro lado" en un mundo "supuestamente de iguales".

Detrás de ellos está la generación "sin saldo", la que puede comunicarse con sus contactos pre-definidos, con concesiones de minutos "gratis" para familiares y amigos, conocidos y colegas, ofertadas por la compañía de telefonía móvil "MUDSI -Mundo de diferentes en la sociedad de la información", donde compramos un celular (o móvil) de última generación y contratamos un sistema "pre-pago" de 1.000 minutos por 21 dólares, lo cual está al alcance de todos y otros 500 minutos para mensajes.

El problema es que derrochamos los minutos con la condición "sólo para disfrutar mi tiempo libre y para hablar las chorradas cotidianas que suenan a una emesis de palabras sin sabor a contenidos", mientras que los mensajes transmiten "teclas huecas pulsadas con viveza y redactados con frases archivadas, previamente diseñadas por el programador".

Cuando nos tocan a la espalda para pedir un minuto de apoyo o cuando la humillación o el acoso se lamentan, porque se vinieron a vivir a la casa de al lado, nos despiertan las lágrimas de desconsuelo de un niño abandonado en una papelera o retransmiten el suicidio de un ser humano que salió a dar un paseo desde las listas del desempleo, escuchamos el golpe de un cuerpo contra la superficie de un río, al caer desde un puente, oímos que una madre abandona a un hijo, salpicada de miseria desvalida y coraje por los que quedan, nos quedamos "sin minutos" para conversar con todos ellos.

Cuando un niño se duerme en la clase porque debe caminar 10 kilómetros diarios, una mujer se suma a los listados de violencia de género, un transeúnte cae y va expirando ante la cabalgata de zapatos y sandalias por la calle del olvido, la inseguridad te arrastra a una frontera con la muerte pisándote los talones o te prohíben ser tú mismo, en este siglo y en esta sociedad de "pseudo-desarrollo", comprobamos que "no tenemos minutos disponibles".

Ciertamente, sin lugar a dudas, somos la generación "sin saldo", la que agotó su tiempo contratado y debe esperar a una próxima recarga, porque ya no hay minutos para el samaritanismo o la solidaridad, el apoyo o la búsqueda de la verdad, la entrega o la vinculación, el compromiso y la cercanía, la inclusión y la consecuencia, la hospitalidad o la lucha, la verdad o la presencia.

Sí, estoy completamente seguro que vamos a pasar a la historia como la generación "sin saldo", hasta que comprendamos que hay una generación "sin derechos" a la que podríamos dedicar minutos y mensajes, pero que no los contratemos con el mismo sistema pre-pago de siempre "posibilidad de comunicarse hasta que tenga que comprometerme".

Espero, de corazón, que al reflexionar sobre nuestra verdadera existencia, reconozcamos que el mes anterior desperdiciamos la oportunidad de crecer "como seres humanos" en el mundo de las comunicaciones "inter-personales" y que debemos caminar hacia "recargas constantes", donde cada mes mejoremos y contratemos más minutos "por si fuese necesario comprometerme", esperando que la compañía te los vaya acumulando para cuando sean necesarios si la vida no te los pidió en este mes que pasó.

Sólo así, algún día, nos estudiarán como la generación "con saldo acumulativo" para cuando haya que comprometerse y eso permita que otros analicen la esencia de la generación que les toque vivir y sean capaces de cambiar porque ya sentamos "jurisprudencia moral, de esta telefonía móvil del alma", a fin de cambiar este mundo de desigualdades por una verdad de oportunidades.


Dr. Juan Aranda Gámiz

No hay comentarios:

Publicar un comentario