viernes, 31 de enero de 2025

La vida busca el complemento

 

Da la impresión que no nos conformamos con lo que nacemos o con la suerte que nos ha tocado vivir y pasamos días y años intentando buscar el complemento para equilibrar nuestras emociones o buscarle el sentido a las angustias.

Tenemos momentos de carcajadas, sin un motivo claro y, a continuación, se suceden instantes cargados de preocupación y lamento, como si necesitásemos valorar el precio de una sonrisa y pagarlo con  el presupuesto de unas lágrimas.

Metemos un gol y aplaudimos el esfuerzo, pero hay que tener la suficiente deportividad manifiesta para aceptar un gol en contra, sin menospreciar la actitud del contrincante.

Vivimos momentos de salud, que casi nunca apreciamos, pero el dolor y la pena de un contratiempo nos alarma, porque en ese instante algún otro caminante de esta vida necesitó una mínima alegría para equilibrar el sufrimiento prolongado que ya le preocupaba y lo nuestro pasó a ser suyo.

Las personas bajitas necesitan acoplarse con parejas más altas, quizás para poder disponer de un punto de mira intermedio entre las dos estaturas.

El crítico, que abusa de sus arrebatos, necesita de un tolerante que acepte y entre los dos construyen una actitud oportuna y resiliente, moderada y más acorde, buscando que la sociedad no te rechace y esperando que los demás te acepten de mejor manera.

El melancólico precisa que le escuche un entusiasta, así como el hipocondriaco desearía tener a su lado a un indolente o el hambriento a un fanático de tanta dieta, quizás porque el equilibrio los acerca en una propuesta más coherente de vida. 

El estoico, en su afán por la racionalidad, se enfrenta a la búsqueda del placer del epicúreo y así se alcanza un término medio entre lo objetivo y lo subjetivo, a fin de entender mejor tu realidad, en relación con lo que te rodea.

El extrovertido se aferra a una personalidad introvertida, que le frene en sus impulsos y sedimente mejor sus pasiones. Mientras tanto, un profano puede pasear con un beato, en un intercambio de parpadeos por su apreciación por el culto, alcanzando un consenso sobre el verdadero sentido de los extremos.

El lego buscará a una persona versada para enriquecer sus contenidos y mejorar el sentido del diálogo emprendido en cualquier esquina. Y el avaro tenderá a buscar un generoso, porque hay que cuidar lo propio sin despilfarrar y así, la economía, en su punto medio, permitirá un balance más adecuado. 

El charlatán se enamorará de un lacónico, porque hay que medir el desgaste del vocabulario, ya que el eco puede acarrear un gasto innecesario.

Tu amigo, que nunca te falla, te invita a reflexionar sobre los diferentes complementos que se suceden en el día a día  y a encontrarle el verdadero sentido a los contrapuestos.



Juan  

 

sábado, 18 de enero de 2025

¿Se arruga el alma?

 Cuando se habla de una tregua, en un conflicto armado, es porque se vive la paz con esperanza y, si en medio de tanto diálogo se siguen lanzando bombas para humedecer más aún de lágrimas los corazones desvalidos, se me arruga el alma. 

Cuando alguien habla, en medio de una aparente estabilidad, que quiere comprar o invadir Groenlandia, porque los intereses despiertan la avaricia de poder de sus bolsillos, en espera de que el mundo cambie a su antojo, porque su sensibilidad aún no ha alcanzado la mayoría de edad, se me arruga el alma.

Cuando un ser humano, en algún rincón del planeta, dice que no recibe la atención primaria que tanto se propugna, por falta de una iniciativa global, soporte económico o conciencia global de que la salud es un derecho para todos, se me arruga el alma.

Cuando alguien, embebido en odio, contrata a un niño para hacer daño a otro, copiando las guerras entre potencias, aprovechando territorios fuera de sus propias fronteras, sin importar las consecuencias y derivadas de la ejecución de tanto arrebato que sale desde el lado más obscuro de la conciencia, se me arruga el alma.

Cuando se habla en nombre de personas a las que se olvida cuando ya no representan la bandera que tanto dinero genera a quien arma su discurso desde la misma hipocresía, se me arruga el alma.

Cuando los padres se olvidan de los hijos con problemas o los hijos, adultos con futuro asegurado, se olvidan de los padres, sentados en una esquina de la casa para que no molesten, se me arruga el alma.

Cuando escucho que hay miles de medicamentos huérfanos, sin una indicación adecuada por falta de investigación oportuna y mueren personas que podrían haber sido receptores de un beneficio potencial de estos fármacos, se me arruga el alma.

Cuando se cobra, en exceso, por la patente de un medicamento y hay quien no lo puede tener accesible en años, quizás cuando ya no lo necesite y nadie se preocupa de acercárselo para apoyar en el tratamiento de su problema de salud, se me arruga el alma.

Cuando un ciudadano se queda más de una hora esperando, en la esquina de enfrente, a que alguien le coja de la mano para pasar la calle y ese alguien no llega, se me arruga el alma.

Cuando compruebo que cualquier paso que damos tenemos que mancharlo con un interés económico, a pesar de que la sociedad nos permitió formarnos, se me arruga el alma. 

Cuando acostumbramos a decir lo que nunca haremos y a hacer lo que nunca dijimos, se me arruga el alma.

Cuando empieza a flotar una esperanza de llegar a tierra firme, albergada en un cuerpo muerto que el océano tragó en sus intentos de apoyar a su familia a encontrar nuevos horizontes, se me arruga el alma.

Cuando el oro está presente en los altares y los portales, mientras la tierra es el material preciado de tanto niño abandonado y tanto abuelo de la calle, se me arruga el alma.

Cuando los aplausos y vítores son olvidados por grandes comensales que estuvieron vociferando en campaña y pronto dejaron atrás sus promesas de hojalata, aún encima de tanta esperanza muerta, se me arruga el alma.

Cuando tengo que despedir a alguien que se merecía vivir y tengo que dar la bienvenida a alguien que tenía que haber muerto, en alguno de sus desaires, se me arruga el alma.

Cuando mucha gente está pendiente del almanaque para felicitar, de las redes sociales para no olvidarse y no recuerda las lágrimas de quien vive esperando, se me arruga el alma.

Cuando sigue habiendo mendrugos de pan duro en medio de tanto alimento procesado y seguimos despilfarrando bolsas que cargan contenedores, en medio del hambre de muchos, se me arruga el alma.

Cuando las alianzas van buscando conquistas, las asesorías solo buscan el éxito, los documentos propician la segregación humana, las decisiones sólo engendran más distanciamiento y los discursos se olvidan de las necesidades más elementales, se me arruga el alma.

Tu amigo, que nunca te falla, quisiera saber si a ti, también, se te arruga el alma.



Juan 

sábado, 11 de enero de 2025

¿Tiene apellido la soledad?

 Un buen amigo me dijo, hace muy poco, que la soledad le ha enseñado a vivir acompañado y eso me despertó el interés por saber algo más de sus apellidos.

Para tener apellidos hay que conocer a los progenitores y creo que para cada momento de soledad se entrelazan dos momentos determinantes, a veces hasta contrapuestos, como el abandono y las miradas esquivas, o la marginación y el olvido, la incomprensión y el castigo, la pérdida y el maltrato, el dolor y la necesidad más elemental, la verguenza y el fracaso o la miseria y el ninguneo, la enfermedad crónica y la falsa esperanza, o el dolor incomprendido y la reflexión más existencial. 

Hay soledades de necesidad, porque el cerrar los ojos te arrastra a extraer mensajes de vivencias, tan necesarios para reorientar tu vida. 

Hay soledades por exclusión, porque todo el mundo encontró un momento de acomodo o emparejamiento, con seres humanos o circunstancias, pero hubo alguien que quedó sólo, por olvido, abandono, menosprecio o incapacidad de ajustarse a otras realidades.

Hay soledades de costumbres, pues es difícil encontrar a alguien que siga tus hábitos hasta el extremo de reorganizar su propia vida para hacerte dependiente de una manera de comportarse o de un estilo de gesticular y todos te abandonan en tus retahílas y tus protocolos tan medidos.

Hay soledades de ratos muertos, pues se suceden los minutos sin encontrarles sentido y al conjunto aprendemos a llamarle soledad, porque a pesar de acompañarte las rabietas con la vida, las lágrimas de la lentitud del paso del tiempo o la pesadumbre de un tormento de autoestima, a la que crees fielmente responsable de tu situación actual, piensas que puedes leer en los renglones vacíos de la soledad más inquietante. 

Hay soledades de despedida, las que suenan a nido vacío y, entonces, precisas reordenar tus argumentos de vida.

Hay soledades de reinicio, como la de quien sale de un infarto, en la antesala de la muerte y presupone que la vida tiene otras metas a alcanzar, o la de quien abandona la cárcel y tiene miedo de entrecruzar miradas por miedo a dejarse llevar, de nuevo.

Hay soledades de compra-venta, pues alguien viene a preguntarte cómo estás y a llevarse un poco de la soledad a la que no te acostumbras, para al cabo de un tiempo regresar queriendo venderTe parte de la soledad que, ahora, es él quien no puede manejar. 

Hay soledades competitivas, pues aceptamos nuestra suerte porque otros la viven gritando, aunque no pueda rellenarla ni la mejor estrategia del mismo psiquiatra.

Hay soledades de manifiesto, pues se parecen a la misma soledad que otros comentan, verbalizan o narran, en sus ratos de liderazgo o consejería a alguna generación venidera. 

Hay soledades económicas, pues ante tu queja de vivir sólo recibiste más compañía que si nunca hubieses atravesado por una etapa solitaria y te salió rentable el aislamiento aceptado.

Y hay soledades constructivas, de las que te aportan para construir relatos y rellenar momentos de pastoral, porque también es importante el mensaje que nació solo para generar un aplauso acompañado de otros muchos y un ejemplo del que acordarte algunos años más tarde.

No hay que temerle a la soledad, sino a sentirse sólo en la misma soledad. La soledad está llena de oportunidades y lo único que se te permitirá es callar, escuchar y sentir,lo necesario para sentirte en paz consigo mismo.

Parte de la curación, o sanación, empieza por encontrar el elixir más apropiado en momentos de relleno sanitario en la soledad.

Tu amigo, que nunca te falla, está seguro que tiene muchos apellidos la soledad y hay que vivirlos con orgullo, porque aprenderemos a abrillantarlos para encontrarle el verdadero sentido a la metamorfosis constante de la vida. 


Juan  






jueves, 9 de enero de 2025

¿Quién conoce a un Rey Mago?

 Sabemos que deben existir los Reyes Magos porque todos recibimos regalos el 6 de enero de cada año, con lo que iniciamos la tarea que nos espera, saboreando el contenido y aplicándolo en nuestra vida diaria.

No todos probaron caramelos, pues algunos tuvieron sinsabores y, la gran mayoría, ni pudieron salir a la calle a recibir nada, porque para ellos no hubo esa "Estrella de Oriente", ya que se encuentran entre los más olvidados y no hay carreteras por donde se pueda guiar el trote de ningún camello ni las pisadas de ningún caminante. 

Si pudiese leer las cartas, que realmente fueron redactadas por los más pequeños y no por sus padres, estoy seguro que encontraría una solicitud muy repetida de medio kilo de esperanza, porque hay quien espera por una reconciliación de sus progenitores, por el regreso de un familiar que dió el último adiós a los suyos, el distanciamiento de una mascota enferma, la soledad de la cama de un hospital, sin esperanza de curación plena, el abandono o la adopción, la guerra que le arrebató todo y no se vislumbra una paz, ni incluso acordada entre muchos, porque también son muchos los que esperan que sigan los combates para seguir ingresando fondos con la vida de terceros.

Y muchas horas estarían los camellos buscando un pesebre, porque una minoría espera su regalo sin conocer al burro ni la paja, en medio de la opulencia, donde no hay espacio en la cuadra para el perdón ni para la comprensión del significado de la necesidad más elemental.

Yo sustituiría a los Reyes por políticos que diesen un mensaje de compromiso, por padres que se comprometiesen más en recuperar la relación paterno-filial, en nietos que prometieran a sus abuelo más ratos escuchándoles, en vecinos compartiendo apoyos, en hogueras que diesen calor donde el frío está presente día y noche, en pedagogos que se transformasen en verdaderos maestros de oportunidades y líderes de andamio, de los que están encima esperando que la pared del educando siga construyendo lo que será en un futuro cercano.

Pienso que los regalos habría que darlos en mano, frente a frente y no en los balcones, aunque se pierda ilusión, porque ahí se generaría un compromiso, aunque no estuviese escrito en la carta retórica y anual que se lee en las rodillas de algún ser humano, con buena predisposición y con disfraz.

Pidamos un regalo en la pila bautismal, ante las rejas de una celda con alguien que quiere cambiar, en una esquina, mientras se acurruca quien fue desahuciado por los que aplaudieron su mala suerte, ante la pantalla de televisión cuando veamos un niño desnutrido, preguntando al mundo si pudieran dedicarle unas palabras para que entendiera el por qué de su suerte y su abandono.

Y no quisiera que los Reyes Magos tuviesen careta de político, que dijesen la verdad, que no esperasen aplausos, que viviesen sólo de repartir y se alimentaran de miradas, que pudiesen entrar en los sueños y que parasen las balas, que ondearan todas las banderas por igual y que también llegasen nadando,que empujasen a quien no puede caminar y que repartieran migajas para que todos ingiriésemos las mismas calorías, que se pudiesen meter en los lugares más remotos para convertir el agua en coladas, los panes en carne y los guijarros en caramelos.

No se necesitan juguetes de segunda mano sino presencia y de eso cabe mucho en una talega. No se necesitan incienso ni mirra, sino capacidad para juntar manos entre diferentes y lágrimas para aprender a llorar por los demás, agua para deshacer títulos entre quienes no tuvieron oportunidades y coladores para filtrar tanto virus oportunista .

Es cierto que no conozco a los Reyes Magos, pero si sé lo que haría si lo fuera.


Tu amigo, que nunca te falla



Juan 

  

sábado, 4 de enero de 2025

Lo que nos espera

 

Empezamos a caminar por la ruta de siempre, con los mismos zapatos y el mismo estado de ánimo que, al fin y al cabo, son los errores que siempre se cometen.

Pensamos que es lógico proponerse cambios y estructurar la vida del año que comienza, pero ni los planes teóricos ni los rituales de cronogramas planificados nos llevarán a ninguna meta.

No nos detenemos para echar una ojeada a nuestro interior y solo pasamos pendientes de ese mundo que queremos construir de cara a la galería, porque pretender un cambio interior no te hace más popular, no te genera más votos ni  te aporta más ingresos, no te atrae más suerte ni va a  cambiar tu propia aura.

Hay que encontrar el motivo para mirarte en tus adentros y se encuentra en el lamento de una pérdida inesperada, en un trastoque importante en tu salud, en algún comentario que te llegó  al alma, en las pocas oportunidades que le diste al destino y en los pocos avances que tuviste el año anterior, en la soledad asumida o en la distancia balanceada, en el grito  desenamorado o en el embuste que quisiste mantener disfrazado y todo el mundo notó su tinte verdadero, en la catástrofe que te dejó  solo y desnudo de amigos o en tu alma de migrante sin retorno.

No hay libros para aprender a cambiar, al igual que tampoco hay guías para desarrollar a plenitud la maternidad, pero está  en el subconsciente la metodología a seguir y nunca sacamos esa herramienta de la biblioteca que tenemos escondida en esa habitación  tan olvidada de nuestra mente.

Alguien nos mira con recelo, porque nuestra actitud quedó grabada en sus actitudes y se queda doblada en el baúl del alma, como el diagnóstico que nos dieron y no queremos  aceptarlo, la invitación que nunca nos llegó y nos preguntamos  el por qué, el reclamo  que no hicimos por respeto a las normas de convivencia y que nos ahoga con el paso del tiempo, el viaje que no se hizo, el cambio de aspecto que se nota en nuestra cara, los gastos imprevistos que no supimos afrontar o la herencia que sólo convenció a unos pocos y los demás se quedaron atascados en el reclamo constante a la vida.

No nos satisface comer en el mejor restaurante porque la atención se desvía hacia los que no tienen oportunidades de hacer 3 comidas al día. No nos llena  pasear con un coche automático porque se le da más valor a quien maneja un trozo de tabla, desde su imaginación de niño, creyendo que está en un circuito de carreras y no hay lástima en  el mercado, porque antes que escuchar a quien padece una enfermedad crónica o degenerativa, aplaudimos a quien sigue un comportamiento preventivo.

Seguimos leyendo los poemas buscando la rima, pero no el sentido de las palabras. Comemos sin saborear el cariño que puso quien preparó el almuerzo ni el dolor del sacrificio de quien lavó los platos, porque hay que insinuar que faltó un poco de sal para llamar la atención sobre tu buen gusto aparente. 

Miramos el clima por si es buena temporada para viajar o para sacar el último trapo que has comprado e ir acomodando el atuendo a los rayos de sol o a las gotas de lluvia, cuando interesa saber si van a llenarse los pantanos para que otros puedan tener agua potable o energía eléctrica disponible las 24 horas del día.

Nos preocupamos de nuevos hallazgos para descubrir quiénes somos y de dónde venimos, descuidando aprender a ser una nueva propuesta de cambio, dejar firmado quiénes queremos ser y proponernos un cambio real.

Buscamos discursos que nadie entienda para que la novedad los haga dependientes de nosotros. Abrimos caminos para aprovecharnos de los descansos del otro  y  no promovemos el descanso para construir nuevos caminos que aprovechar. 

Nos educamos para desempeñarnos en los espacios que están diseñados, pero no nos formamos para diseñar nuevos espacios que precisen otros modelos de educación.

Nos despreocupamos de encontrarle el sentido a las piedras del camino y pasamos la vida como cuentacuentos, intentando inculcar que lo correcto es darles patadas para retirarlas de nuestra ruta y evitar así las caídas. 

Buscamos atropellar al otro para evitar su progreso, cuando lo interesante sería aprender de esas otras actitudes que hicieron grandes a los demás, porque tenemos miedo a la competencia, en democracia.

No le encontramos la verdad a un gateo, a una arruga, a una expresión o a un vocabulario que destaque lo mejor de los demás, porque solo vamos persiguiendo el aplauso de miradas que alimenten nuestro ombligo.

Descuidamos ser andamios para que otros crezcan en libertad, convirtiéndonos en albañiles que no cumplen su tarea y luego nos quejamos de los vaivenes de la vida.

Hemos aprendido, con mucha frecuencia,  a mirar para otro lado y, al final, siempre nos quejamos del sentido del voto de los demás, como si nosotros no estuviésemos en edad de sufragar. 

Tu amigo, que nunca te falla, te anima a que  te quedes en silencio, te des la vuelta como un calcetín y te propongas cambios , en silencio, para que otros también te lo copien  en silencio. Esta es la mejor  forma de cambiar un mundo estancado en sus propuestas y al que tendríamos que quitarle muchos de los aplausos que algún día le dimos o que aún hoy seguimos dándole.



Juan