sábado, 22 de febrero de 2014

¿POR QUÉ CREO QUE ESTE MUNDO ES UN CARNAVAL?

En Carnaval son disfrazamos como cuando nos levantamos por las mañanas y aparentamos haber dormido muy bien, a pesar de haber tenido silencios y discrepancias que nos mantuvieron en vilo, dudas y deudas que nos arrebataron los minutos de un sueño placentero y una carga de incertidumbre por no saber qué podríamos hacer para devolverle la alegría a la cara de alguno de nuestros hijos.

El Carnaval es un desmadre porque cada cuál va a su aire, se distribuyen por la fiesta con algarabías y movimientos desenfrenados, como en el relato de quien vende y quien ofrece, el que promete y quien desea ser aceptado ante los demás para que le sigamos pagando un sueldo con el propósito de que crea que su responsabilidad terminó el día en el que recibió todo el apoyo.

En Carnaval bailamos y pataleamos al son que se toca, como en las escenas de la vida, porque aceptamos y cumplimos porque lo hace el vecino pero no porque nos hayamos convencido de la verdad de un cambio que nos debe empapar de alegría, orgullo, satisfacción y ánimo.

El Carnaval nos permite pasar desapercibidos, como cuando nos reconocemos culpables del dolor de los demás y aprendemos del disfraz y el cambio de voz de la adolescencia temprana para camuflarnos y que quien siente el dolor no alcance a mirarnos con detalle, porque sentiríamos el dolor de su desamparo y el desconsuelo de nuestra falta patente de samaritanismo.

En Carnaval nos desinhibimos y permitimos que broten nuestros deseos contenidos y las ilusiones amarradas, como en esos momentos en los que nos atrevemos a señalar y minimizar, ningunear y olvidar que somos parte de una olla de garbanzos y que todos hervimos y nos ablandamos, adquirimos el sabor del condimento y nos revolcamos con papas y grasa, al mismo tiempo y con la misma intensidad.

El Carnaval es un momento para hablarle, de tú a tú, a cualquier desconocido, como en los instantes en los que creemos ser aquellos que pueden trastocar el mundo, cargados de esa energía y esos sueños que a veces son interrumpidos con el conservadurismo y los prejuicios.

En Carnaval necesitamos de los demás para hacer ruido, muy por encima de la fuerza de nuestra voz, al igual que precisamos integrarnos en equipos para extraer lo bueno de los demás y aprender a dibujar mejor la estela de nuestras propias vidas, si somos capaces de reconocer la pimienta que albergamos en nuestros corazones y las lágrimas que provoca cuando la soltamos.

El Carnaval es una fiesta que permite y confunde, obliga a homogeneizar una cultura y condiciona esa mezcla que nos identifica mejor que en la individualidad, al igual que cuando queremos aparentar estar cercanos y ser mejores amigos, transformando nuestras actitudes en caricaturas de lo que debiésemos ser si en realidad fuésemos como aparentamos, más cercanos que distantes y más presentes que necesarios.

En Carnaval nos embriagamos y nos impregnamos de una dependencia de los demás que nos gusta y nos atrae, como en las situaciones en que nos sentimos arrastrados en un desenfreno de palabras que no nos convencen y nos abrigamos con la chaqueta de la pobreza para que no descubran nuestra riqueza de hipocresía e ironía.

El Carnaval viste por igual a quienes tuvieron recelo de presentarse y a los que nunca acostumbraron a su cuerpo a sobrellevar harapos, porque los arlequines y los disfraces visten a todos por igual, aunque lo trascendental sea si sabes llevar el colorido y las caretas con la dignidad de quien sabe que por dentro eres igual que los demás y que necesitas igual que los demás, pero que lo puedes encontrar en cualquier disfraz con el que te encuentres a tu paso.

En Carnaval pretendemos ser payasos, procurando que en un mundo de payasos no haya espectadores que señalen y se cobijen en las carcajadas que despiertan, esperando que las verdades no sean coartadas ni limitadas las expresiones del alma, las que salen disparadas por una ortografía diseñada con los sentimientos abatidos y las frustraciones estilizadas, al igual que el Quijote tuvo de aparentar estar loco para transmitir la verdad de una sociedad que se agotaba.

El Carnaval se prolonga hasta que el cuerpo aguante, así como nuestras fuerzas deben aguantar hasta que la esperanza sea capaz de transformar una tristeza en una sonrisa y un crujido de hambre en un minuto de saciedad, un instante de soledad en unas manos entrelazadas y una mentira al menos en una media verdad, pues si esperamos que en estas fiestas todos seamos iguales, procuremos serlo también en nuestra vida real.

Vuestro amigo, que nunca os falla.


JUAN

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