miércoles, 11 de diciembre de 2013

COMPRO MOMENTOS ROTOS

Nunca he encontrado a alguien que vaya por ahí "comprando momentos rotos", porque no se parecen a los momentos "nuevos", a esos minutos a los que nos enfrentamos por primera vez y vivimos con la integridad de reconocer que nos pertenecen y que podemos jugar con ellos a nuestro antojo.

Un "momento roto" es un espacio en el tiempo pasado, que ya usaste según tus convicciones, sin haber pedido consejo, sin encontrar un soporte para superarlo con creces, que te dejó alguna huella que te va a marcar por siempre y en el que siempre vas a pensar porque fuiste capaz de destruir la magia con la que se te acercó para que lo aprovecharas.

Los momentos se rompen porque nos creemos dueños de las manecillas del reloj y dejamos que sigan corriendo sin observar con detalle su caminar constante, mirando siempre hacia el suelo porque pensamos que solo puede haber secretos escondidos y maravillas por descubrir en nuestra sombra y nuestras huellas, ensimismados con nuestros pensamientos y ajenos a las influencias de la vida.

Un momento se rompe cuando desatamos una actitud incoherente, sin relación con la luz que nos ilumina o cerramos los ojos y nos alejamos del instante cuando este sigue intentando atraparnos porque nos tiene guardada una sorpresa.

Aprovechar el momento implica vivir preocupándonos de ser cada día más integrales y cercanos, predispuestos a estar con algo más que con nosotros mismos y dispuestos a empaparnos de esa verdad que nos ronda, en las palabras que compartimos, las miradas que intercambiamos o las escenas de la vida de la calle o del ambiente familiar en cuyo rodaje intervenimos.

Hay momentos rotos en nuestras discrepancias no aceptadas, en el beso que robamos a alguien, en el piropo que nos guardamos, en el aplauso que no quisimos entregar, en el agradecimiento que usurpamos por envidia, en el traje de odio que compramos a nuestro ego, en la prisión en la que arrinconamos una verdad susurrada y no compartida, en la compañía que ignoramos, en la mano alzada que interrumpió nuestra actitud manifiesta, en esas sílabas que fracturaron la confianza, en la ausencia que no supimos llenar, en la expresión de llanto que nos faltó entregar, en la fiesta de la concordia a la que nunca fuimos, en la calle de la humildad que nunca pisamos o en esa tienda de los abrazos donde nunca compramos uno, aunque fuese de segunda mano.

Cuando un momento se rompe surge instantáneamente el afán de auto-defenderte, aunque no tengas defensa disponible ni válida, quieres solucionar el vacío con relleno de escaparate, ese que anuncia lo que tú quieres ver y no se dispone en stock, te amparas en el borrón y cuenta nueva, en espera de nuevos momentos, vírgenes y cargados de retos, aún con la opción de volver a romperlos porque se quieren aprovechar, en beneficio propio, sin pensar en la repercusión de tu presencia, en el alma de tus gestos o el aprendizaje de tu ejemplo por quienes miran y observan, se llenan de expectativa y se rellenan de exclamaciones de amparo incondicional cuando te ven llegar.

Romper un momento es destruir el regalo que te ofrece la vida porque es un libro abierto a la verdad que vas buscando y que puedes encontrarla en ese rincón que te parecía obscuro, en la habitación solitaria y callada, delante de un espejo al que confiesas tus mentiras o ante quien menos te esperabas que te dictara cátedra, en relación a tus actitudes hipócritas y falsamente samaritanas.

Tantos momentos rotos que han acabado con la paciencia y la paz de un ser humano esperanzado, con las ilusiones de niños enamorados, con la entrega de adolescentes adormitados por el efecto del boom hormonal, con la tranquilidad del ocaso del adulto mayor o con la serenidad de una madre en la jornada de cocina, esperanzada en que la ensalada aliñada con tanto cariño sirva para un nuevo momento que nadie rompa jamás.

Por todo esto, quiero comprar momentos rotos con monedas virtuales de consejos, para que aprovechemos al máximo la verdad de la cercanía de un alguien que tiene más valor que una sombra y más presencia que un rayo simple de luz, porque necesitamos dedicar espacios grandes para que se rellenen con oportunidades que iluminen nuestros momentos y los podamos hacer vivenciales para seguir creciendo.

Tengo un taller donde barnizo caracteres irrascibles y doy brillo a palabras mojadas de desencanto, un lugar donde se puede afinar las cuerdas de la mentira y calibrar relojes con campanadas de odio y envidia, un lugar donde se pueda devolver el color a los muebles viejos y el encanto de antaño a la post-modernidad que empalaga y distancia, un cobertizo donde se inyecta gasolina súper, sin plomo y ecológica a quien va por la vida con combustible contaminante que hace daño e intoxica.

Yo te ofrezco comprarte tus momentos rotos, porque quiero devolverlos con vida para que recapacites y reflexiones, te detengas y no involucres a los demás, a quienes comparten tus momentos, en otra ruptura que les va a marcar porque esperaban más de tí y de tus propias actitudes.

Te invito a que seamos capaces de seguir viviendo los momentos como únicos, porque los demás, personas o animales, paisaje o recursos naturales, se merecen miradas y actitudes, gestos y formatos de vida que les alegren los minutos y les devuelvan la esperanza. No rompas más momentos y si tienes alguno roto yo te lo compro.

Tu amigo, que nunca te falla.



JUAN

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