lunes, 25 de noviembre de 2013

POR UNA NUEVA NAVIDAD 2013

                        

 La Navidad es un alto en el camino diario, al final del calendario y donde todos albergamos recuerdos, añoranzas, tristezas y vínculos que nadie quiere olvidar.

Vivimos a plenitud todas las festividades señaladas en los meses precedentes y pareciese que llegamos sin fuerzas al nacimiento de una nueva esperanza, la que nos mueve a seguir siendo y estando entre los demás.

A veces, queremos acompañar nuestro olvido con pasteles y turrón, pero el vacío se llena de abrazos y voces cálidas que transmiten ese cariño que sólo fabrica el corazón enamorado de relaciones fraternales, padres-hijos o de pareja, abuelos-nietos, tíos-sobrinos, entre primos o vecinos, compañeros de trabajo o coterráneos.

Creemos que poner cara de circunstancia y alma  acongojada, manifestar actitudes solemnes y encender una antorcha en la obscuridad de la noche de Navidad nos va a hacer más humanos y cercanos, pero la proximidad la da el trato y la cercanía, los pensamientos dedicados en silencio y los consejos pedidos a la vida y no transmitidos, porque se solicitaron para no olvidarse de las circunstancias que separan y las decisiones que comprometen y obligan.

En una canasta de  Navidad debiera abrirse un espacio para envolver unas palabras de agradecimiento y unos abrazos de sinceridad plena, por el alcance de una confianza que nace del trato diario en una relación entre dos, así como un hueco para una botella llena de ese elixir que refresca y embriaga de  satisfacción por el respeto cosechado y la armonía alcanzada.

Se debieran regalar tarjetas diseñadas por aquellos que se mantienen olvidados y marginados, con tinta de coraje por lo que les quitamos de reconocimiento y de apoyo por lo que nos entregaron en nuestra vida cotidiana.

La Navidad debiera servir para remover las palabras y ordenarlas mejor en los piropos a los que nos debemos, a fin de saldar cuentas con saldos pendientes con nuestras madres, padres, hermanos, vecinos y conciudadanos, a los que a veces prometimos lo que nunca hicimos e hicimos frente a ellos lo que nunca les prometimos.

En Navidad debiéramos despojarnos del cinismo de asomarnos a una tarima para ofrecer lo que nos sobra, en nombre de un regalo para un no-contactado por el cariño de cuantos alardeamos de ciudadanos, sin saber que nos debemos -por lo mismo- a una ciudad de aparentes iguales en un mundo de evidentes desiguales.

Llega la Navidad y seguimos acumulando más de lo que trajimos al mundo, peleamos por tener más de lo que alcanzamos en la pubertad, nos enorgullecemos de tener más que el vecino que enfermó trabajando y no supo aspirar, aunque estuviera cargado de humildad y seguimos esperanzados en acumular para entregar una herencia cargada de todo menos de ejemplo y beneplácito, sinceridad y compostura.

Entramos en otra Navidad sin haber eliminado del diccionario la expresión “Violencia de género” porque no hemos sido capaces de erradicar actitudes violentas y discriminación por que hay quien aún hoy día cree que el mundo se parece más a ellos que a los que piden en las esquinas, a los que lloran en el desierto o los que padecen, sin haberlo solicitado, un SIDA y fruto de una violación consentida por una sociedad, de la que todos formamos parte.

Rezamos a un Dios del que esperamos que nos reconozca nuestra actitud de rodillas y nuestros golpes en el pecho, aunque despreciemos la buena voluntad de quien se acerca o la crítica de quien espera que cambiemos, porque pensamos que pertenecen  a otra casta y son guerreros de otra contienda.

Continuamos con la misma prepotencia y demagogia de antaño, despilfarramos lo mismo al final del año, el paganismo y la hipocresía se visten con los mismos colores, continúan celebrándose los mismos eventos de trabajo, en pos de un objetivo que siempre fue una muerte anunciada y no vacilamos en dudar de todo lo que no me va a generar algún interés, manipulamos los discursos a costa de mantener dependiente el alma de gente esperanzada en la nada y no nos damos cuenta que ya entramos en la siguiente Navidad.

Se tira comida y tenemos la osadía de pensar en quien pasa hambre, despilfarramos tiempo y nos sentimos afortunados celebrando con aplausos la caravana para un país del tercer mundo, que agradecería más nuestra presencia comprometida que nuestra oración sin contenido.

Miramos el dolor y agradecemos por estar vivos, escuchamos el lamento y seguimos pendientes de la prima de riesgo, siguen pasando los días y aún no he leído un periódico que resalte lo que pasó a un desconocido o un noticiero que sólo relate la vida misma, aunque no sea noticia para muchos, porque se pierde audiencia y no se aplaude indirectamente al corrupto o se premia al ladrón con un minuto del tiempo de los demás.

Somos globales, todos lo decimos, pero seguimos bailando en nuestro propio terreno, viajamos para disfrutar de vacaciones y lloramos porque tenemos miedo, pero nunca reflexionamos sobre el terror de los demás ni somos capaces de sacrificar unos días de asueto para compartir con quien no dispone de nada.

Aún hoy nos alejamos de las mascotas desprotegidas tras los barrotes de una jaula, como escaparates de moda y en lugar de protestar por su estilo de vida compramos una y dejamos el resto en su hábitat de reclusión y pena. Incluso miramos al lado opuesto, con el propósito de no involucrarnos, cuando vemos maltrato o humillación, arrebatos de locura contra la dignidad del ser humano y callamos por dentro, a la espera de que un jabato arriesgue su vida por la víctima que reclama un segundo de apoyo anónimo.

Seguimos educando nuevas vidas con mensajes de la llegada de Jesús, pero impresiona que no se pisa mucho la calle porque pareciese  que nunca hubiésemos tomado una copa con el harapiento y nunca nos inmiscuimos entre las diferencias notables que estamos colocando –arbitrariamente- entre los que viven en el mundo del banco malo y los que esperan alcanzar, algún día, un verdadero banco bueno.

Repetimos las miserias y no nos acordamos de las bondades, pintorreamos la vida de color gris porque siempre hay nubarrones de odio, aislamiento, marginación y olvido, desastres naturales y distanciamientos, pero vamos a entrar en Navidad y aún no se ven colores de tonos claros porque quizás no haya quien aún vea esperanza en este mundo de cinco barcos, cargados de tripulantes, que no pueden navegar en el mismo mar sino a costa de cañonazos, piratería, desembarcos, amarres y banderas que separan.

 Estamos llegando a Navidad y no despertamos porque dormimos con la verdad con la que nos arropamos, olvidamos que somos de carne y hueso para sentir y temblar, pensando que la vida nos hizo duros como el hormigón, rellenos de hierros fríos y verticales, sin espacio para la comprensión ni la solidaridad. Lamentablemente, llegamos a Navidad sin esperanzas de cambio ni de mensaje, con el mismo ser que cuando arrancamos el año y sin haber aprendido de las voces que claman, escuchando lo que nos apetece y acostumbrándonos a seguir ganando el pan con el sudor del de enfrente.

Nos acostamos con callos en las manos por los golpes repartidos, con dudas razonables por las actitudes indeseables derramadas con nuestros cercanos y con las mismas cuentas bancarias cargadas de intereses de lo que quedamos debiendo al mundo y a los nuestros, cargados de proyectos rotos porque los diseñamos con envidia y afán de superar al otro por orgullo y no por humildad. Espero, en esta Navidad, que Jesús no se despierte en su cuna porque esté molesto con nosotros y que llorase sin consuelo porque quizás no sea este el mundo al que tenía que haber llegado.

Sin embargo, espero que a partir de esta lección de vida aprendamos a cambiar nuestro ropaje y nos vistamos de más franqueza y menos apariencia, más despertar y menos somnolencia, más verdad y menos carisma, más comprensión y menos orgullo, más entrega y menos envidia, más respeto y menos prepotencia, más hermanos de riesgo y menos prima de riesgo, más renuncias y menos opulencia, más solidaridad y menos individualismo, más franqueza y menos manipulación, más pureza y menos relleno, más sociedad y menos intereses, más visibilidad y menos globalidad.

Que Dios reparta ilusión, iluminación e inteligencia a todos por igual, para seguir esperanzados en un mundo mejor, para aprender a iluminar el cambio que todos necesitamos, desde nuestro esfuerzo personal y con la inteligencia de saber que somos animales racionales para buscar la comprensión y el apoyo, no la delimitación de terrenos y la voracidad de animales salvajes.

Por Navidad, en esta Navidad, quisiera vivir un día sin pronunciar las palabras “oportunismo”, “violencia”, “accidente” y “manipulación”, que no hubiese ningún acto que conllevase estos apelativos y que nos olvidemos del cinismo de conjugar el verbo amar en indicativo (yo amo, tú amas, el ama, nosotros amamos, vosotros amáis, ellos aman), y aprendamos a conjugarlo en condicional, soñando qué pasaría en este mundo si (yo amara, tú amaras, él amara, nosotros amásemos, vosotros amáseis o ellos amaran), siempre de verdad.

Feliz Navidad desde el corazón de un soñador.  



Vuestro amigo, que nunca os falla.


JUAN                  

No hay comentarios:

Publicar un comentario