jueves, 26 de diciembre de 2013

EL CUENTO QUE YA LLEGA A SU FIN

Terminamos el día con la alegría que lo comenzamos y nos fuimos a descansar al albergue, porque era nuestra última noche, temerosos de que tuviésemos que alquilar un cuarto en mitad del parque. De todos modos, la esperanza de seguir unidos nos da fuerzas y coraje, pues no hay mayor fortaleza que la que logramos alcanzar uniendo nuestras manos.

Todos rezamos alrededor de la única cama que ocupamos y cada uno formulaba una alternativa, la que los demás discutíamos y entre todos proponíamos la prioridad que mejor se acomodara a nuestra propia realidad.

Hay muchos momentos de verdad en una mirada, porque está dibujada con colores de pesar y amarguras, respuestas y preguntas, pero al mismo tiempo es un estímulo que quema y abriga, señala y alimenta almas adormitadas con la monotonía y el quemeimportismo. 

De repente, me miré en un espejo y salté de emoción, porque detrás de mí veía entrar a los camarógrafos y reporteros, con luces y altavoces, pero me estremecí cuando pronunciaron el nombre de mis padres, porque los dos firmaron al dejar a aquel niño en la televisión.

Recuerdo que las intenciones de la familia fue ayudar a un reencuentro, aunque después de un rato comprendí que aquel gesto desinteresado estaba abriendo las puertas a toda mi familia. Nos subieron a un autobús y nos condujeron a un hotel, donde nos pagaron la estadía hasta que nos buscaron un trabajo y nos pudimos trasladar a una casa que tenía un poco de todo.

Aprendí a bañarme en la piscina en la mañana temprano y a dar órdenes a los empleados, a cuestionar todo lo que se hacía, de buena o mala gana, a no hacer nada, a vivir observando y a dormir sin aparentes problemas, a no disfrutar del vuelo de los mosquitos y a no oler a orina, a comer y desperdiciar, a ver las noticias y a dejar de hablar entre nosotros.

Por eso mismo, sin miedo a la calle y sus entrañas, me escapé de aquella casa y salí a la calle, rememorando la vida de vagabundo y queriendo visitar mi vieja casa, de la que nos despojaron sin compasión y vi un cartel que decía "se vende".

Corrí y le dije a mi familia que podemos agradecer a la familia que nos acogió que preferíamos trasladarnos a nuestra casa de siempre y agradecerles por el gesto de la casa brillante y grande, pero que necesitábamos luchar para que nunca más nos desahuciaran, porque ningún ser humano se merece eso sin antes haberle dado una oportunidad para superar las dificultades y que quisiera salir un día de ahí para visitar el albergue y el parque, a ver si caminando por las calles y cogidos de la mano, volvemos a recuperar el encanto familiar de antaño.

Nada ocurre porque sí, todo tiene un sentido, pero depende de nosotros adaptarnos y re-enfocar nuestros pasos o regresar a nuestras huellas, hablándoles de nuestros pesares y siempre conseguiremos seguir haciendo camino al andar.

Vuestro amigo, que nunca os falla.


JUAN

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