domingo, 22 de diciembre de 2013

EL CUENTO QUE PUEDE TENER UN FIN

Comimos y disfrutamos, agradeciendo lo que he aprendido de la gente que antes ignoraba, porque tiene tantas experiencias acumuladas que da gusto escucharles atentamente; son algo así como un libro abierto y ahí puedes mirarte e identificar tus propias vergüenzas y ambiciones.

A la mañana siguiente salimos en grupo, como debieran salir las familias, pues normalmente el esposo o el novio van delante, corriendo antes de que se acabe la calle, la esposa o la novia va a su ritmo o le deja a su aire y conversa con quienes quieren seguir su paso, los niños van a los laterales, escuchando lo que dicen otros y no la supuesta conversación de los padres, enfadados porque algo no les salió bien y las caras largas van retratándose en la calle.

Llegamos a algún lugar y nos reunimos, abrazados, porque queremos ver a un payaso que interpretaba en plena calle y eligió a mi papá para burlarse de él, como lo mandaba el guión, pero conocí al papá payaso que siempre quise tener y disfruté como nunca, provocándome un arrebato de locura que me impulsó a abrazarlo y a perdonarle todo, porque me había hecho reír a mí y a todos. Ese era mi papá.

Es ilógico, pero cierto, que encontremos una verdad desconocida en plena calle, cuando huimos de la calle para refugiarnos en la seguridad del hogar. Creo que la calle va a ser mi verdadero hogar, porque tengo el calor de unos padres que en la calle pasan abrazados, después de una actuación como esta, mientras que en la casa pasan distantes y enojados.

Quería que no terminase el día, pero ya estaba llegando el almuerzo y a lo lejos había una señora que vendía pollos, pero el olor no era muy agradable y mi madre se acercó sigilosamente y le dijo que le pusiese laurel y cerveza, que el fuego y un poco de movimiento se encargarían del resto y así fue, pues enseguida se llenaron las mesas y, cuando íbamos caminando unos metros más allá del puesto nos llamaban para invitarnos para el segundo pollo que había salido, porque el primero fue un verdadero éxito.

Tantos pollos que hemos comprado en el mercado o en la tienda de la esquina y sólo aquel que fue a cambio de un consejo culinario supo mejor que ninguno. Lo fácil que es comer en la calle si eres solidario, lo que se necesita cuando tienes asegurado el sustento y no necesitas agudizar el ingenio ni estar tan cerca de los demás.

Nos sentamos a descansar y un ladronzuelo quiso quitarnos una maletita de ropa y le dije: Si es para arroparte, porque tengas frío, coge algo, pero si es para robarla en la noche te voy a ver en el refugio, a donde llegamos todos, más tarde o más temprano, y ahí te voy a señalar y tampoco vas a tener cobijo en esta noche de frío, tú sabrás lo que haces.

Al instante me devolvió la maleta y le dije que se portara mejor con los demás, porque eso es lo que va a recibir en el futuro y me pidió algo de pan y fuí a comprarlo con una moneda que había encontrado en la calle, porque en la calle de la familia hay de todo.

Encontramos a un recién nacido llorando en una esquina y mi madre, que recién había dado a luz, le brindó leche calentita de su seno y el niño sonrrió, creo que no sabía cómo darle un beso a mi madre y yo le dije que se lo daría por él. Lo llevamos a la televisión, a donde siempre reclaman a personas desaparecidas, indicándoles dónde lo habíamos encontrado y nos pidieron nuestra dirección y mi madre le dijo que no hay que decir de dónde se viene sino a dónde se va, pero que no lo hacemos por dinero ni por algún interés sino porque es Navidad.

La cantidad de mensajes que podemos recibir de una familia de desahuciados y luego lloramos al verles por la calle, cuando deberíamos agradecer al cielo que nos acompañen en nuestros silencios y nuestra ignorancia, porque la calle de una familia es un capítulo -muy largo- de la escuela de la vida.

Vuestro amigo, que nunca os falla.

JUAN

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