lunes, 1 de mayo de 2017

DETRÁS DE LA PUERTA

Siempre nos ubicamos en la acera y nos imaginamos lo que habrá detrás de la puerta y, casi siempre, lo llegamos a saber cuando el vecino lo cuenta con detalle o las noticias narran los acontecimientos del día a día, a veces sabrosas por su encanto e ingenio y otras lamentable por la secuencia de los hechos.

Y es que nadie sabe lo que ocurre más allá de la puerta, esa madera o hierro que delimita un espacio natural y nos provoca atravesar por el simple hecho de su existencia, a pesar de que cada quien tiene el derecho de administrarlo según sus principios y valores, alejándose de rumores y prejuicios, comentarios y cuestionamientos.

Ahí es donde gritan los niños abandonados y no los escuchamos, porque tragan su pena con momentos de soledad amarga y golpes insensatos, reconociendo que la vida es una suerte de oportunismos y amenazas, las mismas que ellos cometerán cuando sean adultos, fruto de lo aprendido en su infancia.

Ahí es donde calla la mujer maltratada, vigilada y rondada por el macro-machismo manifiesto o el micro-machismo encubierto, amenazada y temblorosa, porque su vida y la de los suyos depende, en muchas ocasiones, de su propio silencio tolerante.

Ahí hay abuelos que vegetan callados, sin molestar en la esquina del patio, soleándose para disimular su anemia de afectos y quemando los pocos cartuchos de vida que le quedan, esperando la noche que les provocará recuerdos apagados, pero al mismo tiempo vivos, como la gasolina que permite arrancar a un vehículo estacionado.

Ahí hay mascotas amarradas y tristes, quejumbrosas y sin brillo en los ojos, cargados de vaivenes emocionales y saltos juguetones, esperando la carrera que le de sentido a su libertad.

Ahí es donde encontramos plantas regadas, armadas con el verdor de unas hojas que tienden a dar sombra a los sinsentidos de los familiares, recogiendo al mismo tiempo las gotas de lluvia y las maldiciones que se disparan los unos a los otros.

Ahí vive la indiferencia como un inquilino más, ahondando la rencilla de miradas y los condicionamientos más primitivos, donde todos se alejan de todos por miedo a contaminarse de nada.

Ahí permanece el tiempo, sin llamar la atención por todo lo perdido y no recuperado, cabizbajo y dormido, en un letargo que podría aprovecharse para asesorar a quien busca consejo y compartir con quien solicita apoyo.

Ahí están silenciadas las deudas y los resentimientos, las dudas y los pormenores, las balanzas de pago y los agujeros negros, pues todos nos enfrentamos a estos sinsabores en nuestro día a día, cada cual con su cuota de confianza en superarlos o su desesperación al enfrentarlos.

Ahí también se encierra el tiempo libre, esos momentos en los que algunos se emborrachan de no hacer nada y otros aprovechan para dar ejemplo con una lectura meditada y reflexiva.

Ahí cabe un espacio para el polvo acumulado y cargado de desencuentros y alimañas, sucio como el polvo mismo y flotando como una amenaza en el ambiente que antecede a la cocina, donde se fraguará el almuerzo que cada quien se merece o se lo puede permitir.

Ahí están las redes sociales como una cuerda floja que te puede arrastrar al vacío y el aborto provocado porque a nadie le importaron los sentimientos de los demás, el miedo al qué dirán y los viajes sin programar, los regalos que no saben a nada y quieren ocultarlo todo y la ropa limpia para ir a la iglesia a confesar tus vacíos y esperanzas.

Ahí es donde te miras a los espejos y escuchas las críticas que no te permiten salir hoy a la calle, se esconden las joyas que heredaste y para las que no se necesitarían seguros porque las llevas en el corazón, si es que guardas alguna.

Y ahí es donde se esconde la esencia de la educación más ancestral, la que se transmite sin haberla estudiado, la que se regala sin haberse pedido, la que se construye para convertirse en herencia y legado.

Y ahí, también, es donde nunca dejamos de gritar para aprender a protestar, donde ensayamos la declaración para enjugar nuestra vida con besos y miramos por la ventana a quien se atreve a preguntar ¿que habrá en esta casa detrás de la puerta?

Tu amigo, que nunca te falla




JUAN 

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