jueves, 2 de marzo de 2017

¿QUÉ NOS DICEN LOS PAYASOS?

Un payaso nos hace reír porque nos cuenta que llueve cuando está brillando el sol y creemos que él se lo cree, aunque la evidencia esté en su contra y, cuando salimos, empieza a llover porque el payaso tenía siempre algo de razón.

Las frases de un payaso son verdades que desaparecen cuando se quita la pintura de la cara, porque esconde siempre sus dudas e incertidumbres y las expresa en público para que todos conozcamos a quienes son como él y pasan desapercibidos, porque necesita que lo saludemos y escuchemos.

El payaso nos habla de imposibles y nos enseña que dos más dos son tres, aunque las matemáticas lo desaprueben, pero si nos quedamos en silencio comprobamos que dos a favor de una propuesta y otros dos en contra terminan por confrontarse y sólo se enfrentan los líderes, que son dos y siempre buscarán un árbitro para que ponga orden y ahí sumarían tres.

Cualquier payaso se mueve con poco arte y lanza puñetazos al aire, en un afán triste de golpear alguna palabra suelta que no debiera estar en el diccionario y, en el fondo, creo que quisiera atrapar la expresión "sexo débil" que está referida, con el afán de arrancar lo débil de cualquier palabra, porque habrá un adjetivo "fuerte" que se lo asignarán los que se crean con derecho a imponer.

Un payaso no pasea por cualquier calle sino que se mueve en su escenario, donde tiene el poder de cuestionar y criticar, haciéndonos reír, porque al abrir la boca proponemos a muchos músculos que nos obliguen a refugiarnos en una reflexión profunda y es por eso que, después de escucharlos, entendemos que el ombligo es la parte de nuestra fisionomía que no sirve para nada y por ello, también, algunos pasan mirándoselo constantemente, creyendo que es el centro del universo como ellos también se lo creen.

A un payaso se le aplaude porque sus discursos son cortos pero sensibilizan, sus carcajadas confunden pero llegan a lo más hondo de nuestras verdades escondidas y cuando lloran nos contagian, porque quizás también estén llorando por dentro y lo que vemos son esas lágrimas verdaderas que no fueron capaces de derramar en sus ratos de soledad.

Cualquier payaso se viste con ropa colorida para que todos nos identifiquemos con nuestro color preferido y nadie desvía la mirada al sentirse atraído por el rojo o el azul, el verde o el negro y así, sin querer, todos nos creemos protagonistas de las historias, tristes o alegres, que intentan representar durante sus ratos de función.

Todos los payasos tienen zapatos grandes porque quieren dejar huellas en lo que dicen o insinúan y, al final, pretenden que seamos más sensatos al caminar y al aceptar, más cautos al correr o al decidir y más reflexivos al asesorar o al educar.

Un payaso nunca miente, porque estaría discrepando de su propia razón de ser, porque el payaso es nuestra alma gemela, la que nos acompaña con prudencia y nos aconseja con delicadeza, es nuestro mejor amigo y nuestro profesor más silencioso, porque enseña con los gestos que se mueven con la mirada, sin magia ni artimañas.

Un payaso nos cuenta lo que no se cuenta a sí mismo, nos relata lo que no tiene moraleja porque pretende que tú mismo la saques desde tu corazón y con la ortografía que quieras ponerle, nos habla de la infancia que él quiso vivir y descubre la verdad que él no puede encontrar.

El payaso, siempre lo supe, nos habla del mundo que quiere perder de vista y del que desea ver muy pronto entre los espectadores, nos hace preguntas para que aprendamos a dar respuestas y nos pone ejemplos de la vida diaria, la que nos molesta y dispone por nosotros, porque desea que aparezca otra vida más natural y espontánea en el día a día.

Un payaso nos mira como niño y nos hace sentir niños, nos señala como aventureros y empezamos la aventura de querer de otra manera, nos da la mano y sentimos que somos fraternos, nos rasca la cabeza y surgen las mejores ideas para ser mejores ciudadanos de a pie.

Un payaso, creo no equivocarme, es el relato más sincero de lo que nos falta por ser y de lo que necesitamos caminar para llegar a ser tan verdaderos como él o ella.

Gracias, payaso de ayer, hoy y mañana, por decirme lo que no cuentan las historias, porque tu historia es la que más me vale para crecer.

Tu amigo, que nunca te falla



JUAN. 

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