martes, 28 de marzo de 2017

¿A QUIÉN SE LO QUIERES DECIR?

Hay muchas personas que no pueden mantener un secreto que, al fin y al cabo, sólo es una frase que explica un hecho que no se desea hacer público y que se tararea en silencio para buscarle el desfogue más rápido para contárselo a ese otro alguien en quien crees confiar plenamente, que al final acaba siendo igual de confiable que tú y termina siendo público. 

Otros desean que llegue el momento, donde están reunidos todos los que son, para proclamar a los cuatro vientos una buena nueva o una decisión que cambiará el rumbo de los acontecimientos y así liberarse de la presión que suponía aceptar en solitario las consecuencias de haber dado ese paso, porque se piensa que al compartirlo se disipa la carga de responsabilidad asumida.

Muchas madres tararean a sus hijos canciones y, casi en silencio, susurran historias pasadas y vivencias emotivas, con lo que están dándoles un cariño extra por el recuerdo transformado en cordón umbilical, por donde ambos se retro-alimentan de la salsa picante de la vida, tan sabrosa como entrañable, aunque a veces se nos pueda presentar como quemante o tusígena.

Hace pocos días vi a un mendigo hablándole a dos perros que cobijaba entre sus piernas, acurrucándose del frío de las calles de París, consolándoles del ruido y del trajinar de caminantes y acariciando la mansedumbre y el hambre que colgaba de sus cuerpos.

Algunos seres humanos hablan para transmitir y enseñar, para educar y formar, porque su tarea fundamental es compartir su saber y su entereza pedagógica se encarga de hacer realidad el sueño vivo de ver reflejado en los pasos de los demás parte de su historia de vida.

Sin embargo, hay muchas personas que hablan mirando hacia arriba y con miedo, con ojos que piden paz y refugio en los campos abiertos para desplazados, igualdad y respeto entre los seres humanos manipulados y punto de atención de las mafias, acogida y apoyo en los que atraviesan mares huyendo o cruzan fronteras en un mundo global, de perdón en quienes se expusieron a atentados y de clemencia en todos los que siguen oprimidos por el yugo de la incomprensión, la envidia o el castigo persistente e inhumano.

Hay quien se lo quisiera decir a su padre, pero ya no lo tiene a su lado, o a un cercano y no le permiten integrarse, porque la sociedad está llena círculos de rechazo y espacios donde se descarga la rabia con todo lo que no es igual, porque se cree que la diferencia resta y no suma, a pesar de que siempre se llega a comprender que el diferente siempre fue el que generó la misma diferencia y no los demás que lo aceptaron como parte de su historia de vida.

Alguien podría creer que se lo podría decir a su compañero de trabajo, en quien luego encontrará un rival, o a algún actor o líder social y luego encontrará que podría ser una información que llegará a ser usada en su contra.

Reconocer que se lo podría decir al compañero, de paseo o de bar, puede suponer que más tarde lo comparta con un tercero y, lo que para mí fue parte de lo que no deseaba que los demás conocieran de mí, se transformó en una ventana abierta mientras duró la borrachera o el rato de paseo compartido y luego pasó a ser parte del cuchicheo de la calle.

Muchas personas desean decirlo rezando, porque en la oración descargan lo que pretenden y lo que anhelan, lo que les duele y lo que les aprieta, como si estuviesen buscando el perdón a partir de una penitencia que les libere de pecado.

Hay quien cree que se lo debe decir a su mascota, el ser vivo que come piando en su jaula, que salta y mueve la cola correteando en el patio, al gato que maulla porque tiene hambre o hasta a la mosca que, según la posición que adopta en la pared, nos anuncia frío o lluvia, porque nadie más se enterará y al mismo tiempo fortalece los vínculos de cariño mientras los acaricia o contempla.

Y también hay quien le habla al vacío porque no hay quien le escuche, esperando que el frío de la calle congele sus intenciones escondidas en los verbos que utiliza, desprendiéndose de los sinsabores que lleva cargando desde hace tiempo y del coraje acumulado contra todo y todos, en espera de que la soledad le brinde una luz y pueda hallar paz en sus reflexiones más turbulentas.

Hay quien se lo cuenta al único familiar que tiene y al que va a ver a la residencia de ancianos cada 15 días, con el único propósito de decirle que no se olvidó de él y que la distancia está siendo justiciera, pero que la demencia era un impedimento para poder compartir la carga de sus cuidados con profesionales.

Hay, por supuesto, quien cree que los medios sociales son la plataforma para contar lo que se quiere reservar, haciendo pública la forma y no el fondo, en espera de que alguien, vestido de anónimo o anónima, se haga presente en su vida y colme los minutos de silencio que tanto le preocupan y empiece a recibir miradas on-line, descargadas de calidez pero sobre-saturadas de palabras y emoticonos.

Hay, también, quien se lo dice al poema y los versos van hablando por sí solos y transmiten los paisajes de las rimas y los claro-obscuros de las estrofas, intentando emocionar y despertar verdades, arrinconar las penas y sacar a pasear a los deseos.

Y hoy quiero decírtelo a ti, porque tu lectura le da valor a mis palabras y reconforta mi pasión por escribir, porque al orientar mis pasos en la dirección que siempre elegí estoy aprendiendo a compartir mejor mi visión del mundo y sus circunstancias.

Con la esperanza de que esta entrada te ayude a comprender el por qué y el cuándo, el dónde y el cómo, el qué y el para qué se lo decimos a quien se lo digamos, se despide tu amigo que nunca te falla.


JUAN

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