¿Por qué no tiene aceras tu vida?
(Artículo publicado por mí en el Diario "La Hora", de Loja, el 1 de abril del año en curso)
Somos, o al menos deberíamos considerar
esta posibilidad, calles en un mundo convulso, pensando que tenemos libertad
para utilizar la carretera a la velocidad que dispongamos y, por eso, tenemos
accidentes y nos equivocamos con frecuencia.
No nos acompañamos de la prudencia
antes de tomar decisiones y chocamos por la premura que imprimimos a nuestros
actos, sin darles tiempo para que sepan responder al ritmo en que se presentan
los acontecimientos. Esto se refleja en las opiniones y los comentarios, las
decisiones y los compromisos.
Las prisas son una constante en nuestras
vidas, sin darle oportunidad a la reflexión profunda, la que acompaña siempre a
una caminata por la acera, donde disminuye el riego de tener accidentes,
protegido por la calma de los pasos y pudiendo caminar en ambos sentidos,
acorde a tus principios y valores, apetencias y vínculos, objetivos o
necesidades, rumbo o destino.
Al caminar podemos pensar y planificar,
sentirnos acompañados y acompañar, mirar y respirar, proyectar y sentir, que es
lo que necesitamos como seres humanos en libertad, porque la carretera nos
obliga a temer y correr, cuidando lo que podemos perder en cualquier
sobresalto.
Mira la calle desde tu ventana y siente la
necesidad de caminar, paso a paso, por la acera de tu vida, la que te dará la
oportunidad de pasar debajo de las ventanas y cerca de los portones, donde la
gente se asoma para saludar y compartir. Aléjate de la carretera, donde la
velocidad y no el buen tino, te ponen siempre a riesgo.
La vida abre y construye aceras para quien quiere reflexionar y también dispone carreteras para quien desea el riesgo y la aventura, tan precipitadas como inoportunas en una vida que tiende a ser compartida y viva.
¿Por qué no tiene aceras tu vida?
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