domingo, 9 de abril de 2017

LA SEMANA SANTA ES ALGO MUCHO MÁS SENCILLO


Me preocupo cuando veo la Semana Santa cargada de vacaciones planificadas y visitas a los grandes almacenes para comprar el mejor atuendo, ese que crees que combina con la peregrinación y los días de asueto, pero que en el fondo es una oportunidad de transformarte, en tu aspecto, para entrar con algún cambio en la primavera que ya llegó.

La Semana Santa es una peregrinación, desnudo, por tu recorrido en esta vida, descubriendo las pasiones que has ido atravesando, desconocido y apaleado, cuestionado y castigado, incluso juzgado sin motivo, para caminar con tu cruz por este mundo cargado de sinsentidos.

Me preocupa esa Semana Santa de palcos y tronos, palios y nazarenos, preparados "ad hoc" para resolver el paseo de una figura, abrillantada exteriormente y cargada de joyas y mantos de los que Jesús se despojó siempre, para no distinguirse entre los suyos.

La Semana Santa es sentarse a mirar la pasión injusta que atraviesan muchos seres humanos por condición social o religiosa, económica o personal, arrastrando taras o estigmas que los significan y distinguen, pero que al mismo tiempo los señalan y resaltan con alguna corona de espinas.

Me preocupo por la Semana Santa de vacaciones y descanso, la de madrugadas de cánticos con corazones ennegrecidos por el odio y la de atardeceres cargados de pasos y ruidos, en el silencio de quienes han perdido la fe por la falta de oportunidades.

La Semana Santa es una verdad "sin esquinas" porque se manifiesta en la procesión que todos llevamos dentro, ese camino que tenemos que hacer para que la paz vuelva a nuestras vidas, en la libertad de seres humanos "a la sombra".

Me preocupa la Semana Santa que da limosnas para adquirir el grado de "samaritano" sin preocuparse de las necesidades reales de los demás, la de los status y las campanadas, porque cada toque es una orden para seguir caminando.

La Semana Santa es la libertad de reflexión, cada cual en la calle que prefiera de su vida, sólo o acompañado, sin maquillajes ni claro-obscuros, porque en nuestro interior siempre llevamos el duelo y el trono, cargamos la pesada cruz de las incomprensiones o la indiferencia, el rencor o el castigo.

Me preocupo por una Semana Santa de visitas, para alegrarse con adornos y ornamentos, deslumbrarse con lo mágico de las voces y los golpeteos de los tambores, ahondando en una cultura y una religiosidad popular que no deben quedar en el olvido.

Sin embargo, la Semana Santa se pasa con la saeta de la monotonía y el desencanto, albergando dudas y prejuicios, ajeno a las vivencias de los demás y olvidándose de compartir caminos que debieran conducir a algún rincón, dibujando los momentos con hambre y abandono.

Me preocupa la Semana Santa de golpes en el pecho y alabanzas, porque no se escuchan con el mismo brío durante el resto del año, asistiendo a los oficios como un miembro destacado de la Iglesia más necesaria.

La Semana Santa, por el contrario, es una caminata a nuestro interior, para descubrirnos en nuestra propia pasión, en nuestro reencuentro y castigo, porque precisamos seguir siendo los mismos pero con una visión del mundo que incluya a todos quienes pasan la Semana Santa muchas veces cada año, porque el destino, las circunstancias, el desalojo, la indiferencia y el yugo le ordenan y mandan una pasión tan incómoda como injusta.

La Semana Santa es un modo de hablar de nuestros proyectos y reformarlos, de sufrirlos callados y disfrutarlos en peregrinación, porque todos venimos del mismo vientre y llegaremos al mismo suelo.

Tu amigo, que nunca te falla


JUAN 

No hay comentarios:

Publicar un comentario