miércoles, 11 de marzo de 2015

NO SABÍA NADA

No sabía lo que era el rocío y quise acariciar una flor en la mañana más tempranera y me humedecí las manos con agua fría y cálida, al mismo tiempo, que resbalaba entre mis dedos porque quería regresar a la misma flor y ayudarla a conservar el aroma que debía tener durante todo el día.

No sabía lo que era una lágrima y la vida me presentó una prueba de dolor y quise mantenerme frío y distante, pero el coraje y el desaliento me hicieron temblar y tiritar, aunque también tiritaron mis ojos y derramaron gotas humedecidas de rabia, recogiéndolas con mis labios y saboreando el castigo que había recibido por algo que nunca hice.

No sabía lo que era una línea imaginaria y quise tomarme unas vacaciones y pretendí atravesar la frontera entre la responsabilidad de mis derechos con los demás y la crueldad de mis obligaciones pendientes, decantándome por cumplir a medias mis deberes y olvidándome en parte de los demás; ahí me di cuenta que nadie me llamaba la atención y supe que esa línea no era real.

No sabía porqué los pájaros vuelan muy rápido y migran, pero un día salí a la calle y estaba soleado, el cielo limpio y las aves tenían un cuerpo estilizado, pero al mes siguiente hacía mucho viento, los pajaritos tenían una barriguita prominente y todos volaban en una bandada impresionante; querían anidar en otros lugares y querían, al mismo tiempo, ser impulsados por el viento para recorrer más largas distancias con menos esfuerzo.

No sabía lo que era un pecado y jugaba inocente con los demás, creyendo que todos los principios que me habían inculcado debían primar en las relaciones humanas, pero también veía personas que iban a confesar y luego se retiraban, cabizbajos y arrepentidos, a otro rincón de la iglesia y salían felices y con otra cara, pero recaían en los mismos insultos y actos de menosprecio y humillación, por lo que alguien les dijo a lo lejos ¿para qué te confiesas, pecador?

No sabía lo que era un insulto y miraba los saludos callejeros, con el respeto y la monotonía de todos los días de la semana, aunque alguien gritaba y otros se quejaban en voz alta. Sin embargo, había motivos para provocar a los demás y minimizarlos, ningunearlos y ridiculizarlos, caricaturizarlos sin perdón y vomitarles epítetos que nadie se merece y eso mismo leía en los diarios y veía en la televisión. Un día ví a un niño pegándole a un perrito y le decía que "no le insultara más", porque sabía que no podía decirlo lo mismo a un adulto caradura y sin capacidad de perdón.

No sabía lo que era la verdad y salía a pasear con los amigos y todos contaban muchas cosas, muchas de ellas no se correspondían con lo que yo sabía del trasfondo de los relatos. Un día le dijo mi mejor amigo, dirigiéndose a ese que se creía el líder en comunicación de grupos, que contase de los demás lo mismo que él quisiera que contasen de su vida y él les respondió "bueno, entonces les voy a contar la verdad".

No sabía lo que era un santo y creía que todos llevaban un halo de sabiduría y encanto, que vivían en los altares y que subían y bajaban del cielo como yo cogía mi bicicleta todos los días. Un día quise subir a verlos y empiné la escalera hasta casi caerme del susto, pero alguien me bajó de allí, me cogió de la mano y me llevó a ver a una señora muy viejita, temblando con sus manos agrietadas y sentada en el suelo y me preguntó ¿Qué le dirías a la abuelita? y yo le respondí "Abuela, creo que usted es más feliz que todos nosotros, aunque creamos que necesitas muchas cosas, pero yo quisiera darte un lápiz que llevo encima, un pañuelo que cogí esta mañana del armario y mi abrigo, que no necesito tanto. Al momento, ese señor que me bajó de la escalera me dijo "Tú eres un santo".

No sabía lo que era correr y me ví envuelto en una revuelta cargada de protestas y la multitud me arrastró. Alguien me dijo ¿Qué haces?. Le respondí "he escuchado las quejas de cuantos estáis aquí y me parecen justas, por lo que me dejo llevar para que algún día cambie también mi realidad" y entonces me dijo "si es así, corre".

No sabía lo que era soñar y siempre dormía y nunca me acordaba lo que había ocurrido en esa noche. Una noche dije "me voy a acostar con la ilusión de que mañana me van a comprar un juguete" y esa noche creí que había estado jugando con el juguete prometido. Mi madre me dijo, al día siguiente, que la felicidad está en soñar y para eso hay que vivir con ilusiones.

No sabía lo que era aprender y acudía a la escuela todos los días, mecanizando mis actos al escribir, estudiar y repetir, copiar y señalar, pero un profesor me dijo un día "ahora quiero que me digas qué hubieses hecho tú, si hubieses sido un rey de Castilla, hace muchos siglos atrás" y yo le dije cómo hubiese actuado en aquel entonces y le iba preguntando cómo era la gente y qué se comía, cómo eran las ciudades y cómo se ganaba la vida la gente, cómo se hablaba y cómo eran los curas, qué papel jugaban los que hacían las leyes y qué normas había en las ciudades, por qué se peleaba y qué eran las pestes y, cuando terminé mi historieta inventada, el profesor me dijo "Hoy he aprendido mucho de ti y de historia, Gracias".

No sabía lo que era el riesgo y un profesor me pidió mi opinión en un examen final. Yo le entregué el examen en blanco y le dije que esa era mi definición de riesgo. Recuerdo que era la asignatura de Filosofía y me puso la máxima calificación que jamás le había dado a un estudiante, simplemente porque él no pudo definirlo mejor.

No sabía lo que era el ejemplo y comprobaba que algunos niños hacían los mismos gestos que los compañeros y se molestaban, otros querían, a la fuerza, que los demás hicieran lo mismo que ellos y nadie quería hacerlo. Había sólo algunos niños que estudiaban, se portaban bien con los compañeros, compartían lo que tenían y hasta lo que sabían y los demás, brutos y palaciegos, gordo y flacos, habladores y silenciosos, atrevidos y tímidos, les seguíamos para copiar algo de lo bueno que tenían y, cuando fui mayor, comprendí que me habían servido de ejemplo.

No sabía lo que eran unos padres y crecí entre ellos, pero un día recibía besos y me abrigaban antes de dormir, me aplacaban si sufría y me enseñaban el camino a seguir, diciéndome lo que ellos habían hecho, me miraban más que a los demás y sufrían con mis sufrimientos, no se olvidaban nunca de mí y estaban más cerca que nadie de mis días, me confeccionaban mi ropa y me compraban mis útiles para la escuela, me acompañaban al médico y me hacían dormir en su regazo. No podía haber otros iguales. 

No sabía lo que era un blog y un día me puse a escribir. Hoy me dicen los amigos que leen lo que escribo y les encanta mi blog y, por eso, ahora sé que escribo un blog.

Gracias a todos por vuestra lectura, porque no sabía muy bien lo que era un amigo y todos me habéis demostrado que es necesario aprender el significado con vuestros gestos y vuestras palabras.

Tu amigo, que nunca te falla.


JUAN

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