sábado, 22 de marzo de 2014

VIVO SIN TANTA CONTRADICCIÓN

Nos levantamos y ya empezamos con la contradicción "traje marrón o verde" y para eso miramos el tiempo, asomándonos por la ventana y sentimos el frío mientras paseamos desnudos, escuchamos llover atentamente o vemos las noticias matutinas.

Entramos a la ducha y empezamos a cavilar si damos el primer paso "con la izquierda o la derecha", pues asociamos el pie que adelantamos con la suerte que nos tocará durante el siguiente día y nos convertimos en rehenes de las órdenes que dio nuestro cerebro, aunque por poco nos caímos en la ducha tan temprano.

Nos miramos al espejo y vemos la mejor manera de peinarnos "para arriba o para abajo", pues podemos dar una imagen diferente y más aún si necesitamos estar bien presentables ante los demás y de nuestra primera imagen va a depender si el jefe nos ofrece -o no- un ascenso.

Bajamos a desayunar y buscamos qué comer "un pan o un huevo", pues todo va a depender si en la jornada nos vamos a sentir incómodos con los gases o necesitamos proteínas suficientes por si no tenemos tiempo de hacer la siguiente comida hasta nuestro regreso en la noche.

Tomamos el coche y nos volvemos indecisos si "coger la ruta A o la B", porque consideramos que tenemos tiempo para pensar lo necesario en nuestro discurso o viviremos agobiados por los atascos.

Llegamos al trabajo y dudamos del color de la corbata (roja o verde), pues encontramos que la decisión de la mañana no fue la correcta y proyectamos en la corbata la suerte que correremos en la reunión, planificada un mes atrás.

Nos sentamos a leer y entramos en un juego dialéctico "señores y señoras o bienvenidos a todos", desconociendo cómo debemos empezar la charla, con el propósito de ser bien acogidos y no pasar desapercibido ningún detalle.

Terminamos la discusión y enseguida pensamos "estuvo bien o regular" y ahí surgen las dudas de nuestra propia desconfianza y no sabemos a ciencia cierta qué pasó hasta que alguien nos aplaude el primero y arrastra al grupo, saltando los vítores y reconocimientos.

Regresamos a casa y los niños se acercan a saludarnos y titubeamos "los abrazo o los tiemplo un poco", pues la prudencia de no festejar por adelantado es la costumbre o la serenidad que te dio ese aplauso inesperado te ha convencido que ganaste la batalla.

Abres la puerta y está la comida en la mesa y ahí te preocupas "lo comeré todo o dejaré un poco", pues tu afán es devorar pero tu condición ya te obliga a ser educado en la mesa.

Te vas a dormir y cierras parcialmente los ojos porque esperas el consentimiento de tu familia y el consejo de tu esposa "haré bien con aceptar o renunciaré para dedicarles más tiempo y de ahí la cara de tristeza", balanceando tus ilusiones con tus obligaciones.

Te atrae un sueño embriagador pero no quieres caer rendido antes de rezar y entonces te planteas "le pido fuerzas a Dios para aceptar lo que venga, casi seguro, o le ruego que me ayude a decidir" y al final te conformas con un Padrenuestro y que sea lo que tenga que ser.

A la mañana siguiente te levantas y te pones el traje con el que los tuyos te vean mejor, porque ellos son tu recompensa en la vida, entramos a la ducha de cabeza porque es lo primero que tienes que refrescar antes de ir a trabajar, no nos peinamos para estar a la moda, nos comemos lo que nos pongan y con agrado, cogemos con el coche la primera ruta que se nos presente y por donde se vea mejor el sol que nos debe alumbrar, vamos sin corbata porque fue el consejo de los hijos más jóvenes, los que viven enamorados de nosotros, damos un golpe en la mesa para atraer la atención y empezamos la charla diciendo "gracias por estar aquí" y así reconozco que quienes escuchan son los que dan sentido a mis palabras, me salgo de la reunión recién acabada con la seguridad de que fui fiel a los que confiaron en mí, haya gustado o no, abrazo a los que me esperaban sólo el abrazo, porque no les importaba la conferencia, me como a besos a todos en la casa, antes que al plato de comida, leo en las miradas lo único que me importa y es saber que hay paz y unión, salpimentada con comprensión y apoyo, le doy a los abuelos el beso que nunca puedo robarles, aunque lo agradezcan parpadeando de emoción, le doy una palmetada en la espalda a mis hijos mayores porque su silencio de preocupación también me apoyó para que fuese todo bien y, antes de dormir, le daré un beso de despedida a todos, porque han sido el regalo que me ha dado la bonificación necesaria para ascender una escala en mi realización personal y profesional, o sea, me han enseñado que únicamente sin contradicciones y siguiendo la estela del corazón, se puede alcanzar el puesto más alto que un ser humano puede aspirar "la felicidad".

Vuestro amigo, que nunca os falla. 


JUAN


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