viernes, 1 de marzo de 2013

EL PESO DE MI TALEGA

Al nacer venimos al mundo desnudos y con una talega que, en ese preciso momento, todavía es invisible porque no pesa, sólo llegamos con buena voluntad y dispuestos a descubrir lo que se presente ante nuestros sentidos.

Conforme pasa el tiempo esa talega, que sólo tiene aire en un principio, porque llegamos emprestados a este mundo, se va cargando de pequeñas soledades y enfados, disturbios del carácter y envidias propias del crecimiento y del desarrollo de nuestro saber estar en este mundo.

Aumentamos de peso y talla y la talega se llena de discordias y diferencias, vanidades y carismas tiznados de  negruzcas energías, las que te van diferenciando y distanciando, creyendo que ahí está el secreto para prevalecer entre los demás y que todos te miren y te señalen como algo especial.

Ya nos vemos mayores y aprendemos a engañar, presumir, dominar y controlar, pedalear sobre la dignidad del otro, marginar a quien sin tener nada ya nos supera con la mirada, alienar a un triste vagabundo porque nuestra autoestima no puede con sus gestos bondadosos y, al fin, envasamos desánimos y arrinconamientos, agujeros negros y trastocados arrebatos que pueden acabar con la serenidad y la vida del otro, con lo que empieza a pesar lo que arrastramos en la talega y nos cuesta seguir luchando.

Iniciamos nuestra vida adulta y empezamos a competir con maldad, a vivir con ironía, a rebuscar entre los corazones dignos, a presumir de lo que no somos, a aplaudir lo que nos puede empujar, a simplificar lo que debe ser explicado y comprendido, a vivir a costa del otro, a individualizar nuestra convivencia, a desinteresarnos lo que ocurre en otros mundos, a manejar lo que no nos corresponde, a insensibilizar nuestros besos, a mirar por encima del hombro, a apuntalar nuestra verdad como referencia, a aprender que la ilusión ya viene con dedicación para algunos privilegiados, a luchar por las cosas banales y descuidar las más entrañables, a agredir a quien nos complementa y desplazar a quien nos puede hacer sombra, a olvidar a los que nos llaman desde su propio espacio de agonía y a hablar de todo y de todos, menos de nosotros mismos, porque así creemos que somos puros y cristalinos, aunque otros hagan lo mismo con nosotros.

Y todo esto va pesando en esa talega donde se van almacenando los pesares del alma y las enfermedades que nos rodean y se enamoran de nuestro cuerpo, esa masa de penitencia que tenemos que pagar por nuestras actitudes y nuestros comportamientos, aunque pregonemos que nuestro código moral es el mejor del mundo y digno de imitación. 

A algunos, es cierto, le pesan más los problemas de salud que el odio interior, pero hay quien carga un kilo de cada tema y después de muchos años acumulando, nos cuesta recorrer cien metros, porque en la infancia  lo corremos despreocupados de los peligros, en la adolescencia caminamos rápidamente y con cierta precaución, más adelante vamos ligero porque estamos protegiendo a otros que caminan delante de nosotros y cuando la madurez nos llega la cuesta parece más inclinada por el peso que tenemos que arrastrar.

Y al final de nuestros días, cuando creemos que tenemos todo el derecho a disfrutar de la paz y la serenidad, la tranquilidad de vivir para nosotros, empiezan las pérdidas y el dolor, el abandono de la vida y la incomprensión de los tuyos, la trastocada relación de vecindad contigo mismo y la frustrante apuesta por la visión que tuviste para esta etapa de tu vida y donde la realidad no se parece en nada porque ya hicieron acto de presencia los achaques y los recortes, las herencias y las miradas perdidas.

A pesar de todo, vamos cargando lo que Dios nos vaya poniendo y lo que nosotros también depositemos en la talega de la vida, la que se nos revisará el día en que nos despidamos de este mundo y ese es el verdadero JUICIO FINAL, en el que van a vaciarla y te van a ir diciendo porqué pesa tanto y cómo pudiste y debiste haber cargado menos peso, si hubieses sido valiente y comprensible, hábil y cuidadoso, prudente y presente entre los demás, pero ya llega tarde la reflexión, cuando el peso de la vida te provocó una caída para siempre.

Aprovechemos nuestro paso por este mundo para revisar la talega cada día e ir desprendiéndonos de peso porque comprendamos y aceptemos, nos disculpemos y perdonemos, luchemos por estar ahí cuando se nos necesita y cambiemos los discursos por apuesta de proyectos de entrega, sólo así llegaremos a vivir ligeros y llegaremos al destino con una carga que el tribunal de ese JUICIO FINAL tendrá que valorar como indispensable y sin una gota de desperdicio, pesando lo justo y necesario para seguir luchando eternamente.

Gracias por estar ahí, tu amigo que nunca te falla.


JUAN

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