viernes, 6 de julio de 2012

HOY DIBUJÉ UNA LÁGRIMA MIENTRAS SE ROMPÍA

Acostumbramos a llorar por las contrariedades, por lo que no podemos hacer o por los limitantes con los que nos encontramos en el día a día, por lo que vemos más allá del sufrimiento y por la pena de no poder estar más presente en la vida de los demás, por no recibir llamadas de apoyo o por haber dejado pasar el tiempo y haber desperdiciado oportunidades, por la pérdida de seres queridos o por recibir malas noticias.

Siempre me pregunté sobre el color, olor o sabor de una lágrima, esa partícula de dolor envuelta en una membrana transparente y que brota espontáneamente de nuestros ojos, esperando el día en que pudiese dibujarla mientras se derramase, resbalando por el párpado inferior de un ojo enjugado de tristeza.

Hoy dibujé un punto, porque eso es lo que representamos en el universo, lo fui separando con los dedos, para adaptar los gestos a los movimientos sobre la pantalla táctil, dejé que se alargara por el efecto de la brisa y quedó suspendida en el vacío durante unos segundos, como si quisiera esperar a que alguien la tomase en la palma de su mano y la devolviera de nuevo a su nido, en esos ojos que manifestaban pesadumbre, diciéndoles que el intento no ha sido en vano, porque se ha comprendido el mensaje y debe ahorrar lágrimas para otros momentos más duros y despiadados.

Sin embargo, hubo una lágrima que se partió y empezó a derramarse su contenido, sin posibilidad de devolverla íntegra a su huésped y ahí me pregunté porqué ocurre este misterio de la vida. Estaba callado, cuando pensé: "¡quizás ese ser humano estaba tan derrumbado, desesperado o impotente ante sus propias circunstancias, que estaba seguro que nadie iba a recogerla por amor, compasión o solidaridad y decidió romperse¡".

Una lágrima encierra, me imagino que al igual que las nubes, vapor condensado de amarguras, pesares, distancias, disensos, frustraciones y maltrato, una mezcla pruriginosa y cargada de desconsuelo, donde caben desvergûenzas y lamentos, voces de auxilio y palpitaciones de humillación, algo así como una fogata donde se huele a ilusiones quemadas.

Cuando todo eso se derrama es porque ya lo consideramos perdido y nos aferramos a verdades virtuales y promesas asténicas, miradas sin peso específico y lamentos a destiempo. Una persona que llora y sus lágrimas se rompen es porque no ha dejado espacio para el reencuentro ni para el perdón, no ha encontrado  palabras para seguir templando sus iras y su rabia y ha claudicado ante una verdad irrefutable.

Hay que tener presente que una lágrima se puede romper, asimismo, por el peso de su contenido cuando han sido almacenadas por mucho tiempo, rompiendo el menisco invisible por la tensión superficial que sirve de continente y transformando los misterios de la forma de una lágrima en un intento desparramado por violar las leyes de la gravedad y estudiar cómo se rompe lo más simple y más entrañable de una lágrima para dar paso a un vacío que no puede ser ocupado por algún otro pesar que pudiese estar en el origen de otra lágrima.

Si vemos lágrimas que se rompen es porque hay gente olvidada y arrinconada, seres humanos que quieren salir del anonimato de la falta de gestos de compromiso hacia la luz de la proximidad, donde hasta los silencios tienen nombre y apellidos.

Devolvamos a la lágrima la integridad de esa gota y que no se rompa nunca, sólo así estaremos seguros que hay esperanza y no hay motivos para dejarse llevar y marginarse en la sombra, escondidos y abandonados, porque ahí sólo hay la soledad que no cabe en el mundo real y la que no debe colorear ninguna de las escenas en el mundo de las relaciones humanas.


Juan Aranda Gámiz


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