martes, 17 de julio de 2012

POR EL OÍDO ENTRA LA DEPRESIÓN

La depresión es una alteración del estado de ánimo, relacionada con pérdidas -de cualquier índole- en el pasado, por lo que es capaz de presentar diferente rostro según las personas y los momentos que nos toquen vivir, pudiendo manifestarse con sintomatología típica o de forma enmascarada, pero en el trasfondo se caracteriza por una falta de capacidad para estar a la altura de las situaciones comprometidas, adaptándose racionalmante, así como por una reacción de negación.

Vivimos etapas depresivas por situaciones de desarraigo, pérdida de seres queridos, fracasos personales, imposibilidad de alcanzar metas, estrés, marginación social, multi-morbilidad, incapacidad, personalidad predispuesta y creemos que la falta de ilusión, las ideas raras que se quedaron a vivir en nuestra cabeza, el agotamiento, la dificultad para dormir, los cambios bruscos de peso, el temor a tomar decisiones por no saber qué hacer o decir, el desinterés absoluto por la vida, el sinsentido de la misma existencia o los dolores que no responden a ningún tratamiento son achaques del paso de los años y no los relacionamos con una depresión.

Tenemos que buscarle la puerta de salida a esta enfermedad, pero antes hemos de analizar cuál fué la puerta de entrada para que viviese tanto tiempo enamorada de nosotros esa maldita depresión. ¿Y saben qué?, yo creo que "por el oído entra la depresión", estoy casi seguro y si no que me demuestren lo contrario.

Escuchamos noticias que dan pena e impotencia, entran por el oído cargadas de maldad y desencanto, carcomiento nuestra cadena de huesecillos por el hambre y la miseria provocada por el mismo ser humano, arrinconando esperanzas y destruyendo ilusiones y juventudes, martirizando los apogeos de una adolescencia y vistiendo a niños con callos en sus manos y armas en sus hombros, donde debiera haber flecos y felpas, hombreras y libros.

Temblamos en una temporada de calor, como si hubiésemos enloquecido, pero es que las palabras de odio y segregación, menosprecio y abandono, discriminación y humillación, provocan tiritonas y escalofríos desde el momento en que penetran por nuestro oído.

Aceptamos que se nos debe notar el bochorno por la ffalta de libertad de las palabras en las frases hechas que pretenden convencer y alienar, porque la voz de la conciencia de quien manipula penetra por el oído y este deriva calumnias y ofensas a la oficina de nuestra dignidad, sintiendo la pequeñez de nuestra compostura y la incapacidad para levantar nuestro orgullo y lo único que se nos despierta es una vergüenza interior, acomodándose al momento y reflejándose en nuestras mejillas.

Nos quedamos mirando fijamente a un punto en la nada cuando aprendimos a respetar por lo que nos decían seres humanos que consideramos líderes, escuchando nuestros propios aplausos de confianza que taladraban nuestros oídos y ahora callamos impresionados al recibir palabras de perdón elaboradas "al dente" para asombro de nuestra cóclea y estremecimiento de nuestro caracol, al sentirse estimulado por las ondas de mentira que se propagaban desde la boca de falsos mensajeros y que penetraban nuestros oídos para llegar agradecidas a nuestro cerebro, aparentemente con la armonía transitoria de quien pretendía convercer que hacía todo por nosotros mientras nosotros le permitíamos todo.

Hay gente que nunca tuvo nada y quien siempre lo tuvo todo, quien aspira a tener algo y el que ha renunciado a tener por miedo a querer tener más, pero la diferencia entre unos y otros es el toque de verdad que sopló en los oídos de quienes nunca se sintieron engañados ni condicionados, por eso mismo hay tan poca gente sin necesidad de acudir a su médico psiquiatra.

Esperamos oir el ruído de la escarcha bajo nuestros zapatos o el crujir de las hojas secas en el parque, cuando paseamos en jornadas de tiempo libre, pero no hay esperanza ni para el ocio y parece que las estaciones están cambiando al ritmo de los acontecimientos, por lo que tampoco oímos estos fenómensos naturales que nos acercan a la comprensión del paso del tiempo y de la paz de una paseo de enamoramiento.

Hasta las palabras suenan altisonantes porque nadie tiene paciencia ni tranquilidad, el ritmo ha acelerado nuestra desafección y ha aumentado nuestras distancias, ha provocado desencuentros y ha desdibujado la cercanía entre seres humanos, por eso nuestros oídos sufren al escuchar disputas entre hermanos y agresiones entre parejas.

Ya no hay secretos que duren cien años ni nadie que pueda preservarlos, pues se violan hasta las propias convicciones y principios, es suficiente con hablarse a sí mismo y prometerse hacer cualquier cosa para poder sobrevivir, se confiesan las penurias y los lamentos, hasta se comparten las bofetadas que da la vida para que dejen menos huella en nuestra espalda, acallando la carga de dolor por justificarla en el vacío social en que vivimos.

Así he podido llegar a saber que la depresión entra por el oído y, a veces, no sabemos por donde puede salir, con razón nos ponemos tapones para dormir y protestamos por el ruído, cuando en realidad vivimos en un mundo donde debiéramos agradecer el ruido y así evitar que el susurro malévolo y cargado de desazón nos llegue al alma o que nos distraigamos por un gemido que lleva la razón necesaria para convertirse en un grito de furia y rabia.

Sí, todos estamos deprimidos, porque todos oímos y sentimos, y sólo por eso debiéramos explicar la intranquilidad de un niño escolar que escucha la pelea diaria de sus padres, acorralados por no poder llegar a final de mes, las descargas frecuentes de llanto de una madre que no está dispuesta a regalar a ninguno de sus hijos, los dolores de cabeza de un padre que no ha encontrado trabajo en mucho tiempo, la renuencia a jugar de los más pequeños porque sus hermanos pasan tristes y cabizbajos, el auto-aislamiento de adolescentes que desconocen el sentido de su propio futuro o aquellos que se comen las uñas o se orinan en la cama porque quieren que acabe el martirio de sus padres tristes y desea que alguien les transforme su existencia y desconocen a qué puerta deben tocar para pedir ayuda.

Hay depresiones por agotamiento, después de esfuerzos emocionales prolongados, depresiones reactivas secundarias a un trauma psíquico, pero aunque todas entran por el oído, debemos aprender a evitar las depresiones neuróticas, esos conflictos emocionales en la temprana infancia y que le conducen a desconocer cómo manejar su estado de ánimo, porque entonces se necesitaría la mitad de los seres humanos trabajando de psiquiatras para la otra mitad.

Transformemos las palabras por mensajes y los desencuentros por reflexiones, sólo así se enterarán nuestros oídos que estamos poniendo de nuestra parte por cambiar el mundo en el que vivimos y seremos capaces de erradicar la depresión, al menos aquella que siempre entra por nuestros oídos, hallándole -por fin- la puerta de salida.

Dr. Juan Aranda Gámiz.

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