domingo, 3 de junio de 2012

PIENSO, LUEGO LO ESTROPEO

Es habitual enfrentarse a un proceso de toma de decisiones y razonar sin fin lo que vamos a hacer, con lo cual se rompe la carga especial del momento y entramos en un juego donde el viento de los intereses personales te arrastra hacia un lado y los conformismos y prejuicios lo hacen hacia el lado contrario, con lo que permanecemos quietos, casi paralizados y no ofertamos respuestas al problema que se nos presentó.

Qué difícil resulta -a veces- hacer algo tan fácil como dejarse llevar por ese primer impulso, cuando se trata de alegrar o impulsar, pues con una palmetada en la espalda, un grito de apoyo o dando el primer paso, se transmite serenidad y soporte, dos compañeros de viaje tan importantes para lanzarte a actuar de la misma manera con quien te solicite una actitud similar o te pida una respuesta concreta.

Parece increíble que antes de intervenir para auxiliar se nos atasque la saliva pensando si estaremos interfiriendo en una relación que el momento transformó en discusión y creemos que el resultado es cosa de esos dos seres humanos que, en el fondo, tendrán sus motivos y sus razones para llegar a conocerse mejor sin interlocutores ni intrusos.

Hay reacciones cojas por lo que tardan en manifestarse y, cuando lo hacen, son tibias y están sesgadas, con lo cual no convendría pensar antes que intervenir, pues faltaría objetividad en las miradas y eso es lo que ocurre cuando una pareja discute y tu sexualidad quisiera justificar el comportamiento de tu par, discriminando las apreciaciones y justificaciones de una mujer incomprendida.

Nos cuesta trabajo aceptar la apreciación de un hijo que quiere dialogar a partir de una pregunta, haciendo más ancha la banda generacional entre padres e hijos, en lugar de aportar con comprensión y paciencia, que son los dos piercing con los que se van a presentar orgullosos en la sociedad que se ha diseñado para ellos.

Tenemos una conducta ignorante por no analizar factores determinantes o de riesgo en las diferentes etapas de la vida y que están asociados a la ocurrencia de enfermedad o muerte, como cuando un abuelo nos dice que las heces son de color negro y no está tomando hierro, pudiendo detectar a tiempo un sangrado digestivo si le llevamos al profesional médico o al servicio de emergencias, pero se pensó tanto en que no le iba a pasar nada y que podía ser consecuencia de las espinacas o una deposición anómala, que le complicamos la vida.

Algún amigo nos dijo alguna vez que estaba cansado de la vida y aceptamos su discurso con la carcajada de un chiste extraído del humor negro, pero temblamos cuando leemos la nota mortuoria en el periódico del día siguiente; no fuimos sensatos y oportunos para preguntarle sobre su estado de ánimo porque sólo quería descargar su historia de vida de deshecho, arrinconada por tanto tiempo, pensando que nos podía tildar de curioso o interesado en conocer más allá de lo permisivo.

Llevamos a los niños de la mano izquierda cuando caminamos por la acera de nuestra derecha, con lo que los exponemos a un accidente de tráfico, pensando que nos puede quedar libre nuestra mano derecha y que les puede dar el sol, sólo reflexionamos cuando se sueltan, invaden la carretera o escuchamos el frenazo brusco de un chófer, antes de golpearle con el capó y hundirnos en una soledad de conciencia.

Antes de probar un plato de comida tenemos la sensación de que algo anda mal y sin embargo comemos, porque pensamos que puede ser una falsa apreciación, en lugar de preguntar o revisar el empaque, creyendo que no deberíamos actuar con sospecha en un lugar público y luego nos quejamos deshidratados por una descarga colónica líquida y desafiante.

La primera vez que conocemos a alguien sentimos un aura de la que dudamos y, sin embargo, pensamos en concederle una oportunidad sin tener de referencia nuestra apreciación, fruto de consejos, experiencias y aprendizajes previos, por lo que podemos ser presa de encuentros en la tercera o cuarta fase, alejándonos de nuestra paz interior y presos de coyunturas.

Hay escolares que no responden en su ejecutoria académica y nunca le dirigimos preguntas porque pensamos que los padres nos van a cuestionar nuestro acercamiento, pero ahí esté el principio de un cambio si encuentra alguien motivado fuera de las paredes de su casa y le puede narrar su triste realidad.

No leemos los dibujos ni los mensajes, porque pensamos que son el reflejo de un estado de ánimo y que todos podemos atravesar ese barranco de incertidumbre, pero si nos preparamos estudiando las señales básicas para detectar riesgo tenemos que seguir a nuestro impulso y hacernos presentes interpretando ese garabato, porque puede convertirse en un mensaje subliminal que salve una vida asustada.

Por eso creo que cuando pienso, si estoy preparado para reconocer el riesgo en ese primer momento, lo estropeo, ya que en esos segundos empiezan a llegar dudas e interrogantes que nos planteamos y terminamos por perder la oportunidad de hacer algo. 

Esto, que parece tan fácil, es muy difícil porque nos exige auto-formarnos en el día a día, en modo integral, abrirnos una cuenta corriente de posibilidades de capacitación, a fin de que seamos capaces de socializar nuestra ayuda y nuestro apoyo preventivos, pero eso ocurrirá si seguimos a nuestros impulsos y aprendemos que seremos mejores personas si somos seres humanos cada día más integrales, pues -al fin y al cabo- eso es lo que los demás esperan de nosotros, un legado de saber intervenir en el momento oportuno con la lectura de los gestos, interpretando su vida como si la nuestra estuviera en riesgo.

Cada año podemos revisar el balance de nuestra cuenta y encontraríamos intereses de agradecimiento, regalos hechos a mano o un desconocido que quiso visitarnos para mirarnos con la alegría de quien halló lo necesario para seguir luchando.

No sigamos estropeando nuestro arranque por miedo a prepararnos para servir y colaborar, sostener y escuchar, ver y oír atentamente, leer en el vacío y reconocer en la distancia, sentir el miedo y presentir los silencios, esa enciclopedia de gestos y momentos que nos enseña a ser mejores seres humanos y verdaderos ciudadanos, creando la escuela del ejemplo, ese vademécum en el que encontramos sentido a las actitudes del otro porque comprobamos el resultado en nosotros mismos.

Decía Gila, a quien me referí en una anterior entrada, en uno de sus brillantes monólogos que desarrolló en un escenario bélico : "La guerra nos va mal, porque se nos acabaron las balas y lo primero que se nos ocurrió fue disparar con supositorios, pero en lugar de matarlos los estamos curando".

Esa actitud espontánea, primigenia, impulsiva, es la que debemos incorporar en nuestra vida, procurar salvar la integridad del otro aunque seamos seres diferentes y envidiosos, competitivos y posiblemente individualistas, porque algún día llegará a ser la esencia de una verdadera convivencia y ello nos permitirá seguir creciendo como seres humanos en el hoy y por siempre todavía.

Juan Aranda Gámiz


1 comentario:

  1. Es verdad muchas veces nos equivocamos porque primero no aceptamos los errores que cometemos...segundo, somos llevados por un individualismo fatal que nos obliga a pensar solo en nuestro propio yo...olvidándonos de que actitud leal, noble sincera y recta es la que nos hará seres humanos totalmente libres y a la vez nos permitirá ser aceptados en sociedad a la cual nos debemos......

    ResponderEliminar