jueves, 5 de julio de 2018

EN LO MAS ALTO DEL SILENCIO


Cuando subes a un avión y te ubicas a 11 Km del suelo, rodeado de gente buena que sólo desea llegar a su destino, llega un momento en que te quedas en silencio y reconoces que has aprendido a reflexionar con todo lo que te rodea.

Y si miras por la ventana, atreviéndote a girar la cabeza y buscar en la obscuridad, en algún momento encontraras una claridad en lo más lejano de tu mirada y allí estará la mitad del mundo que se levanta a la vida diaria, amaneciendo en cada estación y disfrutando de la vida de "a pie".

A veces me he preguntado si el silencio tiene una cota y, sinceramente, esta es la más alta a la que llegado y muchas veces en mi vida, pero la confianza depositada en el equipo de profesionales que supervisa, controla, maneja y organiza cada viaje, en presencia y a distancia, e genera la seguridad necesaria para encontrar esa pizca de paz tan necesaria entre tanto silencio que, a veces, congela.

Observas a tu alrededor un trozo del mundo entre tanto niño aturdido por la estrechez del espacio, porque no puede jugar en libertad, entremezclándose con la inquietud de mayores que buscan un espacio para estirarse y prevenir el "Síndrome de la clase turista", el joven ensimismado con las películas de entretenimiento y la mujer que cuida su dieta, aún en el interior del avión.

Entiendes, sin lugar a dudas, que hay una ruta preestablecida, un mando que debe estar en muy buenas manos y una supuesta resiliencia en todos los pasajeros, porque de lo contrario se estaría abocado a una situación de caos permanente en un espacio reducido.

La miniatura del avión desplazándose en la pantalla te provoca preguntarte qué estará pasando allí abajo, donde se duerme o se vive según los husos horarios y vas poniéndole nombre a la altura y repasas la geografía.

Sólo ante las turbulencias sientes un cosquilleo en el ombligo y te balanceas en tus propósitos, dejando de ser tu mismo y preocupándote más por la persona que va a tu lado, con la que llevas compartiendo media vida e intentas calmarla, esperando que en algún momento haga lo mismo contigo.

Y comes como si estuvieses en un restaurante, te enjugas los labios y calmas a un estómago que espera algo que sacie la espera prolongada en los aeropuertos y luego caes presa de un sueño reparador, olvidándote de las distancias y velocidades, porque lo único que te pide el cuerpo es dejarte llevar por la experiencia y recuperar fuerzas.

Sientes una tranquilidad cuando atraviesas el primer atisbo de tierra, porque ya sabes que estás en el continente y empiezas a esperar la llegada con más ahínco, si cabe. 

Te anuncian el aterrizaje, después de acomodarte y hacer el cambio de hora en tu reloj y móvil, y empiezas a vivir la experiencia de "tocar tierra", escuchando un aplauso generalizado cuando todo va sobre ruedas, nunca mejor dicho.

Al bajarte sientes que te has renovado y yo creo, salvo que esté equivocado después de muchos vuelos intercontinentales, que se debe a la altura del silencio, porque te permite escuchar mejor lo que se vive en el día a día y a darle más importancia a la verdad de lo seguro.

Ahora puedo decir que en lo más alto del silencio también hay una vida por explorar y descubrir, la que a mí también me ha hecho más sensible por haber estado entre dos mundos terrenales y, al mismo tiempo, entre el cielo y la tierra.

Tu amigo, que nunca te falla



JUAN 



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